PABLO AIMAR: El refugio feliz del aimarismo

El refugio feliz del aimarismo

La Generación Aimar. A los 21 años de su debut con el Valencia contra el Manchester United, la leyenda de Pablo Aimar envejece a base de retuits y «likes» con la misma devoción de sus días de talentoso mediapunta. El recuerdo del argentino sigue intacto para generaciones con referencias idealizadas del pasado, como los X y millennial. Y el mito ha aumentado por su método como entrenador y la ausencia de sobreexposición mediática.

Aimar en Champions contra el Manchester United

Aimar en Champions contra el Manchester United / MA Montesinos

Vicent Chilet

Vicent Chilet

La llegada al Valencia de Bryan Gil, dorsal 21 nacido hace 21 años, ha despertado la conexión futbolística y estética del debut en Mestalla hace hoy justo 21 años, a los 21 años de edad, de un mítico futbolista que haría historia con el Valencia inmortalizando el dorsal 21: Pablo César Aimar. El estreno con nota del mediapunta argentino contra el Manchester United, recetando caños a Roy Keane, fue el inicio del vínculo carismático de un supertalento capaz de destacar integrándose en la colectiva maquinaria táctica del Valencia de Héctor Cúper y posteriormente de Rafa Benítez. El Payito -su mote originario- fue un actor determinante en las finales y títulos de la época, pero su estela de «pibe inmortal», con la que la peña Gol Gran le bautizó desde primer día, ha ido más allá. Ha traspasado una nostalgia emocional que, más de dos décadas después, se conserva intacta en las generaciones, a medio camino entre los X y los millennial, ahora entre los 30 y los 45 años, que se fascinaron con su estela futbolística.

Es devoción y son datos. En las redes sociales, cada alusión a Aimar continúa convocando un aluvión de interacciones, de retuits y likes, que traspasan el recuerdo estricto del jugador y de su obra, y que hablan más de nosotros y de los mecanismos de la melancolía. En «Atrapados en Nunca Jamás» (La Caja Books) el escritor Lucas Martín describe ese territorio, el de una generación con tendencia a abrigarse en la nostalgia como respuesta a dos grandes crisis que han afectado de lleno a su estabilidad y perspectivas de futuro. En ese sentido, Aimar se proyectaría como parte de ese refugio feliz. Un icono más entre los fenómenos en los que anida la idealización del pasado: ídolos de la adolescencia, series de televisión, la invitación a la excepción creativa en el grisáceo mundo adulto, el recuerdo de un tiempo de juventud y confort. Bienvenidos a la generación Aimar.

«Es un símbolo melancólico, pero con la diferencia de que hay agua en la piscina, fue el símbolo del happy ending», reflexiona el comunicador Vicent Molins (Meliana, 1986) para describir «una magia que funciona». «En el valencianismo, muchas de nuestras nostalgias han acabado mal. Con Aimar es lo contrario, es el anverso del roigismo, de la época de la ilusión desmesurada y la venta de fantasía con resultado catastrófico. Aimar simboliza la etapa posterior, la etapa feliz. Es la ilusión que funciona, el mago que no engaña. Con Aimar nos dijeron la verdad, no era el comercio fenicio que te la cuela. Hubo resultados».

El aimarismo traspasa el fenómeno local y las fronteras de Mestalla. Así lo comprueba Marcel Beltrán (Barcelona, 1993), director de la web de la revista de cultura futbolística Panenka, cada vez que en redes sociales mencionan a Aimar o al perfil de mediapunta en extinción que representaba: «En el público de redes sociales, que ronda entre los veinte y los treinta y pocos años, es una generación que asistió al descubrimiento estético del fútbol de Aimar y conserva el vínculo emocional, porque nos recuerda a una época de nuestra vida que cada vez va quedando más atrás». Aimar atrapa porque invita a cierta idea de utopía que encaja en el idealismo truncado de una generación. «Es el retorno a una idea del juego», reflexiona Molins. Todo quedó claro desde el mismo debut del 14 de febrero de 2001. «En el Aimar del debut contra el United está todo. Una espontaneidad que nos retorna a la cuestión más primaria, al fútbol más puro, a la sencillez». Aunque fuese una pieza supercompetitiva en el Valencia de los éxitos, Aimar nos recordaba el placer de la creatividad. «Todos buscamos volver a esa sensación de felicidad en un deporte que nos aleje del negocio ultraempresarial. Aimar nos garantizaba pasárnoslo bien. Esa aparición repentina, de lucidez tan grande, justificó la ilusión de ser felices. Y si le añades que era muy ambicioso en el campo, lo tenías todo. Estética y resultados», afirma el director de la agencia Districte.

Con independencia de su palmarés como futbolista, ¿qué hace de Aimar un conector generacional fuera de València? «El Aimar de Mestalla nos coge en la primera fascinación por el fútbol que va más allá de tu equipo. Es el Arsenal de los invencibles o el Ajax. Y también somos una generación que se ha aproximado mucho al fútbol a través de la PlayStation», opina Beltrán. La elegancia de los buenos futbolistas entra antes por los ojos que la comprensión global del juego, que llega con los años: «Cuando eres más joven y no tienes tantas nociones de fútbol, lo que te acaba atrayendo del jugador es la estética de jugadores técnicos y plásticos. Con Aimar era elevarlo a la máxima esencia. A medida que vas creciendo, entiendes que hay un fútbol práctico que quizá es más importante». Y la evolución de la visión futbolística va paralela a la del propio camino a la madurez: «Con sus greñas, su rostro infantil y puro, Aimar gana por contraste a cómo enfocas la realidad cuando te haces adulto, donde todo pierde color, por lo que impactan más estas estampas tan coloridas», prosigue Marcel.

La clave de no sobreexponerse

A diferencia de otros ídolos, que una vez retirados han visto desgastada su imagen, ya sea por una deriva biográfica, como Best o Maradona, o por los derroteros de las trayectorias posteriores como entrenadores, en Aimar sigue siendo el recuerdo de su imagen el que conserva el mito. Tanto Molins como Beltrán apuntan a la calculada y escasa exposición de Aimar, que le ha evitado la saturación a una cotidianidad que casi siempre acaba siendo cruel. Son muy escasas sus entrevistas y en ellas se resalta un mensaje muy inspirador en su método formativo de futbolistas en las inferiores de la selección Argentina: «El Aimar contemporáneo te viene a cuentagotas, cuando aparece lo hace en forma de frases alucinantes y luminosas que te atrapan. Hay ídolos que cuando creces y los racionalizas un poco más, y priorizas no solo su recuerdo sino también su discurso, acostumbran a caerse. En Aimar, encima su discurso acompaña. Lo admirabas antes y ahora que tienes otra manera de reflexionar, lo sigues admirando por sus principios. Se mitifica desde un yo racional», resalta Beltrán. 

También en su faceta como entrenador persiste la diversión, persiste la pureza. Y persiste una distancia clave también en su relación con el valencianismo. No ha salido escaldado en etapas breves como Djukic o Pellegrino, no ha polemizado en sus regresos como Unai Emery o, más recientemente, Marcelino. Molins casi prefiere que no acabe por volver «para que no manchemos el mito y no le pillemos en debilidades», bromea. «En un mundo en el que todo estamos sobreexpuestos, Aimar, que era muy inteligente como jugador, ha seguido vinculado a la memoria del club, pero sin quemarse. Hubo respeto por las dos partes. Ni le hemos visto como un futuro salvador del Valencia, ni hemos querido integrarlo de cualquier manera».