Que el londinense Alex Garland es un cineasta virtuoso no es a esta altura una novedad, pero en Guerra civil su vuelo estético y su capacidad para la puesta en escena adquieren nuevas dimensiones gracias un relato de una tensión y potencia abrumadoras. Sí, el nuevo film del director de Aniquilación es una experiencia extrema por lo que propone (un enfrentamiento bélico entre facciones en el corazón de los Estados Unidos), pero sobre todo por cómo lo expone: una narración que elude cualquier concesión demagógica y tranquilizadora, contradictoria, incómoda y, precisamente por eso, tan valiosa en estos tiempos de cine predigerido y dominado por la corrección política.

En un futuro no tan lejano y bastante reconocible (como si se acumularan los disturbios callejeros de Los Angeles, las matanzas de locos sueltos y la toma del Capitolio del 6 de enero de 2021, pero todo a la enésima potencia), estamos en la fase final de una guerra civil en la que las Fuerzas del Oeste de Texas y California y la Alianza de Florida avanzan de forma arrasadora hacia Washington, D.C., donde el presidente (Nick Offerman) resiste con las pocas tropas que le siguen siendo leales.



En ese contexto desolador (está lleno de situaciones hiperviolentas, brutales), cuatro fotoperiodistas salen a bordo de una camioneta desde Nueva York hasta D.C. en una road movie que los llevará por Pennsylvania y West Virginia rumbo a Charlottesville, uno de los frentes de la batalla. El cuarteto es particularmente diverso porque incluye a Sammy (Stephen McKinley Henderson), un hombre veterano y obeso que es una suerte de patriarca y mentor, dos profesionales curtidos y con experiencia como Lee (Kirsten Dunst) y Joel (el brasileño Wagner Moura), y la joven Jessie (Cailee Spaeny, la Priscilla de Sofia Coppola), que ocupa el lugar de la rookie tan inexperta como osada e irresponsable.

Vecinos colgados de unos ganchos, fosas comunes supervisadas por sádicos soldados (aterradora irrupción de Jesse Plemmons)... Guerra civil es un film de una crudeza infrecuente y en varios sentidos radical para el Hollywood contemporáneo. Una película muy política, sí, pero también un imponente ejercicio de cine de género a-la-John Carpenter. Y, si tuviera que buscar otras referencias más o menos plausibles, podría citar también a Niños del hombre, de Alfonso Cuarón; Exterminio, de Danny Boyle (Garland fue el guionista); y Vivir al límite / The Hurt Locker, de Kathryn Bigelow.

En un film que es siempre arrasador, arrollador, inmersivo y explosivo en sentido literal y figurado (es como llevar la guerra de los Balcanes o el conflicto en Gaza al propio suelo estadounidense) no todas las decisiones y escenas funcionan en la misma dimensión. De hecho, hay un puñado de segmentos musicales de tono videoclipero que parecen más una licencia (distender al agobiado espectador) que una decisión artística que potencie al relato. De todas formas, Guerra civil surge como una auténtica y bienvenida rareza que ratifica además a Garland como uno de los cineastas más irreverentes y audaces dentro del adocenado panorama actual.



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