Terciopelo azul (1986) de David Lynch. Revista Mutaciones
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TERCIOPELO AZUL

La ensoñación tras la cortina azul

Terciopelo azul (1986), cuarto largometraje de David Lynch y segundo producido por Dino de Laurentiis, fue la salvación que vino a devolver a Lynch a la etiqueta de ‘culto’ tras el batacazo de Dune (1984). Llegando a ser denominado como “el primer film surrealista americano”, esta película le valió al director norteamericano su segunda nominación al Óscar como mejor director tras ser nominado anteriormente por El hombre elefante (1980). Para muchos, Terciopelo azul significó un mayor acercamiento a la visión tan característica y personal de un Lynch poco comprendido. No obstante, la que fuera su película ‘más asequible’ hasta la fecha, estableció un antes y un después en su trayectoria fílmica. En Terciopelo Azul se encuentran condensadas su vertiente más experimental —equiparable a la que mostró en Cabeza borradora (1977)— y la cristalización de unos nuevos esquemas estéticos y narrativos que acabarán configurando un estilo personal que Lynch perfeccionará en obras posteriores como Twin Peaks: Fuego camina conmigo (1992), Mulholland Drive (2001) o Carretera perdida (1997), películas que terminaron consolidando la esencia de su universo propio.

Terciopelo azul (1986) arranca con uno de los inicios más emblemáticos del cine. Frente a un amplio y despejado cielo azul, unas cuantas rosas rojas despuntan sobre la impecable blancura de una valla, conformando una suerte de bandera estadounidense que, si bien no es símbolo de elevado patriotismo, suscita, a ojos del espectador, esa habitual imagen opulenta e impecable del american way of life. Seguidamente, acompañadas por los compases del Blue Velvet de Bobby Vinton, varias imágenes se van sucediendo para retratar la apacible y maravillosa vida en la localidad de Lumberton, un lugar que parece sacado directamente del universo fotográfico de Paul Outerbridge. Un cartel da la bienvenida —como también ocurría en Twin Peaks (1990-91)—, a este lugar utópico donde nunca ocurren desgracias que perturben la tranquilidad de sus habitantes. Hasta que David Lynch viene a transformar ese sueño americano destapando las realidades subterráneas que lo gobiernan en las sombras. De ahí que tras esa idílica sucesión de coloridos escenarios acabe la primera secuencia acercando la cámara al suelo, penetrando en su interior para dar cuenta de ese submundo u océano de oscuridad que permanece oculto bajo la población. Con esta metáfora visual inicial, a la que seguirán muchas otras, Lynch viene a establecer un primer aviso para que no nos dejemos engañar por esa infundada y engañosa apariencia de la realidad, haciendo eco nuevamente de las complementariedades antagónicas entre lo superficial y lo oculto.

La bajada de Orfeo a los infiernos

La misteriosa aparición de una oreja plagada de voraces hormigas en medio de un descampado será suficiente para que el joven Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), un Orfeo moderno, acabe descendiendo al submundo pesadillesco de Lumberton con la ayuda de Sandy Williams (Laura Dern) para tratar de descifrar la incógnita que envuelve el caso. La primera vez que contactan con el lado oscuro de Lumberton es a través de su llegada a The Show Club —un local similar al club Silencio al que acuden Rita y Betty en Mulholland Drive (2001)—, donde encontrarán a la ‘dama azul’ Dorothy Vallens (Isabella Rossellini), una enigmática cantante que pronto se convertirá en el objeto de deseo de Jeffrey. Si bien desde ese momento se aprecia un cambio de registro, no será hasta que Jeffrey irrumpa a escondidas en el apartamento de Dorothy que comiencen a relucir las pulsiones más recónditas que permanecían escondidas dentro de las personas que habitan ese espacio. Haciendo una representación explícita de la violencia a través de lo corporal y lo abyecto, Lynch nos adentra en el atormentado mundo que habita en el interior perturbado de sus personajes.

Hay una cierta naturalización del acto violento, algo que se ejemplifica con la escena en la que Jeffrey observa encerrado en el armario la dominación sádica a la que Frank Booth (Dennis Hopper) somete a Dorothy, siendo testigo de una perversa conducta sexual, muestra de la extrema violencia ligada al placer que han adquirido ambos. Entremezclándose fetichismo —el terciopelo azul— con sadismo —la obtención de placer de Dorothy mediante la violencia—, se encuentra el termino de lo abyecto, que viene a ser obtenido a través de la escoptofilia que muestra Jeffrey. El acto que está presenciando, en términos psicológicos, le produce atracción y repulsión a partes iguales. Su placer voyeurista es una simbiosis entre lo que la psicoanalista Julia Kristeva denominaba lo abyecto y lo que Laura Mulvey denominó la búsqueda del placer escopofílico. Pero, al igual que Jeffrey lo padece, Lynch también nos hace partícipes a nosotros, puesto que el empleo de la cámara subjetiva desde el punto de vista del protagonista enfatiza en el espectador un voyeurismo hopperiano. Pues, al igual que “el retratador de la sociedad moderna”, Lynch manifiesta en su película un tajante “fin de la vida pública”, violando la intimidad para mostrarnos las tinieblas que habitan en el ser humano. Y, al final, en su descenso a los infiernos, Jeffrey, ese Orfeo salvador, no rescata a su amada, sino que se hunde en la espesura de la inmoralidad y la depravación junto a ella.

“Es un mundo extraño”

Pero ¿y si todo lo visto hasta ahora no es más que fruto de la ensoñación de Jeffrey? Para responder a esto es necesario atender a cómo se inicia y cómo finaliza Terciopelo Azul. Y lo hace, homenajeando a su título, con una cortina de terciopelo azul.

Es sabido por cualquier amante de su cine que Lynch tiene una peculiar obsesión por las cortinas, las cuales están siempre presentes en muchas de sus películas. En una entrevista para TimeOut London el cineasta confesó que: “No sé de dónde salió, pero me encantan las cortinas. Hay algo tan increíblemente cósmicamente mágico en que las cortinas se abran y revelen un mundo nuevo”. Ciertamente, para él las cortinas cumplen con su función de elemento misterioso. Tras ellas, uno nunca sabe qué se puede esconder. Y no es casualidad que los telones de terciopelo azul abran y cierren el relato —más allá de establecer un inicio y un final made in Hollywood, pues a través de ellos se palpa una inquietud que viene dada por su movimiento flemático y ondulante. Porque ese movimiento ralentizado, hipnótico, es el que viene a decir que lo que ocurre tras él es una revelación de lo onírico, de la ensoñación. Son varias las escenas en las que Lynch introduce al espectador en un mundo donde todo está en slow motion. Incluso pistas sobre esa posible ensoñación son dadas a lo largo del film de manera bastante precisa. “Es un mundo extraño” dicen en varias ocasiones Jeffrey y Sandy; también se apela a ella cuando Frank canta In dreams, el tema de Roy Orbison frente a Jeffrey, enfatizando la estrofa: “In dreams, I walk with you, In dreams I talk, to you”. Y la más evidente llega de la mano de un travelling que va desde la oreja putrefacta hasta salir por la oreja de Jeffrey al final de la cinta. Todo ello, en apariencia premeditado, lleva a pensar que es más que posible que lo que creíamos real en realidad no es más que una proyección introspectiva de Jeffrey. Así, podría decirse que la cortina azul actúa como un medio físico entre la realidad y la ensoñación onírica.

Nuevamente, la fina línea que divide ‘lo real’ y ‘lo imaginado’ asidua en el cosmos cinematográfico de Lynch, viene a reforzar esa idea de mostrar lo oculto, lo inaccesible. La principal baza con la que juega Lynch es la de crear una realidad onírica palpable y creíble, donde pese a distorsionarse el tiempo, ralentizar las imágenes y mostrar visiones perturbadoras que solo podrían tener lugar en los sueños, la atmósfera que se percibe es verosímil. Así pues, Terciopelo azul termina con la misma sucesión de secuencias con la que daba comienzo, realizando un juego de espejos que nuevamente ocasiona la sospecha de que lo vivido es todo fruto de una perturbación en la mente de Jeffrey. Y, como añaden los últimos versos de la canción que resuena al final, “And I Still can’t see Blue Velvet throught my tears”.


Terciopelo azul (Blue Velvet, EE.UU., 1986)

Dirección: David Lynch / Guion: David Lynch / Producción: De Laurentiis Entertainment Group / Música: Angelo Badalamenti / Fotografía: Frederick Elmes / Reparto: Kyle MacLachlan, Isabella Rossellini, Dennis Hopper, Laura Dern, Dean Stockwell, George Dickerson, Jack Nance, Hope Lange, Brad Dourif, Priscilla Pointer, Frances Bay.

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