“Nunca he entendido a las islas, rodeadas de tanto mar… Pobrecitas”.

Lo dice Patrizia desde un lujoso yate en las aguas de Sicilia. Es una frase que diría alguien que quiere decir algo, pero no tiene nada interesante que decir. Es una frase a la que nadie responde, porque no requiere respuesta, ni siquiera alguien que la escuche, porque no tiene sentido más allá del impulso que la ha creado: el más puro aburrimiento. Es también, pese a todo, una frase que encapsula el sentido de ‘La aventura’, no sólo porque su historia también nace del ‘ennui’ de sus personajes de alta cuna y bajos valores morales, sino también porque describe su tema central: el aislamiento. Personas rodeadas de mar, ahogados en sus propios vacíos. Pobrecitas.

La obra maestra de Michelangelo Antonioni se estrenó en España un 22 de mayo de 1969, nueve años después de ganar el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes. Curiosamente, en esa misma edición, la ‘croisette’ premió con la Palma de Oro a ‘La dolce vita’, con la que comparte un cierto marco de comprensión social para los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. La primera escena del filme de Federico Fellini podría convivir perfectamente en ella: sobrevolando la Roma de los sesenta en helicóptero con una figura de Jesucristo a cuestas, mostrando las ruinas a las afueras de la ciudad y mujeres en bikini tomando el sol, el cineasta mostró una sociedad que transitaba hacia la modernidad. En la primera escena de la película de Antonioni, un constructor se encuentra en aquella misma periferia donde descansan los restos de la Roma antigua -física y espiritualmente- y habla de cómo la convertirán poco a poco en un reflejo del estilo de vida que ya se lleva en el centro de la capital.

La Aventura Antonioni
Hulton Archive//Getty Images

Sin duda, en las películas del neorrealismo italiano podrían encontrarse muchos espacios comunes, que se muestran a través de un naturalismo muy teatral, en blanco y negro y con un halo de melancolía que posee el alma de los personajes. Pero Antonioni se caracteriza por tener su propio sello, tanto en una puesta en escena cargada de metáforas y sutilezas como en su decadente retrato de una época, donde, en el caso de ‘La aventura’, acaba revelando incluso tintes fantásticos.

Y es que el conflicto que desata la historia es la misteriosa desaparición de Anna (Lea Massari) mientras paseaba en barco con sus amigos en la isla de Lisca Bianca. Entre ellos se encuentra Sandro (Gabriele Ferzetti), su amante y causante de todas sus penas, y Claudia (Mónica Vitti), su mejor amiga y una nueva rica haciéndose un hueco en sociedad, además de un matrimonio completamente harto de sí mismo. Vagan sin rumbo entre las aguas sicilianas, como una representación ácida de lo perdidas que están sus vidas en esta libérrima modernidad.

Así es como Antonioni empieza a explorar las características de esta nueva sociedad entregada al hedonismo y a la indiferencia, donde nada vende más que el sexo y las depravaciones, y donde los valores antaño establecidos como “objetivos” ya no valen nada. No es sólo un retrato bañado en pesimismo: es una crítica a la pérdida no tanto de un código ético, o incluso de un Dios, sino del erotismo. “Eros está enfermo”, declaró en el Festival de Cannes hace ya más de cincuenta años, cuando presentó su película. Aunque sus reservas ante el destape de la época pudieran leerse como una pataleta conservadora, en la reflexión que el cineasta italiano realiza en películas como ‘La aventura’ va más allá de un simple “antes se vivía mejor”.

monica vitti in l'avventura
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En una de las escenas del filme, Raimondo (Lelio Luttazi) intenta cortejar a la casada Patrizia (Esmeralda Ruspoli), que se mantiene impasible mientras éste le toca un pecho ante la mirada indiferente de Claudia. Qué más le da a ella. En otra, Giulia (Dominique Blanchar) insiste al personaje de Vitti que la acompañe en su encuentro con el joven pintor Geofreddo (Giovanni Petrucci), porque dice que le asusta que pueda intentar algo. Aunque lo que de verdad quiere es satisfacer con él las necesidades sexuales que no cubre con su marido, mucho mayor que ella, y que haya alguien delante que presencie y apruebe su infidelidad.

Antonioni quiso demostrar con su historia que, en un mundo donde valores como el respeto, la fidelidad, el autocontrol o la modestia han muerto, nadie importa. Por eso Anna desaparece y, después de algunas escenas, a nadie le importa. Más tarde la buscan, pero Sandro ya ha encontrado su sustituta en su mejor amiga. Y después de ella vendrá otra, y otra, y otra. Porque sus promesas no valen nada -¿cuántas veces le oímos decir te quiero, pedir matrimonio, prometer viajes y convivencia y felicidad?- en una sociedad que ha renunciado a establecer unos límites de conducta.

De una forma mucho más visual, la película nos lo enseña cuando un enorme grupo de hombres observan con lascivia a Claudia. Unas cuantas decenas de hombres rendidos ante el poder de una falta ajustada y una melena rubia. Es curioso cómo esa imagen se convertiría en una recurrente inspiración para la imagen publicitaria, quizás para vender perfumes o prendas de ropa, que viene a decirnos que el sexo vende.

El futuro de esta Italia de los 60 estaba intercambiando la Iglesia o el matrimonio por la tecnología y el placer. No es que fuese un mal cambio, pero tuvo un coste que Antonioni intenta explicar con unos personajes que, ante la posibilidad de tenerlo todo, se sienten insatisfechos, vacíos, distraídos. Nada capta su atención por mucho tiempo, porque nada tiene verdadera importancia. Porque todo es reemplazable, incluso las personas. No es un sentimiento ajeno en la era de la tecnología, de las redes sociales y Tinder, y quizás por eso ‘La aventura’ sigue conectando con el público más de medio siglo después.

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Mireia Mullor

Mireia es experta en cine y series en la revista FOTOGRAMAS, donde escribe sobre todo tipo de estrenos de películas y series de Netflix, HBO Max y más. Su ídolo es Agnès Varda y le apasiona el cine de autor, pero también está al día de todas las noticias de Marvel, Disney, Star Wars y otras franquicias, y tiene debilidad por el anime japonés; un perfil polifacético que también ha demostrado en cabeceras como ESQUIRE y ELLE.

En sus siete años en FOTOGRAMAS ha conseguido hacerse un hueco como redactora y especialista SEO en la web, y también colabora y forma parte del cuadro crítico de la edición impresa. Ha tenido la oportunidad de entrevistar a estrellas de la talla de Ryan Gosling, Jake Gyllenhaal, Zendaya y Kristen Stewart (aunque la que más ilusión le hizo sigue siendo Jane Campion), cubrir grandes eventos como los Oscars y asistir a festivales como los de San Sebastián, Londres, Sevilla y Venecia (en el que ha ejercido de jurado FIPRESCI). Además, ha participado en campañas de contenidos patrocinados con el equipo de Hearst Magazines España, y tiene cierta experiencia en departamentos de comunicación y como programadora a través del Kingston International Film Festival de Londres.

Mireia es graduada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y empezó su carrera como periodista cinematográfica en medios online como la revista Insertos y Cine Divergente, entre otros. En 2023 se publica su primer libro, 'Biblioteca Studio Ghibli: Nicky, la aprendiz de bruja' (Editorial Héroes de Papel), un ensayo en profundidad sobre la película de Hayao Miyazaki de 1989.