Londres bajo el poder del rublo
He querido reflejar cómo ha cambiado Londres en los últimos diez años, señala Ritchie. Comprar una casa en el centro es casi imposible, y eso ha propiciado la llegada de dinero de fuera. El sector inmobiliario es el tablero de ajedrez sobre el que Ritchie mueve sus piezas: mafiosos rusos empeñados en levantar un estadio, especuladores con secretos familiares y un deficiente manejo de las obras de arte (ajenas) y buscavidas que pasan su tiempo libre en los peores tugurios de la ciudad protagonizan un laberinto de desencuentros y choques violentos. Súmenle el sentido del humor de Ritchie, un cineasta de maneras postarantinianas y el resultado es el equivalente en pantalla a un cocktail molotov explosionando. Sus películas son como una versión contemporánea de la Comedia del Arte. Maneja arquetipos conocidísimos pero siempre sorprende, afirma Jeremy Piven (Ases calientes), convertido aquí en un atribulado productor discográfico estadounidense, un feroz contraste con su rol de agente Ari Gold en la serie El séquito.

¿Qué es un RocknRolla?
A unos les va el dinero, a otros las drogas, el sexo, el glamour o la fama. Un rocknrolla es diferente. ¿Por qué? Porque un auténtico rocknrolla quiere el lote al completo. El firmante de esta definición es Ritchie pero su ejecutor en pantalla es Archie (Mark Strong), el secuaz del corrupto Lenny Cole (Tom Wilkinson). Strong, que ya destacó en Revolver y al que acabamos de ver en Red de mentiras (Ridley Scott, 2008), encarna a un mafioso de la vieja escuela. A mi personaje le gusta ir bien vestido, vive entre lujos y sabe que el crimen organizado tiene más que ver con el mundo de los negocios que con el de la delincuencia, subraya. Pero él no es el rocknrolla del título: es Tobby Kebbell, un espigado actor que se diría condenado a una dieta de metadona y lechuga iceberg y que da vida a Johnny Quid, estrella del rock reinventada como espectro adicto al crack que tiene la dispar fortuna de ser hijastro del poderoso Cole.

Rock’n’roll animals
Podríamos decir que mi personaje es, en buena medida, el villano, afirma Wilkinson con una prudencia muy british. El guión es tan enrevesado que he construido mi rol a partir de lo que hay en la historia y nada más, continúa el actor. Creo que, al principio, Cole es un tipo que no ha matado, aunque ha podido encargarlo. A medida que avanza la trama, aprende a llenar algunas lagunas en el ejercicio de la violencia. Strong añade: Lenny y yo somos malos, pero los malos de verdad son los rusos. El término rocknrolla también admite otras acepciones. Sirve para definir a aquella persona que sobrevive en las calles sirviéndose de su ingenio y de su visceralidad. Para Ritchie, la palabra le sienta como un guante al personaje de Johnny Quid, un adicto al crack en caída libre desde su efímera gloria como rock star. Para Strong, el neologismo muestra la lúdica relación del director con el lenguaje: Le fascina jugar con las palabras. Se ríe mucho con el argot y con la jerga de la calle.