Ren� Girard y su cr�tica de la etnolog�a multiculturalista y relativista
Gazeta de Antropolog�a
Gazeta de Antropolog�a, 2010, 26 (2), art�culo 28 � http://hdl.handle.net/10481/6765
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Recibido: 9 abril 2010  |  Aceptado: 18 junio 2010  |  Publicado: 2010-06
Ren� Girard y su cr�tica de la etnolog�a multiculturalista y relativista
Ren� Girard's criticism of multiculturalist and relativist ethnology

Agust�n Moreno Fern�ndez
Becario del programa FPU del Ministerio de Educaci�n. Departamento de Filosof�a II, Universidad de Granada.
agustinjmf@hotmail.com


RESUMEN
En la etnolog�a actual imperan los discursos que exaltan las diferencias culturales y los planteamientos que cuestionan las pretensiones cient�ficas de verdad y universalidad. Ren� Girard desarrolla una serie de cr�ticas a estos postulados, que van aparejadas a una de sus tesis fundamentales: la hip�tesis del chivo expiatorio, como mecanismo presente en los or�genes de cada cultura. Esta tesis implica aseverar la capacidad de acceso a la realidad extratextual de los mitos frente al relativismo epistemol�gico. Pero tambi�n asumir la unidad del g�nero humano; de sus ritos, mitos y religiones y su papel siempre crucial, vinculado a nuestra naturaleza violenta, secularmente ocultada por los saberes humanos. Girard hace una apuesta interdisciplinar ante el estancamiento de la etnolog�a.

ABSTRACT
In today’s ethnological panorama, the predominant discourses deal with cultural differences while questioning the intent of scientific discourse. Ren� Girard develops a list of critics to these points of view. At the same time, he defends his scapegoat hypothesis, a mechanism present in the origins of every culture. This thesis involves the defence of our capacity to gain access to the extra-textual reality of myths against to the epistemological relativism. However, the unity of the human gender and the unity of the rites, myths and religions is assumed, together with their fundamental function to fight against the risk of our own violence, hidden by human knowledge. Girard defends the interdisciplinary way to search for a solution to the ethnological crises.

PALABRAS CLAVE | KEYWORDS
Ren� Girard | chivo expiatorio | violencia sagrada | multiculturalismo | universalismo | interdisciplinariedad |  scapegoat | sacred violence | multiculturalism | universalism | interdisciplinary approach

1. Ren� Girard y la hip�tesis del chivo expiatorio ante el discurso etnol�gico actual

Ren� Girard es un antrop�logo autodidacta (adem�s de cr�tico literario, ex�geta, pensador), nacido en Francia y cuya carrera se ha desarrollado sobre todo en Estados Unidos. Desde los inicios de su itinerario intelectual le ha preocupado pensar la violencia y su conexi�n con lo sagrado. Tras elaborar una teor�a del deseo mim�tico a partir de las grandes obras de literatura de los principales novelistas occidentales (Girard 1961), toma los mitos y los ritos procedentes de toda cultura como objeto de estudio (1). A partir de ellos establece la hip�tesis del chivo expiatorio, aunque sin dejar de lado la teor�a mim�tica. El ser humano es el animal m�s imitador de cuantos hay. Nuestra naturaleza mim�tica y deseante posibilita la condici�n humana misma, al habilitarnos como seres dotados de cultura y lenguaje. Sin embargo, al mismo tiempo, esta rotura del r�gimen instintivo tiene tambi�n su reverso. Si en el reino animal, gracias a los dominance patterns, las crisis de violencia rival entre miembros de un grupo, se resuelven con el sometimiento a un l�der, en los seres humanos estos patrones ya no funcionan. La violencia intracomunitaria se desencadena sin freno y pone en riesgo la supervivencia del grupo.

Es en este punto donde Ren� Girard sit�a la emergencia de lo humano, lo simb�lico, lo sagrado y lo cultural, concentrados en un mecanismo capaz de frenar la lucha de todos contra todos: el chivo expiatorio. No se trata aqu�, como en el Lev�tico, de un ritual hecho de manera consciente mediante el cual se transfieren al animal los pecados para expulsarlos y expiarlos. Se trata de una polarizaci�n, de sentido inverso, de los flujos mim�ticos que estaban ocasionando la violencia que, ahora, van a orientarse hacia la elecci�n de un individuo del grupo que la va a focalizar siendo hallado culpable de la crisis. Considerado el causante de todos los males va a ser sacrificado. Si antes era la indiferenciaci�n, el caos y el desorden violento, ahora, en torno a la v�ctima y al sacrificio se producen el orden y la diferenciaci�n. Con el asesinato sacrificial, la comunidad se descubre liberada de sus males y, perpleja ante la nueva situaci�n, ahora no s�lo ve en la v�ctima al culpable de la violencia desatada, sino tambi�n al responsable de la paz y de la resoluci�n de la crisis. Esta sacralizaci�n de la v�ctima es el nacimiento de lo sagrado. Los ritos de cada cultura son la rememoraci�n de sus cr�menes fundadores (Girard 1986: 76-78). Los mitos, el relato de lo acontecido para cada comunidad, relato tergiversado de la realidad que, aunque sin saberlo, escamotean la responsabilidad de todo el grupo en las crisis sociales y justifican la culpabilidad de una v�ctima, a la que se atribuyen los peores cr�menes (v�ase, por ejemplo, el caso de Edipo, incestuoso y parricida). Girard, analizando un gran corpus etnogr�fico que abarca culturas de todo el mundo, establece una caracterolog�a de rasgos victimarios. Freud ten�a raz�n en que el origen de las culturas y las civilizaciones comienza por un crimen fundador. Se equivocaba, entre otras cosas, en creer que fue un acontecimiento �nico del que luego se arrastraba una culpa inconsciente. Girard, sit�a el mecanismo del chivo expiatorio en el marco de la evoluci�n humana. En el plano de la evoluci�n cultural el cristianismo, precedido sobre todo por el juda�smo, ser�a el culmen de la revelaci�n de este mecanismo sacrificial y de la inocencia de las v�ctimas (2).

De este modo, sostener la hip�tesis del mecanismo del chivo expiatorio implica afirmar la existencia de cr�menes fundadores en los comienzos de cada cultura, cuya estela puede seguirse, a�n estando velados, detr�s de los mitos y ritos milenarios. Y, por tanto, afirmar la capacidad ling��stica para acceder a la realidad extratextual, negando el relativismo epistemol�gico. Pero tambi�n implica asumir la universalidad y la unidad de los ritos, mitos y religiones humanas y, por ende, del g�nero humano, por encima de las peculiares diferencias de cada cultura, y aceptar que la naturaleza humana se halla abocada a la violencia. Implica, por tanto, no s�lo una cr�tica al culto y a la esencializaci�n de la diferencia frente a la identidad humana universal, sino tambi�n a la negaci�n del rol capital que las religiones han jugado y juegan en las sociedades humanas, y al ingenuo optimismo antropol�gico. La etnolog�a actual est� en el punto de mira de estas cr�ticas, ya que en �sta priman: el estudio y la sobrevaloraci�n de las diferencias; los enfoques particularistas y los planteamientos relativistas (hasta el grado de negar el acceso a lo real, seg�n la c�lebre cita nietzscheana: "no hay hechos, sino s�lo interpretaciones" (3)); y la ocultaci�n de la violencia sacrificial en las sociedades antiguas. Girard propone un discurso alternativo para la ciencia antropol�gica en el marco de la interdisciplinariedad y de unas ciencias humanas que han de buscar su lugar propio. Analizar estas cr�ticas y esta propuesta es el objeto del presente art�culo.


2. El multiculturalismo y la exaltaci�n de las diferencias

En el terreno de la etnolog�a, Girard denuncia un gran mal para esta disciplina: el relativismo multicultural, encasillado en el extremismo de las diferencias. Casi todos los etn�logos son relativistas. Est�n convencidos de que nada en las culturas humanas trasciende la diversidad infinita de las diferencias, y han olvidado el esp�ritu inaugural de su disciplina y su af�n por encontrar lo universalmente compartido. El multiculturalismo, en opini�n de Girard, sucumbe con frecuencia a lo mismo que denuncia como el mayor pecado de Occidente: el apetito de exclusi�n. Se encierra en reconstituir artificialmente las culturas no occidentales, en detrimento de una mayor comunicaci�n y apertura (Girard 2006: 41) y, de paso, enmascara un falso universalismo del que pretenden revestirse las distintas culturas: la creencia, incluso en las culturas m�s cerradas, de que en el compartimento de una diferencia cultural particular, supuestamente inagotable, se halla la plenitud de la libertad y la universalidad. Sin embargo, todo lo que cuestiona esta creencia ilusoria, todo lo que cuestiona la supuesta esencial diferencialidad de la propia cultura, es lo que desencadena la disposici�n inmemorial a la persecuci�n: "Esta tendencia adopta siempre los mismos caminos, la concretan siempre los mismos estereotipos, responde siempre a la misma amenaza. Contrariamente a lo que se repite a nuestro alrededor, nunca es la diferencia lo que obsesiona a los perseguidores y siempre es su inefable contrario, la indiferenciaci�n" (Girard 1986: 34) (4).

El relativismo contempor�neo ser�a el resultado del fracaso de la antropolog�a moderna (Girard, Vattimo 2009: 64), el fracaso de la tentativa de resoluci�n de los problemas ligados a la diversidad cultural humana. Girard pretende demostrar que las diferencias culturales son significativas a un cierto nivel (por ejemplo existen miles de modos de regular la vida en sociedad, como las leyes matrimoniales), pero no en otro (todas tienen un �nico fin: prevenir los conflictos y la violencia interpersonales): "siempre he cre�do que el relativismo enmascara la unidad del conocimiento (5) que s�lo puede existir si se acepta como punto de partida" (Girard, Vattimo 2009: 147-148). La profundidad y la pretendida inconmensurabilidad de las diferencias exaltadas por el multiculturalismo son tan s�lo aparentes. Es m�s, dice el pensador franc�s: "cuanto m�s arraigada, "aut�ntica" e indesarraigable es la pertenencia, m�s se basa en unos idiotismos (...) que probablemente son insignificantes, aut�nticas idioteces, tanto en el sentido franc�s como en el sentido griego de �dion, que significa lo propio" (Girard 1986: 203).

Si en el pasado fue el analogismo delirante, ahora el nuevo callej�n sin salida de la etnolog�a moderna es el "diferencialismo" radical. Pero el problema sigue sin atajarse. La propuesta girardiana, aunque no pretende volver al analogismo exagerado, s� recoge la mezcla de diferencia e identidad de la analog�a, partiendo de una concepci�n peculiar de la m�mesis y del mecanismo victimario, intentando salir as� del doble estancamiento (Girard 1995: 125). Esto podemos verlo en su idea, tan denigrada por los enfoques particulares de cada disciplina, de extrapolar el esquema persecutorio de los llamados textos hist�ricos de persecuci�n, interpretando de igual modo tanto las narraciones de las persecuciones medievales como los mitos llamados "etnol�gicos".


3. La minusvaloraci�n etnol�gica de la violencia y de lo religioso

3.1. La ocultaci�n de la violencia

Adem�s del doble "bloqueo" mencionado, cierto multiculturalismo etnol�gico est� tambi�n preso, a juicio de Girard, por el discurso de lo "pol�ticamente correcto", que le conduce al negacionismo de la violencia sacrificial de las religiones arcaicas. Girard se escandaliza ante el hecho de que en Estados Unidos ciertos museos de etnolog�a amerindia, minimizan o eliminan toda la violencia religiosa y guerrera en las culturas de los "nativos americanos". M�s a�n, algunos antrop�logos niegan la existencia de los sacrificios humanos e, incluso, arguyen que se trata de una invenci�n imperialista occidental. Esto, a pesar de que la mayor�a de etn�logos se sent�a solidaria con las culturas estudiadas (lo cual no implicaba que ocultaran lo que ve�an) y de que su positivismo favorec�a unas fieles descripciones y observaciones (Girard 2006: 35-37). De todas formas, lo que la antropolog�a de la cultura tiende a rechazar, resurge siempre gracias a la antropolog�a sobre el terreno, que encuentra huellas del sacrificio humano en el mundo entero (ya se trate de los mexicas o los fenicios), sin dejarse intimidar por los discursos ideol�gicos (6) (Girard 2004: 195, 224). As�, "cuanto m�s niegan los etn�logos "pol�ticamente correctos" las violencias de los pueblos primitivos, m�s v�ctimas desterradas por los arque�logos contradicen su "neorousseaunismo" beat�fico (Girard 1996: 91).

Pero la ocultaci�n de la violencia es mucho m�s amplia (aunque, curiosamente, si s�lo se trata de los mitos "etnol�gicos" no se habla de violencia y no se les califica en t�rminos de primitivos o salvajes, que en cambio s� se aplican a los textos evang�licos). La filolog�a y la cr�tica moderna completan la obra de las mitolog�as tard�as, ayudando a borrar y a expulsar los trazos de la violencia de los cr�menes fundadores conforme avanza la cultura (7) (Girard 1986: 121). Pero tambi�n el humanismo cl�sico y, en general, el pensamiento moderno, tratan de no hab�rselas con la violencia. Unas veces se ve la violencia o los mecanismos victimarios en los dem�s, pero no en uno mismo o en la propia sociedad (como Frazer); otras veces s�lo se detectan en uno mismo o en la propia sociedad, pero no en los dem�s (como los anti-etnocentristas): "re�nanse las dos perspectivas y tendremos la verdad" (Girard 2006: 46).

De nuevo Girard ve m�s all� de las diferencias y afirma la existencia de un "esquema transcultural de la violencia colectiva". (Eso s�, nos aclara que una cosa es que exista el esquema y otra que cada acontecimiento concreto dependa luego de �l o no). Y la existencia de unos rasgos universales de selecci�n de v�ctimas (por ejemplo la pertenencia a una minor�a �tnica o religiosa, que contribuye a la polarizaci�n de las mayor�as en contra de quien est� adscrito a �stas). Mientras que marxistas o psicoanalistas estar�an interesados en las causas de las creencias de los perseguidores (voluntad secreta de opresi�n, deseos inconscientes…), Girard pretende situarse en un nivel previo, desentra�ar la mec�nica de la acusaci�n (Girard 1986: 25-31). Y, en este contexto, tambi�n defiende la tesis de la unidad de todas las mitolog�as y rituales (8), y de la totalidad de la cultura humana, religiosa y antirreligiosa:"m�s all� de la diversidad aparentemente extrema, existe una unidad no s�lo de todas las mitolog�as y de todos los rituales, sino de la cultural humana en su totalidad, religiosa y antirreligiosa, y esta unidad de unidades depende por entero de un �nico mecanismo siempre operatorio en tanto que siempre ignorado, el que garantiza espont�neamente la unanimidad de la comunidad contra la v�ctima propiciatoria y en torno a ella" (Girard 1983: 312).

En contra de los discursos de lo pol�ticamente correcto y de la ceguera que nos impide ver la violencia seg�n los casos, Girard habla de la "tendencia universal" en todos los hombres a descargar su violencia acumulada sobre un sustituto, sobre una v�ctima de recambio (Girard 2006: 45). Y esto es cierto, tanto para los "rudos salvajes" estigmatizados por Frazer, como para los s�bditos de la reina Victoria, y para Frazer mismo. Lo que la alternancia de los dos puntos de vista oculta en cada ocasi�n es lo esencial, la universalidad de la violencia. Nuestra ceguera selectiva nos suele ocultar "la participaci�n de todas las culturas y, por tanto, de todos los individuos sin excepci�n, en las formas de violencia que estructuran nuestras pertenencias colectivas y nuestra identidad individual" (Girard 2006: 46)  (9). El secreto, por otra parte, de la supervivencia de todas las sociedades humanas ante el riesgo de descomposici�n por su violencia interna (10), y que la antropolog�a no ha descubierto, ser�a "la convergencia espont�nea, mim�tica, de toda la comunidad contra una v�ctima �nica, el "chivo expiatorio" original, sobre el que todos los odios se descargan sin expandirse catastr�ficamente por su entorno, sin destruir a la comunidad" (Girard 2006: 46).

Girard critica tambi�n la negaci�n de la existencia de un progreso hist�rico que implicar�a una jerarquizaci�n cultural y religiosa, y que es ignorado, entre otros, por la antropolog�a estructural de L�vi-Strauss (11), que considera la mitolog�a un juego de transformaciones, en el que el paso de la presencia de un homicidio colectivo a su ausencia ser�a algo neutral y posible en uno u otro sentido. Girard, en cambio, afirma que la flecha del tiempo existe, que existe una historia de la mitolog�a, un progresivo enmascaramiento de las violencias fundadoras en los mitos y rituales y, tambi�n, una evoluci�n en su desvelamiento. Hay que aplicar, por tanto, etapas diacr�nicas (Girard 1986: 100) y hay que valorar hist�ricamente el progreso civilizatorio y la progresiva renuncia a los sacrificios humanos que culminar� en el judeocristianismo (Girard 1996: 101-102).


3.2. La centralidad de lo religioso frente a la marginaci�n etnol�gica

Otro de los elementos de la etnolog�a actual criticados por Girard, aunque no s�lo de la actual (12) ni s�lo de la ciencia etnol�gica, es la expulsi�n racionalista de lo religioso que sigue siendo dominante en antropolog�a. Esta postura simplista contrasta con la presencia universal del elemento religioso en el n�cleo de todas las instituciones y que las modernas ciencias sociales, esencialmente antirreligiosas para Girard, no quieren reconocer, ya que estar�an asumiendo la religi�n como "el verdadero principio y la forma primitiva de todas las instituciones, (...) el fundamento universal de la cultura humana" (Girard 2002: 122).

El pensador franc�s plantea, muy al contrario del racionalismo, que los seres humanos somos deudores de lo religioso. Dice, con Durkheim, que "lo social y lo religioso son la misma cosa", m�s a�n: "que la humanidad es la hija de lo religioso: no existir�a sin lo religioso" (Girard, Gounelle, Houiziaux 2007: 56) (13); que las sociedades humanas surgen "de lo religioso arcaico por medio de los 'asesinatos fundadores'" (Girard 2002: 128), y que son producto de procesos mim�ticos disciplinados por los ritos que se derivan de aquellos cr�menes (Girard 2002: 127). Los hombres son m�s deudores del mecanismo del chivo expiatorio de lo que pod�amos pensar, y los mitos que lo han encubierto son, dice Girard, como un capullo tejido sin cuyo abrigo no podr�a haberse desarrollado la larva (la humanidad). Gracias a la protecci�n contra la violencia procurada por las v�ctimas propiciatorias se habr�an llevado a cabo las empresas humanas. La perpetuaci�n de la ignorancia primitiva, que posibilitaba el funcionamiento y la protecci�n del mecanismo, es la que impide reconocer la naturaleza de lo sagrado (Girard 1983: 243-244). Es por ello por lo que Girard sostiene que la minusvaloraci�n moderna de lo religioso ser�a, parad�jicamente, "el vestigio supremo de lo propiamente religioso en su forma arcaica, (...) en un �ltimo esfuerzo por ocultar lo que est� en juego en todas las instituciones humanas: evitar la violencia entre los miembros de una misma comunidad" (Girard 2002: 128).

La incomprensi�n de la etnolog�a y del pensamiento moderno con respecto a la religi�n est�, por tanto, vinculada tambi�n a la prolongaci�n religiosa del "escamoteo" de la violencia humana y a la ignorancia de �sta como la mayor amenaza que ha pesado en las sociedades (Girard 1983: 270). Hoy continuamos sin conocer el dominio de la violencia sobre nosotros y no queremos reconocer la identidad de la violencia y lo sagrado. Y es sobre esto, precisamente, sobre lo que habr�a que incidir (Girard 1983: 272) (14). En el terreno antropol�gico el problema concreto, no es ya s�lo dar cuenta de lo que venimos diciendo sino que, adem�s, Girard considera que el cristianismo ha venido siendo objeto de burdas comparaciones con las dem�s religiones, siendo tachado de religi�n arcaica y primitiva (15). Ahora, la cuesti�n antropol�gica fundamental residir�a en explicar c�mo solamente esta tradici�n religiosa, precedida por el juda�smo, en lugar de contribuir al ocultamiento de los cr�menes victimarios los desvela (Girard, Vattimo 2009: 134) (16).


4. Por la interdisciplinariedad epist�mica y el car�cter propio de las ciencias humanas y antropol�gica: �pautas para una refundaci�n?

Ren� Girard defiende una aspiraci�n irrenunciable del esp�ritu renacentista y de la Ilustraci�n: un saber comunicable universalmente (Girard 2006: 41). Este objetivo est� en l�nea con la clara apuesta por la interdisciplinariedad que se destila de sus planteamientos. En efecto, una de sus quejas recurrentes se refiere a que nos hallamos en una situaci�n de esquizofrenia cultural. Por un lado, los historiadores destacan en sus an�lisis el esquema universal de la persecuci�n victimaria en todas las sociedades del planeta, incluido Occidente y su pasado, desvelando la intolerancia y la superstici�n. Sin embargo, por otro lado, los etn�logos nunca descubren este esquema y s�lo se interesan por las teor�as de las causas. En opini�n de Girard, esto es porque: "o bien la persecuci�n se halla presente pero no se ve porque faltan documentos, o bien se ha adoptado un neoprimitivismo contempor�neo que opone a nuestra inhumana sociedad superior la humanidad de las otras culturas" (Girard 1986: 36-37). Parad�jicamente nadie (ni los cr�ticos del etnocentrismo, ni los positivistas) cuestionan o tachan de etnoc�ntrica la aplicaci�n del esquema del chivo expiatorio a las persecuciones medievales de brujas y jud�os (Girard 1986: 166). No son ajenos a esta esquizofrenia los cr�ticos literarios, que no se interesan m�s que por la tragedia y para quienes el mito permanece intocable. Los mit�logos, por su parte, prefieren ignorar la tragedia y muestran desconfianza hacia ella. Seg�n Girard, "esta divisi�n del trabajo se remonta, a decir verdad, a Arist�teles que, en su Po�tica, nos ense�a que el buen autor tr�gico no toca y no debe tocar los mitos, porque todo el mundo los conoce; debe limitarse a pedirles unos "argumentos"" (Girard 1983: 81).

Girard critica a las distintas ciencias y disciplinas. Desde sus visiones particulares no han descubierto el mecanismo victimario, la relaci�n de las persecuciones colectivas y lo cultural en su conjunto: "ning�n ling�ista, ning�n fil�sofo, ning�n pol�tico la ha descubierto jam�s"(Girard 1986: 34). En parte esto tambi�n se debe a la impasibilidad cient�fica, cuyo cuestionamiento no implica la negaci�n de la racionalidad cient�fica. De hecho ser razonable, antes que racionalista, significa para Girard creer tambi�n en la ciencia y en los datos cient�ficos. Pero, al mismo tiempo, hay que estar alerta y no sucumbir a su �xito embriagador, que provoca un empobrecimiento en los objetos de las ciencias sociales y humanas, tentadas siempre a devenir aut�nticamente cient�ficas haciendo suyos los m�todos de las ciencias duras (Girard 1996: 64-65). Es aqu� donde el pensador franc�s sit�a el papel esencial de la afectividad, repulsada por los etn�logos actuales, que pretenden ser tan "duros" y "fr�os" como en las otras ciencias. Y, sin embargo, los sentimientos juegan un papel crucial en el mismo objeto de estudio, el texto mitol�gico en este caso: "jugar a los falsos duros para no parecer desarmado equivale a prescindir, en realidad, de las mejores armas. Nuestros aut�nticos triunfos sobre la mitolog�a no tienen nada que ver con esta falsa impasibilidad. Se remontan a una �poca en que no exist�a la ciencia sin conciencia, y son la obra an�nima de los primeros en protestar contra la caza de brujas y en criticar las representaciones persecutorias de las multitudes intolerantes" (Girard 1986: 102). La teor�a mim�tica, al contrario que estos etn�logos, se esfuerza en adaptar el m�todo al objeto, si no puede hacerse del modo contrario, sin ser reductora y determinista, mostrando que en los asuntos humanos "lo imprevisible es siempre posible" y que "no hay nunca determinismo en sentido fuerte" (Girard 1996: 65). La negaci�n de la impasibilidad es la clave de desocultaci�n del mecanismo del chivo expiatorio y que nos libra de ser c�mplices de los perseguidores. Por eso, afirma Girard, que la identificaci�n con la v�ctima es "la aut�ntica fuente del saber" y que "la verdadera ciencia del hombre no es nunca impasible" (Girard 1985: 130-131) (17).

Girard defiende que su tesis de la v�ctima propiciatoria no es una nueva hermen�utica o una teor�a metaf�sica, sino una hip�tesis cient�fica, fundada en una investigaci�n de tipo positivo y que permite definir con rigor t�rminos fundamentales como ritual, sagrado o religi�n: " ser�n llamados religiosos todos los fen�menos vinculados a la rememoraci�n, a la conmemoraci�n y a la perpetuaci�n de una unanimidad siempre arraigada, en �ltimo t�rmino, al homicidio de una v�ctima propiciatoria.(...). Al afirmar este car�cter cient�fico contradigo el dogma actual que pretende que la ciencia entendida estrictamente, es imposible en el �mbito del hombre" (Girard 1986: 127) (18). Girard defiende as� la necesidad de estudiar cient�ficamente la complejidad de las relaciones humanas, partiendo de un plano hist�rico, antropol�gico y evolutivo (Girard, Vattimo 2009: 90) y de la afirmaci�n de las pretensiones de verdad y universalidad de las ciencias, en oposici�n a los planteamientos filos�ficos que se ci�en al lenguaje y derivan en posturas nihilistas (19), o de las posturas que se arrogan la exclusiva de la cientificidad, queriendo reducirla a la metodolog�a de las llamadas ciencias "duras".

La audacia de la propuesta girardiana incluye recoger la toalla tirada por la etnolog�a en lo concerniente al estudio de los or�genes de la humanidad. As�, la teor�a mim�tico-victimaria tiene en cuenta tanto las diferencias de la diversidad de rituales, instituciones y culturas, como su com�n origen en la violencia, siguiendo un itinerario que a priori no puede negarse. Girard va m�s all� de lo clasificable y del estructuralismo para estudiar la g�nesis de las culturas humanas, y comprende que las ciencias humanas modernas se escandalicen pues, como el pensamiento religioso antiguo, �stas ser�an plat�nicas, al transformar fen�menos religiosos y sociales, que est�n vinculados entre s�, en entidades independientes (20).

En s�ntesis, estamos ante lo que podr�amos llamar una "refundaci�n" de la ciencia etnol�gica, que pasar�a por: recuperar la fidelidad a su origen disciplinar para el estudio del com�n origen de los seres humanos, m�s all� de toda diferencia; imbuirse de nuevo del esp�ritu renacentista e ilustrado que aspira a un saber de saberes interrelacionados y con vocaci�n universal; restablecer la confianza en los discursos cient�ficos, la raz�n y el lenguaje, como instrumentos capaces de dar cuenta de lo real, aunque sin idolatrarlos y sin caer en realismos y analogismos ingenuos, una vez superado tanto el positivismo radical como el nihilismo; admitir la naturaleza conflictiva y propensa a la violencia de los seres humanos y, en este sentido, el papel nuclear y fundador de lo religioso, como producto cultural para paliar los d�ficits instintivos del ser humano para resolver sus crisis violentas. Todo ello asumiendo la radical historicidad de los seres humanos y nuestra inserci�n en la historia evolutiva junto con los dem�s seres. S�lo a partir de estos par�metros puede interpretarse adecuadamente la hip�tesis del chivo expiatorio, que es una de las claves de b�veda del pensamiento girardiano y, en este caso, la piedra roseta que nos permite poner en situaci�n sus cr�ticas a la etnolog�a actual y sus propuestas de renovaci�n de las ciencias humanas, adem�s de ordenar la ingente diversidad y cantidad de manifestaciones religiosas en todo el orbe. Casi todas estas propuestas pasan por una reapropiaci�n de elementos del pasado, aunque con nuevas improntas. Y es que nadie ha dicho que el planteamiento de Girard nazca de la nada o se pretenda original. Antes al contrario, se inscribe en la lucha contra el imperativo de la "furia de la originalidad". �sta produjo escasas obras maestras pero destac�, m�s bien, por la "demagogia mim�tica" que obligaba a cada uno a hacerse m�s incomprensible que los otros. El pensador franco-americano postula, sin embargo, que esta pretensi�n de radical originalidad lleva a la par�lisis; que la v�a de la soluci�n al estancamiento se halla en la opci�n opuesta: en que s�lo cabe la innovaci�n a partir de la imitaci�n (21), tambi�n en la investigaci�n etnol�gica.




Notas

1. Destaca, en este sentido, su obra La violencia y lo sagrado. Otro t�tulo capital en la obra de Girard es El misterio de nuestro mundo (Des choses cach�es depuis la fondation du monde, 1978), clave adem�s para situar su evoluci�n en torno al uso del concepto de sacrificio y su interpretaci�n de los textos evang�licos.

2. "En la Biblia se avanza hacia el desvelamiento del mecanismo victimario, desde Abel, Abraham, Jos�, Job… Pero el cl�max se encuentra en el Nuevo Testamento, en Jes�s de Nazaret. Aqu� ya no se pregunta, como en el mito, "�Qui�n es el culpable?", sino "�Qui�n es la verdadera v�ctima?" (Mardones 2000: 129 -a prop�sito de Ren� Girard-).

3. Girard se opone a los planteamientos nihilistas, como la hermen�utica que defiende el fil�sofo Gianni Vattimo inspirado en Nietzsche, que considera todo texto como "historias" m�s o menos ficticias con un sentido independiente y que deriva en la disoluci�n del principio de realidad (cfr. Girard y Vattimo 2009 : 14-15).

4. "No tengo ninguna ansia de defender eso que llamamos la indiferenciaci�n de las culturas. Estoy bastante menos dispuesto, a diferencia de tantos otros, a ver en ello una fuente de paz y de tranquilidad. Creo al contrario que los conflictos presentes se enra�zan ya en la indiferenciaci�n, antes que en las diferencias hoy d�a revueltas y que no son m�s que pretextos" (Girard 1996: 75).

5. Algunos ejemplos que, a pesar de su disparidad, remiten al mismo mecanismo son los siguientes y de los que Girard se jacta ya que s�lo con su teor�a quedan vinculados: el incesto ritual del rey africano, la antropofagia tupinamba y el sacrificio humano azteca. "Proceden de tres maneras diferentes de interpretar y de representar en tres sociedades diferentes el mismo drama de la unidad primeramente perdida y luego recuperada gracias a un �nico e id�ntico mecanismo diferentemente interpretado" (Girard 1983: 314-315). S�lo esp�ritus brillantes como el de Shakespeare han cuestionado que un rey sea un rey y una v�ctima una v�ctima y se han atrevido a ver que algunos reyes son sacrificados y algunas v�ctimas tratadas de forma "regia" (Girard 1983: 314).

6. En contreto W. Arens, profesor de Oxford, dice que ver sacrificios humanos en las culturas arcaicas se debe al imperialismo occidental.

7. La mayor�a de lenguas no disocian: crisis, crimen, criterio, cr�tica… De hecho, por ejemplo, el verbo griego krino significa: juzgar, distinguir, diferenciar, acusar, condenar a una v�ctima (Girard 1986: 34). La lexicograf�a ha venido estando m�s del lado del racionalismo y la univocidad que de la complejidad y las ambig�edades. V�ase la cr�tica a la lexicograf�a y a Benveniste en La violencia y lo sagrado. Girard se�ala c�mo, sobre todo en griego, hay t�rminos que hacen manifiesta la no diferencia entre la violencia y lo sagrado (Girard 1983: 272 y ss.). Ver tambi�n la nota 14.

8. "La idea de un origen com�n de todos los ritos no constituye un desaf�o al sentido com�n. La visi�n din�mica y transformadora del rito que acabo de esbozar no es tan s�lo posible; es la �nica probable, puesto que s�lo ella explica tanto las diferencias entre los ritos, como los elementos comunes que persisten hasta el final y que ninguna teor�a ha expuesto nunca" (Girard 1985: 123-124).

9. "En este sentido, esta teor�a posee un fuerte componente moral, ya que reconoce que todos estamos constituidos por la violencia salida del mimetismo" (Girard 2004: 224-225).

10. "No se puede tocar el sacrificio, en suma, sin amenazar los principios fundamentales de que dependen el equilibrio y la armon�a de la comunidad. Es exactamente lo que afirma la antigua reflexi�n china sobre el sacrificio. Al sacrificio deben las multitudes su tranquilidad. Basta con suprimir este v�nculo, nos dice el Libro de los ritos, para que se produzca una confusi�n general" (citado por Radcliffe-Brown, Structure and function in primitive society. Nueva York, 1965, en cita de Girard 1983: 159).

11. Cabr�a hacer un estudio acerca de la influencia de L�vi-Strauss en Ren� Girard, cuya herencia es expl�cita y declarada por �ste �ltimo, a pesar de las divergencias. Ver a este respecto, por ejemplo, el cap�tulo IX de La violencia y lo sagrado.

12. En este sentido seguir�a vigente el mismo contexto racionalista que en la etnolog�a cl�sica donde lo religioso se considera un elemento banal, superficial, "supersticioso". Ante la presencia universal del hecho religioso en este contexto "s�lo cabe una respuesta verdaderamente l�gica, y es la de Voltaire: lo religioso tuvo que parasitar desde fuera las instituciones �tiles. Fue inventado por "p�rfidos y �vidos" sacerdotes para explotar en su beneficio la credulidad del pueblo sencillo" (Girard 2002: 122-123).

13. Ver tambi�n: Girard 2002: 128 y 137.

14. Esto, en orden inverso a la evoluci�n cultural y, en particular, al esfuerzo de la lexicograf�a que suele disociar lo que est� unido en el lenguaje primitivo: la conjunci�n de la violencia y lo sagrado. Girard critica, por ejemplo, a �mile Benveniste (Girard 1983, 273).

15. "Lo que yo aporto, creo yo, es una inversi�n de las conclusiones del movimiento comparativista, suscitado por la gran investigaci�n antropol�gica del siglo XIX y de principios del siglo XX. Se descubri� entonces que una violencia siempre colectiva, siempre parecida a la violencia de la Pasi�n est� ya all�, en todas partes, en el coraz�n de lo religioso primitivo. Esa idea es exacta, es incluso, a mi entender, el descubrimiento esencial de la etnolog�a moderna que, despu�s, no ha descubierto gran cosa. Los etn�logos se han precipitado �vidamente sobre esta informaci�n, y se ha visto ah� la prueba irrefutable de que el cristianismo es una religi�n como las otras. Los cristianos han buscado parar el golpe mostrando que el cristianismo es original a pesar de todo, original en el sentido rom�ntico y moderno de lo "est�ticamente nuevo". No han comprendido que, en lugar de evitar el paralelismo del cristianismo y de las otras religiones, en relaci�n a la violencia, habr�a que meditar la cosa y constatar que el cristianismo interpreta esa violencia de manera totalmente distinta a como lo hacen las religiones primitivas. (...) Parad�jicamente, el �nico que lo comprende un poco es Nietzsche, (...) aquel del que no quer�a hablar Heidegger. Esc�chele mejor a �l: "Dionisos contra el crucificado: he aqu� la oposici�n. La diferencia no se refiere al martirio - pues este tiene un sentido diferente. La vida misma, su eterna fecundidad, su eterno retorno determinan el tormento, la destrucci�n, la voluntad de aniquilamiento. En el otro caso, el sufrimiento, el crucificado, en tanto que es "el inocente" sirven de argumento contra esta vida, de f�rmula de su condenaci�n" (Nota 7: Oeuvres compl�tes XIV. Fragments posthumes 88-89, Gallimard, 1977, p�g. 63) (Girard 1996: 155-156).
Otro de los errores en que incurren los etn�logos, en opini�n de Girard, es considerar a Jes�s un chivo expiatorio en el mismo sentido en que lo usamos cuando hablamos de los mitos. Este error tiene que ver con Frazer quien, al tomar la expresi�n chivo expiatorio solamente en el sentido ritual y generaliz�ndola "ha ocasionado un da�o considerable a la etnolog�a, ocultando la significaci�n m�s interesante" (Girard 1986: 161). "Frazer ha cortocircuitado de manera muy molesta la oposici�n entre tema y escritura" como la ciencia de su �poca (Girard 1986: 162). Justamente el tema del chivo expiatorio aparece en los textos evang�licos porque es el reverso de los mitos y es donde se desvela el mecanismo. No es el principio estructurante de los textos, lo que s� sucede en los mitos. Jes�s, adem�s, al contrario que los chivos expiatorios m�ticos, no es una v�ctima sacralizada a la que se atribuyen unos efectos mal�ficos y una culpabilidad real de una crisis comunitaria. Justo al contrario, Jes�s muestra la inocencia de las v�ctimas y su resurrecci�n es la resurrecci�n de una v�ctima inocente, una muestra de que el Dios del que habla no tiene que ver con el r�gimen de lo sagrado que ampara el mecanismo de los cr�menes victimarios.

16. Parad�jicamente en el contexto de una exaltaci�n de la diferencia que es predominante "nuestra pseudo-ciencia de las religiones se basa enteramente en la convicci�n de que entre las diversas religiones no hay diferencia esencial. Esta confusi�n afecta al cristianismo hist�rico y lo determina hasta cierto punto. En nuestros d�as, el anticristianismo se esfuerza en perpetuarla. Se aferra desesperadamente a la teolog�a m�s sacrificial (...) el cristianismo [como] una religi�n m�s de la violencia entre otras, incluso la peor de todas ellas" (Girard 1995: 187).

17. Actualmente determinados aspectos del saber de las v�ctimas se hallan tan extendidos como degradados, pudiendo ser utilizados como un instrumento parad�jico de sutiles persecuciones. Y es que ahora, el rol de la v�ctima es el m�s deseable y puede ser esgrimido como excusa para todo tipo de reivindicaciones y derechos (Girard 1995: 130-131).

18. Todo ello a pesar de no ser una hip�tesis falsable en sentido popperiano. Pero Girard se defiende en no pocas ocasiones: "Nuestra demistificaci�n de Guillaume de Machaut no es 'falsificable' (sic) en el sentido de Popper. �Es preciso, pues, renunciar a ella? (...) Debemos condenar retrospectivamente a los que terminaron con los procesos de brujer�a. Eran a�n m�s dogm�ticos que los cazadores de brujas y, al igual que �stos, cre�an poseer la verdad. �Hay que desestimar sus pretensiones?" (Girard 1986: 133).

19. En esta l�nea de comprensi�n de las din�micas complejas de las relaciones sociales y humanas frente a la claudicaci�n nihilista, ir�a el prop�sito de la teor�a mim�tica. Para Girard el nihilismo filos�fico proviene de la toma de conciencia del profundo desacuerdo entre nuestro lenguaje y la realidad humana que se renuncia a explicar afirmando la insolubilidad del problema y constatando el fracaso de la filosof�a de la Ilustraci�n, impotente para dar cuenta de la gran complejificaci�n de las relaciones humanas (Girard y Vattimo 2009: 78-79).

20. "�Por qu� esas ciencias son incapaces de descubrir el mecanismo de la violencia colectiva, incluso en un texto como los di�logos de Job, en que se exhiben tan imp�dicamente? Porque sus m�todos de an�lisis y diferenciaci�n contin�an siendo tributarios de los mecanismos victimarios. Se orientan hacia diferencias cada vez m�s sutiles en direcci�n opuesta a la del origen del que dependen. (...) "Adem�s, "nuestros lenguajes est�n hechos para oponer lo mim�tico y lo espont�neo. Su estructura se orienta a asegurar la rec�proca exclusi�n de los comportamientos religiosos y no religiosos, percibiendo como significativos s�lo estos �ltimos. Est�n hechos, en fin, para perpetuar el desconocimiento de los mecanismos victimarios" (Girard 1995: 126-127).

21. En la l�nea de esta moda de la originalidad Girard sit�a "cosas bastantes curiosas" como los �crits de Lacan (Girard 1996: 56-57).




Bibliograf�a

Girard, Ren�
 1961 Mentira rom�ntica y verdad novelesca. Barcelona, Anagrama, 1985.
 1972 La violencia y lo sagrado. Barcelona, Anagrama, 1983.
 1978 El misterio de nuestro mundo. Salamanca, S�gueme, 1982.
 1982 El chivo expiatorio. Barcelona, Anagrama, 1986.
 1985 La ruta antigua de los hombres perversos. Barcelona, Anagrama, 1995.
 1994 Cuando empiecen a suceder estas cosas. Madrid, Encuentro, 1996.
 1999 Veo a Sat�n caer como el rel�mpago. Barcelona, Anagrama, 2002.
 2001 Aquel por el que llega el esc�ndalo. Madrid, Caparr�s, 2006.
 2004 Les origines de la culture. Paris, Descl�e de Brouwer/Hachette.

Girard, Ren� (A. Gounelle y A. Houiziaux)
 2007 Dieu, une invention? Paris, Editions de l'Atelier.

Girard, Ren� (y G. Vattimo)
 2009 Christianisme et modernit�. Paris, Ed. Flammarion.

Mardones, Jos� Mar�a
 2000 El retorno del mito. Madrid, Ed. S�ntesis.


 Gazeta de Antropolog�a