Salvador de Bahía: sangre caliente en el Brasil más auténtico

La música aflora en Salvador y la sangre de la gente hierve.

Salvador de Bahía, el calor y la sonrisa

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El calor omnipresente no merma la alegría de los que han poblado, ataviados con ropajes de colores llamativos, las estrechas y adoquinadas calles del Pelourinho, la parte más antigua de Salvador de Bahía.

La algarabía es ensordecedora y las continuas risas no dejan lugar a dudas de que la gente que allí se encuentra se siente feliz. De pronto, unos tambores se imponen al tumulto. A ellos les siguen unas maracas. La música aflora en Salvador y la sangre de la gente hierve. Una sangre arcaica y poderosa. La sangre de la capital primigenia de Brasil, fundada por los portugueses, pero elevada a la categoría de urbe intensa e inolvidable por los esclavos.

Los habitantes de Salvador de Bahía presumen de poseer el mejor carnaval de Brasil (es decir, del mundo) , pero no necesitan esperar a esas señaladas fechas para danzar como solo ellos saben hacerlo.

Por las calles de Pelourinho, en Salvador de Bahía

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Quizás por ser una ciudad donde la esclavitud se cobró un peaje brutal, los pobladores de Salvador abrazan y viven la vida como si fueran a morir el día siguiente. Algo que parece sencillo, e incluso recomendable, pero que la sociedad actual se ha encargado de ir borrando del ADN del ser humano.

De hecho, el Pelourinho recibe su nombre porque era en esa parte de la ciudad donde se encontraba el pilón en el que ataban a los esclavos para flagelarlos sin piedad. Unos 450 años más tarde, las heridas de los latigazos se han convertido en el palpitante corazón de Salvador de Bahía.

Escuelas de música, antiguas iglesias, plazas, bares y coloridas casas de aspecto colonial jalonan las calles de un Pelourinho que llegó a cautivar al mismísimo Michael Jackson, quien grabó aquí partes del videoclip de su canción 'They Don’t Care About Us'.

Durante años, este barrio fue uno de los más peligrosos de la urbe, pero los trabajos de rehabilitación han dado sus frutos y hoy, tras ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es, **junto a la zona bohemia de Rio Vermelho (Río Rojo) **, uno de los mejores lugares para pasar una intensa y divertida noche en Salvador.

Vista del skyline colonial de Salvador de Bahía

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El Pelourinho se halla en el nivel superior de la ciudad, unos 85 metros sobre el nivel del mar. La forma más rápida y sencilla de descender al inferior es tomando el Elevador Lacerda, un llamativo ascensor que fue construido, con tintes de Art Deco, en 1873. El descenso no lleva más de 30 segundos y regala unas estupendas vistas de la bahía de Todos los Santos.

Ese fue el nombre que los portugueses dieron a la que es, hoy en día, la bahía más grande de Brasil y una de las principales razones por las que Salvador se convirtió en uno de los principales centros de comercio y transporte del país.

En las aguas de la bahía, una sólida, y circular, estructura de piedra aparece como si fuera un ombligo. Se trata del fuerte de San Marcelo, una posición defensiva vital para los portugueses desde su construcción en el siglo XVII. Aunque hoy en día no puede ser visitado, sigue siendo un atractivo principal para los objetivos de las cámaras fotográficas.

Algo más allá, la **Ilha dos Frades (Isla de los Padres) ** representa una excursión náutica ideal para pasar el día en una playa paradisíaca rodeada de vegetación.

Ilha dos Frades

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Y si los cañones de San Marcelo – y de otros fuertes de Salvador – repelían el ataque de los buques enemigos, a todos, amigos y adversarios, servía de guía la luz del faro de Barra. Una luz que lleva guiando a los marineros que se aproximan a la Bahía de Todos los Santos desde 1698. El faro, junto al Museo Náutico, forma parte del fuerte de San Antonio.

No lejos de allí, es otra luz mucho más poderosa la que atrae a los soteropolitanos, gentilicio aplicado a los habitantes de Salvador. Se trata del sol. Cada día, la gente de la playa de Porto da Barra disfruta de un privilegio bastante inusual en un país como Brasil, cuya línea costera mira al este. Cada atardecer en Porto de Barra, cuando el sol se hunde, en llamas, en las aguas del Atlántico, el gentío lo despide con una cerrada y sentida ovación. Una muestra más de la alegría y las ganas de vivir de un pueblo entregado al disfrute y el ritmo.

Antes de ese momento de exaltación, la gente se baña, juega al fútbol, ríe, bebe, se besa y abraza. Brasil en estado puro. El mismo Brasil y el mismo Salvador que enamoró a Jorge Amado, uno de los escritores más aclamados del país.

Amado, bahiano de nacimiento, vivió en Salvador y se puede admirar el legado de su maravillosa y creativa obra en la Fundación Casa de Jorge Amado y la Casa do Rio Vermelho, donde vivió con su esposa Zélia Gattai.

Atardece en Porto da Barra

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Precisamente en el barrio de Rio Vermelho se encuentran los restaurantes y bares más bohemios de Salvador. Con la llegada del buen tiempo, las terrazas se pueblan de mesas en las que gente de todas las edades beben, comen y conversan. La cocina tradicional bahiana, con su acarajé y la moqueca tiene una buena representación en el restaurante Casa de Tereza un lugar donde el buen comer es casi una religión.

La buena mesa no es la única creencia ferviente en Salvador, pues aquí se cuentan por cientos las iglesias.

De entre ellas destaca la de Nosso Senhor de Bonfim, que representa el sincretismo del catolicismo y el candomblé , una ancestral religión que tiene sus raíces en el oeste de África. En la parte exterior de la iglesia, miles de cintas de colores aparecen atadas con tres nudos a la verja. En su colorido guardan los deseos de muchos creyentes supersticiosos.

Moqueca en Casa de Tereza

Casa de Tereza

Quizás muchos viajeros, siguiendo la tradición y creencia local, dejen amarradas sus coloridas cintas en Bonfim, pidiendo el deseo de regresar algún día a esta ciudad bautizada por los portugueses con el nombre de Salvador de Bahía. Salvador de almas, más bien. Una joya brasileña capaz de hacer sentir el latido de la vida en su más pura intensidad.

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