En The Comedy, la tercera película de norteamericano Rick Alverson, un grupo de treintañeros neoyorquinos de clase acomodada se dedicaba a pasear su indolencia por las calles de la gran urbe. Pese a la simplicidad de sus vidas, carentes de verdaderas preocupaciones, estos jóvenes arrastraban un malestar difícil de localizar, un estado de confusión moral que los llevaba, como a los personajes de Michelangelo Antonioni, a un estado de parálisis interior. En The Mountain, la nueva y fascinante película de Alverson, ese malestar parece haberse extendido al conjunto de la población. Y lo interesante del caso es que la propagación de este virus de soledad y aflicción ha tenido un efecto retroactivo. The Mountain se sitúa en los años 50 del siglo pasado y su historia se construye en torno a la figura (real) del polémico médico Walter Freeman, conocido por su defensa de la psicocirugía y en particular de la lobotomía. Freeman está interpretado por el siempre magnético Jeff Goldblum, que insufla al personaje un aire excéntrico y pintoresco: henchido de carisma, Freeman se revela como un mujeriego borrachín.

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Sin embargo, Freeman no es el principal protagonista de The Mountain. Dicha distinción le corresponde a un joven llamado Andy al que encarna un pasmado y compungido Tye Sheridan, que ofrece la contracara distópica de su personaje en Ready Player One. Tras la muerte de su padre, Andy decide acompañar al médico lobotomista con la esperanza de dar con su madre, ingresada en un sanatorio mental. Esta elemental premisa convierte The Mountain en un film itinerante y elíptico que en realidad podría definirse como una road movie estancada. Tomando la parálisis como leit motif temático y estético –fondo y forma son aquí un todo–, Alverson construye toda la película con planos que tienden a la estasis, la frontalidad y, en algunos casos, la simetría. El formato cuadrado de la imagen acentúa el encierro y parálisis de los personajes, que arrastran su desconcierto por elegantes, inquietantes y pálidos tableaux vivants. Nada se mueve en el mundo de The Mountain: sanatorio tras sanatorio, lobotomía tras lobotomía, todo rasgo de voluntad, deseo, anhelo o amor es cercenado por la terrorífica técnica quirúrgica de Freeman, perfecta metáfora de un mundo que coarta el pensamiento, la sexualidad libre y todo aquello que se desmarca de la supuesta “normalidad”. A la hora de diagnosticar a su pacientes/víctimas, Freeman no es capaz de ir más allá de una pregunta trampa: “¿escucha usted voces?”.

Entre los encantos de The Mountain se encuentra la austera y efectiva evocación de la América semirural (small town ) de los años 50 del siglo XX, que no por casualidad es el periodo al que hace referencia el Make America Great Again de Donald Trump. Además, más allá del retrato de la psique devastada del pueblo yanqui –a ratos la película parece un film de zombis o la versión americana del universo del taiwanés Tsai Ming-liang–, The Mountain contiene un revelador retrato cultural. Como en The Master de Paul Thomas Anderson, Alverson muestra un país de predicadores y charlatanes, hombres hechos a sí mismos (self made man) que renuncian a cualquier forma de escrúpulo para mantener en pie su negocio, su culto, su egolatría (¿otra vez Trump?). En este escenario de devastación existencial –punteado por unos planos en los que el vacío impone su ley–, Alverson deja un recodo para el sosiego: escuetos gestos de afecto y compasión cuya intensidad y desnudez hacen pensar en los maestros del cine trascendental: Robert Bresson o Carl Dreyer. Fugaces halos de luz en el corazón de la tragedia: la película más devastadora que ha visto este crítico en mucho tiempo.

Dirección: Rick Alverson
Reparto: Tye Sheridan, Jeff Goldblum, Hannah Gross, Denis Lavant, Udo Kier, Danielle Smith
Título en V.O: The Mountain
Nacionalidad: USA Año: 2018 Fecha de estreno: - Género: Drama Color o en B/N: Color
Guión: Rick Alverson, Dustin Guy Defa, Colm O'Leary
Sinopsis: En la América 50, un joven comienza a trabajar con un doctor especializado en lobotomías. Devastado por la pérdida de su madre, empieza a verse identificado en los pacientes de su maestro.

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Manu Yáñez

Manu Yáñez es periodista y crítico de cine y está especializado en cine de autor, en su acepción más amplia. De chaval, tenía las paredes de su habitación engalanadas con pósteres de ‘Star Wars: Una nueva esperanza’ de George Lucas y ‘Regreso a Howards End’ de James Ivory, mientras que hoy decora su apartamento con afiches de los festivales de Cannes y Venecia, a los que acude desde 2003. De hecho, su pasión por la crónica de festivales le cambió la vida cuando, en 2005, recibió el encargo de cubrir la Mostra italiana para la revista Fotogramas. Desde entonces, ha podido entrevistar, siempre para “La primera revista de cine”, a mitos como Clint Eastwood, Martin Scorsese, Angelina Jolie, Quentin Tarantino y Timotheé Chalamet, entre otros.

Manu es Ingeniero Industrial por la Universitat Politécnica de Catalunya, además de Máster en Estudios de Cine y doctorando en Comunicación por la Universitat Pompeu Fabra. Además de sus críticas, crónicas y entrevistas para Fotogramas, publica en El Cultural, el Diari Ara, Otros Cines Europa (escribiendo y conduciendo el podcast de la web), la revista neoyorkina Film Comment y la colombiana Kinetoscopio, entre otros medios. En 2012, publicó la antología crítica ‘La mirada americana: 50 años de Film Comment’ y ha participado en monografías sobre Claire Denis, Paul Schrader o R.W. Fassbinder, entre otros. Además de escribir, comparte su pasión cinéfila con los alumnos y alumnas de las asignaturas de Análisis Fílmico de la ESCAC, la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Es miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y la Escritura Cinematográfica) y de FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), y ha sido jurado en los festivales de Mar del Plata, Linz, Gijón, Sitges y el DocsBarcelona, entre otros. 

En el ámbito de la crítica, sus dioses son Manny Farber, Jonathan Rosenbaum y Kent Jones. Sus directores favoritos, de entre los vivos, son Richard Linklater, Terence Davies y Apichatpong Weerasethakul, y su pudiera revivir a otros tres serían Yasujirō Ozu, John Cassavetes y Pier Paolo Pasolini. Es un culé empedernido, está enamorado de Laura desde los seis años, y es el padre de Gala y Pau.