El repaso a cinco décadas de periodismo y, más tarde, de escritura creativa produce sonrisas, dudas, escepticismo y una extraña envidia. Esto último viene dado porque la autora como guionista de televisión fue a la huelga, pues como sindicada entendía que las condiciones laborales no eran las que tenían que ser. En su caso concreto, Robin Green (1945) admite que ya era millonaria. Cubierta de dinero y huelguista suena raro. Mejor una privilegiada que apoya a sus compañeros de oficio. A finales de los 90 cuando entró en HBO —en el libro, no se hace mención del mejor lema promocional de ese canal: «no es televisión, es HBO», seguido de su característica y ruidosa nieve catódica, tan en boga entonces— firmando un contrato espectacular, al igual que su marido Mitchell Burgess. En breve, también se convirtieron en productores de Los Sopranos (1999-2007). 

Con contrato en vigor, los despidieron en la quinta y penúltima temporada. Green tenía 60 años. Y la cadena los volvió a cubrir de oro. Ciertamente, como profesional del medio ayudó a cambiar la manera de ver y disfrutar televisión de calidad. Al final, el canal de pago ofrecía una producción no ideada para una audiencia masiva, pero sin llegar a ser elitista. Con los años, el personaje de Tony Soprano ha vuelto a la casilla de salida. El tiempo le ha arrebatado la capa de empatía, con que Green y Mitchell envolvieron al personaje: un simple hampón, que se paseaba entre la misantropía, la codicia, la inseguridad y la misoginia. Tan rápido para ordenar la eliminación de un rival como decidido para asaltar un dormitorio ajeno. En el relato de su vida, la narradora parece tener unos recuerdos muy vívidos de esa oscura y primaria masculinidad, que tan bien supo ficcionar en la pantalla.

Sus palabras dejan un poso de vulnerabilidad, siendo ello una de las razones del éxito de La única chica. De redactora de Rolling Stone a guionista en Los Soprano, 2024; (The Only Girl: My Life and Times on the Masthead of Rolling Stone, 2018con traducción de Patricia González-Barreda) que llega a su segunda edición. En buena medida, la escritora se mece en una narrativa tranquila más que sugestiva, cuya energía se proyecta a partir de la resiliencia, mientras se conoce a sí misma en un mundo atestado de heteropatriarcado. Un cosmos muy viril, donde coincide con Jann Wenner, editor de la revista, que la acabó despidiendo, y sobre quien durante décadas pivotó el periodismo musical.  

Conforme avanza esta suerte de memorias, que no biografía, la autora muestra paradójicamente una literatura masculinizada. Trasluce un vigor muy poco femenino a la hora de hablar de relaciones laborales, drogas, sexo y otras percepciones vitales. Más allá de episodios pasajeros y su ambigua relación con la música de los Rolling Stones, habla poco de rock and roll. En diciembre de 1969, fue a Altamont a verlos, pero asegura que se marchó durante la actuación del grupo londinense, a causa del caos organizativo. No supo nada de la ignominia que atrapó al conjunto, que no volvió a pisar suelo norteamericano hasta 1972. «Con respecto al asesinato de los Ángeles del Infierno, supuse que la víctima había sido aquel tipo gordo; en realidad, se cargaron a un chaval puesto de anfetas con un arma». Duró poco en Rolling Stone. Tras el vértigo, llegó la calma. La narradora optó por matricularse en el Programa de Escritura Creativa de La Universidad de Iowa, con la intención de orientarse en el terreno de la ficción. El relato incide en la literatura creativa y en el salto y consolidación en la industria de la televisión. Robin Green se sumerge en sus experiencias y recuerdos. También, en las expectativas que encuentra en el camino, que definen tanto su estilo de vida como la manera de escribir.