El peor equipo del mundo (2023), de Taika Waititi

Película inspirada en hechos reales. La selección nacional de fútbol de Samoa Americana, una isla, territorio estadounidense en Oceanía, se ha ganado a pulso el título de “el peor equipo del mundo”, pues no sólo no ha vencido nunca en un partido de fútbol, sino que nunca ha metido un gol... en la meta del equipo contrario. Con tales credenciales, el conflictivo entrenador Thomas Rongen es el único candidato a ponerse al frente del equipo, obligado por la federación nacional de fútbol a aceptar el puesto sino desea ser expulsado. Separado de su mujer y con una hija, amargado ante su “exilio”, su actitud contrasta con la positividad y espiritualidad cristiana de los isleños, desde el presidente de la federación local, a los diversos jugadores, entre los que se cuenta la transexual Jaiyah, que aún no ha completado su transición a mujer y podría jugar como hombre en el equipo. No derrocha entusiasmo entrenando, pero poco a poco se irá haciendo a su papel, con el objetivo primordial de meter, por fin, un gol.

No sé si el neozelandés Taika Waititi es el cineasta más sobrevalorado del mundo, pero podría disputar el título, pues a pesar de llamar la atención primero en su país y luego sobre todo con Jojo Rabbit, su último Thor, Thor: Love and Thunder, resultaba bastante irritante, al igual que la estrafalaria serie que ha respaldado, Nuestra bandera significa muerte. La “originalidad”, un punto “bizarro”, le dan unas señas de identidad que acaban resultando algo cansinas.

En parte este defecto se repite aquí con una trama bastante arquetípica, la de los perdedores que aspiran a ganar, o al menos a hacer un papel digno en el campo, y que en España ha tenido una estupenda muestra con Campeonesy su secuela. Waititi y Iain Morris conciben un libreto buenista, vertebrado alrededor de cuatro ideas: entrenador enfadado, equipo y lugareños felices, primacía del juego sobre la victoria, y transexualidad de uno de los jugadores, aquí con una moralina sobre la tolerancia acorde a los tiempos que corren.

El gran problema es que la trama se desarrolla con torpeza, en la evolución del personaje que interpreta Michael Fassbender, sobre todo por una idea tramposa, revelación artificiosa acerca de un dato sobre el entrenador que se oculta y se pretende que nadie conozca, algo bastante difícil de aceptar. Por supuesto, hay algunos gags graciosos –junto a otros previsibles–, y los buenos sentimientos que se suelen asociar al subgénero deportivo, que no bastan para elevar la película al nivel deseado. Ningún actor, la mayoría desconocidos, entrega una composición memorable, lo que incluye a Elisabeth Moss, mera comparsa, o al propio Waititi, a quien siempre le gusta asomarse a sus filmes delante de la cámara.