Marujita Díaz, una heroína folclórica con una vida tan poco discreta como su vestuario

La cantante y actriz, figura legendaria del cine y teatro español en los años cincuenta y sesenta, fue bautizada como la Reina de la revista musical española.
Marujita Díaz una heroína folclórica con una vida tan poco discreta como su vestuario
Gianni Ferrari/Getty Images

Un Seat Panda recorre las calles de Roma. Lo conduce una mujer menuda que conoce la ciudad como la palma de su mano; es la periodista Paloma Gómez Borrero, corresponsal de Televisión Española en el Vaticano desde 1976. Ella y sus acompañantes tienen una cita importante. Es seguramente la más importante que se puede tener en esa ciudad: van camino a ser recibidos por el papa Juan Pablo II. Llevan algo de prisa, pero no es la velocidad del coche lo que atrae las miradas de los viandantes. Lo que muchos de ellos observan alucinados es que de la ventanilla del copiloto de aquel Seat Panda asoma la cabeza de una mujer con teja y mantilla. La señora lleva puesta una teja tan alta que no cabe dentro del pequeño vehículo y se ha visto obligada a hacer todo el trayecto con la ventanilla bajada y la cabeza afuera. Quien recorre las calles de Roma de esta guisa es la inclasificable Marujita Díaz. A Dios gracias, la cantante llega a Ciudad del Vaticano sana y salva, esquivando no solo la torticolis sino lo que bien podría haber sido –cambiando echarpe por mantilla– un trágico final a lo Isadora Duncan, la legendaria bailarina que falleció estrangulada al quedar enganchado su pañuelo a la rueda del coche descapotable en que viajaba.

Maruja va enjoyada de arriba abajo, maquillada con esmero y –ferviente católica como es– está muy emocionada por conocer en persona a su santidad. Incluso le pide a uno de los guardias suizos que aparte una valla porque quiere arrodillarse y cantarle al papa eso de “No te vayas todavía, no te vas por favor”. 

Según detalla Pilar Gómez-Borrero –sobrina de la periodista– en su libro Si vas a Roma, llama a Paloma, el guardia le respondió espantado: “¡Kantar, aquí noooon se kanta!”. Marujita se quejó con vehemencia: “¿Que no canto yo? Yo aquí canto porque me sale del alma”. La periodista, que había intercedido para hacer posible el encuentro, tuvo que intervenir para explicarle a Marujita que aunque en España era muy famosa, aquel guardia bien podría echarla de allí si no se contenía un poquito. La folclórica, disgustada, desistió en su empeño musical: “¡Ay!, ¡este tío vestido de máscara que me quita la fe!”, exclamó. Cuando al fin pudo saludar al papa, sacó un enorme crucifijo y se lo presentó diciendo: “¡El Cristo que está en la tumba de mi madre, me lo bendiga, santidad!”. Con cara de entender más bien poco, Juan Pablo II bendijo el crucifijo de la artista, que lloraba sin cesar. Marujita –devota, excesiva, folclórica del tacón a la peineta– siempre recordó ese día con especial emoción.

El verdadero nombre de la que llegaría a ser conocida como la Reina de la Revista musical española, admirada también como cantante de copla y virtuosa del chiribiteo ocular, era María del Dulce Nombre Díaz Ruiz. Cuando, ya consagrada, acudió al programa Cantares en 1978, tuvo esta conversación con Lauren Postigo sobre sus comienzos: 

–¿Naces en Sevilla?
–Sí, como todas.
–¿Y debutas en galas infantiles?
–Como todas.
–Y te vienes a Madrid a buscar fortuna…
–Como todas.
–¿Con quién te vienes?
–Con mi madre.
–¡Claro, como todas! [ambos ríen].

Efectivamente, Marujita Díaz nació en Sevilla en 1932 y, hasta su triunfo en la capital, siguió paso a paso el habitual viaje de la heroína folclórica: familia humilde, raíces andaluzas, trabajo infantil y centinela materna para contrarrestar los peligros de una industria voraz. La infancia trianera de Maruja estuvo (como la de todas) cuajadita de coplas. “Cuando tenía tres años mi madre me cantaba las canciones de Concha Piquer y yo ya me emocionaba con las letras”, recordaba la artista a su paso por el programa Qué tiempo tan feliz en 2010. A los seis años debutó en una compañía infantil, cobrando un salario miserable pero que aún así ayudaba a la maltrecha economía familiar. Un día, mientras cruzaba el puente de Triana para ir a los ensayos con el estómago castigado por el hambre de la posguerra, se dijo a sí misma: “A Dios pongo por testigo de que no volveré a pasar hambre”. “¡Y luego Escarlata O'Hara me lo copió!”, decía Marujita entre risas en el programa de María Teresa Campos.

Era frecuente que la pequeña Maruja acompañara a su madre a vender carbón para el brasero por las calles de Sevilla hasta que, decididas ambas a buscar un futuro mejor a costa del innegable talento de la niña, se marcharon a Madrid. Uno de sus primeros trabajos en la capital fue cantar en los descansos de las sesiones dobles del Cine Chueca. Allí se sacaba unas pesetas mientras esperaba esa ansiada gran oportunidad que –como tantas veces había oído– cambiaba el destino de una aspirante a estrella para siempre. 

No tardaría en llegarle.

En 1948 debutó en el cine de la mano de Tony Leblanc en la película La cigarra (Florián Rey, 1948), protagonizada por Imperio Argentina. Apenas dos años después compartió pantalla con Luis Mariano y Carmen Sevilla en El sueño de Andalucía, bajo las órdenes de Luis Lucia. Para la grabación de esta coproducción hispano-francesa las dos artistas andaluzas se marcharon a París acompañadas por sus respectivas madres. “Era un espectáculo vernos a las cuatro por aquellos Champs-Élysées, como no me entendían yo me ponía a gritar cualquier cosa y Carmen se tiraba al suelo de la risa”, solía recordar Díaz. 

La carrera cinematográfica de Marujita iba viento en popa. En 1951 tuvo un pequeño papel en la película de culto Surcos (José Antonio Nieves Conde), mientras que en 1953 le dio la réplica a Antonio Molina en la película El pescador de coplas (Antonio del Amo), donde ambos interpretaban a una pareja de hermanos pobres que luchaban por salir adelante. Cifesa, la todopoderosa productora con la que Díaz había firmado un contrato de exclusividad, anunciaba la cinta con la siguiente frase: “Son jóvenes martirizados por los más duros trabajos y la más negra miseria, pero estoicamente alegres”. La frasecita de marras condensaba a la perfección la perversa política de representación de la pobreza de muchos productos culturales del franquismo, esa que Manuel Vázquez Montalbán resumía en sus brillantes análisis como el siempre recurrente “pobretes pero alegretes”.

Habitual de las famosas recepciones de La Granja que cada 18 de julio organizaba el dictador, Marujita puso voz en numerosas ocasiones a un furor patriótico convenientemente alentado por el régimen. Soldadito español y Banderita española son dos de sus éxitos musicales más recordados. El pasodoble Banderita se refería en realidad a las guerras coloniales del reinado de Alfonso XIII, de quien se llegó a decir que se afeitaba tarareando esta canción. Era un número de la revista cómico-lírica Las corsarias, con libreto de Enrique Paradas y Joaquín Jiménez y música de Francisco Alonso, que se estrenó en el Teatro Martín de Madrid el 31 de octubre de 1919. Su revival, eso sí, casaba perfectamente con el espíritu nacionalcatólico.

La música fue la protagonista de gran parte de la vida de Marujita.

Gianni Ferrari/Getty Images

Marujita Díaz también participó activamente en el resurgir que a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta vivió el cuplé. Muchas de las cancioncillas frívolas y chispeantes que triunfaban a comienzos del siglo XX volvieron de la mano del éxito del programa radiofónico Aquellos tiempos del cuplé, donde Lilián de Celis cantaba estas canciones, y principalmente de la película El último cuplé (Juan de Orduña, 1957). Sara Montiel y Lilián de Celis, con su propio historial de desencuentros y rivalidades artísticas, fueron (junto con Olga Ramos) las más destacadas cupletistas de la nueva hornada. Marujita Díaz no tardó en sumarse a la nueva retromoda y en 1959 protagonizó Y después del cuplé bajo las órdenes de Ernesto Arancibia.

Al año siguiente protagonizó el que tal vez fuera el mayor de sus éxitos, Pelusa (Javier Setó, 1960). Su papel en esta comedia musical ambientada en el mundo del circo le valió el Premio Nacional del Sindicato del Espectáculo a la mejor actriz. Desde ese rodaje se sintió tan cercana al gremio de los payasos que incluso participó en una manifestación de estos profesionales del humor en 1966. Si bien protagonizó algunas producciones más, como La corista (José María Elorrieta, 1960) o Canción de arrabal (Enrique Carreras, 1961), en la década siguiente Marujita cosechó éxitos sobre todo en el teatro musical. A lo largo de su extensa carrera actuó como primera figura en numerosas revistas, zarzuelas y espectáculos de variedades como A todo color, Las 4 copas, La verbena de la Paloma o Revista, revista, siempre revista.

Pronto comenzó a alternar el teatro, el cine y la música –donde cultivó desde copla, charlestón y tango hasta un sorprendente remix tecno de la canción El parque de María Luisa– con numerosas apariciones televisivas. En 1976 presentó el programa de Televisión Española Música y estrellas, que pretendía revitalizar el género musical de la revista. También se entregó al fragor de la prensa del corazón: en sus últimos años fue colaboradora esporádica de Sálvame… y cómo olvidar el mítico cara a cara que protagonizó junto a Sara Montiel en Salsa Rosa, donde ambas performaron una divertidísima enemistad.

En aquella entrevista de Cantares que mencionaba al principio, a la altura de 1978, Lauren Postigo le preguntó qué habría sido de su carrera de haber nacido en Estados Unidos: “¿Hubieras sido Lizza Minnelli?”. Marujita, muy resuelta, contestó: “No, hubiera sido Maruja Díaz pero más promocionada”. Continuando en su línea, Postigo la acusaba de haberse hecho famosa por haber tenido muchos hombres. “He tenido los justos”, replicaba ella. “¿Y los justos cuántos son para ti?”, volvía a preguntar el presentador insistiendo en la eterna sospecha sobre la sexualidad femenina. “Pues los que he tenido”, afirmó tajante Marujita.

Tuvo varios romances tirando a muy sonados: desde el torero Álvaro Amores hasta el simpar Dinio García pasando por el montaje que protagonizó junto a Daniel Ducruet, el exmarido (y antes que eso exguardaespaldas) de Estefanía de Mónaco. Marujita se casó dos veces. Primero con el bronceado galán venezolano Espartaco Santoni, cuyas memorias llevaban por modesto subtítulo El Arte de la Seducción. Memorias de un moderno Casanova. Cuatro años duró el matrimonio, que pese a ser breve fue el más duradero de la artista. Después pasó por el altar de nuevo con Antonio Gades, el talentoso bailarín que acabaría casándose después con Pepa Flores. Este segundo enlace ni siquiera llegó al año.

Si su vida privada no fue discreta, menos lo fue su vestuario. Por poner un ejemplo, este outfit de inspiración goyesca con el que cantó La calesera en televisión (mantilla fucsia de madroños y abanico king size incluidos) se llevaría de calle cualquier pasarela de Drag Race. Frecuente objeto de burla por sus “excesos” estéticos, lo cierto es que Marujita se divirtió siempre con la moda y nos brindó modelazos camp que posiblemente hubiéramos aplaudido sin reparo alguno a otras. El vestuario de Marujita transitó desde los aires hippies con que vistió la canción andaluza en los setenta al “más es más” desbocado de sus últimos años. Transparencias, encajes, tejidos vaporosos, pañuelos anudados a la cabeza combinados con sombreros de ala ancha, flores en el pelo y el sempiterno animal print. También le pirraba la joyería, se refería a su nutrida colección de diamantes, turquesas y esmeraldas como “charcutería fisna”. 

Su vestuario cautivó el ojo de muchos de sus espectadores.

Gianni Ferrari/Getty Images

Además, no se sentía atenazaba por la etiqueta. Cuando Sara Montiel falleció en 2013 una octogenaria Marujita Díaz se plantó en su casa desolada: llevaba un estampado de leopardo vetado en cualquier protocolo funerario que en realidad bien podría tomarse como homenaje a la diva manchega, devota de los mismos excesos. 

Cuenta también Lolita Flores que la madrugada en que murió su madre –la gran Lola Flores, a quien Marujita – la Díaz fue la primera en aparecer. “Yo no sé cómo se enteró, iba vestida con una peluca, unas gafas de sol, una boina blanca con una borla, un traje de chaqueta blanco como de Chanel, unos botines y un bolso enorme”. Lolita cuenta que al verla subió las escaleras y le dijo a su madre, ya dispuesta para ser velada: “Mamá, por Dios, no te vayas a reír que va a entrar Marujita Díaz”.

La risa lo fue todo en la vida de Marujita. Desde los tiempos de Pelusa solía usar una nariz de payaso para librarse de las situaciones incómodas o salirse por la tangente cuando le convenía. Su ingenio y rapidez le valió formar parte de la mítica Mesa camilla del programa de Encarna Sánchez en la Cope junto a Mari Carmen Yepes, Carmen Jara y Paquita Rico. En Directamente, Encarna Sánchez Juanele Zafra recoge algunas anécdotas que dan buena cuenta de la estrecha relación entre las contertulias y del carácter de Marujita. Cuenta que Marujita, reconocida tacaña y muy diestra administradora de sus finanzas, iba a dar una fiesta en su casa y como sabía que Encarna Sánchez nunca reparaba en gastos con sus amigas, pasó los días previos a la fiesta deslizando en cada conversación lo mucho que le gustaba el caviar. La locutora pilló la indirecta y el día de la fiesta le comentó a su conductor que quería ir a comprar dicho manjar. Él le dijo: “Qué casualidad, justamente ayer Maruja Díaz me dio la dirección de una tienda de delicatessen donde dice que venden el mejor caviar de Madrid”. Con el achaque del gracejo, Marujita no daba puntada sin hilo.

Una vida llena de risas, aquí Marujita usa una nariz y disfraz de payaso. 

Gianni Ferrari/Getty Images

Especialmente en la última etapa de su vida, Marujita cultivó el que tal vez sea el tipo de humor más difícil: la autoparodia. Si la fecha de nacimiento era a menudo una cuestión controvertida en las biografías de las folclóricas, en su caso alcanzó cotas de chiste nacional. Ella misma alimentó la sorna cuando a principios de los ochenta, preguntada por Semana, respondió con un enrevesado galimatías: “Catorce menos que Lola Flores, siete menos que Paquita Rico, nueve menos que Carmen Sevilla y todos menos que Sara Montiel”. En 1996 incluso protagonizó un spot publicitario de unas ópticas donde se prestaba al chiste. En el anuncio aparecía Marujita bajando de un coche, rodeada de guardaespaldas. Entraba en un banco y pasaba varios controles de seguridad para llegar a abrir la caja fuerte donde tenía guardado su tesoro más preciado: su DNI con su fecha de nacimiento. En ese momento se oía una voz que decía: “Solo hay una razón en el mundo por la que Marujita está dispuesta a revelar su fecha de nacimiento: que ahora en Ópticas San Gabino hacen un descuento equivalente a la edad. Tantos años tienes, tanto descuento te hacen”.

Marujita Díaz falleció el 23 de junio de 2015 y sus cenizas fueron esparcidas entre Madrid y Sevilla. Su colección de joyas y su extenso vestuario fueron vendidos y el dinero recaudado, tal y como era su deseo, fue donado a Mensajeros por la paz. Maruja señoreó no solo la copla, el charlestón y la revista, sino también el difícil arte de la autoparodia. Renunció a la venerabilidad de una retirada a tiempo, abrazó con entusiasmo las rosas y espinas del mamarracheo televisivo y disfrutó de todas las lentejuelas del disparate camp hasta el último de sus días. Y nosotros con ella.  

Esto te interesa