Esta noche celebramos con gozo la resurrección de Cristo, triunfador del pecado y de la muerte. Nuestra Vigilia Pascual tiene muchos signos que expresan júbilo festivo, como lo ha expresado bellamente el Pregón Pascual.
 
 

Vigilia Pascual: el festejo de la resurrección de Cristo

 

 
 
 
 
 
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La alegría nos caracteriza a los cristianos. Y hoy nos gozamos por el acontecimiento que sustenta nuestra fe y sostiene nuestra esperanza. Habiendo celebrado los misterios de la pasión y muerte de nuestro Redentor Jesucristo, anunciamos que él no fue derrotado por la muerte; vencedor del pecado, de la muerte y del mal surge victorioso del sepulcro, vive resucitado y otorga sentido a nuestra fe. “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es también fe. Y quedamos como testigos falsos de Dios” (1 Cor 15,14).
 
La Palabra de Dios proclamada en la “Madre de todas las vigilias” (san Agustín), nos presenta el proyecto de salvación de Dios, desde cuando todo empezó a existir por la palabra del Creador, hasta la Nueva creación, por medio de quien es la Palabra eterna del Padre, su Hijo amado, quien da sentido pleno a todo cuanto existe. Los textos bíblicos han puesto de relieve el maravilloso proyecto salvador de Dios. Por su amor creador llama a todo a la existencia; elige a Abraham, para cumplirle una promesa; libera al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto; por medio de sus profetas le manifiesta su misericordia y ratifica su alianza, a pesar de la ruptura por causa del pecado e invita a su pueblo a la conversión y a que sega experimentando, con espíritu nuevo, el gran amor que le tiene.
 
Todas esas expresiones de amor, en la antigüedad, no bastaron. Por eso, al llegar la plenitud de los tiempos, Dios nos envía a su propio Hijo, para llevar a plenitud aquel proyecto de salvación iniciado con el pueblo de Israel. Para cumplir la voluntad de su Padre, Cristo, habiendo amado a los suyos hasta el extremo, se entregó a la muerte. Pero la venció, levantándose triunfante y glorioso del sepulcro.
 
San Mateo narra de forma escueta el acontecimiento que sustenta nuestra fe y esperanza y que es motivo de enorme gozo. Habla del “amanecer” del primer día de la semana, cuando María Magdalena y la otra María van a ver el sepulcro, es el amanecer en el que acontece la resurrección de Cristo. Después del anuncio del “Ángel del Señor”, el mismo Jesús en persona sale al encuentro de las mujeres, las saluda y les reitera la instrucción a los discípulos (cf. 28,9-10). No hay duda, ¡él está realmente vivo!
 
Los guardias, puestos a propósito para cuidar el sepulcro (cf. 27,65), se llenan de gran temor, incluso quedan como “muertos”. Estos hombres representan el poder romano, basado en la fuerza militar, pero que no pueden dominar a Dios. La autoridad humana, aunque merece respeto y reconocimiento porque está para servir al bien común, jamás puede pretender usurpar y los derechos de Dios y, mucho menos, intentar someterlo.
 
Los guardias imperiales quedan como “muertos” por el miedo, ante la presencia del que está “vivo” porque está resucitado.
 
(Fotos: Luisa Argueta)

(Fotos: Luisa Argueta)

 
Es el “amanecer” y es primer día de la semana. No un amanecer cualquiera, sino el que inaugura una época nueva, porque la resurrección del Señor hace que termine una era de oscuridad, de pecado y de muerte para dar paso a una era de luz, de gracia y de vida. Es el amanecer del “primer día de la semana”, porque aquí comienza una nueva creación (precisamente desde entonces el domingo empezó a ser el primer día de la semana, dejó de ser el “día del sol” para ser el “Dies Domini”, “día del Señor”, verdadero Sol que ilumina la oscuridad).
 
El Ángel dice a las mujeres: “No teman, sé que buscan a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como había dicho…‘Y ahora vayan a decir a sus discípulos: ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea, allí le verán’…”. En la “Galilea de los paganos”, donde los discípulos fueron llamados, el Mesías glorificado decretará el anuncio de la Buena Nueva a las naciones. La resurrección abre un nuevo inicio en el seguimiento del Señor, ahora ya glorioso.
 
Las mujeres “partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a los discípulos”. “Miedo y gozo” son emociones encontradas, que presagian la experiencia de muchos creyentes a través de la historia. El “miedo” y el “gozo” de las mujeres es el de tantos creyentes en sus luchas cotidianas, así el “miedo y el gozo” de los primeros cristianos frente a las persecuciones. “Miedo y gozo” es constante a largo la historia, siempre llena de claro-oscuros, de luces y sombras. El miedo nunca podrá ser mayor al gozo de creer en quien vive resucitado, pues nada podrá apartarnos del amor con el que nos ama Cristo (Rm 8,31-39).
 
El gozo es mayor que nuestros miedos para quienes “hemos sido incorporados a Cristo Jesús” por el bautismo, a fin de que “llevemos una vida nueva”, como nos recuerda san Pablo. Por el bautismo recibido, y que esta noche santa reciben nuestros catecúmenos, pertenecemos al Señor resucitado y es la garantía de que viviremos con él para siempre. Con la gracia bautismal podemos vencer toda sombra de muerte y dar testimonio de quien nos invita a participar del nuevo “amanecer”.
 
Entre más densa es la oscuridad brilla más la luz y el amanecer es más bello. Vivimos en medio de muchas penumbras, miedos e incertidumbres a causa de la violencia, la inseguridad, el crimen… El panorama es oscuro, pero el triunfo de Jesús sobre la muerte es nuestra certeza y esperanza. Su resurrección es la luz que ilumina las tinieblas. Su victoria pascual es la garantía de que, la muerte no tiene la última palabra. Estamos seguros que la luz pascual brillará con gran intensidad, como sol al medio día.
 
Los primeros discípulos “volvieron a Galilea”, a donde fueron llamados. También nosotros volvamos al momento en que nos incorporamos a Cristo resucitado a nuestro bautismo. Portemos las lámparas de la verdadera luz, con el mensaje de esperanza, que se funda en la resurrección de nuestro Señor, que conmemoramos en el banquete pascual de la Eucaristía.
 
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