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Coordinado por Lola Huete Machado
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Pape Diop, el espíritu libre de la Medina

Un artista vagabundo recorre su barrio en Dakar dejando su arte en cualquier rincón

Pape Diop, junto a algunos de sus dibujos en el muro del cementerio de la Medina, en Dakar.
Pape Diop, junto a algunos de sus dibujos en el muro del cementerio de la Medina, en Dakar.J.NARANJO

Es como un fantasma. O como un espíritu. Nunca se sabe muy bien dónde está y, de repente, aparece: cabizbajo, mal vestido, eternamente delgado, hablando solo en su eterno deambular. Armado con filtros de cigarrillos, pequeñas ramas o simplemente con su dedo, usando aceite de motor, café, tiza o carbón, dibuja y dibuja y dibuja. Lo hace a todas horas, en el asfalto, en paredes, trozos de madera, carteles, ventanas o en muros desvencijados. El barrio de la Medina, en Dakar, está lleno de pequeños retales de su imaginación. Por todas partes. Hay figuras geométricas, arte abstracto, algún paisaje y sobre todo retratos repetidos hasta el infinito, en todas sus formas, tamaños y versiones, de las principales figuras religiosas de Senegal. Unos lo llaman loco, otros artista. Es Pape Diop, el espíritu libre de la Medina.

Dicen que procede de una gran familia perteneciente a la hermandad musulmana de los tidjiane, pero que profesa devoción por el mouridismo. Que nació en este mismo barrio que hoy recorre como una sombra, que de joven fue un gran guitarrista, incluso que hizo algún estudio en la Escuela de Bellas Artes y que en algún momento de su vida estuvo en Portugal. Entre los coches que pasan a toda velocidad por la Cornisa Oeste, una de las principales vías de Dakar, Pape Diop recoge brillantes trocitos de faros rotos. “Toma, para ti”, dice, “cuídalos bien, son un tesoro”. Se da media vuelta y se agacha junto al muro del cementerio.

Obra de Pape Diop en el barrio de Medina en Dakar.
Obra de Pape Diop en el barrio de Medina en Dakar.J.Naranjo

“Soy como las termitas, me meto en cualquier agujero”. Se ríe. Habla todo el tiempo consigo mismo. Se dice cosas. Debe andar por los 50, quizás más. Salta del wolof al francés y de ahí al inglés. “Me encantan los niños”. Otra sonrisa. Cuando le preguntas por su edad responde de manera inquietante: “Tengo 27 desde mi segundo nacimiento. Me morí cuando era joven y volví a nacer”. Entonces, surge la magia. Vuelca un poco de café sobre un muro y moja el dedo en la gota que escurre, lo mezcla con tierra y empieza a pintar. Zas, zas, un trazo para aquí y otro para allá. Al principio parece un dibujo sin sentido, pero en pocos segundos emerge de la pared el rostro de Cheikh Amadou Bamba, el fundador del mouridismo.

“Sin saberlo, es un gran artista”, asegura el ceramista italiano Mauro Petroni, uno de los grandes dinamizadores culturales de Dakar. Este año, por primera vez, la obra de Pape Diop ha encontrado hueco en una exposición colectiva que tuvo lugar en el marco del encuentro artístico Partcours. “No lo veo como un enfermo mental, sino como alguien con una increíble capacidad de abstracción, una persona que está siempre en agitación, que transforma lo que tiene en la mente en una expresión con intención artística”, asegura. En la sala de muestras del taller de Petroni, en el lujoso barrio de Almadies, una docena de viejas tablas con dibujos de Diop sorprende al público, que se hace preguntas sobre la figura de ese personaje que vaga por la Medina.

Fue Mod Boye, el coordinador del colectivo cultural Yataal Art, quien hace meses empezó a recoger los paneles de contrachapado y los tablones por todo el barrio. “A Pape Diop lo recuerdo siempre así, pintando por cualquier rincón, diciendo cosas inconexas. La gente le ofrece comida o un lugar donde dormir, le invitan a café y a cigarrillos. La casa de su familia está aquí pero él prefiere vivir en la calle”. Cada día Modou se tropieza con nuevos dibujos de Diop, al que también llaman “el alcalde” porque su nombre es idéntico al de un ex regidor de la capital senegalesa. A veces es el mismo Diop quien se los entrega, sabedor del interés de Mod Boye por recopilar sus dibujos. Los vecinos también participan de esta especie de juego y le avisan del último rincón donde Diop ha dejado su huella.

Muro de Soumbedioune lleno de dibujos de Pape Diop.
Muro de Soumbedioune lleno de dibujos de Pape Diop.J.Naranjo

En un muro junto al mercado de Soumbedioune, el arte de Pape Diop explota en un mosaico de diseños y formas diversas. La figura de su amado Cheikh Amadou Bamba se repite una y otra vez dentro de pequeños círculos, como si fueran emoticonos. También hay retratos de otros líderes religiosos, como El Hadji Malick Sy, Serigne Fall o Ababacar Sy e incluso una pequeña galería de personajes ilustres de la historia de Senegal, como Senghor o Abdou Diouf. Todo sale de su cabeza, es muy simple y muy simbólico a la vez. El enigma que encierra la obra y la figura de Diop ha logrado atraer la atención de los programadores culturales. El Instituto Goethe de Dakar está interesado en exponer su trabajo, podría tener un espacio incluso en la próxima Bienal.

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Mientras tanto, él sigue a lo suyo. Pinta compulsivamente, sin orden ni concierto, trazando un itinerario, como un rastro. En los espacios libres dejados por los grandes grafittis y los murales de la Medina, un barrio de grandes artistas cuna del cantante Youssou Ndour que aspira a convertirse en un museo al aire libre y que cada año atrae a decenas de dibujantes y diseñadores gracias a la iniciativa de promotores culturales como el español Nicolás de la Carrera y su célebre festival Xeex o del colectivo Yataal Art, Pape Diop dibuja y dibuja. Estrellas, rombos, triángulos y círculos que saltan de la acera a las ventanas, de las puertas de las tiendas de nuevo a la calle.

Él estuvo siempre ahí. Insomne, inquieto, ensimismado, caminante. Su figura delgada, ligeramente desgarbada, recorre una y otra vez los mismos rincones esparciendo trazo sobre trazo, pintando y repintando en una especie de obsesión, de horror vacui urbano que llena todos los espacios por pequeños que sean. Da igual donde mires, siempre está ahí. “Nadie me molesta, no molesto a nadie”, dice en un último mensaje mientras se pierde entre la calima y la oscuridad de este anochecer de invierno de Dakar, mirando al suelo, atento a esas piedras preciosas que recoge con esmero porque él y sólo él sabe que son un tesoro. Como sabe Pape Diop que no es de este mundo sino del mundo de imágenes que puebla su cabeza y le estallan a cada rato en la punta de sus dedos.

Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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