Crítica de Monkey Man (2024): reseña y opinión de la película

En ese sistema en el que la gente se reúne en mítines para aplaudir cada frase que suelta la nueva figura salvadora, a su vez, se permite que existan personas que vivan en la calle, que son desahuciadas de sus casas, que pone en duda lo que uno siente, que teme a la cultura. De hecho, Kid debe enfrentarse a aquellos que, por medio de la fuerza y el engaño, destruyen lo que queda de identidad cultural —en este caso la hindú— e intentan salvaguardar otra marcada por la perpetuación de una clase aristocrática totalmente degenerada e influenciada por occidente y su pasado colonial.

La idea de que Kid sea un novato en el arte de matar plantea una base narrativa que recuerda mucho a los blockbusteres de los ochenta de Hollywood. Sí, este filme es un viaje del héroe tan descarado que funciona a la perfección. Tal vez esta sea su mayor virtud: su imperfección y autoconsciencia. Hay que recordar que Monkey Man es un proyecto pequeño, aunque su alma es inmensa. No es imperfecta en sus imágenes, que, por cierto, son espectaculares —gran trabajo el de Dev Patel y su director de fotografía, Sharone Meir—, sino en su configuración.

Monkey Man es un Frankenstein, una gran parodia postmoderna tan desequilibrada y autoconsciente que cada plano consigue sacarle una sonrisa al que capte sus citas. Y no crean que son al azar o en vano, pues todo tiene su sentido y encaje. Por su puesto, esto es una película de acción, pero a ratos es exagerada a más no poder y eso me encanta. Hay momentos en los que la cámara gira tanto y tan rápido que no es posible ver lo que ocurre, y de fondo acompaña una música urbana extradiegética. Después, debemos enfrentarnos a las pausas de lo onírico que recuerdan a Terrence Malick, para volver al estruendo de la acción, que oscila entre Hardcore Henry (2015), Oldboy (2003), el Spiderman (2002) de Sam Raimi y el cine de John Woo —se nota que Patel es de los noventa—. Incluso, presenciamos la elegancia de los movimientos bressonianos en contraposición a un montaje irregular y mal encadenado que se ve acompañado de diversos géneros musicales disonantes entre ellos.

Dev Patel se lo ha pasado como un niño, el espectador se lo pasa como un niño y todos contentos. Si Patel ha conseguido esto con tan poco, no me quiero imaginar que haría con algo más de suerte y apoyo financiero. Aunque se dice que cuanto más dinero se meta en una producción, peor para el director. ¡Quién sabe! Por ahora, relajémonos, dejemos de pensar en lo que está por venir y disfrutemos de esta locura de película que están obligados —si me permiten obligarles— a ver en la pantalla más grande de sus barrios.