Crítica: Thin Lizzy - Thunder and Lightning | El Portal del METAL

Thin Lizzy - Thunder and Lightning

Enviado por El Marqués el Mar, 17/09/2013 - 21:25
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1. Thunder and Lightning
2. This is the One
3. The Sun Goes Down
4. The Holy War
5. Cold Sweat
6. Someday She is Going to Hit Back
7. Baby Please Don´t Go
8. Bad Habits
9. Heart Attack

Último capítulo. La impronta metálica que se atribuye a “Thunder and Lightning” desde el día de su publicación le ha servido para aguantar el paso del tiempo mejor que la mayoría de discos del que ya era un quinteto, con Darren Wharton acreditado desde el Lp anterior como miembro de pleno derecho, cuando en realidad de Heavy Metal hay poco, y ni siquiera se alcanza la potencia global de “Chinatown”.

Pese a ello, nadie puede negar que “Thunder and Lightning”, el tema, es la composición más salvaje y desenfrenada que Lynott escribió en toda su trayectoria, y que en la famosa “Cold Sweat”, una canción que se trajo consigo John Sykes, rivalizan sin problemas con cualquiera de los grandes budas del Metal.

¿Es, por tanto, el “Thunder…” un disco de Heavy Metal? Yo opino que no, pero qué mas da, solo es otro disco mas de Thin Lizzy, el último que grabaron, con una calidad extraordinaria para no variar, y sobre todo es un disco muy triste. Muy triste por lo que significa.

En 1982, Phil lanzó su segundo disco en solitario, “The Philip Lynott Album”, interesante pero más discreto que el anterior, y con pobres resultados en ventas. Tenía dos hijas, pero su esposa se había desenganchado, y había salido de su vida dejándole solo. Finalizada la relación con Snowy White, la carrera de Lizzy parecía haber llegado a un punto muerto. Lynott, no obstante, se mantenía alerta, como había hecho siempre, y ver a Eddie Van Halen poco tiempo después, por poner un ejemplo, grabando el solo de guitarra en el “Beat It” de Michael Jackson le daba ánimos. No estaba equivocado, entre el Rock Duro y el Pop había multitud de espacios que debían ser llenados, y él llevaba años haciéndolo.

Al igual que le ocurría a Keith Richards, nuestro guerrero celta, reencarnación del legendario Cu Chulainn, había venido al mundo para estar sobre un escenario. Sabía que su vida peligraba si pasaba demasiado tiempo alejado del show business, con posibilidad de centrar su atención en ocupaciones más peligrosas, de modo que se mantuvo atento, y debió alucinar al descubrir que el panorama ya no lo dominaban Sabbath, Zeppelin, Bad Company o Uriah Heep, sino cientos de jóvenes airados que se estaban comiendo el mundo bajo la bandera del Heavy Metal, un estilo que en realidad le era muy ajeno.

En esas circunstancias conoció a John Sykes, que tocaba con un grupo llamado Tygers of Pan Tang. Con su imponente presencia, su juventud, las largas melenas onduladas que David Coverdale, a su imagen y semejanza, impondría en su super banda en la segunda mitad de la década, y su impecable técnica a la guitarra, impactó a Lynott lo suficiente como para hacerle llamar a Scott Gorham y a Brian Downey: Era necesario, obligatorio, reactivar a Thin Lizzy.

Sykes aceptó, su planta y el aire fresco que iba a aportar con sus ideas habrían de captar la atenciòn del público que seguía a las novedosas bandas heavys, llenas de energía, y en la calidez del hogar todo parecía marchar sobre ruedas, pero Lynott había dado demasiados aldabonazos a la Industria, que tampoco tenía claro si venderle como un nuevo artista en solitario, o como la gloria caduca que capitaneaba a Thin Lizzy, esa banda para nostálgicos del Hard de otra época que poco tendría que hacer ante todos los Maidens o Mötleys del planeta, por citar a quienes estaban llamados a ser reyes de las escenas americana y europea.

Fue entonces cuando cerró ese pacto con la discográfica, que hoy día nos resulta incomprensible, de grabar un álbum a modo de despedida con su correspondiente tour, para poner punto final a la aventura, dejando en lo mas alto el prestigio de esa institución en el mundo del Rock que era Thin Lizzy.

No se sabe si soñaba con triunfar como solista, el anuncio del abandono habría de funcionar como reclamo, tal y como hemos visto en infinidad de ocasiones estos años, en los que hemos vivido mas tours y anuncios de despedidas que bombillas hay en un show de KISS, y, en definitiva, debió entender que las puertas para una futura reunión siempre podían quedar abiertas, pero este acuerdo mefistofélico iba a acabar con su banda, y pocos años después con su vida.

Por lo pronto, y sin darle demasiadas vueltas a la decisión, se encerró en el estudio junto a Gorham, Sykes, Downey y Wharton, para dar salida al “Thunder”.

La fuerza inicial del title track te aplasta contra la pared, y es verdad que el impacto es tan grande que, en el inconsciente de la audiencia ha quedado para siempre esa impresión de que estamos ante un disco más heavy que los aullidos de un diablo de Tasmania con las fauces ensangrentadas mientras devora a sus víctimas en mitad de la noche.

Aparte del ritmo brutal, el riff cortante que nos apuñala, y la violencia con que un enfurecido Phil escupe las estrofas, es de destacar el solo que se marca un Darren Wharton ya plenamente integrado con sus teclados, al estilo las mejores bandas de Hard Rock, que siempre se preocupaban de dejar espacio para que cada instrumento pudiera lucirse.

“This is the One”, con otro colosal ritmo, un estribillo muy característico y un duelo de guitarras estratosférico, la grisácea “Holy War”, que cuenta con un riff pausado tremendamente original, con las guitarras girando como un molinillo sobre sí mismas, y un Phil que canta como abatido, con un tono ya imposible de disimular de desesperanza y cansancio, y “Baby Please Don´t Go”, con enésima exhibición de onanismo guitarrero del bueno y un crescendo de locura en la mitad, nos llevarán de nuevo al terreno por el que la banda es más recordada: El Hard de infinita calidad.

Por no hablar de esas dos maravillas poco conocidas que son “Someday she is going to Hit Back” –el Lynott eternamente confundido por esa capacidad de hacer daño inherente a la condición femenina-, y la premonitoria “Heart Attack”, dos canciones de rock con una estructura, unos cambios y un nivel interpretativo por el que muchos de sus colegas matarían.

Completan “Cold Sweat”, con el atronador estribillo y ese solazo virguero de Sykes en la segunda mitad emulando a Blackmore o a Randy Rhoads, y anticipándose a todo un Malmsteen, la crepuscular e inigualable “The Sun Goes Down”, nueva muestra de esa capacidad que tenía la banda para hacer llorar de emoción al más cabestro, con su encanto, su calmada belleza, y otro solo de guitarra como para retirarse, y la festiva y simpática “Bad Habits”, uno de esos temas desenfadados, en los cuales Phil, y con él el resto de la banda, se convierten en quinceañeros de highschool pasados de rosca en busca de ligues, por la inocencia y el desparpajo con que suenan, sin caer en ningún momento en el ridículo.

Típico tema de Lynott que te arranca una sonrisa seguida de una lágrima, pues hasta el final de sus días, y por mucho que estuviera ahogado en vicios y problemas, conservó siempre ese lado de niño grande que en realidad solo quería divertirse sin hacer daño a los demás.

Con su imagen renovada y la vitalidad que inyectaba el nuevo guitar hero salieron de gira, arrasaron como hicieran desde aquellos lejanos inicios de los 70, cuando emocionaban a las audiencias de los pubs de Dublín tocando la tonada irlandesa “Whiskey in the Jar”, y finalizaron a lo grande con todos los músicos que habían militado en la banda participando en una jam final sobre las tablas del Hammersmith Odeon de Londres.

Pero al terminar, Lynott se vio obligado a cumplir su palabra y deshizo Thin Lizzy, pero con la boca pequeña, como suele decirse. Fundó una nueva banda llamada Grand Slam, y tuvo que disolverla al no encontrar compañía que le firmara un contrato. Lejos de los focos, se hundió mas y mas en la heroína, mientras sus compañeros gozaban de mejor fortuna. Downey se centró en la escena local de pubs, Gorham volvió a California y se rehabilitó, Wharton fundó su propia banda de Hard sinfónico y melódico Dare, al estilo Magnum, y Sykes grabó las guitarras del mejor disco de Hard Rock escrito en los últimos 30 años, el “1987” de Whitesnake.

Fue un viejo colega, otro astro del Hard, el mítico Gary Moore, quien logró devolverle parte de su ilusión, al ofrecerle la posibilidad de participar en “Run for Cover”, su masterpiece del 85 –verles juntos de nuevo tocando “Out in the Fields” y “Military Man” fue como ver a Dios por partida doble-, pero, desgraciadamente, en la Nochebuena de ese mismo año sufrió un colapso que le llevó al hospital, donde permaneció ingresado hasta el 4 de enero de 1986, una de las fechas más tristes para la historia del Rock.

Pocas semanas antes, Scott Gorham le había visitado, y le encontró en un estado deplorable. Phil le habló de reactivar una vez más a Lizzy, pero Gorham visualizó el trágico destino que aguardaba a su antiguo amigo, y con abatimiento se dijo a sí mismo “no lo vas a conseguir”.

La heroína, mezclada con los miles de litros de alcohol ingeridos a lo largo de su vida, llevaron a la tumba al inimitable Phil Lynott a los 36 años. Un tipo como Ted Nugent reaccionó con furia contra él, ganándose el desprecio de miles de fans y de unos cuantos críticos, pero no de Philomena, la madre de Phil, que entendía que la Bestia de Detroit estaba lamentándose en voz alta por la pérdida de un talento tan enorme, que no se había sabido cuidar, ni encontrar un equilibrio en su vida.

A mitad de la pasada década se erigió una estatua en su honor en Harry Street, Dublín, con Gary Moore ejerciendo de maestro de ceremonias, en un encuentro multitudinario en que si bien se echó de menos a Sykes y a Snowy White, allí estaban Eric Bell, Darren Wharton, y sobre todo sus tres compañeros en la formación de los 70, Downey, Gorham y el díscolo Brian Robertson, bien conservado, con su melena alisada, camiseta negra de tirantes, gafas de sol y aura de verdadero rock god. Os dejo una imagen que muestra el lado más humano de la fiera aquel día, en brazos de Philomena Lynott.

Aún hoy, a Gorham y a Sykes se les hace un nudo en la garganta cuando se les pregunta por el día que murió Phil, por la forma en que se enteraron, y lo recuerdan como un momento que quisieran borrar de sus vidas.

Vamos a despedirnos con King of Spades , la gran canción que le dedicó Darren Wharton en el extraordinario primer Lp de Dare, en 1988. Tenemos la suerte de que otro melómano como nosotros ha traducido la letra. Se puede leer cada verso, cerrar los ojos, e imaginar la figura de Phil, sino la última, sí una de las mayores estrellas del Rock que ha existido.

¿La puntuación? Discrepar sobre eso en lo que es el testamento musical de esta banda es un insulto que no voy a consentir.

Phil Lynott: Voz, Bajo
Scott Gorham: Guitarra
John Sykes: Guitarra
Brian Downey: Batería
Darren Wharton: Teclados

Sello
Vertigo