Los niños de Winton (2023), de James Hawes

1987. Nicholas “Nicky” Winton es un anciano que vive junto a su mujer en su chalet de Maidenhead, en Inglaterra. Nicky mantiene aún vivos los recuerdos del pasado, cuando en 1938 puso en marcha con su madre y otros colaboradores el Comité Británico para los Refugiados en Checoslovaquia. La idea era ayudar a miles de familias checas que habían llegado a los suburbios de Praga en su huida de los Sudetes, zona recientemente anexionada al III Reich.

Los niños de Winton es una película inspiradora, a la que le viene como un guante la célebre frase de Edmund Burke: “Para que triunfe el mal solo se necesita que los buenos no hagan nada”. Estamos ante una de esas historias en donde el modo de contarlas pasa a ser una cuestión secundaria, porque lo que de verdad importa son los sucesos heroicos que se narran, hechos que logran que el espectador siga creyendo en el ser humano. El director James Hawes, curtido en numerosos episodios de series televisivas, como Black Mirror, El alienista o Penny Dreadful, cuenta la historia real de Nicholas Winton (1909-2015) y de la llamada operación “kindertransport”, por la que él y sus colaboradores pudieron sacar de Checoslovaquia a un total de 669 niños, en su mayoría judíos, durante 1938 y 1939, antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial.

Un libro escrito por Barbara Winton, hija de Nicholas, sirve de base para el guión. Narrada con estilo clásico, sin alardes formales, Los niños de Winton se estructura en dos tiempos: en 1987, con un Nicholas ya anciano que recuerda vivamente los sucesos pretéritos y siente que aún no ha sellado el vínculo abierto con esos niños checos; y en 1938, en donde se ilustran los esfuerzos por organizar los convoyes desde Praga, la gestión con las autoridades, la búsqueda de familias de acogida en Reino Unido. El resultado es sobrio y emocionante, con algún momento aislado propicio para la lágrima. Pero sobre todo, como ocurría con La lista de Schindler, es reconfortante comprobar que en medio de la barbarie siempre hay personas capaces de jugarse la vida y emplear todos sus esfuerzos en hacer el bien a sus semejantes, por muchas que sean las dificultades y los peligros.

La película no ofrece acciones bélicas, violencia o momentos de tensión, pues se trata simple y llanamente de rendir un precioso homenaje a Nicholas Winton, y en este sentido es un relato sencillo y sereno, que no añade elementos extra para aumentar el dramatismo. El reparto hace un trabajo sumamente eficaz, con un magnífico Anthony Hopkins ya anciano en el papel principal. Le acompañan bien Lena Olin como su mujer, Helena Bonham Carter como su carismática madre, Johnny Flynn como el joven Winton y Romola Garai como su compañera de fatigas. Como curiosidad se puede añadir que uno de los niños salvados por Winton fue Karel Reisz, que con el tiempo llegó a convertirse en un prestigioso director de cine, abanderado del llamado Free Cinema británico.