Forajido de leyenda

Dick Turpin, un Robin Hood del siglo XVIII

Una popular novela de 1834 convirtió a Dick Turpin en un mito, un benefactor de los más desfavorecidos que luchaba contra los poderosos. Pero en realidad, Turpin dista mucho de ser un héroe al estilo de Robin Hood, ya que fue un salteador de caminos y granjas y asesino que acabó en el cadalso acusado de robo de ganado.

El personaje de Dick Turpin representado en una de las publicaciones seriadas británicas de Penny dreadful. 

CC

Dick Turpin es, sin ningún género de dudas, el bandolero más famoso que haya recorrido los caminos de Inglaterra. La literatura, pero sobre todo la leyenda, se ha encargado de dar vida a un personaje heroico que, al estilo del mítico Robin Hood, robaba a los ricos. A ello había que añadir además que era un hombre atrevido y apuesto. Pero ese bandolero legendario que cabalgaba a lomos de una fogosa yegua llamada Black Bess difiere mucho del Dick Turpin real, el que murió ahorcado el 7 de abril de 1739. Conozcamos su verdadera historia.

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De carnicero a ladrón

Algunos biógrafos de Dick Turpin localizan su lugar de nacimiento en la ciudad de Thaxsted, mientras que otros lo sitúan en Hempstead, en el condado de Essex. Lo que sí parece seguro es que Turpin fue hijo de un carnicero, y que él mismo trabajó como aprendiz de carnicero en Whitechapel, por aquel entonces un suburbio de las afueras de Londres.

Nada más terminar su aprendizaje, Dick empezó a robar ovejas y corderos para venderlos en la carnicería que acababa de abrir. Por desgracia para él, fue sorprendido mientras intentaba robar unos bueyes y tuvo que huir para no ser atrapado. Cansado de esa vida, a principios de 1730 Turpin se unió a una banda de ladrones conocida como "Gregory Gang", que se dedicaba a la caza furtiva de ciervos y cuyos miembros tuvieron que permanecer ocultos tras la promulgación de la "Ley Negra", llamada así porque prohibía llevar antifaces en los bosques. Quien tuviera la desgracia de ser capturado de esa guisa muy posiblemente acabaría ejecutado.

Sobre estas líneas, una imagen de Dick Turpin a lomos de su yegua Black Bess atravesando la puerta de Hornsey utilizada para ilustrar la novela "Rookwood" de W. H. Ainsworth, de 1834.

Sobre estas líneas, una imagen de Dick Turpin a lomos de su yegua Black Bess atravesando la puerta de Hornsey utilizada para ilustrar la novela "Rookwood" de W. H. Ainsworth, de 1834.

Foto: CC

Turpin empezó a robar ovejas y corderos para venderlos en la carnicería que había abierto nada más terminar su aprendizaje.

La banda de Turpin decidió entonces tomar otro rumbo y empezó a asaltar granjas aisladas donde podían obtener un buen botín con poco riesgo. Por ejemplo, una vez Turpin se enteró de que en una de esas granjas vivía una anciana de la cual se decía que guardaba 700 libras. Movidos por la avaricia, y sin pensárselo dos veces, los forajidos pusieron rumbo a la granja. Se dice que fue el propio Turpin quien se ocupó de torturar a la anciana colocándola sobre unas brasas hasta que la mujer reveló el escondite del dinero. Al final, los asaltantes se llevaron 100 libras y vaciaron la despensa antes de dejar la granja.

En otro asalto, la banda golpeó a un hombre de setenta años con la culata de una pistola para robarle 70 libras; y antes de marcharse abusaron de sus sirvientas.

Carrera criminal

Con la banda diezmada por el arresto y ajusticiamiento de unos cuantos de sus componentes, Turpin y el resto del grupo se dedicaron a seguir haciendo lo que mejor sabían hacer: robar granjas. Tras varios golpes de relativo éxito, el 11 de febrero de 1735, tres miembros de la banda, John Fielder, William Saunders y John Wheeler, fueron detenidos en una posada tras un robo en la casa de Joseph Lawrence, un granjero en Earlsbury Farm, en Edgware.

Aquel día, el propietario de la posada se dio cuenta de que los tres caballos atados en la entrada de su establecimiento eran los mismos de los que habían participado en el atraco de la granja de Lawrence. Rápidamente llamó al alguacil que se personó al instante con un grupo de agentes. Los tres ladrones, que en esos momentos estaban bebiendo con una mujer de nombre Mary Brazier, fueron de inmediato detenidos y encarcelados.

El más joven de ellos, un tal John Wheeler, que por aquella época debería tener quince años, se vino abajo y delató rápidamente a sus compañeros. Sus descripciones muy pronto circularon por la prensa. The London Gazette describió a Turpin como: "Richard Turpin, un carnicero de oficio, es un hombre alto y de color fresco, muy marcado con la viruela, de unos 26 años de edad, 1,75 m, vivió hace algún tiempo en Whitechapel y últimamente se alojó en algún lugar de Millbank, Westminster. Viste un abrigo gris azulado y una peluca natural".

Tras varios golpes de relativo éxito, el 11 de febrero de 1735, tres miembros de la banda, John Fielder, William Saunders y John Wheeler, fueron detenido en una posada tras un robo en la casa de Joseph Lawrence.

Casi todos los miembros de la banda fueron ejecutados, pero Turpin logró escapar junto a Thomas Rowdan, y ambos se dedicaron a seguir atracando por los caminos. Ocultos en una cueva de Eppin Forest, en el condado de Essex, Turpin y su compinche robaban a los viandantes desconocedores de su presencia.

A pesar de que se ofrecía una recompensa de 100 libras por sus cabezas, Turpin continuó con sus asaltos, aunque a veces sólo conseguía unas pocas guineas. Tiempo después se unió a él un tal Tom King, quien tras una trifulca con las autoridades por un caballo robado fue abatido por el propio Turpin por accidente. Moribundo, King proporcionó a los agentes valiosa información sobre el famoso forajido.

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El gallo y la carta

Turpin decidió huir a Yorkshire y cambió su identidad por la de un honrado comerciante de caballos llamado John Palmer. Un día, al regresar de una cacería, frustrado por llegar con las manos vacías, disparó a un gallo de su casero. Al darse cuenta de que habían matado a uno de sus animales, el casero, furioso, amenazó a Turpin con matarlo y fue tal el escándalo que se organizó, que tres jueces de East Riding, en Yorkshire, se vieron obligados a desplazarse hasta el lugar de los hechos.

Los tres jueces empezaron a tirar del hilo y descubrieron el origen bastante irregular de la fortuna del "señor Palmer", sospechoso de robo de ganado y de caballos. El magistrado local pidió a Turpin que buscara a alguien que pudiera avalar su buena conducta, pero como no pudo encontrar a nadie que garantizase su buen comportamiento al final fue encarcelado.

Durante el siglo XIX, Turpin se convirtió en un personaje muy popular al que incluso se le atribuían supuestas hazañas de las que no era el verdadero protagonista. Su imagen fue usada en diferentes ámbitos, como por ejemplo en esta ilustración que denuncia la connivencia del gobierno con las compañías del ferrocarril.

Durante el siglo XIX, Turpin se convirtió en un personaje muy popular al que incluso se le atribuían supuestas hazañas de las que no era el verdadero protagonista. Su imagen fue usada en diferentes ámbitos, como por ejemplo en esta ilustración que denuncia la connivencia del gobierno con las compañías del ferrocarril.

Foto: CordonPress

Un día, al regresar de una cacería, frustrado por llegar con las manos vacías disparó a un gallo de su casero. Al darse cuenta de que habían matado a uno de sus animales, el casero amenazó a Turpin con matarlo.

Fue entonces cuando Turpin cometió un error fatal que acabaría con su carrera como forajido (y con su vida). Desde la cárcel, escribió una carta a su cuñado en la que le decía lo siguiente: "Procúrame una prueba desde Londres para darme un personaje que contribuya a mi absolución". Pero al ver el sello postal de York, su cuñado se negó a pagar los gastos de envío, por lo que la carta fue devuelta a la oficina de correos.

La desgracia para Turpin no terminó allí. La casualidad hizo que un antiguo maestro de Turpin viera la misiva y reconociera la letra del forajido. Rápidamente puso en conocimiento de las autoridades los hechos, con lo que se acabó confirmando que "John Palmer" y Dick Turpin eran la misma persona.

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Un "dandy" en el patíbulo

A pesar de las súplicas del padre de Turpin para que le conmutaran la pena capital, este solo pudo enviarle una carta a su hijo en la que decía "rogar a Dios que perdone tus muchas transgresiones, por las cuales el ladrón en la cruz recibi�� perdón en la última hora". Antes de que se llevara a cabo su ejecución, Turpin recibió muchas visitas de curiosos que querían ver de cerca al famoso forajido. Turpin aprovechó su fama recién adquirida para comprarse ropa nueva, zapatos nuevos y alquilar el servicio de unas plañideras.

Finalmente, el 7 de abril de 1739, Dick Turpin recorrió las calles de York en un carro abierto, haciendo reverencias a la multitud que se agolpaba a su paso, asombrada por la actitud burlesca del condenado. El cadalso estaba situado en el hipódromo de York, y tras subir lentamente los escalones que lo conducirían hasta la soga, Turpin se sentó durante media hora a charlar con los guardias y el verdugo. Una crónica de The Gentleman's Magazine se hacía eco con asombro de los últimos momentos de Turpin: "Con valor inquebrantable miró a su alrededor, y después de hablar algunas palabras con el líder, se tiró de la escalera y expiró en unos cinco minutos".

Turpin recibió muchas visitas de curiosos que querían ver de cerca al famoso forajido, y aprovechó para comprarse ropa nueva, zapatos nuevos y alquilar el servicio de unas plañideras.

¿Cómo es posible que un personaje tan violento se convirtiera de repente en alguien tan popular? La respuesta podría hallarse en la novela Rookwood, escrita por W. Harrison Ainsworth, que fue publicada en 1834. En ella, el autor describe a un Turpin que viaja a lomos de su brava montura unas distancias desorbitadas. Pero en realidad esta "hazaña" no la llevó a cabo Turpin, sino que fue obra de otro asaltador de caminos llamado John Nevison unos veinte años antes de que naciera el forajido. A pesar de ello, la obra de Ainsworth cautivó tanto a los lectores que al final el personaje real, un vulgar ladrón de casas, torturador y asesino, iba a ser sustituido por un ficticio caballero que recorría los caminos y un príncipe de los salteadores.