Guatemala: un viaje entre volcanes en busca del origen de la cultura maya

Un legado ancestral

Guatemala: un viaje entre volcanes en busca del origen de la cultura maya

Recorremos este sorprendente país de Centroamérica, desde el núcleo colonial de Antigua hasta las pirámides de Tikal.

Guatemala aparece por la ventanilla del avión como un frondoso paraíso envuelto en selvas tropicales que culminan en volcanes de laderas tapizadas de cultivos. Esta tierra fértil es la cuna de la civilización maya, un país acogedor de pueblos coloniales con iglesias barrocas donde el tiempo parece haberse detenido.

 

Ciudad de Guatemala, la capital, es una moderna metrópolis que apenas conserva un pequeño entramado de calles con comercios, hoteles y locales de los tiempos de esplendor colonial. A partir de este centro y de forma radial, se extienden un sinfín de barrios nuevos con urbanizaciones y bloques de pisos sobre una llanura a más de 1500 m sobre el mar. El clima es fresco y agradable aunque el tráfico incesante perturba la paz. 

semuc champey
Foto: Shutterstock

De Ciudad de Guatemala a la apacible Antigua 

Después de degustar unos frijoles negros, abandonamos la capital para iniciar la ruta de oeste a este que atraviesa las tierras fértiles de los volcanes y el altiplano, hasta alcanzar la selva de la región del Petén. Las carreteras son lentas y no siempre bien señalizadas, pero la belleza de sus paisajes entretienen la mirada con la alternancia de árboles frutales, pinos y campos de café, caña de azúcar, maíz o algodón que parecen conversar con las nubes. La riqueza del trópico permite una increíble variedad de orquídeas, como la vainilla y la coralina moteada. 

 

Tras solo 25 kilómetros aparece Antigua, un lugar donde descansar del ruidoso bullicio de la moderna capital. El viajero se sumerge de inmediato en su atmósfera de silencio y ritmo reposado. Es uno de los más bellos núcleos coloniales de América, con una elegancia mayestática proyectada desde las fachadas de sus palacios con trabajos de orfebrería e inmensos portalones de caoba. Las plazas con sus fuentes, iglesias y palmeras respiran vitalidad, colorido y aroma de café. En la plaza Mayor un grupo de hombres tocan guitarras y tambores, viendo pasar las horas como las nubes en un cielo azul solo perturbado por el humo de los volcanes. Tres de ellos rodean la ciudad: Agua, Acatenango y Fuego, que se mantiene en erupción y destruyó tres poblaciones en el verano del 2018.  

 

Antigua vive siempre en relajada armonía, orgullosa de su belleza arquitectónica, ajena a la amenaza de un volcán que palpita sobre la tierra. Los turistas van y vienen, sorprendidos por maravillas como el convento de las Capuchinas o el arco de Santa Catalina. Es muy recomendable hospedarse en la casa convento de Santo Domingo, que fue sede de los monjes dominicos a su llegada en 1538. Las habitaciones se agrupan en torno a sus claustros y aún se mantienen algunas torres. 

Acatenago Guatemala
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Ascender el Acatenango: una aventura impredecible 

Las campanas suenan al amanecer, antes de que los mercados callejeros hayan tenido siquiera tiempo de instalarse. Los primeros comercios de textiles y café están levantando sus persianas cuando pasamos montados en todoterreno rumbo a la aldea de La Soledad, a unos 2000 metros de altitud, punto en el que iniciamos la ascensión al Acatenango en compañía de un guía. La visión del volcán es sobrecogedora desde este pueblo remoto. La gran pirámide de 3976 metros se eleva sin interrupción como el sendero que sube a su cumbre, montado sobre una arista a través del bosque. No hay más respiro que el necesario para beber agua y tomar aire. La altitud nos va dejando sin aliento, al igual que las vistas sobre el valle. Más allá, hacia el sur, se distinguen los volcanes del lago Atitlán, un territorio que parece sembrado por los dioses y que no tardaremos en pisar. 

 

En los últimos años se han dado numerosos casos de excursionistas que se han perdido durante la ascensión al Acatenango, así que nos mantenemos atentos a la evolución de las nubes sobre la cima y de la niebla sobre el sendero. Pasada la última cabaña del camino, decidimos desistir de alcanzarla. Nos quedamos sin la preciosa imagen del volcán de Fuego escupiendo lava que se contempla desde el cráter del Acatenango, pero cuando la niebla se disipa las vistas sobre el valle de Antigua compensan sobradamente el esfuerzo realizado. Al anochecer, ya de regreso a la villa de Antigua, nos sentamos bajo un porche a tomar un buen plato de pepián (un guiso de carne y picante) con una copa del extraordinario ron Zacapa, orgullo del país.

Guatemala
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Reflejos volcánicos sobre el lago Atitlán 

La ruta sigue hacia el oeste, camino del lago Atitlán. La carretera repleta de camiones de mercancías se retuerce entre sinuosas curvas hasta llegar al altiplano y alcanzar Panajachel. Esta bonita localidad a orillas del lago albergó a los primeros hippies que se instalaron en este paraíso natural. La calle Santander, su arteria principal, está repleta de puestos de artesanía, cafés y bares que rebosan de animación hasta altas horas de la noche. Dentro del casco antiguo se erige la iglesia de San Francisco, con una fachada barroca de doble campanario y flanqueada por palmeras. 

 

En el embarcadero atracan las lanchas que conectan las aldeas de las etnias zutuhil y cachiquel asentadas en el extenso perímetro lacustre. Tres gigantes custodian el lago: el volcán San Pedro, el Tolimán y el Atitlán, todos por encima de los 3000 metros. Las aguas del Atitlán son un espectáculo de colores pues reflejan las siluetas piramidales de los volcanes y los cielos crepusculares que los enmarcan. 

 

En San Marcos de la Laguna embarcan tantos pasajeros que la pequeña embarcación va con la línea de flotación al límite. La aldea es apenas una calle con cuatro o cinco restaurantes y comercios preparados para el viajero y un par de posadas en el embarcadero. Las vistas sobre la bahía son tan bucólicas como apacibles. Aquí no hay tráfico rodado, ni más ruido que el de las lanchas que se apaga al caer la noche. Dormimos en pequeños bungalós de madera con cubiertas de hoja de palma. 

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un pueblo que adora al dios maximón

La naturaleza habla a los sentidos en el silencio de la mañana, así que vale la pena madrugar para observar aves en la espesura del bosque o bien llegar hasta el Yoga Forest, un enclave escarpado con excelentes vistas sobre el lago y realizar una sesión matinal de yoga. Dejamos para la tarde la visita al pueblo de San Pedro, en el otro extremo del lago, donde pernoctan la mayoría de mochileros que buscan vida nocturna y tiendas de artesanía.

 

No hay nada de esto en el cercano pueblo de Santiago Atitlán, famoso por la adoración al Maximón, una deidad nacida del sincretismo que ha fusionado un espíritu o nahual zutuhil con el apóstol Simón Pedro. Los mayas lo llaman Rilaj Maam («el gran abuelo») y también «santo diablo», dado que en él habitan tanto el bien como el mal, un guardián que media entre lo terrenal y lo divino. Como se le atribuyen dones de curación y abundancia, se le ofrece dinero, comida, licor y tabaco. No tiene nada que ver con un dios tradicional porque su aspecto es como de malo de western: sombrero negro, pañuelo al cuello y un puro entre los labios.  

 

Las coloridas ropas de las mujeres mayas en la lancha de regreso levantan los ánimos. Ajenas a los móviles y el ajetreo de los turistas, muestran sonrisas despreocupadas, miradas profundas sobre tez morena y voces que hablan la lengua tzutujil. Mientras tanto, las nubes se posan sobre los volcanes. Hay una fuerza telúrica y una misteriosa sacralidad en este lugar que ha atraído a místicos y a intelectuales como el escritor Aldous Huxley, para quien el lago Atitlán era el más bonito del mundo. 

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El mayor mercado de Centroamérica 

Un rodeo hacia el oeste nos desembarca en Zunil, pueblo del altiplano conocido por sus tejidos de algodón jaspeado, con motivos simbólicos que aluden a la clase social de su propietario, procedencia o su estado civil, bajo unos códigos ancestrales que provienen de la cosmovisión maya. A las afueras del pueblo se encuentran las fuentes Georginas, cuyas cálidas aguas termales, todavía entre montañas e imponentes volcanes, nutren una poderosa vegetación. 

 

Una escasa media hora de camino separa Zunil de Xela, la segunda ciudad más importante de Guatemala, con bellos edificios neoclásicos y todo tipo de mercados. Sin embargo, si lo que interesa es adquirir artesanía local o simplemente disfrutar del ambiente del mayor mercado de Centroamérica, la visita obligada es Chichicastenango, a unas dos horas de la capital. Ponchos, sombreros de palma, mantas de lana gruesa y finos tejidos para decorar mesas, camas o convertir en cuadros son algunas opciones. Tal vez carezca del encanto de ciudades más pequeñas, pero posee tradiciones interesantes como el Baile del Toro, en la que por una vez la res acaba con el capataz. Son nada menos que diez horas de bailes durante diez días que interpretan 38 personajes de vistosos vestidos y máscaras de colores. En esta ciudad apareció el Popol Vuh, el libro maya del génesis, recopilado por los indios quichés y traducido por el dominico Francisco Ximénez entre los siglos XVI y XVII.

 

semuc champey
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Donde habita el quetzal, ave sagrada de los mayas

Unos 200 kilómetros rumbo nordeste, merece la pena detenerse en Cobán y acercarse a las cascadas de Semuch Champey, un conjunto de pozas que descienden formando terrazas envueltas por un denso bosque tropical. Estamos en el departamento de Alta Verapaz en la Guatemala central, con la duda de si viajar en avión o recorrer las más de cinco horas que nos separan de Tikal. Finalmente, lo hacemos de un tirón por la carretera Panamericana. 

 

El paisaje se vuelve más llano al entrar en el departamento del Petén. Con 2 Reservas de la Biosfera Maya, 7 Parques Nacionales, 5 Refugios de Vida Silvestre y 4 biotopos protegidos, el Petén es el hogar del jaguar y del puma, los dos grandes felinos de América, y también del quetzal, ave sagrada de los mayas y símbolo nacional, de larga cola verde turquesa y pecho carmesí.  

Tikal Petén Guatemala
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Un paisaje de película

Para visitar Tikal, el mayor asentamiento maya de Guatemala, se requieren al menos dos días. Abarca 576 kilómetros cuadrados, una inmensa área que alojó entre 10.000 y 90.000 personas, desde el siglo IV a.C. hasta su época de esplendor, alrededor del siglo VIII. La ciudad más cercana es Santa Elena, pero es preferible pasar la noche en la isla de Flores, un precioso reducto colorista de calles empedradas sobre el lago Petén Itzá. 

 

Madrugamos para cruzar el puente y llegar en poco menos de una hora a la Gran Plaza de Tikal, centro ceremonial de la ciudad. El templo funerario del Gran Jaguar y el de las Máscaras flanquean este espacio sagrado. Apartado del centro, se erige el imponente Templo IV o de la Serpiente Bicéfala, del año 741 y dueño de una de las vistas más sobrecogedoras de Tikal. Desde lo alto de su escalinata tal vez alguien reconozca la base de los rebeldes de La guerra de las Galaxias, un homenaje de cine a aquella magnífica civilización.