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Crítica de “Snowden”, de Oliver Stone, con Joseph Gordon-Levitt
Estrenada el 08-12-2016
Publicada el 06-12-2016
El director de Pelotón, Wall Street y Asesinos por naturaleza utiliza la figura de Snowden para dibujar una valiente, ambiciosa y también efectista radiografía de la impunidad con la que operan los poderes fácticos.
Snowden (Francia-Alemania-Estados Unidos/2016). Dirección: Oliver Stone. Elenco: Joseph Gordon-Levitt, Melissa Leo, Rhys Ifans, Shailene Woodley, Nicolas Cage, Tom Wilkinson, Joely Richardson, Timothy Olyphant, Scott Eastwood, Ben Chaplin y Zachary Quinto. Guión: Kieran Fitzgerald y Oliver Stone, basado en el libro de Anatoly Kucherena y Luke Harding. Fotografía: Anthony Dod Mantle. Música: Craig Armstrong y Adam Peters. Edición: Alex Marquez y Lee Percy. Diseño de producción: Mark Tildesley. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 134 minutos. Apta para mayores de 13 años.
En 1991, Oliver Stone dirigió JFK, una de sus mejores películas: un retrato caleidoscópico e incisivo de la impenetrable red de corruptelas e intereses cruzados que rodearon el asesinato de Kennedy. Aquella vibrante elegía por una América abocada al fin de un sueño de esplendor reverbera en la amplitud temático-narrativa de Snowden, la ambiciosa biopic del hombre que destapó el sistema de escuchas masivas de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense: una radiografia de cuerpo entero de un conflicto con múltiples ramificaciones.
Así, tomando a Edward Snowden casi como un pretexto, Stone embiste contra un buen número de frentes abiertos: la falta de escrúpulos de los servicios secretos de inteligencia, la hipocresía de los políticos (con Obama en el centro de la tormenta), la responsabilidad de los medios de comunicación (cuya inoperancia general contrasta con la valentía de unos periodistas del diario británico The Guardian), o el desconcierto de una ciudadanía atrapada entre el inconformismo y la ignorancia. La película tiene el coraje de no dejar cabos sueltos –su denuncia contra la perversidad e inmunidad de los poderes fácticos no podría ser más contundente–, pero se encalla en la confección del hilo conductor del relato: una edulcorada e insustancial historia de amor que intenta inyectar emoción en una película eminentemente factual, analítica.
En 2006, Stone dirigió Las Torres Gemelas, una de sus peores películas: una crónica lacrimógena de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Ofuscado por el trauma nacional, Stone no supo ir más allá del elogio complaciente al impresionante sacrificio de aquellos que perecieron en la Torres Gemelas intentando salvar vidas. El espíritu indulgente de Las Torres Gemelas reaparece en Snowden, donde el protagonista es retratado como un héroe sin aristas, una figura impoluta atrapada en un pozo de amoralidad.
Para no manchar la figura de Snowden, Stone evita de manera bastante sistemática mostrar la implicación directa del protagonista en los crímenes que acaba denunciando: más que un cómplice, la película presenta a Snowden como un espectador de las faltas éticas de otros (sólo durante un breve segmento que transcurre en Ginebra vemos al protagonista embruteciendo su conciencia). Así, renunciando a explorar la cara más oscura y potencialmente interesante del personaje –ahí está, por ejemplo, la sombra del narcisismo, que emergía subterráneamente pero con fuerza en el documental Citizenfour, de Laura Poitras–, Snowden prefiere quedarse con la descripción del viacrucis sentimental y físico del protagonista, afianzando una imagen higienizada del héroe trágico.
A la fragilidad narrativa de la película hay que sumarle su escaso vigor formal. Snowden empieza con una escena de suspense que parece replicar los efectos focales y la elasticidad compositiva (de planos detalle y estampas generales) característicos de varios films míticos sobre la paranoia en la América de los años '70, de La conversación, de Francis Ford Coppola, a Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula. Sin embargo, a medida que la trama progresa y se expande, la película va cayendo en una estética tocada por una cierta impersonalidad. Finalmente, la tendencia al efectismo –frenesí informático acompañado por machacante música electrónica, la interconexión del planeta Tierra condensada en el ojo de Snowden, la paranoia del protagonista subrayada por la imagen del rostro amenazante de su jefe en una pantalla gigante– termina llevando la película hacia la senda del telefilm.
¿No es importante considerar que además de una película hay un tema político en juego? No se trata solo de Snowden y su vida, que también indudablemente cuenta, sino de afirmar que esa temática nos involucra a todos. Si su valor como film solo fuese "su denuncia contra la perversidad e inmunidad de los poderes fácticos" tal vez podamos conversar acerca de que tenemos el anhelo de el cine que esperamos ver pueda estar a la altura de temas de esa complejidad y por ejemplo no achatarnos soportando películas dobladas al castellano o que sean escasas las salas y el tiempo de exhibición de las pelis que sí queremos ver y que todo esto aunque parezca alejado del tema que nos convoca tiene relación con los monopolios y el capital financiero.
EL FIN DEL DERECHO A LA PRIVACIDAD
Edward J. Snowden saltó a la primera plana de los diarios en junio de 2013 en oportunidad de dar a conocer documentos de la CIA calificados como ?Top Secret?, que incluía detalles sobre programas de vigilancia masiva que estaba desarrollando la central de inteligencia americana (CIA).
Ahora, el cineasta americano Oliver Stone, el mismo de Pelotón (1986), Wall Street (1988), JFK (1991), Nixon (1995), un hombre de la izquierda americana que ha logrado sus films más resonantes entre mediados de las décadas del 80 y del 90, vuelve al cine de denuncia con la recreación ficcional de las declaraciones hechas por Snowden a la cineasta Laura Poitras, ganadora del Oscar 2014 al Mejor Documental por su obra ?Citizenfour que trataba sobre la red de vigilancia mundial, y al periódico inglés ?The Guardian?.
Snowden, la película, narra un parte de la vida de Edward Snowden, la que trascurre desde los 20 años hasta la actualidad, que lo encuentra exiliado en Rusia. El primer intento de entrar a un órgano del Estado lo hizo en el Ejército de los Estados Unidos, pero queda descartado luego de quebrarse las piernas en un entrenamiento. Entonces busca por el lado de CIA (Central de Inteligencia Americana), donde el éxito le sonríe rápidamente en los exámenes de ingreso gracias a su alto IQ y su capacidad de desarrollarlo en materia informática y se transforma en uno de los ingenieros de sistemas más importantes de la misma.
El film de Stone es, sobretodo, una toma de consciencia. La de alguien que está trabajando para el bien de su país pero termina descubriendo que no es más que un espía de la intimidad de los demás. Y que lo que está desarrollando con inteligencia artificial no es otra cosa que la informatización de los viejos sistemas de la KGB, la STASI, el FBI y la CIA juntos.
Las preguntas surgen solas. ¿Cómo toma conciencia Snowden? ¿Es realmente esa toma de conciencia un acto de carácter espiritual, una confesión de tipo religiosa, o es acaso el darse cuenta que tiene en su manos algo de valor y por lo cual mucha gente estaría dispuesta a pagar millones de dólares? ¿Es creíble esa toma de consciencia? La diferencia entre el bien y el mal están separados por una delgada línea roja.
Cinematográficamente hablando, poco se puede decir de este nuevo film de Oliver Stone, porque comete un error garrafal. Prioriza el aspecto documental sobre los hechos dramático que narra. Hace pocos días atrás comentábamos Sully de Clint Eastwood, es decir, otra película basada en hechos reales. Y alabábamos la pericia de los guionistas en generar suspenso a través de la re escritura de los hechos transformando a los actores del suceso en buenos y malos. Esta dicotomía le permitía a Eastwood trabajar el material y hacernos reflexionar sobre el tema de las leyendas vivas y su rápido olvido. Stone, en ?Snowden?, no hace nada de esto ni de otra cosa. Filma un film rutinario, que a lo sumo parece un documental dentro de otro documental, pero no agrega nada a lo conocido ni genera más reflexión que la que ya sabemos: Alguien nos está espiando continuamente y está al tanto de nuestras vidas a través del seguimiento de nuestros teléfonos celulares, nuestros mails, nuestros chats en wasap, nuestras publicaciones en Facebook, nuestras fotos en Instagram, el envío de nuestros tuits, nuestros mensajes en Messenger o nuestras charlas por Skype. Es decir, todo el mundo está siendo espiado y se encuentra en una situación ?bajo sospecha?.
Es como si el film de Stone llegara tarde con el tema. Incluso las críticas que realiza contra el Presidente Obama respecto a su apoyo implícito a la CIA y al desarrollo de sus sistemas espías llegan prácticamente después de las elecciones en los Estados Unidos, y lo que es peor, se anima contra un Presidente que prácticamente está ido. Lo extemporánea de la crítica se exacerba si pensamos que encima el partido demócrata fue quien perdió las elecciones.
En síntesis, el film de Stone no agrega nada nuevo al tema. Filmada casi rutinariamente, queda lejos de la fuerza expresiva de ?JFK? o de ?Nixon?, quizás, para mí, sus mejores películas. Si, en cambio, no deja de ser un llamado de alerta sobre un nuevo flagelo que en nombre de la seguridad general altera nuestras libertades individuales. Sin darnos cuenta usamos instrumentos que dan lugar a nuestra perdida de intimidad, desde dejar saber dónde estamos hasta que perfume nos gusta, que ropa usamos, que libros leemos, o lo que es peor, donde estamos. El mundo futurista de George Orwell nos ha alcanzado. Su novela ?1984?se ha hecho realidad. Big Brother Is Watching You!!
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