Alfred Wallace, el gran desconocido de la teoría de la evolución

Alfred Wallace, el gran desconocido de la teoría de la evolución

En 1915 se colocó en la abadía de Westminster un medallón con su nombre, de esta forma pasaba a formar parte de la nómina de ingleses ilustres

El científico Alfred Wallace Wikicommons

Pedro Gargantilla

La historia se escribe con las gestas de los grandes hombres, desde Roal Amundsen en el Polo Sur hasta Edmund Hillary en la cima del Everest, pasando por Ernest Shackleton atrapado en los hielos antárticos o Alfred R Wallace , el científico que jugó un papel decisivo en la teoría científica más importante del siglo diecinueve.

En junio de 1858 Charles Darwin (1809-1882) recibió una carta de Alfred Russell Wallace (1823-1913) desde Ternate, en el archipiélago malayo. En ella adjuntaba un pequeño ensayo –unas quince cuartillas- en la que le proponía una teoría acerca del mecanismo a través del cual las especies evolucionan.

El inglés se quedó atónito con su lectura, ya que, como él mismo reconocería algún tiempo después, el manuscrito era un buen resumen de sus observaciones a bordo del Beagle. Reflexiones que todavía no se habían puesto en negro sobre blanco.

Un biólogo con mala suerte

Wallace fue un personaje polifacético, en su tarjeta de visita debería constar naturalista, explorador, biólogo, biogeógrafo, antropólogo, teórico y crítico social, opositor de la vacunación y de la presencia de vida inteligente en el planeta Marte .

Era un inglés nacido en Gales, como a él mismo le gustaba denominarse, y lo hizo en el seno de una familia con pocos recursos económicos, lo cual no fue impedimento para que pudiera desarrollar su pasión por la naturaleza.

Una primera incursión le llevó a la cuenca amazónica, en donde consiguió hacerse con una valiosísima colección de insectos. Desgraciadamente la fortuna no le sonrió, puesto que el barco que le devolvía a Inglaterra se incendió en mitad del Atlántico y con él desapareció su tesoro biológico.

Años después, ya a la edad de treinta y un años, emprendió una segunda aventura, en esta ocasión fijó el objetivo en el archipiélago malayo. Durante su estancia en tierras asiáticas intercambió una fecunda correspondencia con Darwin.

La misma conclusión por dos vías diferentes

En la epístola de junio de 1858 el galés le pedía a Darwin que, si le parecía lo suficiente interesante su teoría, le presentase el manuscrito al geólogo británico Charles Lyell para conocer su opinión antes de publicarla.

Darwin fue un hombre enormemente reflexivo y llevaba más de dos décadas dándole vueltas y más vueltas al mecanismo de formación de las especies. Sus observaciones indicaban que las especies se transmutaban en otras nuevas, pero no se había atrevido a publicarlo.

El naturalista inglés era consciente de la controversia que iba a generar en la sociedad victoriana esta teoría y no tenía claro si el esfuerzo merecía la pena. La carta de Wallace fue el empujón que necesitaba para que “El origen de las especies” viera la luz.

Los dos científicos llegaron a la misma conclusión por dos vías diferentes, uno desde su experiencia asiática y el otro gracias a su viaje alrededor del mundo.

En tan sólo doce días Darwin se las ingenió para organizar una lectura conjunta de los trabajos de los dos naturalistas en la Sociedad Linneana de Londres. Eso sí el orden de las presentaciones fue calculado milimétricamente, para que la prioridad de Darwin quedase perfectamente establecida, de esta forma nadie dudaría que la paternidad de la teoría sería suya. La fecha ha pasado a los anales de la historia de la ciencia: 1 de julio de 1858.

Es cierto que las evidencias y argumentaciones que reunió Darwin fueron abrumadoramente superiores a las que desarrolló Wallace a lo largo de su vida. Sin embargo, ¿qué habría pasado si Wallace nunca hubiese escrito a Darwin? ¿Se habría atrevido a publicarla? Nunca lo sabremos…

M.Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.

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