En septiembre de 2018 se estrenó en el Festival de Toronto Duelles, film del belga Olivier Masset-Depasse con Veerle Baetens y Anne Coesens basado en la novela Derrière la haine, de su compatriota Barbara Abel, que tuvo una buena respuesta de crítica y público.

El propio Masset-Depasse iba a rodar la remake hollywoodense, pero a último momento se apartó de la producción y fue el francés Benoît Delhomme (reconocido director de fotografía de títulos como ¿Y allí qué hora es?, de Tsai Ming-liang; Propuesta de muerte, de John Hillcoat; La teoría del todo, de James Marsh; y Van Gogh: En la puerta de la eternidad, de Julian Schnabel), quien en principio solo iba a encargarse solo de la fotografía, el que debutó como realizador con el aval de dos estrellas como Jessica Chastain y Anne Hathaway.

Este thriller psicológico de pura raigambre hitchcockiana, a pesar de contar con dos actrices talentosas y glamorosas, llega este jueves 11 de enero a los cines de Argentina sin haber pasado por ningún festival, sin haber recibido críticas de los principales medios de la industria como Variety o The Hollywood Reporter y sin que nadie se haya preocupado demasiado por su promoción internacional (casi no hay fotos de prensa). Y, luego de ver la película, se entiende por qué: se trata de un melodrama fallido, demodé (por momentos digno de aquellos viejos telefilms de la cadena Hallmark) y con dos buenas actrices tratando de sostenerlo y salvarlo sin demasiada suerte.

Ambientada en un apacible suburbio durante los años '60, Instinto maternal muestra lo que en principio es una vida idílica en términos conservadores: Céline (Anne Hathaway) y Alice (Jessica Chastain) son buenas amigas y vecinas, tienen maridos exitosos (el Simon de Anders Danielsen Lie y el Damian de Josh Charles, respectivamente) y dos hijos encantadores que además son compañeros de escuela y aventuras. Madres obsesivas y abnegadas que comparten ciertas complicidades y se “permiten” momentos de relajo fumando y bebiendo, Céline y Alice se toparán con la tragedia: un día, mientras juega en el balcón de su casona, Max (Baylen D. Bielitz), hijo de Céline, cae al vacío. Alice, que lo ha visto, no llega a rescatarlo y el pequeño de apenas ocho años muere.

Ese ese apenas el preámbulo, el disparador, el punto de partida para una película que se pondrá cada vez más oscura, inquietante y perturbadora con las otrora amigas desconfiando de las intenciones y de la sanidad mental de la otra en un duelo psicológico con elementos provocadores.

El problema es que nada en Instinto maternal resulta demasiado sutil: ni la puesta en escena, ni los indicios que se van dejando para construir tensión y misterio, ni el trabajo sobre las facetas más oníricas, ni tampoco las actuaciones, que no están mal, pero se ubican a años luz de los mejores trabajos tanto de Hathaway como de Chastain.

Hay algo morboso en cuanto a cierta perversidad de la historia (además de Alfred Hitchcock hay algo de David Cronenberg en el asunto), pero ese magnetismo inicial por ver cómo se desarrolla y resuelve este ensayo sobre el dolor, la culpa, la paranoia y la venganza conduce luego de manera inevitable a cierta decepción y frustración, más allá de que en la Argentina de alguna manera seamos “privilegiados” de poder ver primero una película que claramente daba para mucho más.


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