Por un puñado de dólares
30.373
Western
Tras la muerte de Juárez, en México dominan la injusticia y el terror. Joe (Clint Eastwood), un pistolero vagabundo, llega al pueblo fronterizo de San Miguel, donde dos familias se disputan el control del territorio, y entra al servicio del clan Rojo. Una noche, es testigo del intercambio de oro por armas entre mexicanos y soldados de la Unión. Remake en clave de western de "Yojimbo", de Akira Kurosawa. (FILMAFFINITY)
15 de octubre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película que asentó el Spaghetti Western y da inicio a la Trilogía del Dólar de Sergio Leone.
Ya están todos los elementos. Tipos sucios, sudorosos. El protagonista no se distingue mucho de los villanos, actúa por egoísmo e interés propio, es inteligente y mueve los hilos para conseguir un beneficio que se traduce en un puñado de dólares, y si ello implica provocar una guerra, pues se provoca. Genial Clint Eastwood, que se mete de lleno en el papel. Los diálogos son breves y el ritmo va de menos a más, acumulando emoción que desemboca en un apasionante clímax final.
La película es bastante cutre en decorados y la historia tiene algunas puntualidades poco creíbles (la más evidente: que al villano no se le pase por la cabeza apuntar a otro lugar que no sea al corazón. Le hace parecer tonto del culo). Sin embargo se encumbra como una delicia envolvente y entretenida, y es gracias a la dirección de Sergio Leone, que mejoraría con cada película, y a la música de Ennio Morricone, que enriquece la cinta y es muy pegadiza.
Totalmente recomendable.
Ya están todos los elementos. Tipos sucios, sudorosos. El protagonista no se distingue mucho de los villanos, actúa por egoísmo e interés propio, es inteligente y mueve los hilos para conseguir un beneficio que se traduce en un puñado de dólares, y si ello implica provocar una guerra, pues se provoca. Genial Clint Eastwood, que se mete de lleno en el papel. Los diálogos son breves y el ritmo va de menos a más, acumulando emoción que desemboca en un apasionante clímax final.
La película es bastante cutre en decorados y la historia tiene algunas puntualidades poco creíbles (la más evidente: que al villano no se le pase por la cabeza apuntar a otro lugar que no sea al corazón. Le hace parecer tonto del culo). Sin embargo se encumbra como una delicia envolvente y entretenida, y es gracias a la dirección de Sergio Leone, que mejoraría con cada película, y a la música de Ennio Morricone, que enriquece la cinta y es muy pegadiza.
Totalmente recomendable.
17 de enero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El spaghetti western forma parte de lo que, muy gráficamente, se conoce como "exploitation" o cine "de explotación", título curioso y extraño, como si todo el cine industrial no fuera o tuviera algo de explotación en sus procesos de producción.
Es el género con el que los chicos de barrio nacidos a finales de 80 crecimos a modo de eco ya televisado, como el recuerdo que unía a los padres y a generaciones precedentes en el rito de la construcción de un actor genuinamente americano - Clint Eastwood - con el paisaje perfectamente español que era una Almería dibujada como improvisado Far West.
Por un puñado de dólares es el primero de estos spaghettis, firmado por Sergio Leone, quien fue siempre un poeta por delante de sus audiencias. El spaghetti es, conviene aclararlo, un género sin contornos: Leone es italiano y la historia nunca sugiere un verdadero contexto social y político, ni por la vía del mito ni por la del realismo.
EN vez de eso, queda una estilización magnífica, donde Leone y Ennio Morricone - músico elevado a coautor si somos justos - imaginan que este samurai moderno (es conocida la inspiración venida de Kurosawa) es un vaquero que ejerce cínicamente dos bandos para temrinar imponiéndose a todo.
Sorprende como con cuatro decorados Leone transforma cada plano en una amenaza, una expresión de futuro y muerte o una expresión de emoción contenida. SUyo es el cine, aunque ésta no fuera la mejor de sus películas.
Es el género con el que los chicos de barrio nacidos a finales de 80 crecimos a modo de eco ya televisado, como el recuerdo que unía a los padres y a generaciones precedentes en el rito de la construcción de un actor genuinamente americano - Clint Eastwood - con el paisaje perfectamente español que era una Almería dibujada como improvisado Far West.
Por un puñado de dólares es el primero de estos spaghettis, firmado por Sergio Leone, quien fue siempre un poeta por delante de sus audiencias. El spaghetti es, conviene aclararlo, un género sin contornos: Leone es italiano y la historia nunca sugiere un verdadero contexto social y político, ni por la vía del mito ni por la del realismo.
EN vez de eso, queda una estilización magnífica, donde Leone y Ennio Morricone - músico elevado a coautor si somos justos - imaginan que este samurai moderno (es conocida la inspiración venida de Kurosawa) es un vaquero que ejerce cínicamente dos bandos para temrinar imponiéndose a todo.
Sorprende como con cuatro decorados Leone transforma cada plano en una amenaza, una expresión de futuro y muerte o una expresión de emoción contenida. SUyo es el cine, aunque ésta no fuera la mejor de sus películas.
16 de julio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siete películas dirigió solamente el realizador italiano Sergio Leone, y cinco de ellas son innegables obras maestras, empezando por esta que magnificó el spaghetti western otorgándole un puesto de honor a un subgénero denostado.
Y es que no es necesario inventar nada nuevo para que algo funcione, simplemente hay que encontrar al actor perfecto para encarnar al duro protagonista sin nombre, crear una ambientación sucia y realista, saber aplicar con acierto los tópicos que toda buena película del oeste requiere y disimular la falta de presupuesto como se pueda. Por nuestra parte solo debemos dejarnos llevar por una historia que si se contara diferente, e incluso mejor, no nos gustaría tanto.
Más mini críticas en cinedepatio.com
Y es que no es necesario inventar nada nuevo para que algo funcione, simplemente hay que encontrar al actor perfecto para encarnar al duro protagonista sin nombre, crear una ambientación sucia y realista, saber aplicar con acierto los tópicos que toda buena película del oeste requiere y disimular la falta de presupuesto como se pueda. Por nuestra parte solo debemos dejarnos llevar por una historia que si se contara diferente, e incluso mejor, no nos gustaría tanto.
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26 de septiembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un individuo sucio, con rostro de rasgos finos e inquietantes, susceptibles de contraerse, y unos ojos escrutadores, estrechos como saeteras, se adentra silenciosamente a lomos de su caballo en el pueblo de San Miguel, a la vista de unos pocos, tras contemplar a otro hombre muerto que se marcha de él y que podría figurar su futuro más cercano y certero...
Sergio Leone ya había realizado "El Coloso de Rodas" y se daba cuenta de que el "peplum" vivía una popularidad descendente, pero si había un género que todavía era rentable en su Europa era el "western", cuyos paisanos se mofaban bastante del clasicismo norteamericano, de su maniqueísmo y las maneras tan poco creíbles de los cowboys. Así éste, tomando buena nota de directores anteriores, decidió rematar el vuelco que le estaban dando a ese mundo imaginado al otro lado del charco; "Yojimbo", que ve en cines, le sirve de inspiración a sabiendas de que puede trasladar su historia al Oeste y sacar una buena película de ello (aunque el concepto de "Por un Puñado de Dólares" y su desarrollo es puramente anecdótico y muy incierto...).
La melodía principal (la más memorable de la luego llamada Trilogía del Dólar), entre ligeros silbidos y leves rasgueos de guitarra, nos sumergen en una especie de fantasía melancólica bañada de los colores rojo y negro de los créditos principales, que transmiten la desolación de un relato situado en tierra de nadie, quizás soñada, que pudo o no estar ahí realmente, lejana, pero fácil de apreciar su esencia de sangre, sudor, moscas y plomo. Leone se influencia, como gran conocedor del cine, de "Raíces Profundas" por el filtro del estilo "peckinpahniano", sin rendir ningún honor al Oeste, sólo dejando a los buitres carroñeros.
Se promulga orgullosa la definitiva ruptura estética y moral del "western", y gracias a la sencilla secuencia inicial poco a poco asistimos a la consagración de un subgénero de pleno derecho; ahora el susodicho forastero que siempre llegaba a un pueblo para prestar su ayuda a sus pobres gentes, usualmente sometidas bajo el yugo del clásico ranchero despiadado, es un hombre que no parpadea al ver a un niño siendo pateado en plena calle, que presta sus servicios al mejor postor y cuyo plan es sembrar la discordia entre los amos del lugar, porque ahora son dos familias: los Rojo y los Baxter.
Este hombre sin nombre es un Clint Eastwood de 34 años que estaba cosechando bastante éxito con "Rawhide" y que aceptaría a ciegas la oferta de Leone pues su personaje de la serie, Rowdy Yates, era poco más que un chiquillo plano y sin sombras, que obedecía órdenes, y al que las jóvenes fans apodaron "el cowboy más guapo del Mundo". Eastwood vio al contrario de Yates en ese tipejo terriblemente individualista, violento a placer y cuya únicas vías de proceder serán su astucia y su cinismo ("¿A quién le gusta algo que ni siquiera sabe lo que es?", espeta a Ramón cuando le hablan de la paz). Gracias a esta primera encarnación del pistolero anónimo llegado de ninguna parte, la figura del futuro actor y director acabaría inmortalizada para la eternidad.
La trama, que sigue los pasos de "Yojimbo" (de la cual Eastwood también era un ferviente admirador) cambiando katanas por revólveres y ryo por dólares, está inundada de diálogos afilados y avanza gracias a la mentira generalizada (Ramón engaña al ejército, él y sus hermanos a los Baxter, éstos a los Rojo y el forastero a todos a la vez), cuya culminación es el uso de un par de cadáveres para urdir un ingenioso plan de confrontación entre los dos bandos. Sin embargo lo más sorprendente es la ambigüedad del protagonista, ya que, pese a actuar como un miserable con los miserables, la melodramática subtrama de Marisol y más concretamente el llanto de su hijo Jesús (¿no hay aquí ciertas connotaciones religiosas?) logra sacar de él un lado bondadoso sin que ello derive en ninguna explicación...
Si Kurosawa desfiguraba el cine de samuráis y lo hacía descender al inframundo de su propia mitología, Leone hace lo mismo con el "western": se descalifica para siempre su tendencia al academicismo, toma importancia la violencia y la corrupción, el realismo, la dureza y el humor contra la grandilocuencia y los maniqueísmos (no la redención, ya que esto sí lo logra el pistolero gracias a la intervención de Marisol). El Monument Valley desaparece; hay otra épica subversiva en la música de Ennio Morricone, en la aspereza de esos desiertos de Almería a los que se dota de una dimensión más profunda y sombría, en el misterio del forastero casi inmortal o el villano diabólico e histriónico de Gian M.ª Volonté, en la belleza angelical de Marianne Koch...
Llega un "western" que significa a su vez la demolición y resurrección de un género cinematográfico, más allá del crepúsculo anunciado por "El Hombre que Mató a Liberty Valance" y "Duelo en la Alta Sierra" poco antes. Porque puede que John Ford matase al "western" tradicional, pero Leone mata a John Ford, y sin escrúpulos...
Por desgracia la idea le provocaría numerosos problemas legales con el sr. Kurosawa, quien terminaría demandándole y apropiándose de los derechos de distribución de la película en Japón, logrando así unos altísimos beneficios (si bien no se mencionó que "Yojimbo" era al mismo tiempo una adaptación libre del clásico de Hammett "Red Harvest"...).
Sergio Leone ya había realizado "El Coloso de Rodas" y se daba cuenta de que el "peplum" vivía una popularidad descendente, pero si había un género que todavía era rentable en su Europa era el "western", cuyos paisanos se mofaban bastante del clasicismo norteamericano, de su maniqueísmo y las maneras tan poco creíbles de los cowboys. Así éste, tomando buena nota de directores anteriores, decidió rematar el vuelco que le estaban dando a ese mundo imaginado al otro lado del charco; "Yojimbo", que ve en cines, le sirve de inspiración a sabiendas de que puede trasladar su historia al Oeste y sacar una buena película de ello (aunque el concepto de "Por un Puñado de Dólares" y su desarrollo es puramente anecdótico y muy incierto...).
La melodía principal (la más memorable de la luego llamada Trilogía del Dólar), entre ligeros silbidos y leves rasgueos de guitarra, nos sumergen en una especie de fantasía melancólica bañada de los colores rojo y negro de los créditos principales, que transmiten la desolación de un relato situado en tierra de nadie, quizás soñada, que pudo o no estar ahí realmente, lejana, pero fácil de apreciar su esencia de sangre, sudor, moscas y plomo. Leone se influencia, como gran conocedor del cine, de "Raíces Profundas" por el filtro del estilo "peckinpahniano", sin rendir ningún honor al Oeste, sólo dejando a los buitres carroñeros.
Se promulga orgullosa la definitiva ruptura estética y moral del "western", y gracias a la sencilla secuencia inicial poco a poco asistimos a la consagración de un subgénero de pleno derecho; ahora el susodicho forastero que siempre llegaba a un pueblo para prestar su ayuda a sus pobres gentes, usualmente sometidas bajo el yugo del clásico ranchero despiadado, es un hombre que no parpadea al ver a un niño siendo pateado en plena calle, que presta sus servicios al mejor postor y cuyo plan es sembrar la discordia entre los amos del lugar, porque ahora son dos familias: los Rojo y los Baxter.
Este hombre sin nombre es un Clint Eastwood de 34 años que estaba cosechando bastante éxito con "Rawhide" y que aceptaría a ciegas la oferta de Leone pues su personaje de la serie, Rowdy Yates, era poco más que un chiquillo plano y sin sombras, que obedecía órdenes, y al que las jóvenes fans apodaron "el cowboy más guapo del Mundo". Eastwood vio al contrario de Yates en ese tipejo terriblemente individualista, violento a placer y cuya únicas vías de proceder serán su astucia y su cinismo ("¿A quién le gusta algo que ni siquiera sabe lo que es?", espeta a Ramón cuando le hablan de la paz). Gracias a esta primera encarnación del pistolero anónimo llegado de ninguna parte, la figura del futuro actor y director acabaría inmortalizada para la eternidad.
La trama, que sigue los pasos de "Yojimbo" (de la cual Eastwood también era un ferviente admirador) cambiando katanas por revólveres y ryo por dólares, está inundada de diálogos afilados y avanza gracias a la mentira generalizada (Ramón engaña al ejército, él y sus hermanos a los Baxter, éstos a los Rojo y el forastero a todos a la vez), cuya culminación es el uso de un par de cadáveres para urdir un ingenioso plan de confrontación entre los dos bandos. Sin embargo lo más sorprendente es la ambigüedad del protagonista, ya que, pese a actuar como un miserable con los miserables, la melodramática subtrama de Marisol y más concretamente el llanto de su hijo Jesús (¿no hay aquí ciertas connotaciones religiosas?) logra sacar de él un lado bondadoso sin que ello derive en ninguna explicación...
Si Kurosawa desfiguraba el cine de samuráis y lo hacía descender al inframundo de su propia mitología, Leone hace lo mismo con el "western": se descalifica para siempre su tendencia al academicismo, toma importancia la violencia y la corrupción, el realismo, la dureza y el humor contra la grandilocuencia y los maniqueísmos (no la redención, ya que esto sí lo logra el pistolero gracias a la intervención de Marisol). El Monument Valley desaparece; hay otra épica subversiva en la música de Ennio Morricone, en la aspereza de esos desiertos de Almería a los que se dota de una dimensión más profunda y sombría, en el misterio del forastero casi inmortal o el villano diabólico e histriónico de Gian M.ª Volonté, en la belleza angelical de Marianne Koch...
Llega un "western" que significa a su vez la demolición y resurrección de un género cinematográfico, más allá del crepúsculo anunciado por "El Hombre que Mató a Liberty Valance" y "Duelo en la Alta Sierra" poco antes. Porque puede que John Ford matase al "western" tradicional, pero Leone mata a John Ford, y sin escrúpulos...
Por desgracia la idea le provocaría numerosos problemas legales con el sr. Kurosawa, quien terminaría demandándole y apropiándose de los derechos de distribución de la película en Japón, logrando así unos altísimos beneficios (si bien no se mencionó que "Yojimbo" era al mismo tiempo una adaptación libre del clásico de Hammett "Red Harvest"...).
26 de octubre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existe una cualidad inherente al polvo del Oeste norteamericano.
Parecería que forja héroes, compone bandidos o resuena con ecos de justicia yerma.
Cuando, en realidad, lo único que hace es pulir la más simple necesidad, y refinar lo que cada uno ya llevaba dentro de verdad.
'Por un Puñado de Dólares' es la sublimación de esa caja de juguetes que nos dió por llamar "el Oeste".
El carácter de los personajes que lo pueblan es rudo, seco, directo, quizá se podría decir borde, pero no, solo usan las palabras necesarias, carecen de la necesidad de rellenar el silencio con florituras que la vida les ha mostrado innecesarias.
Un niño es maltratado y una mujer es increpada, mientras el pistolero que acaba de llegar al pueblo observa silenciosamente la escena: no desenfunda a la primera de cambio, hace lo que cualquier persona normal haría, y sigue haciendo.
La mirada inconsciente nos sigue pidiendo buscar un héroe, pero este no aparece, y nos conformamos con estar del lado del bandido, ajeno a las guerras familiares que han expoliado el pueblo.
Comprende su injusticia, comprende la fatalidad de sus habitantes, pero sin entonar ningún clásico desafío al criminal; muy al contrario, elige unirse a los hombres seducidos por el oro.
Aquel que debería aparecer para rescatar a los oprimidos sigue sin llegar, el calor ahoga de pura, maldita realidad, y el tabernero no se calla porque alguien tiene que nombrar las cosas volatilizadas en la nada (¿o será que sabe de qué va esto, e invoca a quien ha de salvar el día?).
Hasta que de repente advertimos, poco a poco, cómo se están igualando las tornas en el pueblo fronterizo.
Cómo un desconocido puede plantar cara a la pura superioridad numérica sin suerte ni fortuna, sino con la cara dura que se asocia a los villanos.
Y cómo un puñado de dólares sigue siendo un precio demasiado bajo, cuando ya se ha conocido la terrible circunstancia de que "nadie se presentó a ayudar".
Lo que parecía un diorama fosilizado se convierte en carne, en verdadero sentimiento latiendo ante la dureza del desierto.
Casi al mismo tiempo, un tiroteo de "quién desenfunda primero" trasciende su propio marco, y se convierte en gesta épica para recordar por los hijos de los hijos de ese maldito lugar.
Así fue en realidad el Oeste, así fue siempre.
Lugares donde nunca pasa nada, en los que por una vez alguien se presentó a ayudar.
Parecería que forja héroes, compone bandidos o resuena con ecos de justicia yerma.
Cuando, en realidad, lo único que hace es pulir la más simple necesidad, y refinar lo que cada uno ya llevaba dentro de verdad.
'Por un Puñado de Dólares' es la sublimación de esa caja de juguetes que nos dió por llamar "el Oeste".
El carácter de los personajes que lo pueblan es rudo, seco, directo, quizá se podría decir borde, pero no, solo usan las palabras necesarias, carecen de la necesidad de rellenar el silencio con florituras que la vida les ha mostrado innecesarias.
Un niño es maltratado y una mujer es increpada, mientras el pistolero que acaba de llegar al pueblo observa silenciosamente la escena: no desenfunda a la primera de cambio, hace lo que cualquier persona normal haría, y sigue haciendo.
La mirada inconsciente nos sigue pidiendo buscar un héroe, pero este no aparece, y nos conformamos con estar del lado del bandido, ajeno a las guerras familiares que han expoliado el pueblo.
Comprende su injusticia, comprende la fatalidad de sus habitantes, pero sin entonar ningún clásico desafío al criminal; muy al contrario, elige unirse a los hombres seducidos por el oro.
Aquel que debería aparecer para rescatar a los oprimidos sigue sin llegar, el calor ahoga de pura, maldita realidad, y el tabernero no se calla porque alguien tiene que nombrar las cosas volatilizadas en la nada (¿o será que sabe de qué va esto, e invoca a quien ha de salvar el día?).
Hasta que de repente advertimos, poco a poco, cómo se están igualando las tornas en el pueblo fronterizo.
Cómo un desconocido puede plantar cara a la pura superioridad numérica sin suerte ni fortuna, sino con la cara dura que se asocia a los villanos.
Y cómo un puñado de dólares sigue siendo un precio demasiado bajo, cuando ya se ha conocido la terrible circunstancia de que "nadie se presentó a ayudar".
Lo que parecía un diorama fosilizado se convierte en carne, en verdadero sentimiento latiendo ante la dureza del desierto.
Casi al mismo tiempo, un tiroteo de "quién desenfunda primero" trasciende su propio marco, y se convierte en gesta épica para recordar por los hijos de los hijos de ese maldito lugar.
Así fue en realidad el Oeste, así fue siempre.
Lugares donde nunca pasa nada, en los que por una vez alguien se presentó a ayudar.
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