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Mi amigo robot – Crítica de la película nominada al Óscar

07-03-2024, 9:40:11 AM Por:
Mi amigo robot – Crítica de la película nominada al Óscar

Ver Mi amigo robot es enfrentarse en pantalla a temas dolorosos como la separación y la soledad, aunque su mundo colorido y buen humor aligeren el ambiente.

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¿Qué sueña un robot? Sueña con un escenario de descontento y rebelión, alimentado por el deseo subconsciente de liberarse de sus amos… Al menos, así pasa en el cuento Sueños de robot, de Isaac Asimov. Nada que ver con la película de animación ganadora de dos premios Goya. El título original de Mi amigo robot (o sea, Robot Dreams) es idéntico al de aquel texto literario, pero no hay mayor vínculo entre una obra y otra. En realidad, pudiera decirse que son casos diametralmente opuestos, pues en el largometraje coproducido por España y Francia, el mundo onírico que se dibuja en la mente artificial del ente metálico no es uno de emancipación, sino de anhelado reencuentro con su dueño, es decir, aquél con quien fue feliz y espera serlo de nuevo.

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La cinta animada no parte de Asimov pero sí de una novela gráfica infantil escrita por la estadounidense Sara Varon. El material base también se titula Robot Dreams y está ambientado en un mundo ficticio de animales antropomorfos. La historia versa sobre un perro que adquiere un robot y lo hace su mejor amigo; alguien con quien jugar, pasear y ver televisión. Un día, sin embargo, ocurre un incidente que los obliga a distanciarse el uno del otro. A partir de ese momento, el libro —al igual que la película que lo adapta— narra cómo Perro y Robot, entre sueños y decepciones, viven cada uno su vida en los meses posteriores a la separación.

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Tanto en la adaptación fílmica como en la novela gráfica, no hay ni un solo diálogo. Esto le vino muy bien al realizador bilbaíno Pablo Berger, quien desde su película Blancanieves (2012) encontró la manera de no depender de la palabra hablada para resolver una narración impecable. La historia de Mi amigo robot —tratada con irresistible sencillez y sin necesidad de ningún tipo de exposición— se cuenta por medio de puras imágenes, las cuales gozan de enorme atractivo. Visualmente, la cinta destaca por su despampanante colorido, el amigable diseño de los personajes y el vibrante retrato que hace de una Nueva York sumida en los años ochenta.

Fue aportación del director situar Mi amigo robot en la emblemática urbe de los EE.UU., a modo de homenaje a la vida neoyorquina que Berger experimentó en la última década del siglo XX. El cuidado al detalle nace de sus propias vivencias y de las imágenes que guarda en su memoria, como la de las Torres Gemelas rozando el firmamento. Ambos edificios son un fondo recurrente en la película; un motivo que Berger quiso vincular metafóricamente a los dos amigos protagónicos. “[Las torres reflejan] la resistencia de la pareja”, dijo en entrevista con El Confidencial, y evidentemente hay una triste ironía en semejante aseveración.

El largometraje nominado al Óscar 2024 se maneja mayormente con humor y una atmósfera relajada que cautivará a público de todas las edades. Pero debajo del animoso ritmo de “September” de Earth, Wind & Fire, Mi amigo robot mantiene un cariz melancólico, y no sólo por la silueta de las Torres Gemelas que por más de veinte años ha sido muy difícil desasociar de la tragedia (más aún en narrativas como ésta, impregnadas de nostalgia), sino también por la soledad que rodea a los personajes.

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En Mi amigo robot, Perro ansía salir, jugar y divertirse, pero el problema es que, en un inicio, no tiene a nadie con quien compartir sus aventuras, a pesar de que vive en la ciudad de Nueva York, tan grande y heterogénea. Es entonces que compra a Robot, y aunque la película no ponga en duda la “humanidad” de este androide y su capacidad de sentir y soñar, el hecho de que sea una inteligencia artificial da cabida a discusiones como la que plantea una escena de Her (2013). En ella, Rooney Mara le reprocha a Joaquin Phoenix que al entablar una relación sentimental con un sistema operativo, él está manifestando su nula disposición a lidiar con emociones de gente real.

Al menos en apariencia, Perro ya no quiere vincularse afectivamente con el resto de los animales neoyorquinos. Él prefiere apostar por aquello que, en teoría, lo amará incondicionalmente y jamás lo abandonará. A lo largo de la película —mediante dos osos hormigueros y una pata— entendemos un poco de dónde viene la frustración del can protagónico y por qué asume que no hay nadie de carne y hueso que pueda aliviar su soledad. No es algo en lo que Mi amigo robot profundice, pero la desilusión del personaje irremediablemente está ahí.

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Acerca del lazo que une a Perro y Robot, la película pone de su cosecha para incluso volverlo por momentos más romántico que amistoso. De ahí que el mensaje de Mi amigo robot parezca encaminarse a cualquier relación afectiva que se resquebraja, independientemente de si se habla de amigos, novios, esposos, etc. Pero ultimadamente, considerando el modo en que sucede la separación y que ni el perro ni el robot están en igualdad de condiciones (uno es propiedad del otro), esta situación más se asemeja a la de una persona que pierde a su mascota. Cabe señalar que la autora de Robot Dreams elaboró la historia primigenia a partir del dolor y la culpa que le generó sacrificar a su mascota enferma.

Del desencanto con nuestra realidad, es que vienen los “hubiera”: los escenarios hipotéticos en los que un milagro o un obrar diferente supuestamente nos conduce a un mejor lugar. En eso consisten los sueños de Robot en esta película, que están ahí para, primero, llenarnos de ilusión, y luego, romper nuestro corazón al descubrirse la falacia. Ciertamente Mi amigo robot sabe acomodar varios ganchos al hígado, pero el viaje en que nos lleva está tan lleno de risas, ingenio y calidez que irremediablemente se disfruta y se agradece.

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autor Tengo muy mala memoria. Por solidaridad con mis recuerdos, opto por perderme también. De preferencia, en una sala de cine.
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