Contra la leyenda negra de Urraca: la gran reina española a la que maltrataba Alfonso I el Batallador

Contra la leyenda negra de Urraca: la gran reina española a la que maltrataba Alfonso I el Batallador

Isabel San Sebastián novela la vida, hasta ahora oscurecida por crónicas malsanas, de la monarca de León

Aragón, el reino que forjó un imperio y se convirtió en cuna de la España moderna

Isabel San Sebastián, en una fotografía de 2022 José Ramón Ladra
Manuel P. Villatoro

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Las crónicas medievales no le concedieron tregua. Que si «engañadora» por aquí, que si «meretriz pública» por allá... Doña Urraca I de León fue crucificada, muerta y sepultada por la leyenda negra que más picazón causa: la generada entre las lindes de nuestra península ibérica. Pero, como a Jesucristo, ya le tocaba resucitar; y qué mejor Caronte para acompañarla que Isabel San Sebastián. «La historia ha hecho un juicio terrible de ella y la ha condenado a una 'damnatio memoriae', pero fue una pionera que firmaba como 'Reina de León y emperatriz de España' y que luchó por hacer valer sus derechos como monarca en una sociedad machista en extremo».

La periodista responde a ABC segundos después de cerrar su último artículo; no para. Aunque siempre halla un hueco para 'desfacer' injusticias pretéritas como la que aqueja a este personaje; y desde hace nueve siglos, que se dice pronto. La última arma que presenta contra la desinformación es una novela histórica de esas que se aúpan en los archivos y las crónicas: 'La temeraria' (Plaza & Janés). Aunque la magra se encuentra en el subtítulo: 'La épica aventura de la reina Urraca, la primera soberana de pleno derecho en Europa'. Porque, según desvela al otro lado de la línea telefónica San Sebastián, ya tocaba dejar sobre blanco que nuestro país ha sido mascarón de proa en lo que se refiere a feminismo.

«Hemos tenido grandísimas reinas porque procedemos del matriarcado astur. León y Castilla fueron de los pocos territorios en los que las mujeres podían subir al trono; eso no sucedía en el resto de la Europa medieval, donde imperaba la ley sálica». Por su boca pasan desde Sancha de León hasta Isabel de Castilla; faltan dedos en la mano para contar los ejemplos. «¿Tú crees que el feminismo actual, de izquierdas, reivindica a personajes como Urraca? Ni mucho menos». San Sebastián se detiene un segundo, se palpa el redoble de tambor: «Lo más sangrante es que fue a morir un 8 de marzo... Ignorarla supone un profundo desprecio».

Un rey oscuro

Ágil y magnética, 'La temeraria' se zambulle en la vida de la monarca. Y, aunque San Sebastián prefiere alejarse del tópico de una biografía novelada al uso, repasa también los vaivenes de su vida. «Sus inicios fueron bastante plácidos. Fue educada en la cultura y la casaron muy joven con el duque Raimundo de Borgoña», desvela. A partir de entonces, la Parca se cebó con ella. Primero falleció su esposo en 1107 y, un año después, le ocurrió otro tanto a su medio hermano Sancho, heredero de León. Aquello fue una navaja con dos filos. Por un lado, Urraca ascendió hasta el trono; por otro, fue obligada a contraer matrimonio con Alfonso I de Aragón, el mítico Batallador, para unir fuerzas contra los almorávides.

La temeraria

Imagen - La temeraria
  • Editorial Plaza y Janés
  • Páginas 432
  • Precio 22,90

Aquellas fueron unas bodas malditas que abrieron las puertas del averno para Urraca. «Alfonso fue un gran combatiente, eso es innegable, pero tenía alma de monje guerrero. Antes de reinar había planteado irse a las Cruzadas», explica la periodista. No estaba hecho para el matrimonio, vaya. «Estoy convencida: no le gustaban las mujeres. Aunque no se sabe si porque era homosexual, o porque era impotente». La prueba es que, aunque se casó a una edad tardía, no se le conocían amantes ni hijos. «Eso era algo muy extraño entonces», completa. En palabras de San Sebastián, el Batallador subió al altar tan solo «por ambición y para quedarse con el reino de León», algo que su nueva mujer no estaba dispuesta a permitir.

A las tiranteces políticas entre ambos se sumó un matrimonio pésimo. «Existe una carta en la que Urraca confirmó a su primo que lamentaba la cantidad de veces que su rostro había sido mancillado por las manos de Alfonso y las muchas ocasiones en las que había sido golpeada por sus pies», insiste San Sebastián. Porque sí, una de las muchas conclusiones que extrae San Sebastián es que el monarca maltrataba a su esposa, y de mil maneras. «Tuvieron una relación espantosa. Le pegaba, la encerró en un castillo... Era un hombre rudo que había sido educado para luchar», sentencia.

Contra todos

Afloran las conclusiones tras leer la novela, pero la que asoma más la patita es la máxima de que la buena de Urraca luchó cual fiera esquinada para defender la independencia del reino de León y sus derechos como monarca. «Tuvo demasiados enemigos a los que hacer frente. Su medio hermana, que quería usurparle territorio desde el Condado de Portugal, el ayo de su hijo, algunos nobles gallegos, los almorávides...», insiste San Sebastián.

Pero ella, fuerte y convencida, «bandeó como pudo la situación» con la ayuda a veces de su marido, a veces de los que fueron sus partidarios más cercanos y hasta amantes: el conde Gómez y Pedro de Lara. «Este último fue su gran valedor en el campo de batalla y el amor de su vida», sostiene la autora.

La de Urraca fue, en definitiva, la historia de una pionera que luchó contra todo y contra todos; una heroína que, hasta el real moño de aves rapaces ávidas de patearla lejos de los círculos de poder, reinó independiente, muy alejada de la sombra de Alfonso. Tarea, quizá, demasiado hercúlea para la época. Y vaya por delante el mejor ejemplo: el silencio administrativo en el que cayó cuando dejó este mundo. «Si creemos que España es machista en la actualidad, imaginemos entonces. En el siglo XII prevalecía la misoginia, el matriarcado astur había terminado y los cronistas eran, en su mayoría, miembros del clero», sostiene San Sebastián. Aquel fue un cóctel letal que la condenó al olvido; uno que tocaba tirar al fin por el retrete. «He intentado mirarla de forma más indulgente y objetiva, y espero haberlo logrado», finaliza.

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