Propiedad condenada (1966), de Sydney Pollack

Con guion de Francis Ford Coppola y Fred Coe sobre una obra en un acto de Tennessee Williams, Propiedad condenada tiene todos los ingredientes de esas obras apasionadas ambientadas en el Sur que han pasado a la historia del cine como un subgénero de pleno derecho tipo La gata sobre el tejado de zinc, Matar a un ruiseñor, La noche de cazador, Canción de cuna para un cadáver, El largo y cálido verano, La jauría humana, De repente el último verano, Dulce pájaro de juventud, Un tranvía llamado deseo o La noche de la iguana. Todas ellas basadas en grandes obras de William Faulkner, Harper Lee o Henry Farrell, además del propio Williams, por supuesto, los dramas sureños tienen un elemento común esencial: el exceso, la excentricidad y ese espíritu luchador a lo Scarlet O’Hara (heroína de Lo que el viento se llevó, por supuesto, la gran epopeya del Sur).

Propiedad condenada es, por tanto, una película apasionada, extrema, llena de pasiones, deseos frustrados, instintos, dolor y un calor sofocante que lo cubre todo como una especia de pátina de la que sus personajes no pueden despegarse. La trama se retrotrae a la Gran Depresión en un pueblo de Mississippi que vive una situación crítica y a donde llegará un funcionario del ferrocarril a aplicar un despido masivo de la mayor parte de empleados del lugar. Pero su llegada, no sólo trastocará el endeble estado anímico y económico de la población, sino de la familia Reid en cuya casa se hospedará y cuya hija mayor, la coqueta y apasionada Alva, no tardará en enamorarse de él.

De nuevo Sydney Pollack vuelve sobre el tema que mejor se le daba, el drama apasionado, como hacía Capra, como hacía Ford, como hacía Wilder, como hacía Hitchcock (que dijo aquello de “El autoplagio es estilo”). Y es que el director posa su mirada sobre personas descolocadas, desbordadas o frustradas ante una situación que no pueden controlar. Como pasa en La tapadera, en La intérprete, en Los tres días del cóndor y en la mismísima Tootsie. En este caso, la joven que enciende las pasiones de medio pueblo y cuya odiosa madre quiere utilizar para sacarla de su paupérrima situación, se siente perdida entre la rabia y el deseo que siente por el recién llegado y su deseo de hallar el amor.

Natalie Wood, una actriz mucho más desgarrada y volcánica de lo que aparentaba tras su angelical apariencia, hace un trabajo memorable, extremo, radical. Robert Redford, por su parte, llena la pantalla. Ésta fue la primera de las siete colaboraciones que haría con Pollack en un momento en que su carrera estaba a punto de despuntar con La jauría humana, también del 66 y Descalzos por el parque del año siguiente. La presencia de Charles Bronson en el film no tiene demasiado peso, si bien el drama desaforado era un género en el que no sabía desenvolverse. Con todo, la película no tiene peros, al contrario, irradia toda la tristeza, la desesperación y el deseo de prosperidad de un país en un momento en que todo parecía ponérsele en contra.