poster de tenet, la nueva película de christopher nolan
Warner Bros.

Dirección: Christopher Nolan Reparto: John David Washington, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki Título Original: Tenet País: Estados Unidos, Reino Unido Año: 2020 Fecha de estreno: 26-08-2020 Género: Thriller Color o en B/N: Color Guion: Christopher Nolan Fotografía: Hoyte van Hoytema Sinopsis: Una acción épica que gira en torno al espionaje internacional, los viajes en el tiempo y la evolución, en la que un agente secreto debe prevenir la Tercera Guerra Mundial.

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Lo mejor: la audaz disección, en clave moderna, de los mecanismos y arquetipos de un cine de corte clásico.
Lo peor: el drama sentimental tiene poca entidad, pero eso acaba reforzando las otras caras del film.

Como suele ocurrir en las últimas películas del director de cine franco-suizo Jean-Luc Godard (Breathless, My Life to Live), llega un momento durante el visionado de Tenet en que el espectador toma consciencia de la imposibilidad de comprender en su totalidad el vendaval de ideas contenidas en las imágenes… a no ser que uno tenga un Máster en Física, como el personaje al que da vida Robert Pattinson en la nueva odisea conceptual de Christopher Nolan.

No es la primera ocasión en que el director de El truco final se atreve a proponer una teoría del caos. En Origen, la exploración de mundos oníricos llevaba al británico hasta los límites de lo inteligible, sobre todo en su prolongado clímax final, que figuraba hasta el momento como el cénit de su trayectoria como creador de arquitecturas imposibles. Sin embargo, la mente racional y el ortopédico sentimentalismo de Nolan siempre se interponían en sus sueños de grandeza. Como pone de manifiesto Tenet, el cine de Nolan vivía maniatado por un combate interno entre el deseo de llegar más lejos y la necesidad de explicarse y conmover al espectador a toda costa. La realidad es que la única emoción genuina que puede surgir del universo de Nolan es una suerte de revelación intelectual. En Tenet, ese momento de iluminación llega, para el espectador, cuando el vértigo que supone no llegar a asimilarlo todo (obcecarse en ello implica quedarse mirando la punta del iceberg nolaniano) se transforma en la asombrada contemplación de los mecanismos internos de la película (su prodigiosa conversión del cine-espectáculo en cine-pensamiento).

Al poco de empezar Tenet, un personaje-satélite le descubre al noble y aguerrido protagonista (John David Washington) que el peligro al que se enfrenta se condensa en “un GESTO y una PALABRA”. La PALABRA podría ser “Tenet” pero también “Macguffin”, ese elemento de suspense, sin mayor relevancia en la trama, que utilizaba Alfred Hitchcock para mantener en movimiento a sus personajes. Un recurso que Nolan, víctima del frenesí creativo, emplea de forma compulsiva, multiplicándolo hasta la extenuación (Hitchcock se conformaba con una falsa identidad, dinero robado o uranio nazi, uno por película, mientras que Nolan, solo en Tenet, necesita un cuadro de Goya, lingotes de oro, otro cuadro de Goya, plutonio, una ecuación mortífera…). Por su parte, el GESTO es aún más revelador: dos manos que, al entrecruzar sus dedos, dibujan un ir y venir que se encuentra en un punto central. A nivel narrativo, Tenet puede parecer un galimatías –un laberinto de intereses cruzados que se dirimen en diversas líneas temporales y en múltiples y memorables set-pieces–, sin embargo, a nivel conceptual y sensorial, la película se construye, de manera elemental, como un movimiento permanente en dos direcciones, hacia adelante y hacia atrás, como el oleaje del mar por el que navega su trío protagonista, que parece salido de la embarcación de La dama de Shanghai (1947) de Orson Welles: un villano desquiciado y megalómano (Keneth Branagh), una desvalida femme fatale (Elizabeth Debicki) y un aparente advenedizo (Washington).

Tocado por el germen de la modernidad fílmica –aquella que va de Godard al Richard Kelly de Southland Tales–, el Nolan de Tenet se recrea en la deconstrucción de los arquetipos del noir y del thriller de acción, desdibujando la personalidad de sus criaturas (en una secuencia de acción para enmarcar, la identidad de los personajes queda reducida a llevar un brazalete azul o rojo). El monstruo al que da vida Branagh actúa como un histrión salido de una función escolar de Shakespeare (el propio casting de Branagh funciona como un meta-comentario); los héroes no se quitan la corbata ni para escalar hasta la cornisa de un edificio propulsados por una catapulta elástica; y el Protagonista (así figura el personaje de Washington en los créditos) ya no tiene ni nombre ni pasado. ¿Pero quién los necesita cuando de lo que se trata es de convertirse en una página en blanco sobre la que esculpir GESTOS y poner PALABRAS? Palabras como “MacGuffin”, pero también “fe” y “mentira”, las dos ideas sobre las que se vehicula el “discurso” de Tenet (llamarlo “trama” sería desvirtuarlo, y de hecho, en varios momentos de la película, los aceleradísimos diálogos parecen un monólogo interior recitado por Nolan).

Los personajes de Tenet “mienten” más que hablan; en realidad, se les entiende mejor por la manera que tienen de moverse o de mirar que por lo que parlotean. Aunque, para mentiroso, Nolan, que convence al estudio Warner Bros., y al mundo entero, de que ha hecho un entretenimiento a lo James Bond cuando lo que tiene entre manos es un personalísimo tratado sobre la fuerza del GESTO fílmico como acto de “fe”. La fe, por ejemplo, en la posibilidad de construir una película desbordante a nivel visual empleando simples variaciones de la imagen revertida, imágenes que van hacia atrás. Habrá quien encuentre el sentido de Tenet en la construcción de un relato laberíntico y en el impacto emocional de atisbar el fin del mundo (nos esperan años de teorías-fan sobre la película), pero, en el fondo, la esencia de la propuesta de Nolan está en el tratamiento primitivo de la maravilla visual, a la manera de Georges Méliès. Algo parecido a lo que hizo Godard en su rudimentario y prodigioso uso del 3D en Adiós al lenguaje. Aunque no hace falta buscar tan lejos. Este crítico ha pasado tardes memorables grabando con sus hijos videos en modo reverso gracias a la aplicación de móvil ReverX.

Los GESTOS de Tenet pueden ser de una simplicidad desarmante, pero sus implicaciones, en términos cinematográficos, son mayúsculas. Cuando descubre la existencia de una nueva tecnología capaz de revertir el tiempo, el Protagonista intenta dominarla, someterla a su voluntad. En ese momento, la científica que le está asesorando (Clémence Poésy) le recomienda dejar de pensar y empezar a “sentir” el retroceso temporal, dejarse guiar por el instinto, por la “fe” en que la consecuencia será capaz de invocar a la causa. Sí, se trata de creer, y Nolan transfiere ese mandato de fe al espectador, que debe confiar en Tenet a ciegas, en sus GESTOS deslumbrantes, en sus “mentiras”, en sus criaturas sin fondo, hechas de celuloide (de 70mm): personajes que citan como autómatas, a la manera de Godard, palabras de Walt Withman, de T.S. Eliot, de los protagonistas de Casablanca. En el fondo, se trata de creer en el cine como fábrica de sueños y como alimento para el pensamiento.

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Manu Yáñez

Manu Yáñez es periodista y crítico de cine y está especializado en cine de autor, en su acepción más amplia. De chaval, tenía las paredes de su habitación engalanadas con pósteres de ‘Star Wars: Una nueva esperanza’ de George Lucas y ‘Regreso a Howards End’ de James Ivory, mientras que hoy decora su apartamento con afiches de los festivales de Cannes y Venecia, a los que acude desde 2003. De hecho, su pasión por la crónica de festivales le cambió la vida cuando, en 2005, recibió el encargo de cubrir la Mostra italiana para la revista Fotogramas. Desde entonces, ha podido entrevistar, siempre para “La primera revista de cine”, a mitos como Clint Eastwood, Martin Scorsese, Angelina Jolie, Quentin Tarantino y Timotheé Chalamet, entre otros.

Manu es Ingeniero Industrial por la Universitat Politécnica de Catalunya, además de Máster en Estudios de Cine y doctorando en Comunicación por la Universitat Pompeu Fabra. Además de sus críticas, crónicas y entrevistas para Fotogramas, publica en El Cultural, el Diari Ara, Otros Cines Europa (escribiendo y conduciendo el podcast de la web), la revista neoyorkina Film Comment y la colombiana Kinetoscopio, entre otros medios. En 2012, publicó la antología crítica ‘La mirada americana: 50 años de Film Comment’ y ha participado en monografías sobre Claire Denis, Paul Schrader o R.W. Fassbinder, entre otros. Además de escribir, comparte su pasión cinéfila con los alumnos y alumnas de las asignaturas de Análisis Fílmico de la ESCAC, la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Es miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y la Escritura Cinematográfica) y de FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), y ha sido jurado en los festivales de Mar del Plata, Linz, Gijón, Sitges y el DocsBarcelona, entre otros. 

En el ámbito de la crítica, sus dioses son Manny Farber, Jonathan Rosenbaum y Kent Jones. Sus directores favoritos, de entre los vivos, son Richard Linklater, Terence Davies y Apichatpong Weerasethakul, y su pudiera revivir a otros tres serían Yasujirō Ozu, John Cassavetes y Pier Paolo Pasolini. Es un culé empedernido, está enamorado de Laura desde los seis años, y es el padre de Gala y Pau.