Syd Barrett, el líder de Pink Floyd que se hundió en el ácido lisérgico y la locura hasta convertirse en un fantasma - Infobae

Syd Barrett, el líder de Pink Floyd que se hundió en el ácido lisérgico y la locura hasta convertirse en un fantasma

Fue fundador de la banda británica, que poco después lo expulsó por sus conductas lunáticas. Creativo, inmanejable, pionero del rock psicodélico, era adicto al LSD y padecía patologías mentales que nunca fueron diagnosticadas. La relación con Roger Waters y David Gilmour y su muerte, el 7 de julio de 2006, a los 60 años, con su talento y cabeza destrozados

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Syd Barrett, el "diamante loco" de la canción de Pink Floyd
Syd Barrett, el "diamante loco" de la canción de Pink Floyd

En 1974 Pink Floyd estrenó “Shine On You Crazy Diamond”, gema musical de 26 minutos 11 segundos dividida en nueve partes, elegía en vida al cantante y compositor Syd Barrett, el diamante loco del título. Una canción bella, sofisticada, ecléctica, críptica, adelantada a su tiempo y triste, muy triste. En síntesis, un tributo acorde con el homenajeado. Acorde y raro, porque el homenajeado no mostró la menor emoción y porque los autores del homenaje lo habían echado de Floyd, la banda que había liderado, en 1968. Dos años antes grabaron “The Piper At The Gates of Dawn” (El flautista a las puertas del alba), disco debut, emblema del rock psicodélico británico, surgido de la imaginación lisérgica de Barrett.

Seamos justos, en 1968 Barrett estaba catatónico -por la locura, por el LSD, por lo que fuera- y luego iba a estar peor. Tenía 22 años. Demasiado joven hasta para sumarse al Club de los 27, la institución de los socios póstumos y “romantizados”, como Brian Jones, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain y Amy Winehouse, entre tantos. Además, aunque lo dieron por muerto durante sus últimas tres décadas, Barrett no murió -no terminó de morirse- hasta los 60 años, de un cáncer de páncreas. Fue el 7 de julio de 2006, en Cambridge, la ciudad en la que había nacido. Ni se había enterado, pero en su cuenta bancaria tenía dos millones de euros por derechos de autor más por regalías de ventas de discos más cuota-culpa de sus ex compañeros. Como no tenía hijos, el dinero fue a hermana, que lo había cuidado hasta el final.

Duelo paterno

Roger Keith Barrett, más adelante Syd, nació el 6 de enero de 1946. Desde chico se destacó por su talento para escribir; llevaba un diario íntimo e imitaba el estilo de los escritores malditos que leía. Era, le gustaba ser, boyscout, actividad que suena extraña para un mito atormentado. La había heredado de su padre, Arthur Max Barrett, anatomista patológico de la Universidad de Cambridge, científico de gran prestigio que murió de cáncer a los 52 años. Syd tenía 15: el amparo sobreprotector de su madre, Winifred, lo asfixió como una dulce condena. En las letras del incipiente Pink Floyd se reflejaron los elementos fantasmales del padre ausente: desde la lírica de Arthur Max -que amaba el arte y la naturaleza- hasta el réquiem solapado en su memoria.

Roger Waters, Syd Barrett, Nick Mason y Richard Wright en los estudios BBC: Pink Floyd en 1967 (Photo by Chris Walter/WireImage)
Roger Waters, Syd Barrett, Nick Mason y Richard Wright en los estudios BBC: Pink Floyd en 1967 (Photo by Chris Walter/WireImage)

Prisionero de ese duelo, Syd buscó salidas transitorias a través de la música, el esoterismo y el consumo de drogas duras. En la Cambridge High School se hizo amigo de Roger Waters -dos años más grande, cuyo padre había muerto en la Segunda Guerra- y de David Gilmour, que le enseñó los primeros acordes de guitarra. A Barrett también le interesaban las ciencias ocultas, la filosofía china y la teosofía. A los 17 años quiso sumarse a la Sociedad Teosófica, pero fue rechazado. En cambio, el mundo del LSD le abrió sus puertas. Con los meses, pasó de la introspección al hermetismo absoluto y, luego, a la misantropía.

En el libro “A Very Irregular Head”, Rob Chapman, su biógrafo, da un panorama juvenil: “Sus amigos aseguran que se aislaba, que era alguien con un costado enigmático, un tipo con el que nunca podías estar en contacto pleno. Incluso su novia Lindsay lo consideraba aburrido, encerrado en su mundo. Barrett desaparecía y se iba a ver paisajes; se maravillaba con la naturaleza. Con el tiempo, Lindsay descubrió que, muchas veces, Syd sólo era feliz en compañía de sí mismo”.

Lo de feliz corre por cuenta de Lindsay; lo de aburrido parece tener más basamento. El propio Barrett declaró alguna vez: “Se supone que todo el mundo debe divertirse cuando es joven. Lo ignoro, porque nunca me pasó”.

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Las puertas de la percepción

A comienzos de los 60, Waters convocó a Barrett para que le pusiera voz, guitarra y creatividad a The Abdabs, con él en bajo, Rick Wright en teclados, Nick Mason en batería y Bob Klose -luego obligado por su padre a abandonar la banda para dedicarse a estudiar arquitectura- en guitarra. Fanático del rhythnm and blues, Syd se unió al grupo. Poco después, propuso cambiar el nombre por The Pink Floyd Sound, en homenaje a dos bluseros poco conocidos, Pink Anderson y Floyd Council. El 15 de octubre de 1966 tocaron por primera vez en vivo, en Roundhouse, con el nombre Pink Floyd y canciones de Barrett que no se parecían a nada.

En 1967 firmaron contrato con el sello EMI y lanzaron sus primeros discos simples, con temas de Syd. Empezaron por “Arnold Layne”, cuya letra hacía eje en un tipo que robaba bombachas para ponérselas (David Bowie grabó una versión con Gilmour), y siguieron con “See Emily Play”, que les abrió las puertas de los estudios Abbey Road, el de los Beatles. Ahí grabaron “The Piper...”, álbum plagado de letras de Barrett que bordeaban el surrealismo: “Astronomy Domine”, “Interstellar Overdrive”, “The Gnome”, “Lucifer Sam”, “Flaming” y “Bike”, que recordaba la costumbre de Barrett de andar en bicicleta por Cambridge.

Pero, en esa época, viajaba por su mente: imposible saber si el medio de transporte era su creatividad, sus patologías o sus adicciones. Probablemente todo. Luego optó por el silencio o, peor, por las frases intermitentes, inconexas, incoherentes. Por momentos, perdía noción del paso del tiempo y de la ubicación en el espacio. Invitaba a los ensayos a su amigo David y, cuando Gilmour llegaba, no lo reconocía. Sobre el escenario, tocaba una nota y se quedaba con la mirada perdida. La banda contrató a un psiquiatra, R.D. Laing, para que lo desintoxicara. No lo logró.

Syd Barrett con Pink Floyd en el International Love-in Festival de Londres en 1967 (Photo by Michael Putland/Getty Images)
Syd Barrett con Pink Floyd en el International Love-in Festival de Londres en 1967 (Photo by Michael Putland/Getty Images)

En 1968, Syd pasó de la excentricidad al delirio. Pedía, por ejemplo, que una canción sonara como la noche y terminara como el atardecer. Muy poético, muy vanguardista, pero difícil de llevar a cabo. O no. Todo era posible en el universo Barrett.

En su casa de St. Margaret Square el panorama era caótico. Mick Rock, fotógrafo que lo entrevistó para la revista Rolling Stone, transcribió una de las frases más coherentes de Barrett: “No es fácil hablar de mí. Tengo una cabeza muy irregular. Y, de todos modos, no soy para nada como pensás que soy”. Mucho después, el fotógrafo describió la morada del artista: “El departamento de Syd era un agujero de mierda. El lugar más loco del mundo. Siempre había un gentío, como en una estación de subte en hora pico. Tenía dos gatos, Pink y Floyd. Vivieron con él hasta que lo obligaron a abandonar ese lugar. De vez en cuando les daba ácido. Imaginen las escenas que se vivían”.

En enero de 1968, los miembros de Floyd decidieron sumar a Gilmour como quinto integrante del grupo sin despedir, por el momento, a Barrett, que ya no articulaba una frase de corrido. El plan era que se convirtiera en una especie de Brian Wilson para los Beach Boys, una especie de estrella testimonial sin responsabilidades. Es decir, no se lo expulsaba, pero tampoco se lo convocaba para recitales, grabaciones, promociones ni presentaciones televisivas: en una de ellas, se había mantenido con los labios sellados, dejando en evidencia el playback. Los papelones se sucedían y no parecían tener una fecha límite.

El principio del fin para Barrett (arriba a la derecha) en Pink Floyd fue con la llegada de David Gilmour (arriba a la izquierda) como guitarrista de la banda. Él ya no recordaba las canciones
El principio del fin para Barrett (arriba a la derecha) en Pink Floyd fue con la llegada de David Gilmour (arriba a la izquierda) como guitarrista de la banda. Él ya no recordaba las canciones

Adiós Barrett

En abril de 1968, tras varios desmadres de Barrett, el resto de los integrantes de Floyd dio marcha atrás con su plan y lo invitó a abandonar la banda. La separación, al parecer, fue dura para todos. Waters y Gilmour, más cercano a Syd, tomaron el control antes de convertirse en enemigos íntimos. Pero esa fue otra cuestión. La salida de Barrett marcó al grupo hasta en las letras; algunas malas lenguas acusaron a Waters de construir un mito romántico con materiales tristes. Lo cierto es que hicieron discazos como “El lado oscuro de la luna”, de 1973, con canciones como “Brian Damage” y “Eclipse”; “Wish You Were Here”, de 1975, con el tema homónimo y “Shine On You Crazy Diamond”; y “The Wall”, de 1979, que combinaba, con genialidad, las desgracias de Waters con las de Barrett.

Lo de Syd fue más austero e irregular. Ayudado por Gilmour en producción, probó una carrera solista: en 1969 lanzó, contra todo pronóstico, “The Madcap Laughs” y, en 1970, “Barrett”. Luego, consiguió que lo acompañaran otros tres músicos y formó Stars. El crítico Roy Holligworth, presente en primer show en el Melody Maker, lo describió en tiempo presente: “Delante de mí, tres personas encogen los hombros y se retiran; no entienden a Syd Barrett. Tampoco lo entienden los que hablan en los rincones del local ni el encargado de las luces, que las enciende antes de tiempo y hace que veamos que quedan menos de treinta espectadores. Pero Barrett sigue tocando, como si entendiera. Y toca y toca y toca. Ningún tema en particular; ningún tema, en realidad. Suena desafinado casi todo el tiempo”. Final de la carrera musical del fundador de Pink Floyd.

Completamente extraviado, al otro lado de la realidad, Barrett dijo que quería convertirse en médico y se instaló en la casa de su infancia, junto a su madre. Desde entonces quedó fuera de radar público y hasta algún medio informó su muerte, con necrológica sensiblera incluida. Recluido, Syd engordaba -la marihuana le provocaba un hambre constante- acompañado por 25 guitarras que no tocaba. Sus actividades saludables eran la jardinería y la pintura abstracta, en la que también demostraba su capacidad creativa. En algún momento, su familia lo internó en una clínica psiquiátrica, pero los médicos no le encontraron la vuelta. Tras el fallecimiento de Winifred, Syd se entregó a la más extrema decadencia física y mental; quedó al cuidado de su hermana, Rosemary, quien lo consideraba “una persona muy dañada y muy infeliz”.

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La versión original de Wish you were here, de Pink Floyd, en homenaje a Syd Barrett

Último acto

El 5 de junio de 1975, Pink Floyd grababa “Wish You Were Here” en el estudio 3 de Abbey Road. Mientras tocaban los acordes de “Shine on You Crazy Diamond”, los músicos notaron que los observaba un vagabundo que había logrado entrar en la sala.

Waters le preguntó a Mason quién era ese tipo gordo, pelado, ojeroso. Tenía una bolsa en la mano y llevaba un mameluco debajo: pensaron que era un empleado de mantenimiento del lugar, curioso ante la presencia de estrellas. Alguien sugirió que podía tratarse de un fan. Gilmour estaba a punto de pedir que lo retiraran cuando empezaron a entender que ocurría: un Syd espectral los estaba visitando, como en un sueño o en una puesta en escena de un último acto.

Los testimonios sobre aquel encuentro fueron difusos y en algunos casos contradictorios. Tardaron un rato en animarse a hablarle y encontrar el tono. Desde la otra orilla de la vida o quién sabe desde dónde, Barrett les ofreció sumar guitarras y, con incómoda amabilidad, le explicaron que ya estaban grabadas. Waters quiso pasarle la versión de “Shine On...” y Syd le preguntó para qué, si ya la había escuchado; además opinó que el sonido le parecía antiguo. El desconcierto se impuso en la sala. Más que épica -el barniz posterior con el que pasaría a la historia- la escena parecía absurda, incluso grotesca. Fue la última vez que estuvieron todos.

“Cada vez que canto Shine On You Crazy Diamond, Syd está ahí. Todo el tiempo. La canción describe cómo experimenté su desintegración y el deseo, que tenía y todavía tengo, de que a pesar de todo estuviera bien. Esa canción celebra el talento de Syd y su humanidad. Además, expresa mi amor hacia él”, declaró Waters, cuando Barrett seguía vivo pero recluido. Gilmour, ya alejado de Waters, confesó que jamás puede tocar esa canción sin pensar vivamente en su amigo Syd.

Roger "Syd" Barrett, el 6 de junio de 2006, un mes y un día antes de su muerte (Grosby)
Roger "Syd" Barrett, el 6 de junio de 2006, un mes y un día antes de su muerte (Grosby)

¿En la montaña de la locura?

Aún hoy se debate si Barrett sufría esquizofrenia, desorden bipolar, u otro problema mental, o era “solamente” un adicto irrecuperable a las drogas duras. “Definitivamente Barrett no era alguien normal, pero tampoco era un demente -concluyó Chapman-. Si considerás la época de la psicodelia en Londres, existían muchas drogas y él las consumía todas. Más que estar loco, sufría severas crisis de inseguridad exacerbadas por el uso de LSD y otras sustancias. Barrett quiso vivir los años que estuvo con Pink Floyd haciendo música maravillosa, tratando de librarse de sus tormentos y de ser y no lo que el mundo quería. Siendo francos, había otros músicos más excéntricos y caóticos en esa época, como Nick Drake, un tipo igual de talentoso que se suicidó con antidepresivos a los 26 años”.

Según Rosemary, durante sus últimos años -en los que padeció diabetes- Syd no recordaba que había sido el fundador de Floyd y ni siquiera sabía que era músico. Todavía era joven, pero el misterio de su enajenación persistía e iba a sobrevivirlo.

Tras su muerte, Waters, Gilmour y Rosemary emitieron un comunicado conjunto en el que transmitieron su consternación. Paul McCartney, David Bowie, Jimmy Page (Led Zeppelin), Pete Townshend (The Who), Blur, Brian Eno y hasta los Sex Pistols, entre muchos otros músicos, reconocieron que habían recibido la influencia artística del diamante loco.

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