Cazafantasmas: Imperio helado (2024), de Gil Kenan

Los Spengler –la madre Callie, con sus retoños, la adolescente Phoebe y el recién ingresado en la mayoría de edad Trevor, más el “profe” Gary, que ejerce de padre– se han trasladado a Nueva York, donde ejercen de cazafantasmas oficiales, capturar espectros maléficos y traviesos se les da la mar de bien. Pero las autoridades dicen que Phoebe es menor, y no puede ser cazafantasmas. Lo que no le hace maldita la gracia, pues el oficio se le da muy bien. Una extraña esfera con poderes congelantes, vendida por el estrafalario Nadeem Razmaad, va a parar al depósito donde los cazafantasmas encierran a sus presas y analizan objetos habitados por espíritus. Desconocen que encierra en su interior a una poderosa criatura con poderes congelantes, que sólo pueden ser combatidos por el señor del fuego.

Jason Reitmanlogró insuflar nueva vida a lo que parecía una saga finiquitada gracias a Cazafantasmas: Más allá, que dirigió y coescribió en 2021 con Gil Kenan, todo un homenaje a su progenitor Ivan Reitman, director del film original Los cazafantasmas, que figura como productor y a quien está dedicada la cinta que nos ocupa, pues falleció en octubre de 2022. Ahora Jason se ha limitado a figurar como coautor del guión y productor, entregando la batuta de director a Kenan. El resultado es bastante inferior, entretenido pero simplemente correcto, sobre todo por una trama no demasiado imaginativa, y porque hay excesiva verborrea en la cinta a la hora de hablar de seres semidivinos y poderes ancestrales. Y aunque se ha querido vertebrar lo que se cuenta alrededor de la idea de la difícil adolescencia de Phoebe, a quien cuesta aceptar a Gary como figura paternal, y que encuentra a una inesperada fantasmal amiga, el modo en que evoluciona esa relación no está bien desarrollada. Mientras que la esfera no deja de ser un macguffin que permita la parafernalia de efectos visuales de rigor, y el típico enfrentamiento de buenos y malos.

Tras la película anterior, ya no resulta muy novedoso que reaparezcan actores de la cinta de 1984, ahora tenemos con cierta presencia a Dan Aykroyd, Annie Potts, William Atherton, Ernie Hudson y sobre todo el inefable Bill Murray, el más gracioso con su aspecto impávido, aunque los años pesan en el actor. Mientras que el recién llegado Kumail Nanjiani trata de explotar su vis cómica asumiendo un aire a Murray, enfoque que se nota demasiado. Los padres, Carrie Coon y Paul Rudd, tienen algún momento simpático, aunque la reina de la función es sin duda Mckenna Grace, Finn Wolfhard tal vez ha crecido demasiado, y no se la ha dado excesiva cancha. Resulta gracioso una vez más Logan Kim como Podcast.

La sensación es que se ha confiado en el tirón conseguido con la película anterior, y en una apuesta por todo lo alto en los efectos visuales, con un Manhattan congelado muy vistoso, una criatura ancestral que parece recién salida de una película de Guillermo del Toro, los gags alrededor de los fantasmas, y con uno de los leones de piedra de la Biblioteca Pública cobrando vida. Pero el inquietante arranque a principios de siglo en Nueva York, con los bomberos como protagonistas, presagiaba algo más sólido, que luego no se cumple; y el alma en pena de la chica de la caja de cerillas y sus cuitas no se explican suficientemente.