Causando cierta conmoción, tal y como reflejan las críticas de la prensa nacional, The Sixth Commandment ha desembarcado finalmente en España de la mano de Filmin. La producción estrenada en la primer cadena de la BBC, recoge la historia del asesinato del profesor y autor Peter Farquhar (interpretado por el célebre Timothy Spall) a manos de Ben Field, en uno de los casos considerados como más complejo y espeluznante de las últimas décadas en Reino Unido. Field también trató de asesinar a Ann Moore-Martin, quien acabó muriendo poco después.

¿Cómo puede ser un carismático estudiante y voluntario en una parroquia local de la Iglesia de Inglaterra acabe con la vida de su profesor con el que, además, mantiene una relación amorosa, y tiempo después intente matar también a un vecina suya? El caso ocupó portadas de periódicos en Reino Unido, pero también se hicieron eco de ello medios a nivel internacional. Field, sentenciado a cadena perpetua en 2019, cumple una condena que le tendrá en prisión un mínimo de 36 años.

La miniserie de cuatro capítulos producida para la BBC ha sido catalogada por algunos críticos como uno de los mejores true crime de los últimos años. El quinto mandamiento, como se titula en español por el desfase que existe en la cuenta de los diez mandamientos entre la Biblia católica y la Biblia anglicana, me parece, ante todo, una historia de amor.

Una existencia narcisista

El modus operandi de Field, tal y como recoge la serie, cuyos guiones escribe la veterana Sarah Phelps, reconocida entre otros trabajos por sus guiones de las adaptaciones de Agatha Christie, era manipular a la víctima para que se encariñase e incluso se enamorase de él, de manera que finalmente acabaran modificando sus testamentos para incluirlo en la herencia.

El problema que plantea la historia, tal y como la recoge la miniserie, tiene que ver con las propias existencias individuales. Aunque la crítica ha reconocido The Sixth Commandment por su cercanía con la persona, en realidad, es difícil no comprender a cada personaje expuesto a las consecuencias de sus propias decisiones y concepciones de la vida, sin que eso implique ser frívolos con sus condiciones de víctimas.

Así, Farquhar, que ora constantemente a Dios y predica incluso algunos domingos, es el mismo Farquhar que desespera ante su necesidad insatisfecha de ser amado. Y es el mismo Farquhar que no parece dudar (me ciño a la representación de la miniserie) en entregarse a los brazos de Field cuando este aparece y le dice que está enamorado de él. Tan solo al final, cuando ya está molesto con la actitud de Field, parece cobrar conciencia de lo que ha vivido, pero ya es tarde.

Así también ocurre con Ann Moore-Martin, una anciana, soltera toda la vida, que, sin embargo, ahora cae rendida a los pies de Field, con sus poesías escritas y su confesión de amor, sin prácticamente conocer nada de él y recibir a menudo visitas de su familia. Y es que, si por algo se ha destacado el caso de Ben Field, Peter Farquhar y Ann Morre-Martin, es por su capacidad de manipular a sus víctimas.

Predicando un domingo en la iglesia, Field toma el quinto mandamiento y lo lleva al terreno de la especulación ante la congregación. “¿Qué pasa con las vidas que parecen una carga, tediosa?”, pregunta. En la ecuación de Field, el amor no es en realidad amor, sino un medio o una herramienta por medio de la cual obtener lo que se quiere. Y la muerte (pecado) no es tal cosa si encontramos la forma adecuada de explicarla o justificarla. El punto en cuestión es si podemos llegar a justificar lo injustificable.

El amor de Jesús

En el caso de Farquhar, al que Field mata con una mezcla letal de benzodiazepinas, el amor de Cristo no parece serle suficiente, sino que trata de buscarlo en otros ámbitos de a vida. Y con Field entre brazos, al principio, su percepción de la vida cambia por completo.

Lo mismo le ocurre a Ann Moore-Martin, que a pesar de llevar toda la vida soltera se enamora de buenas a primeras de un hombre mas joven y que llega a pintarle frases en los espejos emulando la voz divina dando alguna orden específica. Una frase de Moore-Martin es clave en esta descripción: “En realidad, nunca me pidió que lo hiciera, sino que lo hice yo”, asegura perpleja. 

En realidad, el problema tiene que ver con nuestros amores, es decir, nuestra forma de amar. Traicionados por nuestros amores obsoletos a los que nos arraigamos sin cuestionar, aparece ante nosotros la idea de un amor perfeccionado, el amor de Cristo, profundo, ancho, elevado y longevo.

Y el suyo es un mandamiento nuevo: «que os améis los unos a los otros» (Juan 13:34-35). Necesitamos a Cristo para amar bien, de la forma adecuada. Y la obediencia a este nuevo mandamiento confirma el cumplimiento de todos el resto en su iglesia. Si hoy la iglesia sigue existiendo es por el amor incombustible, que nos ha dejado su influencia hasta hoy. Cristo es la cabeza de la iglesia, dice Efesios 4:12, y nuestro crecimiento se enfoca en poder ser presentados de alguna forma digna ante Él. Esto no lo van a hacer nuestros amores tribales y triviales, ancestrales y demás, sino el amor verdadero de Cristo, por el cual somos salvos, pero también transformados hasta la consumación en el futuro.