Carlos Boyero: ‘The Wire’, la Serie | Televisión | EL PAÍS
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Columna
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‘The Wire’, la Serie

Todo es complejo en ella. Los villanos y los que representan a la supuesta ley. Y todo suena a verdad, revestida de muchas capas, repleta de matices, con anverso y reverso

Una imagen de 'The Wire'.

Cada seis meses vuelvo a ver sin interrupciones una obra de arte con formato de serie de televisión titulada The Wire. O sea, a disfrutarla, a sentirla, a deslumbrarme, a descubrir que podría pasarme la vida en ella, olvidar todas mis penas y mis carencias. No hay tiempos muertos, momentos prescindibles, fallos, bajones. Todo funciona en estado de gracia. Las tramas, los guiones, los diálogos, los personajes, los intérpretes. Su desarrollo apasiona y su lucidez asusta. Demuestra que la batalla contra el poder estará siempre perdida, que la corrupción de las instituciones es finalmente invulnerable. Pero también hay gente que no renuncia a tocarle los genitales al monstruo, que creen en la lucha por un mundo menos injusto y cruel.

Todo es complejo en ella. Los villanos y los que representan a la supuesta ley. Y todo suena a verdad, revestida de muchas capas, repleta de matices, con anverso y reverso. Hay dureza, realismo de primera clase, piedad, sarcasmo, paradojas, violencia interna y externa. Es una fiesta para el paladar, la inteligencia y el corazón. Posee olor y sabor. Y que cada espectador elija su temporada y sus personajes favoritos. Yo le tengo un amor especial a las que abordan la educación de los niños negros y la supervivencia en los muelles. Y me enamoran un yonqui tragicómico y conmovedor llamado Bubbles y Omar, ese atracador de traficantes, homosexual tan chulo como viril, con irrenunciables códigos de lealtad.

The Wire la inventó David Simon. Me da mucha pena que haya regresado a Baltimore para volver a hablar de la policía en la grisácea e irrelevante La ciudad es nuestra. No hay que profanar los mejores recuerdos.

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