Spencer Tracy, que estás en los cielos
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Entreclásicos por Rafael Narbona

Spencer Tracy, que estás en los cielos

El papel del actor en 'Capitanes intrépidos' es una excelente compañía para un maestro, especialmente en una época donde un igualitarismo demagógico ha minado el principio de autoridad

3 marzo, 2020 02:04

Pilar Miró nos enseñó en Gary Cooper, que estás en los cielos (1981), que los mitos, lejos de ser cachivaches del pasado, siguen actuando en nuestras vidas. Eso sí, ya no se trata de los mitos de la Antigüedad o la Cristiandad, sino de los que han surgido en el cine, el cómic, la moda o la música pop. La alta cultura se ha convertido en un espacio marginal frecuentado por una minoría, lo cual ha malogrado su capacidad de generar mitos. La ópera, el teatro, la literatura y la música culta ya no modulan las conciencias. En cambio, el arte menor o arte popular no deja de producir mitos, que nos explican en qué consiste el heroísmo –Indiana Jones-, el aprendizaje -Yoda-, la elegancia –James Bond-, la resistencia contra la opresión –Sarah Connor-, o la entereza ante la enfermedad, como es el caso de la película de Miró. Andrea Soriano, la protagonista de Gary Cooper, que estás en los cielos, percibe al mítico sheriff de Solo ante el peligro como un amigo cercano y generoso, dispuesto a estar a su lado en los momentos de máxima angustia e inquietud. El ser humano no puede sortear la adversidad sin la solidaridad de sus semejantes. De ahí que Gary Cooper, en el papel de Will Kane, sheriff de Hadleyville, pida ayuda para enfrentarse a una partida de forajidos que ha jurado matarlo. Desgraciadamente, nadie –salvo un adolescente- se muestra dispuesto a arriesgar su piel para respaldar al hombre que durante años ha mantenido la ley y el orden, asumiendo toda clase de riesgos y sacrificios. Andrea Soriano también sufrirá la defección de los amigos y la soledad cuando le golpea la enfermedad, pero contará con Gary Cooper, que le proporcionará fortaleza y serenidad en las horas más aciagas. Los mitos no son de carne y hueso. Podríamos afirmar que por eso nunca nos defraudan, pero cometeríamos una injusticia, pues necesariamente los mitos habitan a un mundo intemporal. Gracias a esa circunstancia, nos sirven de inspiración y nos hacen compañía en los momentos cruciales de nuestras vidas. No está de más recordar que para William Blake la imaginación era la verdadera realidad.

Mi mito de celuloide más querido no es Gary Cooper, sino Spencer Tracy. Actor carismático y con un gran talento interpretativo que le permitía desenvolverse con la misma soltura tanto en la comedia como en el drama, uno de sus papeles más inolvidables es el del pescador portugués Manuel Fidello, protagonista de Capitanes intrépidos (Captains Courageous, Victor Fleming, 1937), que relata el proceso de educación y redención de Harvey Cheyne (Freddie Bartholomew), el hijo malcriado de un magnate. Después de pasar más de dos décadas en las aulas de secundaria, solo puedo admirar la pedagogía de Manuel, que asume casi sin esfuerzo la tarea de ayudar a madurar al egoísta y descarado Harvey, ejerciendo una autoridad basada en su honestidad como pescador y como hombre. Capitanes intrépidos es una adaptación de la novela homónima de Rudyard Kipling, publicada en 1896. Ser pescador en esas fechas significaba trabajar en unas condiciones de extrema dureza y peligro. Todo era artesanal y precario. Las pequeñas embarcaciones de pescadores desafiaban al mar y a los grandes buques y transatlánticos, que podían partirlas por la mitad en un día de niebla. El riesgo de morir era elevadísimo. Y el trabajo cotidiano, sumamente penoso: cortes con el cuchillo de despedazar, anzuelos hundidos en la carne que viajaban por todo el cuerpo, temporales que podían provocar un naufragio, interminables noches heladas. Manuel Fidello es un hombre bueno y sencillo, hijo de otro humilde pescador que solo le dejó un acordeón, pero que le enseñó a sentirse bien por dentro y por fuera, cultivando el amor al trabajo, el sentido del compañerismo, el buen humor, la integridad, el respeto a sus semejantes y la confianza en Dios. En cambio, Harvey es hijo de un poderoso hombre de negocios que le dejará como herencia un imperio económico. Manuel es feliz con lo poco que tiene; Harvey, no. Tener todos sus caprichos no puede compensar la ausencia de su madre –fallecida prematuramente– y su padre, que apenas pasa tiempo con él, pues sus empresas e inversiones le absorben por completo. El azar reunirá los destinos de Manuel y Harvey, revelando que un ser humano no puede madurar sin trabajo, esfuerzo y sacrificio. Para ser útil a la sociedad, el individuo debe aprender a postergar sus intereses personales, consagrando sus energías al bien común. El bien común no es una entelequia, sino el taller de la excelencia moral y el lugar donde se adquiere la condición de persona, superando el estéril individualismo.

Harvey ha crecido bajo la sombra protectora del dinero, gozando de toda clase de privilegios. Despótico, intransigente y manipulador, no le interesa la amistad, sino la sumisión. Piensa que todos están a su servicio y jamás se pone en el lugar de los demás. Intenta sobornar a los profesores y chantajear a sus compañeros. Cuando no lo consigue, recurre a la mentira, fingiendo que sufre el acoso de sus maestros y el maltrato de sus condiscípulos. Cuando su padre, Frank Burton Cheyne (Melvyn Douglas) descubre que ha criado a un pequeño Maquiavelo, decide pasar más tiempo con él, iniciando un crucero en un transatlántico de su propiedad. Piensa una vez más que el dinero es suficiente. No entiende que su hijo necesita algo más importante: la tutela de un padre que le guíe en sus primeros pasos, enseñándole a distinguir el bien del mal. La paternidad es un ejercicio de generosidad que implica olvidarse de uno mismo. No se trata solo de proteger, sino de inculcar sentimientos de responsabilidad, autocrítica y solidaridad, sin los cuales nunca se podrá completar satisfactoriamente el viaje hacia la edad adulta. Se educa con el ejemplo, no con sermones ni con regalos que intentan reemplazar el tiempo que debe dedicarse a la tarea más hermosa y delicada: forjar el carácter, esculpir el temperamento, labrar el espíritu para que no sea esclavo de la pereza, el capricho y el egoísmo. Frank Burton Cheyne fracasa como padre, pero Manuel logrará que tenga una segunda oportunidad.

Spencer Tracy, Freddie Bartholomew y Lionel Barrymore protagonizan la película dirigida por Victor Fleming

Durante el crucero, Harvey sigue abusando de sus privilegios como hijo de un millonario. Apuesta con otros niños que puede comerse una cantidad disparatada de helados, lo cual le provoca una indigestión y un mareo. Después de tambalearse por cubierta, se cae al mar. Se habría ahogado sin la milagrosa intervención de Manuel, que lo pesca como si fuera un atún y le socorre, ayudándole a expulsar el agua que ha tragado. Harvey pasa a convertirse en el pasajero de una modesta goleta de pesca. Tendrá que ganarse el sustento con su trabajo, pues circula la superstición de que un pasajero ocioso trae mala suerte. Al principio, se niega, adoptando una conducta desafiante, pero Manuel le bajará los humos, obligándole a limpiar la cubierta de desperdicios. Cuando Harvey se insolenta más allá de lo razonable, el capitán Disko Troop (Lionel Barrymore) le propina una bofetada. Por primera vez, Harvey se topa con un límite insuperable, lo cual le deja estupefacto. Su arrogancia se desinfla por completo. Desde nuestra perspectiva, una bofetada es un recurso inaceptable, pero en su momento se consideraba una medida razonable que frenaba los comportamientos antisociales. La autoridad no es sinónimo de arbitrariedad o abuso, sino de responsabilidad. Obedecer es un gesto de madurez, pues sin un orden jerárquico zozobran la familia, la escuela, el trabajo o la política. Harvey no lo comprenderá hasta unas semanas después, pero de momento ha descubierto que solo es uno más en la goleta. Su insensata rebeldía se convertirá poco a poco en afán de superación. Entre los marineros, se encuentra Dan (Mickey Rooney), hijo del capitán. No quiere ser menos que él. Entre los pescadores, el respeto no se adquiere por ser hijo del capitán, sino por trabajar duramente, sin rehuir las tareas más ingratas. Ya no le servirán el desayuno en la cama. Tendrá que madrugar, esperar a su turno para llevarse algo al estómago, limpiar pescado y fregar. Su inteligencia y su ahínco despertarán la simpatía de Manuel, que accederá a llevarle como compañero en su barca. Poco a poco se convertirán en compañeros inseparables.

Manuel le enseñará que lo esencial no es el dinero, sino la honradez, la entereza y la laboriosidad. Harvey no comprende que esté orgulloso de su padre, pues no le dejó nada material, pero Manuel le mostrará que le debe cosas mucho más importantes, como la nobleza de espíritu, el amor a la vida, el respeto por uno mismo, el sentido de la amistad, la lealtad y el pundonor profesional. Su padre era pescador, como los apóstoles de Cristo, y sembró en su interior paz, sencillez y alegría. Harvey no lo comprenderá hasta que utiliza una detestable artimaña para ganar una apuesta. Long Jack (John Carradaine) y Manuel, al que todos llaman el “Portugués”, rivalizan en su capacidad de atrapar peces con métodos distintos. Para averiguar quién tiene razón, compararán sus capturas de un día. Sin consultar con Manuel, Harvey enredará la noche anterior el albareque de Jack, lo cual provocará que los anzuelos se claven en su carne y no pueda trabajar. Cuando Manuel descubre lo sucedido, expulsa a Harvey de su barca y entrega a su rival la navaja de afeitar que se había jugado en la apuesta. Avergonzado, Harvey se retirará a su litera, pero Manuel aliviará su pesar, explicándole que “todos tenemos que avergonzarnos alguna vez para no volver a hacer aquello que nos avergüenza”. El aprendizaje ha finalizado. Harvey es otro niño. Trabaja sin descanso, no gimotea ni se queja cuando algo sale mal, soporta las contrariedades y tolera el dolor. Cuando se le clava un anzuelo, aprieta los dientes y contiene las lágrimas mientras Manuel lo extrae con un cuchillo. En unos meses, ha madurado, situándose en el umbral de la conciencia adulta. No ha dejado de ser un niño, pero ya se intuye el hombre que será.

Con solo diez años, ha aprendido a ser paciente y trabajador. Acepta las correcciones, sabe esperar y actúa con humildad, ganándose la confianza de los demás. No tiene ningún problema para obedecer y ha comprendido que en la vida el éxito y el fracaso van de la mano, prodigándose lecciones mutuas, pero aún le queda una última lección: afrontar la muerte. La pérdida de su madre se produjo cuando era demasiado pequeño para comprender lo que significaba. La inesperada muerte de Manuel por culpa de un accidente abrirá en su corazón una herida inconmensurable. Presenciará la agonía de Manuel, que se despide de él con coraje y ternura. El “Portugués” ha realizado bien su trabajo, preparándole para soportar las experiencias más amargas. Harvey se reencontrará con su padre y empezará una nueva etapa a su lado. Ambos han aprendido mucho de la experiencia de la separación. Harvey, que al principio se muestra distante y resentido con su progenitor, no tardará en abrirle su corazón. Ambos acuerdan ir a pescar, pero no en un yate, sino en la humilde barca de Manuel. La imagen sonriente del “Portugués” flotando sobre padre e hijo mientras ríen animadamente pone fin a una historia de indudable ejemplaridad.

Spencer Tracy en el papel de Manuel es una excelente compañía para un maestro, especialmente en una época donde un igualitarismo demagógico ha minado el principio de autoridad. La cara de sufrimiento de Gary Cooper en Solo ante el peligro puede servir para luchar contra la enfermedad. La alegría y firmeza de Spencer Tracy en Capitanes intrépidos es un inmejorable estímulo para un educador que lidia con niños y adolescentes. Un mito moderno que incita a combinar autoridad y benevolencia, comprensión y exigencia, paciencia y rigor. Aprender nunca es fácil. Decir lo contrario es crear falsas expectativas. La dignidad nos acompaña desde el nacimiento, pero podemos perderla si nos comportamos de forma miserable. Eso sí, siempre podremos recobrarla si aprendemos de nuestros errores y rectificamos. A veces, nos asistirá un Manuel; otras, una persona de carne y hueso, pero siempre será el resultado de un proceso de esfuerzo y superación. Cada vez que he titubeado y las dudas han obstaculizado mi trabajo como profesor, he acudido a Capitanes intrépidos y he recuperado la vocación de enseñar. Spencer Tracy, que estás en los cielos, gracias por tantos años de inspiración.

@Rafael_Narbona

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