Sherwood (2022), de Ben A. Williams

Miniserie británica de la BBC compuesta por 6 capítulos en torno a la hora de duración, inspirada libremente en hechos reales. Cuatro décadas después de la traumática reconversión industrial en Gran Bretaña durante el gobierno de Margaret Thatcher, con violentas huelgas de los mineros, y enfrentamientos entre partidarios de las protestas y los que eran tachados de esquiroles por seguir trabajando, se produce un asesinato en una pequeña población cercana a Nottingham entonces afectada, de uno de los huelguistas más significados. La víctima ha sido atravesada por una flecha, y la investigación a cargo del inspector Ian St Clair, que era un joven agente en los 80, remueve los sucesos y traumas del pasado, y es que muchos lugareños esconden secretos y resentimientos.

Resulta llamativa la riqueza de matices de la trama urdida por James Graham –que se crió en la zona donde discurre todo, y antes escribió los libretos de Brexit y Quiz: el escándalo de ¿Quién quiere ser millonario?–, con numerosos personajes y recovecos, y lo bien contada que está, incluso los flash-backs que retrotraen al pasado, sólo uno quizá presenta una duración superior al resto y desequilibra ligeramente el conjunto, pero sería en todo caso una pega menor.

Los británicos nos tienen acostumbrados a series policíacas de gran calidad, pero ésta tiene el valor añadido de junto a la intriga de la investigación, donde enseguida conocemos la identidad del asesino, y del responsable de otra muerte que viene después, presentar numerosas consideraciones sobre las causas que envenenan las relaciones en el seno de las familias, los errores que se cometen en la juventud, profesionales o de otra índole, y los cambios sociales y las tácticas cuestionables para lograr objetivos, en los ámbitos policial y político. Todo se aborda sin simplismos, desarrollando a fondo a cada personaje y sus motivaciones, de modo que se evitan los posicionamientos ideológicos que suelen lastrar algunos filmes y series, o las caricaturas de tipos humanos, hasta los más desagradables o antipáticos tienen rasgos que permiten la empatía, la compresión de por qué actuaron así o asá. Que en 6 horas de metraje se puede hacer un dibujo de tres generaciones, mirando al pasando y proyectando al futuro, la juventud y sus esperanzas, que se pueda hasta mostrar la vergüenza que produce la adicción a la pornografía, lo difícil que es a veces para un padre dar alas a su hijo, o simplemente pasar página ante determinadas acciones, saber perdonar y saber amar, y ello sin sensación de que todo esté metido con calzador, sólo puede merecer aplauso. Hasta la idea de que el jovenzuelo asesino es una especie de Robin Hood de los nuevos tiempos encaja a la perfección.

Todo el reparto está sencillamente maravilloso. Difícil destacar a uno por encima de otro. Lesley Manville como la viuda sigue demostrando que ningún personaje se le resiste, pero también están extraordinarios Claire Rushbrook, su hermana con la que no se habla, David Morrissey, el poliía que conduce la investigación, Robert Glenister, el policía experto en homicidios venido de Londres y que también tiene su personal conexión con Notthingham, Adam Hugill, el asesino, Kevin Doyle y Philip Jackson, dos de los esquiroles, Adeel Akhtar, el padre conductor de trenes, y en fin, la lista podría estirarse más y más.