Dior
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Rhumbs

Rhumbs

Se sitúa en la cima, dominando el mar y ofrece su elegante fachada a todos los vientos. Cuando está despejado, se puede ver Chausey e incluso Jersey. Es una villa anglo-normanda como las que abundaban a finales del siglo XIX. Construida por Monsieur Beust, armador de su estado, le debe su nombre, los «Rhumbs», a las treinta y dos divisiones de la rosa de los vientos minuciosamente reproducida en el mosaico del suelo de la entrada. Sólidamente arrimada a la roca, situada sobre una hectárea de jardín de creta, la casa planta cara a los elementos y a su destino. La villa de Granville es la casa donde vivía la familia Dior a principios del siglo pasado.

Una ubicación ideal

Cuando Madeleine Dior ve esta villa que parece más una pequeña y robusta casa solariega que una morada coqueta, quiere que sea la suya. Con una fuerza de convicción muy similar a la de su hijo Christian años más tarde, ante el palacete del nº30 de la Avenue Montaigne. Estamos en 1905. El futuro modisto es aún un bebé y Madeleine convence a Maurice Dior de comprar esta casa de perspectivas infinitas. En las cimas de Granville se sitúa la construcción, a tan solo un kilómetro del centro de la ciudad que «durante nueve meses es un pequeño puerto tranquilo y (se transforma en verano en) un barrio elegante de París». Goza de unas vistas únicas y abre un formidable campo de posibilidades a Madame Dior que puede lanzarse a un titánico proyecto para dar forma a su nido a su imagen.

granville_situation_vze_01Durante dos años, Mme Dior supervisa la transformación de la villa, dirigiendo la renovación exterior e interior de Rhumbs. La notable creación de un jardín diseñado como un parque inglés requiere el transporte de toneladas de tierra. Una vez franqueada la puerta de entrada, por la magia de una decoración hábilmente estudiada, se abre un mundo increíble a la vista del visitante y a la imaginación de Christian que pasará allí los cinco primeros años de su vida, y después sus vacaciones.

Una infancia protegida

Su infancia transcurre protegida por esta casa aislada, donde las horas se esfuman leyendo y memorizando el nombre de las plantas y las flores en catálogos de horticultura; escuchando, en el calor de la lavandería, a las mujeres cantar L’hirondelle du faubourg; contemplando el rosetón del techo de su cuarto «de donde colgaba una lámpara de vidrio multicolor»; escrutando las innumerables sutilezas de las puertas con techos de pagodas de bambú y paja, de los paneles pintados según estampas japonesas que invadían la gran escalera hasta llegar al techo («Esos Outamara y Hokusai interpretados formaban mi capilla Sixtina»), el esplendor del comedor Enrique II, el estilo Luis XV del salón «ensalzado por el modernismo donde lo verdadero y lo falso se mezclaban a su antojo»… También está el despacho prohibido de su padre, con «el maravilloso teléfono», cuyo sonido esperaba el niño con una excitación teñida de miedo… Es su timbre el que suena cuando llaman los amigos de visita en Granville… Pero con el devenir de la historia la villa de Rhumbs vivirá momentos menos dulces. Precisamente durante un viaje a Granville estalla la guerra de 1914. La familia decide no regresar a París e instalarse bajo la protección de sus muros y su jardín tapiado tan tranquilizadores. Aliada incontestable, remanso de paz, la casa será también una de las primeras víctimas de la ruina de la familia Dior a raíz de la crisis de 1929. Adquirida por la ciudad y con su mobiliario disperso, la casa verá cómo su parque se convierte en un jardín público en 1938 y cómo, a partir de 1997, albergará el museo Christian Dior.

La nostalgia de un paraíso perdido

De Granville, Christian Dior siempre ha conservado «la nostalgia de las noches de tormenta, del cuervo avisando de la bruma, del tañido de los entierros y da la llovizna normanda entre los que transcurrió (su) infancia». No cesará de perpetuar en los colores (rosa y gris), en los perfumes (rosa y muguet), en los volúmenes sólidos y elegantes, en la benévola quietud propia de una «casa familiar», este espíritu de Granville. Un espíritu que insufla aún una inspiración ilimitada a la creaciones de la Casa, a imagen del perfume Granville de la Colección Privée, con notas especiadas de pino, tomillo y romero; un perfume, según François Demachy, Perfumista-Creador Dior «no solamente aromático, ya que la finca está llena de pinos, sino también muy vivo, sumamente fresco. Las borrascas, las olas que vienen constantemente a chocar contra las rocas... La naturaleza en Granville no es serena. Este perfume es como el viento que sopla por allí.»