Showing Up

*Los altibajos de la creación

Showing Up está ambientada en Oregón, como la mayoría de sus proyectos, y gira alrededor de la taciturna Lizzy, una escultora interpretada magistralmente por Michelle Williams. Durante una semana de trabajo muy complicada, observamos cómo Lizzy se prepara para una exposición importante y, a la vez, lidia con los problemas del apartamento y lucha por salvar el frágil vínculo que sostiene a su familia. Aunque trata de estar enfocada en sus obras, esta semana se convierte en un himno a las dificultades y a la falta de reconocimiento que conlleva dedicarse al arte; y, finalmente, de sufrir las contrariedades derivadas del duro proceso creativo previo al producto final.

En contraste con sus dos películas anteriores, First Cow y Certain Women, Showing Up no se basa en ningún material de origen literario. La inspiración parece nacer de la relación que mantiene la propia artista con su vocación. Lizzy es talentosa, pero no es inmune a los problemas cotidianos, como la falta de agua caliente en casa, que simboliza su falta de inspiración, o su obsesión con cuidar a una paloma con el ala rota.

*El silencio de Lizzy

Mediante pinceladas sutiles, Kelly Reichardt define la vida interior de la protagonista. El estado emocional y sentimental de Lizzy queda perfectamente explicitado por la forma en que se viste, por su peinado, por el hecho casi obsesivo de llevar siempre los mismos zapatos cómodos y abiertos con calcetines, independientemente de la ropa qué haya decidido ponerse. Porque los rituales estabilizan y dan sentido a nuestra vida.

Por eso Lizzy se mueve silenciosa dentro de planos que acompañan su silencio sin remarcarlo; nada llama la atención y, al mismo tiempo, el conjunto nos despierta tanta curiosidad como la propia obra de la artista, que sólo veremos al final. Nada destaca y eso agudiza la atención del espectador, aviva la mirada contemplativa.

*Conclusión

Showing up no es una película que abrazará al gran público. Kelly Reichardt reflexiona sobre sí misma y sobre la dedicación al arte a través de un personaje que bien podría ser ella misma. Lizzy no es una artista de renombre, trabaja con su madre para poder pagar el alquiler y no tiene una vida social satisfactoria. Sin embargo, no hay un solo momento de la película en el que sintamos compasión por ella. La dignidad y el amor con el que Lizzy esculpe es el verdadero premio de ser artista. Lo mismo que sucede con la valiosa filmografía de Kelly Reichardt, una cineasta coherente e incorruptible por la gran industria.

Escrito por Soraya Unión Álvarez