Isla Reunión, una explosión de naturaleza en medio del Índico

«Mi tesoro para quien lo comprenda»

Isla Reunión, una explosión de naturaleza en medio del Índico

Volcanes de laderas esmeraldas, cañones de vértigo y una cultura que sabe a vainilla, azúcar y curry definen a este heterogéneo paraíso.

El verde es el color dominante en la Isla Reunión. Las nubes cargadas de humedad quedan atrapadas por los más de 3000 m del Piton des Neiges y riegan un bosque tropical que resbala hasta el marLa Isla Reunión tiene también un aroma predominante, el de la vainilla. Flota en el bosque arrastrado desde las plantaciones; te asalta por sorpresa en el mercado de Saint Pierre; se funde junto a la piña o al plátano con el dorado sabor del ron; y se superpone incluso al gusto del cari, el curry local que sazona la mitad de los platos.

 

La Isla de la Vainilla, como la definen los folletos turísticos, con sus impresionantes cascadas, una naturaleza exuberante y un relieve de vértigo erigido sobre el corazón de los volcanes que le dieron vida, tuvo antes otros nombres. Fue Al Maghribain («la más cercana de las dos islas del Oeste») para los árabes que llegaron a sus costas en el siglo x. Pasó a llamarse la Isla de la Destrucción cuando los chola  llegaron en el siglo xi desde la India. Los portugueses la bautizaron como Santa Apolonia en el siglo xvi mientras surcaban los mares en busca de la ruta hacia la Especiería. Recibió el nombre de Isla Borbón en honor a un monarca que jamás puso un pie en ella cuando la Compañía Francesa de las Indias Orientales, en el siglo xviii, instaló allí a una veintena de colonos galos. Aquella discreta maniobra terminaría por decidir el futuro y la identidad de la pequeña isla. Aún sería Isla Bonaparte antes de convertirse en Isla Reunión allá por 1793, pero ya para siempre conservaría el sello francés. 

 
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Exotismo a 10.000 km de París

La Reunión es territorio francés aunque se encuentre a 10.000 kilómetros de París. Políticamente constituye un departamento de ultramar y una región periférica de la Unión Europea. Geográficamente, ubicada en el archipiélago de las Mascareñas, es una explosiva mezcla de la cercana África y de los aires asiáticos que destilan las islas del Índico. Socialmente, durante los últimos tres siglos su población –ahora, unos 800.000 habitantes– se ha nutrido de inmigración francesa, africana, china, malaya, malgache, árabe e india, y ha creado una nueva identidad, la criolla, una combinación de todas las anteriores. Eso ha dotado a este pedacito de Europa en el Índico de un absoluto mestizaje, de la riqueza étnica, religiosa y demográfica que constituye su esencia.

Ciudad de vacaciones para los franceses con ganas de exotismo y en retiro de lujo de la clase política malgache, la Reunión cuenta con vuelos directos desde París.

Su aeropuerto se llama Roland Garrós en homenaje al piloto de combate francés de la Primera Guerra Mundial, cuya estatua goza de un lugar de honor en Saint-Denis, la capital. Para acceder al país, los ciudadanos europeos solo necesitan presentar el carnet de identidad. El idioma oficial es el francés –aunque el criollo, el tamil, el mandarín y el árabe tienen una importante comunidad de hablantes– y la única moneda es el euro. Tampoco se necesitan vacunas especiales. Para un visitante español es como aterrizar en París, pero con diez horas más de vuelo a las espaldas.

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Saint-Denis: una capital multicultural

La sensación de estar en Europa se difumina nada más salir del aeropuerto entre los brillantes colores de la vegetación y la vista de las altas cumbres centrales envueltas entre nieblas. Saint-Denis, en la parte norte de la isla, es una ciudad verde, palpitante y multicultural salpicada de mezquitas, pagodas e iglesias en la que todas las posibles tonalidades de piel se mueven ante escaparates de marcas europeas, se relajan en Le Barachois –el paseo marítimo de la capital– o pasean por la Rue de Paris entre palacetes de aire colonial.

Pero para el viajero, Saint-Denis es solo un lugar de paso, porque Isla Reunión es para recorrerla entera. Para explorarla en coche, subiendo una vertiente y bajando por la otra, exprimiendo cada centímetro de sus curvas, parando en cada uno de sus miradores que se asoman a calderas y cascadas, y agradeciendo el acabado europeo de sus más de 3000 km de carreteras. 

 
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Ballenas y otros cetáceos

Las alturas matizan el agradable clima tropical de Reunión. En la costa la temperatura no suele descender de los 20 ºC,  pero el interior de la isla puede resultar muy frío, especialmente por la noche. Las precipitaciones en cambio son más imprevisibles y varían según las zonas, de manera que al desplazarse, por poco que sea, se va pasando del sol a la lluvia en cuestión de minutos. La época idónea para viajar a la Isla Reunión va del mes de mayo a octubre –en julio y agosto los vuelos se encarecen–, cuando una mágica conjunción aúna la temporada seca y la época de paso de las ballenas jorobadas, un espectáculo que puede seguirse desde una embarcación.

 
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Una galaxia gastronómica

La Reunión es muy similar a la isla Mauricio y las Seychelles en lo que se refiere a cultura, grupos étnicos, lenguaje y tradiciones. Su religión mayoritaria es el catolicismo, seguida del hinduismo, el islam y el budismo. El mestizaje se palpa también en su oferta gastronómica. El azúcar de caña es el producto estrella del país, cultivado en extensas plantaciones que, como las de café, utilizaron mano de obra esclava. Y por supuesto la vainilla, la famosa orquidácea proveniente de América del Sur que hoy aparece en el escudo oficial. 

En restaurantes, casas de comida y mercados es posible probar el cari poulet o el cari poisson, un plato de carne o de pescado con abundante curry y arroz; los bichiques, unos alevines muy preciados que se asan o se saltean; el rougail, salsa a base de tomate, chiles, cebolla y jengibre; o samosas, las empanadillas indias. Los pequeños salones de comida que los lugareños montan en sus propias viviendas ofrecen una oportunidad inmejorable de probar los auténticos sabores de la isla a precios asequibles. Sin embargo, el gran deporte nacional es el pícnic. Los isleños suelen reunirse los fines de semana en grupos familiares o de amigos en algún paraje idílico, alrededor de un abundante despliegue de comida, regado con cerveza Bourbon. 

 
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Mafate y otros paisajes que quitan el hipo

En una isla en la que el 40% del territorio está declarado Patrimonio de la Humanidad, basta con mirar alrededor para contemplar paisajes espectaculares. Con el añadido de que las mejores panorámicas se consiguen casi sin bajar del coche. El valle de Takamaka, por ejemplo, se puede contemplar desde un mirador que se alcanza en 20 minutos de coche desde Saint Benoît. O el circo de Mafate, a los pies del pico Maïdo, avistable desde un balcón a 2200 m. El circo de Cilaos se divisa desde el mirador de la Roche Merveilleuse, accesible en coche o a pie en 1h30; se dice que frotar el vientre contra la roca ayuda a quedarse embarazada. Espectaculares son también las vistas del Belvédère de Bois Court, que desde una altitud de 1400 m se asoma  a los muros de Cilaos, al Grand Bassin y a la Plaine des Sables a la sombra del volcán Piton de la Fournaise. 

 
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100 % adrenalina

La oferta de actividades en la naturaleza es lo que realmente marca la diferencia entre la Reunión y las otras islas del Índico. Desde la espeleología por tubos volcánicos al surf en aguas visitadas periódicamente por tiburones, el nombre de Reunión equivale a acción, adrenalina pura en vena. No en vano la denominan la Isla Intensa o la Isla de la Aventura. Reunión es al turismo activo lo que Mauricio y Seychelles al de sol y playa. Hay opciones para todos los gustos. La costa oeste concentra la mayoría de empresas que ofrecen actividades. En Saint-Leu es posible iniciarse en el parapente, descendiendo desde Les Colimaçons, a unos 800 m de altura hasta el borde del océano, o practicar surf y sus variantes de paddle o kitesurf, con la ventaja de que en aguas tan templadas no se necesita neopreno.

 
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Con gafas y aletas...

Dos enclaves ideales para practicar submarinismo o snorkel son Saint-Gilles y Boucan Canot, al norte de Saint-Leu. En esta zona también se avistan ballenas jorobadas y delfines, si es temporada de paso y las condiciones lo permiten. Las emociones fuertes pueden continuar sobrevolando en helicóptero un volcán en erupción o practicar descenso de cañones en cualquiera de sus impactantes circos: el Fleur Jeune, el Bras Rouge, el Trou de Fer o el Trou Blanc son retos internacionales de tal nivel técnico que los iniciados se refieren a Isla Reunión como el Himalaya del barranquismo.

Isla reunión8 Circo del cráter de Mafate cerca de Cape Noir

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O con botas

Por supuesto, el senderismo es la joya de la corona. Reunión es una de las regiones del planeta mejor preparadas para la práctica de un deporte que aquí permite avistar altísimas cascadas, darse improvisados baños en pozas cristalinas o cruzar puentes colgantes sobre impresionantes brechas. 

 
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Un volcán poderoso

A pesar de su gran actividad, el Piton de la Fournaise es un volcán predecible y de fácil acceso. De ahí que los momentos que más visitantes se registran sean cuando el Observatoire Volcanologique du Piton de la Fournaise anuncia una explosión de lava –la última tuvo lugar en abril de 2020–. Estos espectáculos de pirotecnia natural ponen continuamente en jaque a las autoridades locales, que tienen que hacer auténticos equilibrios entre la libertad de circulación y la seguridad. Recorrer sus laderas negras o asomarse al cráter de Dolomieu es una experiencia espectacular, especialmente de noche, cuando la lava fluye lentamente por decenas de ríos que parecen venas fosforescentes. Conviene informarse de las predicciones meteorológicas y de actividad volcánica, así como seguir una serie de precauciones básicas. La niebla, las frecuentes erupciones y las bajas temperaturas pueden jugar malas pasadas.

 
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La excursión estrella

El otro gran volcán de la isla es el Piton des Neiges que, al contrario de lo que sugiere su nombre, no acumula nieves perpetuas. Con sus 3070 m es el punto más alto de la isla, el muro contra el que topan las nubes cargadas de humedad que hacen de la isla un edén de verdor. El volcán lleva extinto aproximadamente 12.000 años, un merecido descanso si se tiene en cuenta que es el causante de la formación de las dos terceras partes de la isla. Ubicado al norte de Cilaos su presencia resulta impresionante, si bien su silueta solo resulta visible por la mañana. 

Para ascender el Piton des Neiges conviene madrugar, aunque se haya pasado la noche en la caverna Dufour, a unos 600 m de la cumbre. Es el módico precio que hay que pagar por coronarlo a primera hora, pues a partir de mediodía la niebla se espesa, cerrando los senderos, hurtando las vistas y volviendo peligroso cada paso. Flanqueado por los circos de Mafate, Salazie y Cilaos, el ascenso se hace posible desde las tres vertientes, con distintos grados de dificultad. Llegar hasta la cumbre tiene el regalo de contemplar la isla con la majestuosa estampa del Índico en el horizonte. Es esa visión privilegiada lo que le ha valido el sobrenombre de Techo del Índico, al menos hasta que sus primos de Sumatra o Java, más altos, decidan discutirle el título.

 
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Playas y piratas

En una isla, al descender, se haga por donde se haga, siempre se acaba en el mar. Reunión tiene más de 250 km de costa salvaje y acantilada en la que se extienden una docena de playas de arenas blancas, suaves y cálidas. Con pueblos que todavía conservan el aire de antaño, como Sainte-Rose, un antiguo núcleo pesquero y azucarero, o la preciosa bahía Anse des Cascades, también en la costa oriental. Esta última y Grande Anse se cuentan entre las playas preferidas por los isleños para reunirse en torno a un pícnic bajo las palmeras. 


En el Índico, tierra de piratas y tiburones, los segundos siguen siendo visitantes asiduos por lo que las playas más seguras para el baño –y especialmente para el submarinismo o el snorkel– son las que cuentan con una barrera de arrecife y una red protectora, como Roches Noires o Boucan Canot. En cuanto a los piratas, a las afueras de Saint-Paul hay un camposanto con vistas al mar conocido como el Cementerio Pirata. Allí se halla, señalada con una tibia y calaveras, la tumba de Olivier Levasseur, apodado La Buse (el buitre), un pirata que escondió un fastuoso botín en el laberinto de islas del Índico. Con la soga al cuello y antes de ser ejecutado el 7 de julio de 1730, La Buse lanzó a la multitud un papel con un misterioso pictograma: «Mi tesoro para quien lo comprenda», gritó. En el documento hay algunas coordenadas y un texto escrito en un alfabeto misterioso. Durante siglos cazadores de tesoros de todo el mundo han buscado unas riquezas estimadas en cerca de 80 millones de euros. Hasta el día de hoy, sin éxito.