Rodeo (2022), de Lola Quivoron

Julia es una joven para la que la vida tiene forma de moto. Sólo piensa en estos vehículos de dos ruedas, y como chica marginal que es, la única forma que tiene para hacerse con una es robarla. El método es responder a algún anuncio, decir que quiere probar la moto, como es natural, y largarse a toda velocidad. En una de estas ocasiones, acude a una reunión de jóvenes moteros marginales, en la que se produce un accidente, pero la actitud decidida de ella se gana el respeto de sus compis, mayoritariamente masculinos.

Cansina película coescrita y dirigida por Lola Quivoron, que interesará, pero no a todos, a los que se mueven en los ambientes de “tribus” de moteros, chupando asfalto y haciendo el caballito y demás cabriolas. Quizá tenga mérito a modo documental, mostrar las tripas de los lugares donde se mueven este tipo de personas que sólo viven para los motos, viviendo al margen de la ley y con escaso sentido moral, ya sea en lo relativo a respetar la propiedad ajena, pero también en ayudar a los colegas. Sea como fuere, falta algo importante, una trama capaz de atrapar, pues no hay propiamente una historia que contar, y hasta resulta repetitivo ver a la protagonista birlando fotos, mientras que carece de interés algunos que nos muestren como la visten “de normal”, o algo así. Si se nos quería hablar de libertad, de labrar tu destino frente a una vida convencional, el resultado no resulta muy estimulante.

Entiendo que los actores hacen de sí mismos, pues no tienen a sus espaldas filmografía alguna, así que se supone que la gracia del trabajo interpretativo de Julie Ledru, Yannis Lafki y compañía estriba en su naturalidad, y vale, tienen cierto talento innato, véase el momento en que Kaïs pide a Julia que sonría. Sí, son convincentes. Pero convincentes en un film errático y vacuo.