Fútbol

Por qué todos quisimos tener la coleta de Roberto Baggio, protagonista del nuevo ‘biopic’ futbolero de Netflix

Il Divin Codino, disponible en Netflix, repasa la vida del exfutbolista Roberto Baggio, pero se olvida de su rango más característico: su peinado noventero.
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Por qué todos quisimos tener la coleta de Roberto Baggio, protagonista del nuevo biopic futbolero de NetflixNew Press

Todo Roberto Baggio es una gran cola de caballo que avanza espantando gente, en elegante vaivén”, escribió Eduardo Galeano. Mientras termino de ver Il Divin Codino, el biopic deslavazado sobre el exfutbolista que acaba de estrenar Netflix, recuerdo que el uruguayo escribió sobre él y busco la cita en el móvil. Es tan buena que la han reproducido en un millón de ocasiones y Google me la devuelve al primer vistazo. 

Apago la televisión y leo un mensaje que tenía pendiente en el teléfono. Un amigo me pregunta por la peli, si merece la pena. Él siempre ha sido muy de Baggio. Lo adoraba hasta el punto de que una foto del italiano, lamentándose tras perder el Mundial en el último penalti, preside los juegos de sus niños en el salón de su casa desde que nacieron. Drama y vida. Le contesto con cita de Galeano y la acompaño de un consejo: “Ni te molestes en verla”.

Il Divin Codino saca todo el pecho que puede sacar los primeros minutos. La cámara busca las míticas botas Diadora de Baggio y después se recrea en el flamante Adidas Questra que mandó a las nubes en la tanda de penaltis que sigue conectando Italia y Pasadena en un hilo de melancolía amarga. 

Un chispazo más y vemos al Roby adolescente, sudando una camiseta Adidas, roja como la sangre, goleando en el Lanerossi Vicenza frente a la pancarta de Ultras Vigilantes. El film es confuso, desordenado y sensiblero pero no tiene precio como cápsula del tiempo. Es ese grupo de versiones tocando Sweet Child of mine en un garito de Benidorm a las cinco de la tarde. No sabes cómo, pero de alguna manera funciona.

“Pero ¿está todo? ¿falta algún cromo?”, me pregunto mientras avanza la peli como el que inspecciona cada rincón de la casa como el mejor detective de homicidios antes de salir de viaje. Como el padre que se palpa los bolsillos del bañador mojado rezando para que no se haya empapado el billete de cincuenta euros que recordó haber guardado allí en el preciso instante que la primera ola le golpea el culo. ¡No, me falta la coleta! 

El biopic de Letizia Lamartire incluye lesiones, espíritu de superación, budismo y unas cuantas secuencias apañadas de fútbol jugado, pero ni rastro del peinado más icónico de los noventa. ¿Por qué? ¿Cómo puede ser posible? Nadie se lo explica. 

No hay en la cinta ni rastro de ese momento histórico para el folclore futbolístico en el que Baggio llega al bar de Sportilia, la ciudad deportiva donde se concentraba la selección desde los noventa, y se fija en la camarera del bar, guadalupeña y coronada en mil trencitas negras. Hacen migas y acaba accediendo a que replique ese peinado en su caleta rizada. De ese momento fundacional de la Baggiomania han decidido desprenderse.

     

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Ni rastro tampoco de lo contracultural que resultaba en Italia el peinado de Baggio, incluso cuando cada regate del genio lo acompasaba un sencillo moño rizado y no las exuberantes trenzas. De como Gianni Agnelli, el eterno patrón de la Juventus, había anticipado la revolución capilar después de un golazo del genio al Atalanta en la liga del 92. “Si marca siempre así le doy permiso no solo para dejarse la coleta sino las trenzas”, declaró a regañadientes el abogado a la Gazzetta del Sport. No sabía la que se le venía encima.

El peinado de Baggio, como su budismo declarado o su carácter introvertido, fue un mascarón de proa que gritaba su diferencia al mundo. También un indicador de que los tiempos estaban cambiando en un país chapado a la antigua. Un estilete. 

Que se lo digan a Gigi Lentini, la malograda estrella del Torino que a las puertas de dar el salto a un grande desayunaba cada mañana con preguntas sobre su melena y su pendiente encajarían en la sobriedad de un Milan o una Juve, los clubes que le pretendían. “Si Baggio anda por ahí con coleta significa que estas cosas están superadas”, explicaba a Il Corriere della Sera en 1992.

Aunque brilló por última vez en aquel Brescia heróico de Pirlo, Guardiola y Carletto Mazzone, la coleta de Baggio murió en 1997. Tras su fichaje sorpresa por el Bologna decidió presentarse a sus nuevos seguidores con un estilo casi militar. Rapado, como un guerrero expurgando viejos males. Ni Sacchi ni Agnelli, fue un barbero de Caldogno, su pueblo natal, el que acabó de un tijeretazo con una leyenda que duraba casi una década. Roby guardó el moño en su casa durante un tiempo, como si tal cosa y al mismo tiempo como si fuese una reliquia religiosa de sí mismo. Una década resumida en un trozo de pelo trenzado.

Un gesto puede resumir la vida entera y mucho más en el fútbol, que es una manta vieja cosida de instantes. Baggio sobrevivió a su penalti y a sus contradicciones. Aquella trenza danzando sobre su nuca resume una época, la de un fútbol salvaje, abrazado a la fantasía y a lo impredecible. Me da pena que eso no salga con más detalle en la película. 

Roberto Baggio fue el mejor porque los mejores siempre son los que nos desarman. No los que ganan, sino los que asombran. Ganar, muchas veces, es un ejercicio vulgar. Dunga marcó su penalti y después se rascó el pelo cortado a cepillo, pero todos quisimos llorar y dejarnos las trenzas de Baggio. 

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