La vida secreta de Zidane en Madrid: "No quiero que la abundancia lleve a mis hijos por el mal camino. Quiero que sean buena gente"

El Real Madrid se alza como campeón de LaLiga por 34º vez. "Todo el mérito es de Zidane", ha dicho Sergio Ramos. Recuperamos el fragmento en exclusiva de la biografía más cercana del entrenador publicada en abril en español.

Zinedine Zidane y su mujer Veronique Fernández

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— Fred, tengo miedo.
—¿De qué, Zizou?
Es martes 29 de noviembre de 2005. Son las 7:30 de la mañana. Un pequeño jet privado acaba de despegar del aeropuerto de París-Le Bourget y tengo los párpados pegados todavía por los retazos de sueño de una noche demasiado corta.

En las últimas horas he acompañado a Zinédine Zidane y Alfredo Di Stéfano en la ceremonia del cincuenta aniversario del Balón de Oro de France Football, en los Campos Elíseos. Un trofeo prestigioso que mis dos compañeros de viaje han exhibido con orgullo durante su carrera de jugadores profesionales. Nuestro regreso a Madrid se hace en medio del silencio brumoso que imponen las madrugadas de otoño.
—Mira, esto no es normal. Mis hijos no tienen una vida como los demás. Tengo miedo de que se conviertan en unos pequeños idiotas. Eso es lo que más temo.

Zizou no se pone serio, ni siquiera solemne, mientras habla lentamente de lo que más quiere en el mundo. Simplemente se muestra honesto y tierno. A los tres primeros hermanos, Enzo, Luca y Théo, no tardará en unírseles Elyaz el mes siguiente [el benjamín nació en 2005].

Continúa:
—No quiero que la abundancia, todo lo que represento, todo lo que pasa a mi alrededor los lleve por mal camino. Quiero que sean buena gente.
—¿Y cómo lo haces?
—Evito cargar las tintas. Sus condiciones de vida, esa soberbia casa con piscina, ya están francamente bien. Los hermosos viajes… ¡Ya son un magnífico regalo! Así que en Navidad, en los cumpleaños, con Véronique, hacemos lo mínimo. No se trata de malcriarlos…

Zidane contempla la diferencia entre su infancia tan modesta en el barrio marsellés de La Castellane y la opulencia de los primeros años madrileños de sus hijos. En la familia formada por Smaïl y Malika Zidane, la humildad y el respeto están a la orden del día. La base misma de su educación. La familia que Zinédine ha construido hoy no puede escapar de ello, pese a los aproximadamente 20 millones de euros de ingresos anuales que se embolsa el futbolista. Sería como insultar a sus propios padres.

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¿Cómo sopesar las ventajas sin subestimar los inconvenientes de llamarse Zidane? En primer lugar, no llamándose Zidane. El apellido de soltera de Véronique, hija de Antonio y Ana, españoles de origen asentados en el Aveyron [sur de Francia], es Fernández. De modo que los hermanos “Zidane” pasarán a ser los chicos “Fernández”, apellido tan corriente en Madrid como pesado y angustiante de llevar es Zidane en una España donde los hijos de futbolistas célebres viven a menudo un calvario. Zizou ha oído hablar de las lágrimas a borbotones que llenaron la infancia de Jordi Cruyff, el primogénito de Johan, mítico jugador holandés de la década de 1970 y después entrenador del FC Barcelona. Insultos en los pequeños campos de fútbol, miradas de soslayo y falsos compañeros de clase. El matrimonio escolariza a sus hijos en el Liceo Francés de Madrid, una institución a la que acuden cada mañana cerca de cuatro mil alumnos.

Enzo, el mayor, es un chico discreto que se amoldará perfectamente a ese cambio de identidad administrativa. Luca, el segundo, guardameta de carácter muy enérgico, nunca lo aceptará de verdad. “¡Pero yo me llamo Zidane!”, exclamará a menudo, reivindicando el derecho a ser él mismo, a no ocultar su pedigrí.

Zidane y su primogénito, Enzo, actual centrocampista del Almería, en 1995.

Con una actitud que puede parecer paradójica, Zizou rechaza la idea de no llevar a sus hijos al colegio. Es padre y piensa, desde luego, en ejercer ese papel en la vida diaria. La rotonda que da acceso a la entrada del Liceo está bloqueada con tal frecuencia por una muchedumbre de padres ávidos de ver al campeón del mundo que la Policía Municipal no tardará en pedir a la dirección del centro educativo que encuentre una solución. Zizou gozará a partir de ese momento del único privilegio que se le concederá, en dieciocho años de vida en la capital de España, por el director: el derecho a entrar en el patio con su vehículo.

La educación, la vida cotidiana y el bienestar de los hijos ocupan el centro de la vida del campeón. De ahí el cuidado que pone en crear un universo tan agradable como protector. La casa que se construye en 2006 en la zona residencial de Conde de Orgaz, cerca del Liceo Francés, es el símbolo de lo que busca el famoso padre.

Véronique y Enzo Zidane, el mayor de sus cuatro hijos, durante la final de Francia contra Brasil en el Mundial de 1998, el primero que ganó el país.

El resultado de las obras se corresponde finalmente con las expectativas de la familia y la casa de la felicidad se levanta como un caserón a imagen y semejanza de Zidane. Imponente, majestuosa, elegante y, sobre todo, oculta detrás de altos muros. Nadie que pase por delante de la residencia podrá imaginar ni por un segundo que el autor de los dos goles que significaron la victoria de Francia en la final de la Copa del Mundo de 1998, ese francés tan adulado, ha instalado allí su pequeña patria personal. Una “Zidane land” cuya frontera difícilmente traspasa el viajero. Justo detrás de la imponente puerta de hierro hay dos agentes de seguridad, instalados día y noche en una pequeña garita, que esperan al visitante y lo conducen, bien al despacho adyacente donde trabaja la secretaria personal de Zinédine, bien al jardín o a la casa.

En estos dieciocho años se me ha permitido la entrada en varias ocasiones al primero, una vez al segundo pero nunca a la tercera. La casa es un santuario infranqueable para los no íntimos, cuya entrada está presidida por un magnífico pero enorme elefante de bronce traído de una gira estival del Real Madrid por Tailandia.

En este universo salvador, los hijos pueden vivir en libertad y dar rienda suelta a la realización de su herencia genética, a ese don, esa pasión por la práctica del fútbol. Una parte importante del jardín familiar está además ocupada por un campo de fútbol de hierba sintética verde, complementado por una canasta de baloncesto. Es ahí donde se divierten, es ahí donde aprenden también lo que en 2019 es una profesión para los dos primeros y una promesa para los otros dos.

Zidane y su hijo Enzo, durante unas vacaciones familiares en Marbella, en 1998

La idea de que sus hijos se conviertan en adultos ociosos que vivan de la inmensa renta paterna le resulta lisa y llanamente insoportable. La transmisión del gusto por el esfuerzo es un elemento crucial, y las reglas de vida en los asuntos cotidianos son bastante estrictas. Los pequeños Zidane no cargan con el bagaje de los niños malcriados. No es más que un detalle, en efecto, pero que dice mucho al respecto: la merienda se toma en la cocina y no en el salón delante de la televisión, y todos tienen que quitar la mesa. La empleada de hogar asegura la comodidad de todos pero no es la sirvienta de la prole. Los Zidane han ascendido de clase social pero nunca actuarán como nuevos ricos. Y menos aún sus hijos. Y si a veces Zinédine reserva una sala de cine entera para los suyos cuando se estrena una nueva película de la factoría Disney, el fin no es ir de multimillonarios caprichosos, sino simplemente poder disfrutar de una salida todos juntos sin ser arrollados por una masa agobiante de admiradores.

La luz no abandonará nunca más a esta pareja cuyas miradas se cruzaron por primera vez en 1989 en la cafetería de la residencia de jóvenes trabajadores donde los dos vivían [en Cannes]. Véronique tenía 18 años y asistía a clases de danza en la escuela Rosella Hightower. Zinédine tenía 17 y se preparaba en el centro de formación de la AS Cannes.
—Cuando la conocí, me habría tirado desde lo alto de un edificio. Por ella, para que me amase...

Zizou me hizo esta confesión en 2006, cuando se perfilaba el final de su carrera como futbolista profesional. Estábamos sentados en una sala de blancura aséptica de la flamante Ciudad Deportiva del Real Madrid, en Valdebebas. ¿Cómo habíamos acabado hablando de amor? La verdad es que ya no me acuerdo.

Sin Véronique, Zidane nunca habría sido Zidane. Cualquiera que haya frecuentado mínimamente a la estrella es consciente de ello. Había sido esencial para el jugador, y lo será más tarde para el entrenador.

—Sí, me habría tirado desde lo alto de un edificio...

Zinédine suspira al repetir esas palabras con una convicción increíble. Él, que quería subir a lo más alto con el balón en el pie, habría podido bajar bruscamente precipitándose al vacío por esa morena sublime cuya timidez toma a menudo la apariencia de ligera frialdad. Los ojos verdes del no menos tímido cabileño [región montañosa del norte de Argelia de donde proviene Zidane] habrían causado estragos entre las niñas monas de Cannes, pero fue Véronique, la andaluza de Rodez, la que le hizo sucumbir de amor. La boda se celebró el 28 de mayo de 1994 en el Ayuntamiento de Burdeos, la ciudad del Girondins, el club en el que Zidane comenzaba por entonces a ser Zizou. El primero en bautizarlo así fue su entrenador, el impetuoso y entrañable Rolland Courbis.

Burdeos descubrió a un futbolista inmenso y Véronique asumió el papel de esposa y pronto el de madre. La dedicación y la fe en su hombre eran tales que dejó a un lado sus sueños en el mundo de la danza. Ella también poseía talento, también merecía triunfar en su arte después de haber dejado la universidad y sus estudios de Biología. Y sin embargo lo sacrificó todo por un destino que a su juicio era superior. Para seguir a Zinédine, para apoyarlo, para aconsejarlo, para amarlo. ¿Y si era Véronique quien, a fin de cuentas, se había tirado desde lo alto de un edificio? “¡De haber sabido que llegaría a ser tan famoso, quizá no me habría casado con él!”, confiará a los escasos correveidiles que tendrán la suerte de contactar con ella.

Zidane y su esposa, Veronique.

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A Madame Zidane también le gustan las cosas bellas, pero madame Zidane prefiere el anonimato y el decoro. Y no necesita esconder sus ojos detrás de unas gafas de Gucci. Al igual que su marido, sabe de dónde viene. Así que las salidas a restaurantes, que la familia aprecia de forma especial, se hacen con la mayor discreción posible y con la reserva a nombre de “Verónica Fernández”. Unas veces un pequeño italiano, otras un argentino famoso por su buena carne a la parrilla, otras un vegetariano, Véronique teje para los suyos una red de lugares privilegiados donde la vida privada parece más o menos a salvo.

Si la familia Zidane no puede disfrutar de una cena más o menos tranquila, no volverá. La sentencia del tribunal zidaniano es tan inmediata como implacable. A menudo tendrán que subirse a un avión o viajar varias horas por carretera para encontrarse en familia, en el campo.

—¡Conmigo no cuela! Llevo diecisiete o dieciocho años de vestuario sobre los hombros y sé de qué va esto. No soy de los que presumen delante de los jugadores, de los que sacan a relucir sus títulos de campeón del mundo, de Europa y todo el poderío. Solo quiero que comprendan lo que tienen que hacer.

Las excusas falaces, la falta de motivación, los pequeños escaqueos, las bajezas humanas y deportivas, las mentiras sobre las salidas nocturnas, las rivalidades perversas, los juegos hipócritas, las palmaditas en la espalda y las entradas duras... Zizou, el futbolista convertido en entrenador, conoce la lista al dedillo. En francés, italiano y español. Tampoco le hace falta intérprete para decirles a los futbolistas a la cara las verdades que hierven dentro de él, para desplegar los reproches y repartir las malas notas. Pero nunca, por nada del mundo, las recriminaciones paternalistas o profesionales se hacen en público, en un estrado, ante los micrófonos y las cámaras. Cuanto más severo e hiriente es el discurso, más en la intimidad se hace. No es marca de la casa marsellesa humillar a quien sea públicamente, los trapos sucios se lavan en el vestuario. Como su reacción, en enero de 2018, a la mayor crisis vivida por su equipo. En esa época crucial, los jugadores arrastraban la “depre” el fin de semana y los resultados eran más negativos que positivos. Y entonces Zidane, arreglador de entuertos internamente, se presenta abiertamente como el protector de sus chicos:

—No porque hayan tenido tres o cuatro malos resultados o porque hayan vivido tres o cuatro situaciones difíciles me voy a cambiar de chaqueta. Asumo lo que soy y defiendo a los míos con uñas y dientes. Creo en mis jugadores y será así hasta el final. No soy de los que echan mierda a uno o dos futbolistas cuando no están bien y que sueltan: “Es culpa de este o de aquel”. Estamos todos en el mismo barco.

Una actitud leal que, incluso en los momentos más tensos y delicados, le permitirá conservar el respeto y la admiración del conjunto de los miembros de su plantilla. Excepto quizá algunos ejemplos como el colombiano James Rodríguez y el galés Gareth Bale. Los detractores del método Zidane, dos víctimas de su apreciable intransigencia. Con él a los mandos, una justa radicalidad se impone. No tiene ninguna piedad para los poco motivados, por mucho talento que tengan, por muy caro que hayan costado al club, por mucho que brillen sus nombres en lo alto del cartel del fútbol mundial. Los que no se machacan en el entrenamiento no obtienen el derecho de disputar los partidos.

Publicado originalmente el 28 de marzo de 2020.