Alain Delon, la leyenda del cine francés que ha pedido la eutanasia.(Foto: AFP / ANNE-CHRISTINE POUJOULAT)
Alain Delon, la leyenda del cine francés que ha pedido la eutanasia.(Foto: AFP / ANNE-CHRISTINE POUJOULAT)
Ricardo Hinojosa Lizárraga

“Cuando tú eres Mick Jagger, pero el otro es ”, dice la leyenda que suele acompañarlo. Todos hemos visto ese meme, nos hemos reído, pero los más jóvenes, quizás, no sepan medir la magnitud del personaje al que la broma halaga. En la mil veces compartida imagen aparece Alain Delon, impecablemente vestido de terno gris y, a su lado, una entretenida Marianne Faithfull y un aburridísimo y cabizbajo Mick Jagger, con pantalón lila y medias de colores distintos con unos gastados zapatos. La imagen fue tomada a fines de los años 60, cuando los 3 ya eran celebridades. La entonces novia de Jagger protagonizaría en 1968 “La chica de la motocicleta” al lado de Delon, con quien, a juzgar por las fotos que quedan de aquellos días, parecía tener mucha química dentro y fuera de la pantalla. Nunca el Rolling Stone se había sentido tan piedra rodante.

Delon, entonces, era ya un cotizado galán, un actor admirado por su apariencia física más que por su innegable talento, a pesar de haber trabajado con directores como Luchino Visconti, Michelangelo Antonioni, Henri Verneuil, René Clément o Jean-Pierre Melville. Mientras su rostro protagonizaba las portadas de miles de revistas alrededor del mundo, en su vitrina de premios apenas podía contar una nominación al Globo de Oro como Mejor Actor Revelación –un premio que hoy ya no se otorga- por su actuación en El Gatopardo. Los reconocimientos a su talento empezaron a llegarle recién con la madurez.

Hoy, a sus 86 años, con más de 100 películas, es un mito de otro tiempo, un personaje casi mitológico, un sobreviviente de un cine francés que, felizmente, permanece eterno e inalterable por el tiempo en la pantalla, más allá del fulgor de sus últimas grandes leyendas vivas. Delon, Bardot, Anouk Aimée, Michel Bouquet, Jean Louis Trintignant o Pierre Richard entre ellos.

A pleno sol

Más allá de la anécdota del meme y las fotografías publicitarias del filme que hicieron juntos, en la vida real Delon no pareció conquistar verdaderamente a la bella y talentosa Marianne Faithfull, como sí hizo con otras artistas como Dalida, Romy Schneider, Francine Canovas, Mireille Darc, Anne Parillaud o la que fuera cantante de Velvet Underground, Nico. De hecho, el 2002, en su tema “Song for Nico”, Faithfull llamó a Delon “estúpido”, quizás como una forma de reivindicar a la ya fallecida cantante. Una buena amiga del actor, que responde al nombre de Brigitte Bardot, lo calificó, sin embargo, de otro modo: “Mi amigo Alain es una fiera, uno de esos animales preciosos e indomables en vías de extinción”. Bardot, animalista desde hace décadas, sabe bien de lo que habla.

¿Queda el encanto en la pantalla o es capaz de trascender más allá? ¿Puede un hombre que fue sex symbol en los años 60 o 70 mantener incólume su prestigio de seductor en tiempos de la llamada “cultura de la cancelación”? Ni ha sido así, ni le ha interesado mucho a Delon mantenerse “puro”, para bien y para mal. El 2019, cuando el Festival de Cannes le otorgó la Palma de Oro Honorífica, colectivos feministas alzaron su voz en protesta, llamándolo “racista, homófobo y misógino” y 25 mil personas firmaron una petición para que no fuera premiado. Entre otras cosas, Delon se había mostrado contrario a la adopción de niños por parte de parejas del mismo sexo. “Si ser macho es haber dado una cachetada, entonces soy macho, pero a mí también me pegaron. He recibido más bofetones de los que he dado”, fueron otras de las declaraciones por las que lo criticaron.

“Es un homenaje un poco póstumo, pero estando vivo”, dijo el actor al recoger el premio, casi entre lágrimas, entregado por su hija Anouchka, quizás porque siempre tuvo una relación conflictiva con el Festival francés. “Ahora lo difícil es irme, porque me voy a ir (…) Para mí, más que un final de carrera, creo que es un final de vida”.

Los aventureros

Aquella vez se miraron, se abrazaron y se besaron cariñosamente las mejillas como lo hacían siempre que se reunían. Allí, en aquel departamento del número 39 del Quai d’orsay que mira hacia el Sena, los dos amigos recordaron las luchas que tuvieron para llegar a la cima, los momentos que disfrutaron cuando estuvieron en ella y las sonrisas y anécdotas detrás de sus películas, incluyendo aquellas que hicieron juntos, como “¿Arde París?” (René Clément, 1966), “Borsalino” (Jacques Deray, 1970), “Uno de dos” (Patrice Leconte, 1998) o “Los Actores” (Bertrand Blier, 2000).

Esa tarde repitieron nuevamente historias ya contadas, recordaron por unos instantes momentos ya olvidados y pasaron también mucho tiempo hablando de trivialidades, recordando alguna farra interminable, alguna escena que no les gustó, la última travesura de alguno de sus nietos o la mirada imposible de alguna mujer atrapada en sus memorias. Fue el 15 de junio del 2021. Los amigos no se veían de ese modo desde hacía mucho tiempo. Cuando recién llegó, Alain Delon entró a la sala de Jean Paul Belmondo diciendo, en tono serio, aparentemente pretencioso: “Bueno, le envié a tu agente el contrato de Borsalino 3. Date prisa y recupérate, que filmamos en setiembre”. Mientras reían por la ocurrencia, ambos parecían guardar la secreta esperanza de volver a hacer una película juntos. El productor Cyril Viguier estuvo allí y fue quien contó los detalles de la reunión a la revista Paris Match pocos días después del fallecimiento de Bébel, en setiembre del año pasado.

Ambos actores conversaron en el sofá de la sala, tratándose con el cariño de más de 60 años de hermandad. Bromearon, incluso, con la suma de sus edades: Delon tenía entonces 85 y Bébel, 88. Tomaron el té y comieron algunos pasteles. Al final, se prometieron otro pronto encuentro y una visita a una propiedad de Delon que Belmondo no conocía. Al bajar al estacionamiento, sin embargo, Delon le confesó a Viguier: “Me alegra haber venido”. Parecía sospechar que había visto a su amigo por última vez. A pesar de que intentó comunicarse nuevamente con él, no pudo hacerlo. El 6 de setiembre, cuando Belmondo falleció, además de la familia, fue Delon uno de los primeros en saberlo. Pocas horas después, lloraría su partida abrazado a su féretro, como si se aferrara a su propia historia sin permitirle partir.

A diferencia de sus personajes en Borsalino (1970), Alain Delon y Jean Paul Belmondo no se enfrentaron a golpes y empujones la primera vez que se vieron, a pesar de que la prensa francesa parecía no cansarse de propagar rumores de rivalidad. Ambos debutaron en el cine en la segunda mitad de los 50 y pronto cruzaron sus caminos. “Una rubia peligrosa”, una hoy olvidada comedia de 1958, los tuvo como parte de su elenco en pequeños papeles de timadores. Pronto se hicieron amigos, recorriendo los mismos bares de Saint Germain des Près, en Paris, mientras sus carreras crecían paralelamente. Solo dos años después, ambos alcanzarían la fama. Belmondo, como el rebelde sociópata de Sin Aliento (dirigida por Jean-Luc Godard); Delon como el sórdido Tom Ripley de A pleno sol (Rene Clément). La nouvelle vague o Nueva Ola francesa había llegado y ellos la estaban surfeando. Luego pudieron ser todos los gánsteres, policías o asesinos que quisieran. Belmondo se construyó en base a humor e ironía, fuera el bueno, el sinvergüenza o el tahúr. Delon era, como héroe o como villano, distante, gélido y taciturno. Ojos celestes como el horizonte en que se hunden los barcos cuando se alejan.

El uno sin el otro no hubiéramos sido lo que somos”, llegaron a decir mucho tiempo más tarde, como reivindicación de una amistad que se extendió por más de 60 años. “Siempre nos opusieron, tratando de crear una adversidad para alimentar la leyenda”, escribió Belmondo en su autobiografía. “En realidad, éramos amigos, pese a una divergencia evidente de origen social. Su infancia fue tan triste, pobre y solitaria como la mía, feliz, burguesa y llena de amor”, dijo, en referencia a su también célebre amigo.

Por eso, cuando en setiembre del año pasado falleció en su residencia parisina, Delon declaró, sin ambages: “Estoy completamente devastado. Voy a intentar aguantar para no hacer lo mismo en cinco horas... No estaría mal que nos fuéramos los dos juntos. Es una parte de mi vida, empezamos juntos hace 60 años”.

A tenor de las últimas noticias, esas palabras parecían un anticipo de lo que venía.

El silencio de un hombre

“Ya no hay esperanza”, dice Rocco Parondi en un momento crítico de una película que, paradójicamente, le daba esperanzas de destacar en el cine. Era 1960 y Alain Delon se ponía a las órdenes de Luchino Visconti para una de las películas que le dieron vuelo a su carrera: “Rocco y sus hermanos”. Solo por un ángulo, aquella frase más que fatal, podía ser premonitoria: lo suyo no eran ya esperanzas, sino una realidad.

Esa fue la primera piedra de una filmografía envidiable a la que se sumarían títulos como El eclipse (Michelangelo Antonioni, 1962), El Gatopardo (Luchino Visconti, 1963), Gran jugada en la Costa Azul (Henri Verneuil, 1963), El tulipán negro (Christian-Jaque, 1964), Los felinos (René Clément, 1964), El silencio de un hombre (Jean-Pierre Melville, 1967), La piscina (Jacques Deray, 1969), El clan de los sicilianos (Henri Verneuil, 1969), El círculo rojo (Jean-Pierre Melville 1970), Sol rojo (Terence Young, 1971), El asesinato de Trotsky (Joseph Losey, 1972), Un policía (Jean-Pierre Melville, 1972), Dos hombres en la ciudad (Jose Giovanni, 1973), El Zorro (Duccio Tessari, 1975), Historia de un policía (Jacques Deray, 1975), El otro señor Klein (Joseph Losey, 1976), Muerte de un corrupto (Georges Lautner, 1977), Un amor de Swann (Volker Schlöndorff, 1984) o Nuestra Historia (Bertrand Blier, 1985), por la que ganó un Premio César. Un año después, la banda de New Wave The Smiths lanzó su disco The Queen is Dead. La vigencia de Delon quedó comprobada cuando apareció en la portada, con una escena de L’insoumis (1964). Ya el 2012, en su álbum MDNA, Madonna le dedicó la canción “Beautiful Killer”. “Una carrera es como un edificio. Si no haces buenos cimientos, cuando llegues al quinto piso se derrumbará”, dijo alguna vez, con toda razón. Aunque anunció su despedida del cine en 1999, siguió apareciendo eventualmente en pantalla durante el siglo XXI.

Oficialmente, Delon tiene tres hijos: Anthony, Anouchka y Alain-Fabien –con quien hoy se lleva bien, pero que el 2014, en declaraciones a Vanity Fair, llegó a decir de su padre que era “machista, xenófobo, violento, y siempre listo para humillar a su familia y a sus numerosas mujeres con fría ferocidad”-, pero en realidad son 4: no ha reconocido a Ari Boulogne, el hijo que tuvo con la cantante Nico y que fue adoptado por la propia madre de Delon, quien le puso el apellido de su segundo esposo. Algo tiene que haber visto en él.

“La vida me importa poco. Lo he visto todo. Pero, sobre todo, odio esta época, me da ganas de vomitar”, ha dicho Delon en recientes declaraciones. Otro adelanto sobre el hartazgo del hombre que lo tuvo todo.

Trayecto mortal

“Me gustaría dar las gracias a todos los que me han acompañado a lo largo de los años y me han brindado un gran apoyo. Espero que los actores de las siguientes generaciones puedan encontrar en mí un ejemplo no solo en lo profesional, sino en la vida cotidiana, entre victorias y derrotas. Gracias, Alain Delon”. Según su hijo Anthony, estas son las palabras con las que el actor se despide de sus seguidores y de la vida. ¿Pero es acaso tan inminente su adiós final?

“No dejaría que sea Dios el que elija el día de mi muerte”, le confesó hace casi 20 años a la revista Paris Match. Sus palabras, tras lo conocido en los últimos días, suenan premonitorias, como premonitorios también parecieron ser todos aquellos personajes que construyó con la naturalidad de quien pasa por el mundo sin que nada le importe mucho, sin que nada lo afecte, sea un policía que caza a un delincuente, el delincuente que huye de la ley, el gánster preparado para todo o el frío asesino incapaz de huir o dejar de actuar con normalidad tras su crimen.

Delon ha dejado claro varias veces que ya piensa en la muerte. En otra entrevista aseguró: “Sé que dejaré este mundo sin remordimientos. Todo está listo, tengo mi tumba en mi capilla, hay seis lugares”.

Pero algo debe quedar claro. No fue él quien anunció directamente que tramitaría su propia eutanasia y se despidió del público como si el telón estuviera a punto de caer. Fue su hijo, Anthony Delon, quien contó la última voluntad del actor, al publicar su propia autobiografía y dar entrevistas como publicidad para aquel libro, titulado “Between dog and wolf”.

En ese contexto, Anthony habló sin censura sobre la difícil relación que tuvo antes con su padre, lo que incluyó castigos físicos y distanciamiento emocional. Hoy, no sin mucho esfuerzo, esa etapa ha sido superada de modo tal que, incluso, Alain le pidió que se haga responsable de su muerte asistida, si un día fuera necesaria. “Tony, si un día me pasa algo y estoy en coma, enchufado para vivir, quiero que me desconectes. Quiero que me lo prometas”, le dijo exactamente. Alain sufrió dos ACV el 2019 y pudo recuperarse tras una dura rehabilitación, pero las pérdidas seguidas de su ex pareja, Mireille Darc, el 2017, y de Jean Paul Belmondo el año pasado, lo han dejado muy tocado. También se despidió de Poeky, uno de sus queridos perros, al lado de quienes ha dicho que será enterrado. El más doloroso de estos duelos, sin embargo, lo viviría con la muerte de Francine Canovas, quien sería conocida por el mundo como Nathalie Delon –incluso, más de 50 años después de su divorcio de Alain- hasta su momento final, cuando el cáncer le arrebató la vida en enero del año pasado. A pesar de su enfermedad, ella estuvo a su lado cuando le dio el ACV. El actor vio de cerca los cuidados que Anthony le prodigaba a su madre y reflexionó sobre la muerte con acciones más concretas. Para empezar, no desea pasar por lo mismo. Ella quiso la eutanasia, pero no pudo alcanzarla. Al tener ciudadanía suiza, Delon sí puede hacerlo, pero no precisamente como eutanasia, sino con el término “suicidio asistido”. Esto implicaría, sin embargo, partir como los condenados a muerte en los Estados Unidos: tal como a ellos, se le aplicaría una dosis letal de pentobarbital sódico. “Una persona tiene derecho a partir en paz, sin pasar por hospitales, inyecciones y demás. Envejecer apesta y no puedes hacer nada al respecto”, ha dicho Delon. ¿Alguien podría decirle que no tiene razón?

Finalmente, no sabemos si verá necesario usar la carta de “suicidio asistido” o se extinguirá lentamente, como hacen las estrellas más añejas, en medio del silencio del universo. En su película “Trayecto Mortal” (1986), por ejemplo, interpretaba a un cineasta que regresa de la muerte para enfrentarse a ella… pero la muerte le propone un trato.

Quizás, en el final que decida, vuelva a pensar en todas las cosas maravillosas que le dio la vida, en Mireille, en Nathalie, en su amigo Belmondo o en la que llamó “el amor de su vida”, Romy Schneider, de quien guarda una foto que tiene siempre a la mano. Quizás, incluso, haya espacio para que suene el tema que grabó al lado de su amiga, la trágica cantante Dalida, “Parole, Parole”: “Eres de ayer y de mañana/ Demasiado hermoso/ Para siempre mi única verdad/ Pero el tiempo de los sueños se acaba/ Los recuerdos también se desvanecen/ Cuando se olvidan/ Eres como el viento que hace cantar a los violines/ Y se lleva el perfume de las rosas”.

Después de todo, cualquier hombre que tiene como legado cinematográfico su propia vida, tiene el derecho de darle a su película el final que desee. Alain Delon, se lo ha ganado.

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