Saladino: la forja de la leyenda

Saladino: la forja de la leyenda

En la segunda mitad del siglo XII, un nombre surgió en las fértiles tierras del Nilo destinado a dominar Oriente Próximo: Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, más conocido en Occidente como Saladino. Famoso por derrotar al ejército cristiano en la simbólica batalla de los Cuernos de Hattin y por reconquistar la ciudad santa de Jerusalén para la fe islámica, su figura fue venerada tanto en el mundo musulmán como en el cristiano. Su legendario duelo contra el rey inglés Ricardo Corazón de León marcó de forma significativa la trascendental Tercera Cruzada.

Saladino

Inicios

De origen kurdo, Saladino nació entre los años 1137-1138 en Tikrit, al norte de Bagdad. Su padre Ayyub ocupaba el cargo de gobernador de la ciudad y su tío Shirkuh era un destacado soldado. En aquel momento, Oriente Próximo se hallaba dividido en el califato abasí con capital en Bagdad y el califato fatimí, con capital en El Cairo. Por otro lado, los belicosos turcos selyúcidas se habían hecho con el control de Anatolia tras arrebatársela al debilitado Imperio Bizantino. Además nuevos estados cristianos habían surgido en Tierra Santa al albor de la Primera Cruzada (1096-1099): el reino latino de Jerusalén, el condado de Edesa, el condado de Trípoli y el principado de Antioquía. Órdenes militares como los templarios y hospitalarios surgieron durante este período con el propósito de proteger los lugares santos de la Cristiandad y a sus peregrinos.

Poco después de su nacimiento, la familia de Saladino se trasladó a la ciudad de Balbeek (actual Líbano) por verse envuelta en intrigas palaciegas. En el año 1144, los musulmanes tomaron Edesa, hecho de significada trascendencia que originaría la convocatoria de la Segunda Cruzada (1147-1149). A pesar de sus ambiciosas intenciones, dicha cruzada fue un auténtico fiasco para los cristianos. No lograron recuperar Edesa ni tampoco conquistar Damasco mediante un asedio en julio de 1148. Pese a estos sonoros fracasos, las tensiones entre las dos grandes religiones monoteístas (islam y cristianismo) no tardarían en volver a presentarse. El papel ejercido por Saladino será fundamental en las décadas posteriores, al emplear su astucia y hábiles estrategias contra sus enemigos cristianos y musulmanes. Por ello, sería recordado como uno de los grandes líderes de la historia islámica.

Estados cristianos en Tierra Santa tras la Primera Cruzada

Sultán de Egipto

La oportunidad perfecta para Saladino se presentó en la tierra de los antiguos faraones: Egipto. El califato fatimí (de tendencia chií) reinaba en las fértiles tierras del Nilo desde 973, en clara oposición al califato abasí de Bagdad (suní). Los califas fatimíes declaraban ser desciendes directos del primo y yerno de Mahoma, Alí, casado con Fátima (hija del profeta). No obstante, a la llegada de Saladino el declive de los fatimíes era más que evidente. Esto sería aprovechado tanto por los reinos cristianos como por sus vecinos musulmanes que buscaban tomar el control del opulento reino del Nilo. El rey cristiano de Jerusalén Amalarico I soñaba con reinar sobre Egipto tras conquistar la plaza de Ascalón en 1153. En 1164, el gobernador de Alepo (Siria) Nur al-Din se enfrentó a las tropas de Amalarico I. Esta fue la primera campaña donde participó Saladino. De la mano de Nur al-Din, las dotes militares de Saladino fueron ganando prestigio. Nur al-Din consiguió hacerse con el control de facto de Egipto tras una dura campaña contra sus adversarios. El tío de Saladino, Shirkuh, recibió el mando de Homs en compensación por su papel durante la campaña egipcia de Nur al-Din. Posteriormente, Shirkuh fue nombrado visir por el califa fatimí al-Adid sustituyendo a Shawar. Tras la temprana muerte de Shirkuh, Saladino fue elegido nuevo visir en marzo de 1169.

Una vez asegurado el control sobre Egipto, Saladino consideró oportuno enfrentarse a sus eternos enemigos cristianos y consolidar su poder. En 1170, Saladino tomó el fronterizo castillo de Eilat que había estado bajo control cristiano. Al año siguiente, el último califa fatimí al-Adid falleció. Saladino seguía reconociendo la autoridad de Siria en territorio egipcio, aunque ésta era más formal que real. Tras la muerte de al-Adid, Saladino se convirtió en el sultán de Egipto. Este hecho propició el comienzo de la dinastía ayubí. Tras algunos desencuentros con Saladino debido a su creciente poder, el gobernador de Siria Nur al-Din murió en 1174. Ya nada se interponía en el camino de Saladino en su conquista de Oriente Próximo. Después del vacío de poder dejado en Siria, el sultán de Egipto aprovechó esta oportunidad para extender allí sus dominios. En los años siguientes, se expandió por Damasco, Aleppo, Homs, Mosul y otras poblaciones. El califa de Bagdad al-Mustadi reconoció el poder de Saladino sobre Siria, Palestina, Nubia, Egipto, casi todo el norte de África y el oeste de Arabia. No obstante, a pesar de su vasto dominio todavía existía un frente abierto para el ambicioso sultán: el reino latino de Jerusalén.

El rey Amalarico I murió en verano de 1174, dejando el testigo a su desafortunado hijo Balduino IV ‘el Leproso’. En contra de lo que cabría esperar, Saladino cayó derrotado en la batalla de Montgisard a manos del emblemático rey de Jerusalén Balduino IV en 1177. A pesar de este triunfo, Montgisad significó una de las últimas victorias cristianas en Tierra Santa. El sultán de Egipto aprendió los errores de esta estrepitosa batalla, dispuesto a cobrarse la revancha más adelante. No obstante, en 1180 Balduino IV ofreció la paz a Saladino, tras lo cual el sultán aceptó. Pero esta aparente paz se iba a romper por las desastrosas actuaciones de Reinaldo de Châtillon. Este sanguinario caballero cristiano se había dedicado a asaltar a la población musulmana y a cometer actos de piratería en la costa del Mar Rojo, provocando la ira de Saladino. A pesar de las insistentes peticiones del mandatario musulmán, Balduino IV no pudo controlar la vorágine destructiva de Reinaldo.

Tras la muerte del venerable Balduino IV ‘el Leproso’ y de su sobrino Balduino V, Guido de Lusignan se convirtió en rey de Jerusalén en 1186 por su matrimonio con Sibila, hermana de Balduino IV. Este nuevo rey se precipitaría hacia la más absoluta derrota espoleado por el gran maestre del Temple, Gérard de Ridefort y su aliado el cruel Reinaldo de Châtillon. A principios de 1187 Reinaldo asaltó una caravana de comerciantes en dirección a La Meca, negándose a entregar a los prisioneros (algunos dicen que en dicha caravana viajaba una hermana de Saladino, aunque esto parece ser falso). Este hecho fue la gota que colmó el vaso para el sultán, quien juró acabar con Reinaldo con sus propias manos. Poco después, en mayo de 1187 el impetuoso Gérard de Ridefort se enfrentó con un ejército de apenas unos pocos cientos de hombres a unas fuerzas musulmanas muchísimo mayores cerca de Nazaret. El resultado fue una espantosa derrota sin paliativos. Pero el orgulloso maestre del Temple seguía dispuesto a cobrarse su venganza ante Saladino costara lo que costase.

La Batalla de los Cuernos de Hattin

El 2 de julio de 1187, Saladino puso en asedio la fortaleza cristiana de Tiberiades. Raimundo III de Trípoli tenía la opinión de dejar caer Tiberiades y tomar una posición defensiva en la plaza de Seforia. Por el contrario, el impaciente rey cristiano de Jerusalén Guido de Lusignan prefería enfrentarse directamente a Saladino influenciado por el gran maestre del Temple Gérard de Ridefort y Reinaldo de Châtillon. Raimundo III de Trípoli no tuvo más remedio que aceptar la voluntad de sus compañeros. Para conseguir su propósito, Guido reunió al mayor ejército cruzado jamás visto en Oriente Próximo y acampó en un emplazamiento cercano llamado los ‘Cuernos de Hattin’ dispuesto a entablar una singular batalla contra la amenaza del islam. Sin embargo, para desgracia del monarca cristiano este lugar carecía de fuentes de agua dulce. Guido fue víctima de su propio ego, pues pensaba que el mismo Dios le acompañaba en la batalla al portar la reliquia de la Vera Cruz (la más sagrada del reino de Jerusalén), en manos del obispo de Acre.

Saladino tendió una trampa a las tropas cristianas al ordenar quemar la hierba seca con el objetivo de asfixiarles. Al amanecer del día 4 de julio, una lluvia de flechas procedentes de sus arqueros descargó sobre las filas cristianas. Esto provocó la retirada de la infantería cristiana hacia la cumbre. Sin embargo, algunos valientes caballeros y hombres de armas cristianos trataron de cargar contra las líneas musulmanas sin mucho éxito. Su objetivo era abrirse paso hasta llegar al lago Tiberíades y así poder saciar su sed. Al no poder llegar al ansiado lago, trataron inútilmente de alcanzar el cercano pueblo de Hattin. Raimundo III de Trípoli escapó con algunos de sus caballeros, al igual que otros nobles cruzados como Balián de Ibelin. Una última carga cristiana animada por el obispo de Acre cayó fulminada ante la infernal sed que padecían. Saladino capturó a los restos del ejército cruzado junto con sus principales comandantes, haciéndose con el control de la reliquia de la Vera Cruz. El varapalo para las tropas cristianas fue demoledor.

Tras su contundente victoria, Saladino hizo llamar a su tienda a Guido de Lusignan, Gérard de Ridefort y a Reinaldo de Châtillon. El sultán recriminó a Reinaldo su comportamiento por romper todas las treguas pactadas, a lo que el infame caballero cristiano le respondió que eso mismo hacían los reyes. Saladino ofreció entonces una copa de agua de rosas a Guido, quien después de beber se la pasó a Reinaldo sin darse cuenta de que dicha acción solo la podía autorizar el sultán. Saladino aprovechó para salir un momento de su tienda para posteriormente ejecutar a Reinaldo con sus propias manos, tal y como había prometido. El asustado rey Guido se esperaba un destino similar tras contemplar los restos de su desafortunado compañero, mas Saladino le dijo en tono tranquilizador: ‘Este hombre sólo ha muerto por su maldad y su perfidia’. Además de Reinaldo, Saladino ordenó ejecutar a los caballeros templarios y hospitalarios, a excepción del gran maestre del Temple que lo utilizó como moneda de cambio para liberar la plaza de Gaza.

Rendición cristiana ante Saladino

Reconquista de Jerusalén (1187)

Una vez deshecho el ejército cristiano, Saladino aprovechó para tomar el control de Tierra Santa. Una a una, todas las plazas cristianas de cierta importancia iban cayendo bajo su poder: Tiberíades, Acre, Nablus, Jaffa, Sidón, Beirut y Ascalón. La siguiente meta era Jerusalén, a la que puso en asedio el 20 de septiembre. Poco después, el 2 de octubre de 1187 Balián de Ibelin (superviviente de Hattin) entregaba la ciudad santa a Saladino. Tras esta pérdida y las anteriores, el reino latino de Jerusalén había quedado reducido a la mínima expresión. Saladino había culminado su gran objetivo: recuperar la ciudad sagrada para el islam.

No obstante, el sultán negoció con Balián un rescate de la población conquistada con el fin de evitar una masacre a todas luces innecesaria. Por otro lado, Saladino trató de proteger los lugares santos de la Cristiandad incluida la Iglesia del Santo Sepulcro. Por estas acciones, su figura sería respetada tanto en el mundo cristiano como en el musulmán. Sin embargo, al recibir la noticia de la derrota cristiana en los Cuernos de Hattin y la caída de Jerusalén, el papa Urbano III murió de la impresión causada. Después de la debacle sufrida, su sucesor Gregorio VIII convocó la Tercera Cruzada con el fin de recuperar Tierra Santa para los cristianos.

Tercera Cruzada (1189-1192)

La respuesta cristiana no se hizo esperar. El arzobispo de Tiro emprendió una campaña propagandística por Europa con el objetivo de reunir a un gran ejército contra el islam. Guillermo II de Sicilia, Enrique II de Inglaterra, Felipe II de Francia y el emperador Federico I Barbarroja acudieron a la llamada. El rey inglés murió en 1189, sucediéndose su hijo el legendario Ricardo Corazón de León. Ricardo y Felipe, tradicionalmente enfrentados en Europa, decidieron aunar esfuerzos en su particular lucha contra el islam. Por otra parte, el mítico emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico I Barbarroja murió ahogado en Anatolia en 1190, antes de poder cumplir su ansiado sueño de entrar en la ciudad santa de Jerusalén.

Mientras tanto Saladino planeaba la conquista de Tiro, que se le había resistido varias veces. Guido de Lusigan, preso en Nablus, fue liberado bajo la condición de no volver a levantarse en armas contra Saladino. Guido puso rumbo a Tiro, una de las pocas plazas importantes todavía en poder de los cristianos, dispuesto a hacer valer su condición de rey pero el protector de Tiro Conrado de Motferrato le negó la entrada. Después de su derrota en Hattin, Conrado no se fiaba demasiado de los planes de Guido. Tras la negativa de Conrado, Guido volvió a Trípoli, para posteriormente tomar parte en el asedio cristiano a Acre, hacia donde se dirigían los refuerzos cristianos procedentes de Pisa y Sicilia. A Saladino le pilló algo desprevenido este inesperado ataque de los cruzados. El sultán reunió a sus tropas para tratar de levantar el asedio de Acre. No obstante, los refuerzos que solicitó al califa de Bagdad nunca se presentaron.

Las tropas cristianas consiguieron conquistar la plaza de Acre en julio de 1191 tras dos largos años de intenso asedio. A pesar de este triunfo, debido a desencuentros entre los monarcas europeos al final solo quedó Ricardo para continuar con la cruzada. Más tarde, en el mes de septiembre el rey Ricardo I de Inglaterra infringió una dolorosa derrota a Saladino en la batalla de Arsuf. Dicha batalla significó para los cristianos lo mismo que el enfrentamiento de los Cuernos de Hattin había otorgado a Saladino años atrás. Después de este fuerte varapalo y la conquista cristiana de Jaffa, tanto Saladino como Ricardo consideraron oportuno negociar un tratado de paz. Éste vio la luz en septiembre de 1192 (el Tratado de Jaffa), dando por finalizada la Tercera Cruzada. Jerusalén seguía estando bajo control musulmán, aunque se permitieron las peregrinaciones cristianas siempre y cuando no se portaran armas. Por otra parte, los cristianos lograron conservar una franja costera desde Tiro hasta Jaffa mientras que la isla de Chipre fue entregada al antiguo rey de Jerusalén Guido de Lusignan. Después de numerosas victorias y derrotas, Saladino murió enfermo en Damasco el 4 de marzo de 1193. No obstante, su leyenda seguía viva entre musulmanes y cristianos.

Batalla de Arsuf

La figura de Saladino

El sultán Saladino ha sido venerado como una de las figuras más influyentes y respetadas de la historia musulmana. Está considerado como uno de los grandes unificadores del islam, además del mítico líder militar que se enfrentó a los infieles cruzados y recuperó Jerusalén. Su capacidad de liderazgo y confianza en sí mismo fueron incuestionables para enfrentarse con éxito a sus enemigos, tanto dentro como fuera del islam. La firme convicción en su causa por liberar Tierra Santa de las garras de los invasores cruzados, fue ampliamente inspiradora para sus sucesores. Otros factores que influyeron en la forja de la leyenda de Saladino fueron su austeridad y el cumplimiento de su palabra, algo que ha caracterizado a otros grandes líderes a lo largo de la historia. A pesar de sus tropiezos, el respeto hacia el enemigo conquistado trabajado a través de su inquebrantable capacidad negociadora, ha sido admirada hasta los tiempos actuales. Por otro lado, Saladino no sólo destacó por su faceta militar, también emprendió la construcción de esplendorosas mezquitas, escuelas coránicas, hospitales y otras obras públicas.

Bibliografía:

Asbridge, T. (2010). The Crusades. The War for the Holy Land. Simon & Schuster UK, Ltd, London.

Grant, G. R. (2017). 1001 batallas que cambiaron el curso de la Historia. Penguin Random House Grupo Editorial S.A.U, Barcelona.

Lafuente, J. L. (2020). Los monjes de la guerra: Templarios en Tierra Santa. Historia National Geographic.

Man, J. (2015). Saladin. Penguin Random House UK, London.

Phillips, J. (2019). The Life and Legend of the Sultan Saladin. Penguin Random House UK, London.

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