Orleans y la ruta más oriental por los Castillos del Loira

El Río Real, el Río Oriental

Orleans y la ruta más oriental por los Castillos del Loira

Estos palacios-fortaleza son los protagonistas en un recorrido que parte de Orleans y se adentra por el valle entre senderos, viñedos y paseos en barca.

¿Por qué el Valle del Loira sigue siendo tan célebre como hace 400 años? Será porque la mayoría de sus castillos se conservan en perfecto estado y permiten asomarse a la época dorada de Francia. Pero también porque la oferta turística no ha dejado de actualizarse con propuestas que incluyen rutas en bicicleta, degustación de vinos, alojamientos en hoteles trogloditas, senderismo entre viñedos o paseos en barca tradicional. Y la mejor puerta de entrada a este valle encantado es la ciudad de Orleans.

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Orleans, la puerta oriental del valle del Loira

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Orleans, la puerta oriental del valle del Loira

La ciudad de Juana de Arco, la heroína que liberó a Francia de los ingleses y que acabó condenada a morir en la hoguera, es hoy un enclave repleto de alicientes y no solo históricos sino también gastronómicos, artísticos y de ocio activo, como propuestas para descubrir el entorno natural a pie o en bicicleta.

La oficina de turismo propone itinerarios guiados para conocer la vida de la Doncella de Orleans (1412 aprox.-1430) y al mismo tiempo la historia de la región. Los paseos van desde las puertas de la ciudad medieval y la impresionante catedral gótica de la Sainte-Croix (etapa de la Vía Turonensis a Santiago), al Museo de Bellas Artes y la Casa de Juana de Arco, donde la joven residió entre abril y mayo de 1429 y que ahora aloja un museo en su memoria. Hay tiempo de sobras para hacerse fotos frente a una casa con entramado de madera (¡hay más de 600!), comprar vinagre y mostaza locales, sentarse en un café y llegar a orillas del Loira, donde los orleaneses pasan las tardes entre amigos y familia compartiendo un pícnic o escuchando música.

Orleans. Un paseo por el río Real

Foto: Elisabet Tort

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Un paseo por el río Real

Apodado el Río Real, el Loira ha sido siempre la principal fuente de riqueza de Orleans. Antes de la llegada del ferrocarril en 1840, en su puerto se descargaban las mercancías que llegaban del Atlántico rumbo a París a través de un canal que conectaba con el Sena. Para disfrutarlo a fondo es recomendable dar un paseo en una barca con un guía que descubra la riqueza natural de la zona y explique curiosidades sobre la vida en el río, las barcas que lo surcaban o los viejos oficios. Las barcas de vela que trasladaban pasajeros de una orilla a otra han desaparecido, pero aún se ven las embarcaciones tradicionales (las que transportaban arena, las cubiertas, las de pesca…), alargadas y de fondo plano.

Navegar el Loira requiere pericia. Es el río sin domesticar más largo de Europa, más de 1000 km km sin presas ni canales que desvíen su curso, con bancos de arena y vegetación de ribera que difumina las orillas y puede hacer encallar en un momento de despiste. Este carácter salvaje es el mayor encanto del Loira, hogar de multitud de aves acuáticas, como la garza real, y también del castor europeo, ese roedor más pequeño que su primo americano y que construye pequeñas presas con ramas de abedul y álamo.

Loira en bici. De Orleans a Meung-sur-Loire, a pedales

Foto: Shutterstock

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De Orleans a Meung-sur-Loire, a pedales

La vía ciclista Loire à vélo, de 900 km, circula junto al río y toma desvíos que conducen hasta pueblos y castillos. El tramo entre Orleans y Meung-sur-Loire es uno de los más agradables y sencillos. Bien señalizado y asfaltado, pasa junto a prados y bosquecillos de ribera, y descubre algún que otro rincón, como la iglesia románica de Saint-Hilaire.

Lo mejor es alquilar las bicicletas en Orleans y dejarlas, por ejemplo, en Blois; la empresa se encargará de recoger las maletas y llevarlas al siguiente hotel. Si uno se entretienevisitando la bonita Meung-sur-Loire y su castillo, se puede tomar el tren hasta Blois. Una solución muy práctica, barata y cómoda, pues los vagones disponen de anclajes para bicicletas. 

Tiro con arco en Meung-sur-Loire

Foto: Elisabet Tort

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Tiro con arco en Meung-sur-Loire

A 20 km de Orleans, Meung-sur-Loire alberga uno de los castillos más antiguos y también más desconocidos del Valle del Loira. Antigua residencia de los obispos de Orleans, nació en el siglo XIII como una edificación cuadrada flanqueada por 4 torres que se amplió después con una muralla. El conjunto se modernizó en el siglo XVIII con un palacio de aspecto neoclásico, grandes ventanales y un jardín en el que hoy se organizan veladas musicales y se enseña a tirar con arco o a luchar con espada. Visitar el castillo es como penetrar en un laberinto repleto de salas con enigmas que despiertan la curiosidad de niños y mayores, como descubrir objetos contemporáneos camuflados. Todo está cuidado hasta el último detalle, incluso los olores en la cocina o en el cuarto del herbolario, situado en una de las torres y repleto de frascos y de hierbas para elaborar medicinas. Los pasadizos y escaleras retorcidas conducen hasta los dormitorios, la habitación con la ropa de cama, el confortable baño del obispo o la sala de tortura.

La Solagne. Los bosques y lagos de la Sologne

Foto: Elisabet Tort

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Los bosques y lagos de la Sologne

Una de las cosas que más fascinan de este valle francés es la combinación de ese lujoso pasado con pueblos silenciosos y discretos de gente sencilla que aún conserva tradiciones, palabras propias y oficios antiguos. La comarca de la Sologne es una de estas perlas. Un territorio moteado por 4000 lagos creados artificialmente en el siglo X entre los que han crecido pueblos rodeados de bosques densos de alcornoques, robles y hayas y pino, tan torcidos y ramificados que nunca fueron considerados buenos para la construcción de naves y que por tanto no se talaron y siguieron creciendo a lo largo y ancho de esta tierra arenosa, un suelo que tampoco ha resultado nunca útil para la agricultura, aunque sí para las decenas de especies de setas que crecen en otoño para regocijo de los buscadores locales, que saben distinguir las variedades comestibles de las venenosas.

Los árboles y la tierra no eran aprovechables, pero sí el agua. Los habitantes de la Sologne sí que supieron sacar partido de las lagunas que emergieron entre los bosques construyendo un ingeniosos sistema de desagüe en escalera entre las lagunas que permitía la cría de peces. La piscicultura ha sido clave para el desarrollo de la zona como parque natural. La abundancia de peces atrajo a aves acuáticas que a lo largo de los siglos se han ido estableciendo en sus márgenes y son ahora el objetivo de numerosos ornitólogos llegados de toda Europa.

El bosque de Sologne estalla de vida en otoño con la berrea del ciervo, un espectáculo que atrae a numerosos viajeros. Los berridos se oyen al atardecer, retumban entre la espesura y alcanza los pueblos más cercanos. La gran batalla naturalista de estas décadas será la eliminación de las vallas que delimitan los cotos de caza y que causan numerosas muertes entre la fauna salvaje en sus desplazamientos.

Cheverny, el château del capitán Haddock

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Cheverny, el château del capitán Haddock

Rodeado de viñedos que producen unos de los vinos más apreciados del valle del Loira, Cheverny es famoso por el château que inspiró a Hergé el castillo de Moulinsart, la residencia familiar del capitán Haddock. El conjunto se construyó por entero en el siglo XVII sobre los cimientos de un castillo medieval y se ha mantenido sin cambios hasta hoy, incluso la piedra de Bourré con la que se edificó es ahora más blanca que hace 300 años. Los marqueses de Giverny viven en un ala del palacio y gestionan este inmenso dominio con todo detalle. Las habitaciones se mantienen con el mobiliario original, los tapices y los cuadros (hay un Tiziano y un retrato de Juana de Aragón del taller de Rafael), los cuadros sobre la novela El Quijote que cuelgan en el comedor, la sala de juegos infantil, el tocador del dormitorio, la capilla… Y para sorprender más al visitante, reproducciones con piezas Lego de cuadros, objetos e incluso del propio castillo repartidas por las distintas estancias.

El simétrico palacio está rodeado por jardines florales, un bosque de 100 hectáreas con secuoyas, cedros del Atlas y del Líbano y cipreses acuáticos de Florida emergiendo en el canal fluvial que puede recorrerse en barca. La visita al conjunto suele acabar con la exposición dedicada a Tintín y la perrera, un “château” para el centenar de perros de caza (mezcla de raza poitevine français y fox-hound inglés) de Chiverny; por la tarde, cuando ya no hay público, los dejan correr en libertad por el bosque.

Chambord, el Versalles del Loira

Foto: Elisabet Tort

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Chambord, el Versalles del Loira

El fabuloso castillo de Chambord es el sueño de Francisco I, uno de los reyes más poderosos de la Europa del siglo XVI que quería construirse una residencia que deslumbrara a los monarcas de otros imperios. En sus 5440 hectáreas contiene un pueblo, un bosque, tierras de cultivo, pastos y la magnífica mansión, con sus jardines y el canal navegable.

En este inmenso conjunto hay dos elementos que captan la atención y serían capaces de mantenernos horas contemplándolos: la azotea y la escalera helicoidal, atribuida a Leonardo da Vinci, que pasó los últimos años de su vida en la mansión de Clos-Lucéo invitado por Francisco I. Esas dos escaleras que nunca se cruzan ocupan el centro del castillo y ofrecían una balconada perfecta al rey cuando recibía a emisarios y visitantes. Hay que imaginarse las salas en aquella época de esplendor, con las chimeneas (tan grandes como para asar un ciervo entero) ardiendo, el teatro ofreciendo comedias, los ventanales cubiertos de cortinajes…

Al llegar a la azotea, Chambord ofrece una nueva perspectiva. El visitante entiende entonces la simetría del edificio y se siente sobrecogido por la grandiosidad del enclave. Tras una ambiciosa remodelación y limpieza de sus muros blancos, Chambord luce ahora espléndido. La visita autoguiada cuenta con imágenes en 3D y realidad virtual.

Sully-sur-Loire

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Sully-sur-Loire, el más oriental del valle

Medieval desde su base y foso hasta lo alto de sus torreones, el castillo de Sully-sur-Loire, del siglo XIV, es el más oriental del Valle del Loira. Desde su magnífica posición se abarcaba una vista de hasta 100 km de distancia, suficiente para detectar cualquier ataque enemigo o la inesperada visita del rey y su corte. Por eso todos los castillos del Loira tienen un dormitorio real, lujoso y siempre a punto por si su majestad decidía pasar por allí y quedarse unos días. Así lo hizo un joven Luis XIV, el Rey Sol, a finales de marzo de 1652. Otros personajes históricos dejaron su huella en Sully-sur-Loire: entre los años 1716 y 1719 Voltaire escribió y representó sus primeras obras en la gran Sala de Honor; y Juana de Arco, después de haber liberado Orleans, se entrevistó aquí con el futuro rey Carlos VII en 1429 y regresó después en 1430.

El símbolo que más aparece en la decoración del castillo son las balas de cañón, emblema de Maximilien de Béthune, que fue ministro de guerra de Enrique IV y propietario del castillo desde 1602. Habitado por los condes de Sully hasta los años 1950, este fabuloso castillo pasó a manos del gobierno regional, se renovó y decoró con mobiliario de la época y tapices de los principales museos y se abrió al público.

Relais de Chambord . Dormir en un château

Foto: Relais de Chambord

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Dormir en un château

No hace falta ser rey o reina para alojarse en un castillo del Loira. En los últimos años algunas mansiones y palacetes de las ciudades o del entorno de los dominios se han acondicionados como excelentes hoteles que invitan a relajarse en medio de la naturaleza o en medio de un centro medieval. Es el caso del hotel Empreinte, en Orleans, con sus elegantes suites con vistas al Loira, o el Relais de Chambord, a pocos pasos del increíble castillo de Francisco I. Una de las últimas novedades es el recientemente inaugurado Les Sources de Cheverny 5*. Rodeado de bosques, viñedos y con un jardín asilvestrado en el que crece la vegetación propia de estas praderas, abrió en verano de 2021 el restaurante Le Favori de la mano del chef Frédéric Calmels, que tiene la intención de progresar hasta ganar una estrella Michelin en los próximos años.