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Reseña: The Imitation Game

| 30 de enero de 2015
No es cosa fácil relatar la vida de un personaje tan enigmático y significativo como lo fue Alan Turing. Al enorme matemático no nada más se le recuerda como el gran héroe de guerra que descifró el código Enigma de la marina nazi, sino como el creador de los algoritmos que permiten que hoy estemos así, frente a una computadora personal, como si fuera la cosa más natural del mundo.

Mucho más allá de los elementos comúnmente recitados de su biografía, Turing acuñó los primeros principios de lo que podría ser la inteligencia artificial y se convirtió, por vida y muerte, en un símbolo de la lucha por los derechos de los homosexuales. La existencia de este gran pensador no queda entonces limitada a sus enormes logros científicos sino que se mezcla, irremediablemente, con complejos problemas políticos y sociales. La brutalidad con que fue recompensado por una labor de importancia mayúscula en la guerra (castración química por decreto de la reina) sólo puede comprenderse en el marco de su espíritu siempre libre y de su convencida vocación patriótica. Inglaterra empujó al suicidio a un hombre que la quiso profundamente, que luchó por ella, y que buscó, sin lograrlo, ser libre en el país que adoraba.

Un artefacto preciso

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The Imitation Game se basa libremente en la monumental biografía que hace Andrew Hodges de este personaje esencial. La película es un artefacto ingeniosamente fabricado, bien llevado y hasta simpático. La trama está hilada con buen ritmo y eficiencia emocional, se mantiene un constante humor en medio de la solemnidad esperada para una película que transcurre durante la Segunda Guerra Mundial. Porque aquí se narran más bien los pormenores detrás de las bambalinas del conflicto, ahí en donde no caen tan cerca las bombas, donde no hay frente y los árboles todavía se llenan de pájaros; la guerra ganada por los británicos en los pizarrones que desarticularon los movimientos codificados de la armada nazi.

El título de la película señala muy bien ciertas intenciones en el sentido de mezclar estos heroicos hechos de guerra tras escritorio con la vida misma del científico. Turing era homosexual en un momento en que las preferencias sexuales se castigaban penalmente en cuanto desviaban de la buena regla de la cortesía inglesa. Indecencia le llamaban. Y, claro, queriendo centrar su trama en una insistente problemática de espionaje entre alemanes y británicos por un lado y entre soviéticos y el resto de los aliados por el otro, la cinta pretende elaborar sobre la doble significación de su título. “The imitation game” (El juego de la imitación) era una especie de test ideado por Turing para distinguir, en una comunicación a distancia, la presencia de un interlocutor máquina o de un interlocutor humano. Parte constitutiva de su pensamiento pionero en la inteligencia artificial, este nombre sirve en la cinta para indicar también la doble vida que debía llevar el matemático escondiendo su homosexualidad y los importantes secretos de estado que conoció por su involucramiento en la guerra.

En este sentido, se trata de una película de guerra, de un thriller de espionaje, tanto como de una biopic centrada en la vida del científico. Se combinan las imágenes de archivo sobre la guerra con los flashbacks hacia la adolescencia y el despertar sexual de Turing en un internado para hombres (ahí, el joven Alex Lawther interpreta con increíble precisión y maestría los años mozos del matemático). Por eso también vemos, en el poster de la cinta, la cara de Cumberbatch interpretando a Turing sobrepuesta frente a la máquina universal que creó para resolver los códigos de guerra alemanes.

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Se trata de una película de guerra, de un thriller de espionaje, tanto como de una biopic centrada en la vida del científico

En esta representación que oscila entre vida y obra, el actor británico recrea –hasta donde lo permite el guión– con particular soltura al científico: desarrolla gestos, pequeñas incomodidades, movimientos nerviosos y el hablar algo tartamudo que traduce una velocidad de pensamiento fuera de lo usual. En contraparte a estas dos actuaciones no se comprende –para los que aún buscan darle sentido– la nominación al Oscar de Keira Knightley que, básicamente, hace el exacto mismo papel que siempre ha hecho.

Como logro narrativo, dentro de sus ambiciones de premios, la película está bien construida, bien actuada, y bien dirigida. La música es eficiente, el diseño de arte preciso y el guión dice exactamente lo que quiere decir sin torpezas en la expresión. Todo parece envuelto y arropado para conseguir las nominaciones que tanto le gusta cosechar a la productora de Harvey Weinstein –que se ha llevado en los últimos años Oscars por The King’s Speech (2010) y The Artist (2011). Pero ahí también radican los problemas constitutivos en el tratamiento de la historia y en las libertades que se tomaron los productores para interferir con la biografía de Hodges. Hay algo en esta cinta que se siente simplificado, maniqueo y rápido, todo parece más luminoso que oscuro, más esperanzador que derrotado. Y, en el caso de tratar la vida trágica de Turing, esto puede ser un serio problema.

Los pecados de una adaptación poco pecaminosa

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Toda la idea de The Imitation Game gira, como señalamos, entre los juegos de espías y los secretos de Turing. El problema de este acercamiento –que, en principio, puede sonar atractivo– es que termina por defraudar su aparente denuncia. El espionaje priva sobre la vida íntima de Turing: importan más los juegos entre MI6 y el gobierno británico, entre generales testarudos e intrigosos espías, que los verdaderos conflictos internos del personaje. (Y esto es si consideramos de entrada que los conflictos de Turing tuvieran que ver con el secreto sobre su sexualidad, cosa que es por demás dudosa).

Según relatan biógrafos, historiadores y el testimonio mismo de cartas, amigos y documentos, Turing era bastante abierto para la época en cuanto a su homosexualidad. De hecho, lo caracterizan como un hombre reservado pero alegre, siempre dispuesto a bromear con quienes consideraba dignos y a callar como tumba frente a quienes despreciaba. Se decía que era imposible estar en el entorno del matemático y no distinguirlo por su presencia física, por su humor, por la vivacidad de sus ojos azules. Todos los que lo rodeaban sabían además de sus preferencias sexuales y él no tenía mucho empacho en comentarlas. Incluso lo hacía con cierta ternura cándida, como lo relata su amiga Lyn Newman citada por Hodges: “Querido Alan, recuerdo que me decía tan sencillo y triste: ‘nada más no puedo creer que sea más placentero ir a la cama con una chica que con un chico’”.

Y todos estos detalles biográficos, aparte de muchas imprecisiones históricas, parecen irse al traste en la película por una voluntad de agradar fuera de cualquier escándalo. No hay verdaderas escenas de tensión sexual entre hombres, todo el romance se convierte en un asunto platónico entre él y la que fuera su esposa Joan Clarke (Knightley) en una manera bastante hollywoodense. Todo se mantiene en secreto, todo se atribuye a la timidez o a la discreción. La decisión interpretativa de la película podría ser tan válida como la de cualquier otro documento; el problema aquí es que se hace una caricatura del hombre que desmerita su carácter visionario. Turing sabía del peligro que siempre lo acechaba con los estrictos y ridículos códigos penales británicos, pero pareció nunca darle tanta importancia como aquí se dibuja. En la película se le pinta como un hombre pasivo, miedoso y reprimido; se figura entonces al patriota castigado como a un traidor temeroso; a un hombre de carácter avanzado para su tiempo como a un pusilánime aplastado por la época.

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A diferencia de los testimonios históricos, en la película se pinta a Turing como un hombre pasivo, miedoso y reprimido

Y esto también permea en la caricatura que se hace de él como científico. El Turing de esta película se ajusta más al matemático de A Brilliant Mind mezclado con un dejo de Sheldon Cooper. Se borra la personalidad única retratada por su biógrafo para lograr la caricatura básica del genio incomprendido; se ajusta su rebeldía y su actividad con una sexualidad reprimida en pasividad.

En los años cincuenta se mezclaba el machismo evidente y devoto con la paranoia de los espías soviéticos en Inglaterra: se consideraba que la homosexualidad debía ser “curada” también porque los homosexuales al servicio del estado podrían ser más propensos, por “debilidad” y “calentura”, a divulgar secretos de la corona. Se considera incluso la posibilidad de que, por éstas, entre otras razones, Turing haya sido asesinado. Independientemente de las circunstancias de su muerte, el retratar a Turing como este ser  atormentado por su homosexualidad secreta y su falta de “normalidad”, enamorado de su máquina como un traslado de un amor frustrado de juventud (llama a la máquina Christopher como su primer romance fallecido), es alimentar el mismo prejuicio de la época. Y esto al punto de decir que, para esconder su sexualidad, Turing era capaz de ocultar a un espía ruso inmiscuido en los más altos asuntos del estado (espía real que, como afirman los historiadores, Turing posiblemente nunca conoció).

Tal vez sea yo el que idealiza la figura de Turing. Y, sin duda, toda interpretación biográfica es sólo una interpretación más, otra ficción reconstruida con apariencia de verdad. Pero, en todo caso, esta forma de caricaturizar al visionario matemático me parece que desmerita completamente al hombre que biógrafos e historiadores han tratado, con tanto empeño, de restituir a una dignidad menos adepta a los prejuicios rápidos.

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Retratar a Turing como este ser atormentado por su homosexualidad secreta y su falta de “normalidad”, es alimentar el mismo prejuicio de la época

Porque si Alan Turing fue una víctima de la estupidez humana en el poder, también fue el hombre que siempre se mofó de las vistas cortas y de las buenas conciencias. ¿No escribió él mismo este razonamiento que pronosticaba ya la falta de inteligencia de sus perseguidores: “Turin cree que las máquinas piensan/ Turing se acuesta con hombres/ Por lo tanto las máquinas no piensan”? Esta misma falta de inteligencia se matiza con el tiempo, pero la película no queda exenta de muchos prejuicios sutiles e insidiosos. Podríamos aplicar la misma esencia del título al resultado de la producción: ¿fue esta cinta hecha desde una dimensión humana o estamos en verdad frente a una máquina fabricada para cosechar premios? En definitiva, no van a encontrar aquí lo singular de Turing, sino una excusa más que toma una figura enorme para transmitir, sin mucha vergüenza, un mensaje que sigue siendo particularmente pequeño.

Lo bueno

  • La actuación de Cumberbatch y Lawther, que a pesar de lo caricaturesco del guión, hacen papeles notables.
  • La producción en general, en cuanto a realización eficaz y pulida.
  • Una trama bien construida, que guarda con el suspenso un constante buen humor.

Lo malo

  • La actuación acartonada, como siempre, de Keira Knightley.
  • Las imprecisiones históricas al servicio de una interpretación poco propositiva.
  • Que la interpretación que hacen de Turing es, además de llana, un tanto insultante para el personaje.
  • La insidiosa presencia de prejuicios banales que no deberían formar nunca parte de la historia de un hombre como Turing.

Veredicto

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El mito de Turing rebasa por mucho lo que se sabe a ciencia cierta de su vida. La manzana envenenada con un mordida, restos de su suicidio mítico recordando a Blancanieves, figura en la parte de atrás de toda Mac. Y claro, los mitos transforman la realidad, la llevan a otros significados, la fijan en otros lugares; esto ocurre espontáneamente, en el tiempo, de boca en boca. The Imitation Game retoma el mito, lo vuelve a interpretar y en esto se pierde algo de la inocencia de una historia convertida en leyenda.

Aquí se derrumba una buena realización por una serie de prejuicios malogrados en una manipulación espectacular de la historia. Tal vez no se deba convertir la historia de Turing en un relato apto para todo público, en una película accesible que deja a los asistentes sintiéndose a gusto con el mundo podrido en el que vivimos; tal vez deba indignar como indignó que en 2012 la reina lo perdonara cuando no había nada que perdonar. A Turing nadie le tiene que construir excusas para la aprobación popular. Con todo esto, nos queda lo que bien dijo Rick Juzwiak: “Alan Turing fue un hombre grandioso y complejo; The Imitation Game es apenas una película disfrutable. El primero cambió al mundo, la segunda ni siquiera intentó moverlo”.

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Título: The Imitation Game

Duración: 114 min.

Fecha de estreno: 5 de febrero de 2015

Director: Morten Tyldum

Elenco: Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Charles Dance, Matt Strong, Matthew Goode

País: Reino Unido, Estados Unidos

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