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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST En 1586, María Estuardo llevaba casi dos décadas encerrada , y estaba desesperada. Se había visto obligada a huir de Escocia para salvar su vida, y se había refugiado en Inglaterra, en un principio, bajo la protección de su prima, la reina Isabel I . Pero este refugio se convirtió en una prisión.
Isabel veía a María como una amenaza para su poder, y la retuvo prisionera durante dieciocho largos años. Pasado ese tiempo, María ya había perdido toda esperanza de recuperar su corona o de que su prima la liberase. Pero no iba a rendirse.
Ella creía en su derecho a reinar, así que decidió que, si no podía ser reina de Escocia, lo sería de Inglaterra . Ahora sí, Isabel tenía motivos para preocuparse.
LA VIDA DE MARÍA ESTUARDO María Estuardo era la única hija legítima del rey Jacobo V de Escocia , y llegó al mundo justo a tiempo para evitar una crisis sucesoria: seis días después de su nacimiento, el 8 de diciembre de 1542, su padre murió, y ella se convirtió en reina de Escocia.
La madre de María, la noble francesa María de Guisa, fue nombrada regente, y tomó las riendas el país por su hija mientras ella era niña. Cuando María tenía cinco años, su madre la envió a vivir a la corte francesa , con su propia familia y con el rey Enrique II y su esposa, Catalina de Médici. Allí, María se convertiría en una dama refinada al estilo francés, muy diferente del escocés.
En la corte francesa, María creció rodeada de lujo, opulencia y diversiones, pero también recibió una educación exquisita: aprendió latín, francés, italiano, español y griego, y se aficionó a la música, la danza y la poesía.
Muchos de sus contemporáneos alabaron su belleza: según las crónicas, era muy alta (sobre un metro y ochenta centímetros), tenía el pelo dorado rojizo, ojos de color ámbar, y el porte y carisma de una princesa renacentista .
Esto no le pasó desapercibido a Francisco, el hijo mayor del rey de Francia, y en abril de 1558 María (de dieciséis años) y Francisco (de catorce) se casaron. Aunque el matrimonio estaba acordado desde hacía años y era un movimiento político para unir Escocia y Francia, lo cierto es que los dos adolescentes se tenían verdadero aprecio. Pero su inocente alegría no duraría mucho.
El mismo año en que María se casó con el delfín francés, subió al trono de Inglaterra la que sería conocida como “la reina virgen”: Isabel Tudor . Isabel ya no tenía hermanos, así que la siguiente en la línea sucesoria era la propia María, que era prima suya.
En la Inglaterra de esta época, el conflicto entre protestantes y católicos estaba muy vivo, y parte de la comunidad católica consideraba a María la heredera legítima del trono. Esto se debía a que Isabel era hija del rey Enrique VIII y de su segunda esposa, Ana Bolena.
Enrique VIII había roto con la iglesia católica de Roma y fundado la religión anglicana para poder divorciarse de su primera esposa, Catalina de Aragón, y casarse con Bolena. Pero muchos católicos no aceptaban esta maniobra. Para ellos, el matrimonio del rey con Bolena era inválido, y, por tanto, su hija Isabel era ilegítima: la odiaban, igual que habían odiado a su madre.
Esto hacía de María la única reina legítima para los católicos. Y ellos no eran los únicos que la querían ver en el trono de Inglaterra. El rey Enrique II de Francia (suegro de María) era muy consciente del valor de la chica en el tablero de coronas de la época, y también reclamó el trono de Inglaterra para ella. La rivalidad entre María e Isabel empezó en este momento, y no desapareció jamás.
LA ETAPA COMO REINA CONSORTE Un año después de la boda de María y Francisco, el padre de él murió. El chico se convirtió entonces en Francisco II de Francia, y María, en su flamante reina consorte . El futuro de la pareja parecía prometedor, pero las cosas se torcieron muy pronto.
Seis meses después de subir al trono, Francisco, que siempre había tenido una salud débil, contrajo una infección de oído. La infección derivó en un absceso cerebral que provocó la muerte del jovencísimo rey. María y Francisco no habían tenido hijos (de hecho, se cree que nunca llegaron a consumar el matrimonio); así que el hermano menor de Francisco, Carlos, lo sucedió, y María quedó viuda con solo dieciocho años.
Afligida y abrumada por la situación, María estaba en una situación vulnerable: sin marido, no tenía nada que hacer en la corte francesa. Su suegra, Catalina de Médici, también era viuda, y creía que dos reinas viudas eran demasiadas para una corte, así que ordenó que María volviese a Escocia .
De vuelta en su tierra natal, en 1561, María se dio cuenta de que la corte escocesa era muy diferente a la francesa, y de que no estaba preparada para hacer frente a los problemas que la esperaban allí.
Inicialmente, la relación entre María, reina de Escocia, e Isabel, reina de Inglaterra, fue muy cordial. En un mundo de hombres, el hecho de que dos mujeres jóvenes reinasen en la misma isla era un hecho excepcional. Quizá por eso, las dos sintieron la necesidad de acercarse la una a la otra y estrechar lazos de amistad. Incluso se referían la una a la otra como “hermana”.
Pero lo cierto es que tenían caracteres muy diferentes: Isabel, de veintisiete años, había conseguido subir al trono de Inglaterra tras una vida de amenazas, intentos de asesinato e incluso encarcelamiento; era una superviviente, una mujer dura y astuta que podía ser encantadora o cruel.
En cambio, María, de dieciocho años, había sido reina casi desde su nacimiento, había crecido en el lujo de la corte francesa, y había aprendido a divertirse y disfrutar de la vida sin demasiadas preocupaciones.
Era cautivadora, pero también impaciente, impulsiva y volátil. Estas no eran las características ideales para una reina del silgo XVI. Los miembros de la corte escocesa la veían como inestable y peligrosa a la hora de llevar las riendas del reino; un reino que era el suyo, pero que le era totalmente ajeno.
María era católica, pero en su ausencia Escocia se había convertido al protestantismo . Esto, sumado a su educación francesa, hacía que muchos la viesen como a una reina forastera de religión extraña. Los nobles escoceses eran difíciles, y estaban más preocupados de enriquecerse que de apoyar a la corona.
A pesar de las dificultades, María hizo un buen trabajo durante los primeros años de su reinado, y consiguió algunos avances importantes para su país. Pero su ambición la hizo mirar al sur: su mayor deseo era ser nombrada sucesora de su prima Isabel, y convertirse en reina de Escocia e Inglaterra . Y así se lo hizo saber. Las dos primas, que nunca se habían visto en persona, estaban en contacto por correo.
En sus cartas, María (que escribía en francés) le pedía a su prima que la nombrase sucesora. Pero Isabel veía en las aspiraciones de María una amenaza, así que evitaba darle una respuesta directa: Isabel creía que, si la hacía heredera, sus enemigos católicos podrían asesinarla para tener una reina católica cuanto antes.
El principal consejero de Isabel, Lord Burghley , era quien más alimentaba su preocupación. Burghley estaba obsesionado con que María era un peligro para ella, y le insistía en que lo mejor era quitársela de en medio. María era consciente de esto, e intentaba convencer a Isabel de su buena fe e insistía en que acordasen una visita para conocerse en persona por fin.
Pero Isabel prefería evitarlo: las historias sobre el encanto y carisma de María habían llegado a sus oídos, y no quería arriesgarse a caer en su hechizo; no quería que le gustase. Así, las dos reinas sabían de su desconfianza mutua , pero la disimulaban bajo un manto de falsa amistad, y se enviaban cartas llenas de palabras cariñosas y regalos caros.
LA SEMILLA DE SU PROPIA DESTRUCCIÓN En 1565, María decidió casarse con su primo, el conde de Darnley, del que estaba locamente enamorada; tanto, que se dijo que estaba embrujada. Si este matrimonio le daba un hijo varón, esto podía posicionarla mejor como heredera de la corona inglesa, ya que Isabel no tenía interés en casarse.
Además, Darnley también pertenecía a la familia Tudor, y seguía a María de cerca en la línea sucesoria. Esto no gustaba nada a Isabel: una pareja católica en el trono de Escocia podía atraer el apoyo de Francia y España, los principales enemigos de Inglaterra. Isabel no podía permitirlo de ninguna manera. Con esto en mente, aconsejó a su prima que se casase con Lord Robert Dudley, un noble inglés con el que ella misma había compartido un amor platónico.
Isabel estaba dispuesta a que María se casase con él, porque sabía que él siempre le sería leal a ella, a Isabel. Y no era una simple sugerencia: le dijo que sus posibilidades de heredar la corona de Inglaterra dependían en gran parte de con quién se casase. María se sintió insultada.
No estaba dispuesta a casarse con el hombre al que su prima había rechazado, incluso si esto la alejaba del trono de Inglaterra. Resuelta a decidir sobre su propio futuro, María se casó con Darnley sin el permiso de Isabel… y plantó la semilla de su propia destrucción .
Tras su boda, María era feliz: tenía al hombre que quería -que además era católico-, y su derecho al trono de Inglaterra era todavía más sólido. Pero su marido pronto demostró no ser la persona con la que ella había soñado. Darnley era violento, alcohólico y depravado, y le fue infiel a su esposa desde el principio.
Los nobles escoceses lo odiaban ; lo veían incompetente, débil y afeminado, todo lo contrario de lo que deseaban de un rey. María pronto se dio cuenta del terrible error que era aquel matrimonio. Cuando se supo que ella estaba embarazada, empezaron a correr rumores de que el padre era un cortesano italiano, David Rizzio.
Al enterarse, Darnley y varios nobles asesinaron a Rizzio ante los ojos de María. Le propinaron cincuenta y seis puñaladas y lo dejaron tirado en un charco de sangre, a los pies de la reina. Entonces, ella decidió que ya había tenido suficiente.
El que un día había sido su principal aliado y su mayor esperanza, ahora era su peor enemigo. María detestaba a su marido, y temía que intentase deshacerse de ella para reclamar el trono de Inglaterra para él. Entonces, pidió ayuda a la única persona que podía pararle los pies: su prima Isabel.
La decisión de María de casarse con Darnley contra los deseos de Isabel había dañado mucho su relación. Pero, a pesar de todo, cuando Isabel supo del sufrimiento de su prima, se apiadó de ella. Según la propia Isabel, si ella se hubiese visto en la situación que vivió María “hubiese cogido el puñal de mi marido y lo hubiese apuñalado con él”.
Isabel veía Darnley como un ser despreciable, e intentó consolar a su prima, pero lo cierto es que no hizo nada por defenderla. En 1566, María dio a luz a un niño, Jacobo . Era una muy buena noticia, pero no fue suficiente para aliviar el calvario de la reina. Seguía estando sola y desamparada. Entonces, buscó refugio en otro hombre; un hombre peligroso que la acercaría todavía más al abismo .
Para escapar de la infelicidad de su matrimonio, María se echó a los brazos de James Hepburn, el cuarto conde de Bothwell. Bothwell se había ganado la confianza de la reina tras el asesinato de Rizzio, y su relación era cada día más próxima. Él le ofrecía protección, pero no lo haría gratis. En la noche del 9 de febrero de 1567, una explosión redujo a llamas y escombros una casa de las afueras de Edimburgo.
La víctima principal fue Lord Darnley . El rey estaba allí alojado esa noche, y su cuerpo fue encontrado semidesnudo y estrangulado cerca de la casa; esto parece indicar que intentó escapar tras la explosión, y fue asesinado en su huida. La opinión pública señaló inmediatamente a Bothwell y a la reina como responsables del regicidio .
María aseguró a Isabel en una carta que no tenía nada que ver con la muerte de su marido, y que la lamentaba más que nadie. En cuanto a Bothwell, en cambio, muchos historiadores creen que, efectivamente, fue él quien planeó el asesinato del rey. Poco después, el hombre se cobró el favor que le había hecho a la reina: la tuvo secuestrada durante doce días, y algunos creen que la violó para forzarla a casarse con él.
La boda se celebró en una noche de mayo de 1567 -solo tres meses después de la muerte de Darnley-. La pareja tenía tan pocos apoyos, que solo asistieron a la ceremonia un puñado de personas. Cuando Isabel de Inglaterra recibió la noticia, no podía creer que su prima hubiese cometido la torpeza de casarse con el hombre al que toda Gran Bretaña acusaba de haber matado a su marido, el rey de Escocia.
Entonces, Lord Burghley -el consejero de Isabel- y los nobles escoceses acusaron a María y a su nuevo marido de adulterio y asesinato, y los declararon “moralmente indispuestos ” para gobernar. La nación escocesa había sido deshonrada por su propia reina, que, a ojos de los ciudadanos, era una adúltera asesina. Era el principio del fin para María.
El 15 de junio de 1567, el ejército de los nobles escoceses y el de la reina se desplegaron en un campo cercano a Edimburgo. Pero las tropas de ella se negaron a luchar . Entonces, María entendió que estaba perdida, y se rindió a cambio de que dejasen escapar a su marido. Bothwell huyó a Noruega, y María fue exhibida por las calles de Edimburgo como un trofeo, al grito de:
“¡Que la quemen! ¡Que la maten! ¡Que la ahoguen!”.
Mientras Escocia se sumía en el caos, en Inglaterra, Isabel I estaba indignada por lo que le habían hecho a su prima María. Ella creía firmemente en la autoridad de los reyes, y rechazaba las leyes que habían minado la soberanía de María. Isabel llegó incluso a amenazar a los nobles escoceses con declararles la guerra por su atrevimiento.
La respuesta de los nobles escoceses fue despojar a María de su estatus y derechos, encerrarla en una torre en la minúscula isla escocesa de Loch Leven, y obligarla a abdicar en favor de su hijo Jacobo, que entonces tenía un año. María no lo vería nunca más.
Desesperada y aterrorizada, la reina sin reino consiguió fugarse de su presidio y huir a Inglaterra para buscar la protección que su prima Isabel le había ofrecido en sus cartas. María creyó sinceramente que Isabel quería ayudarla, y le tomó la palabra. Pero, una vez más, se equivocó .
María Estuardo esperaba ser recibida en Inglaterra como una reina. Pero, en lugar de eso, Lord Burghley la puso inmediatamente bajo arresto domiciliario . El consejero de la reina Isabel continuaba creyendo que María era peligrosa, y estaba dispuesto a hacer todo lo posible por eliminarla. María pidió a Isabel una visita.
Pero ella rechazó su petición, argumentando que la reina de Inglaterra no podía ser vista con la reina destronada de Escocia mientras su nombre siguiese manchado por el escándalo del asesinato de Lord Darnley. María se dio cuenta entonces de que estaba acorralada. Ahora que estaba en Inglaterra, su prima no parecía tan acogedora como cuando la tenía lejos.
Lo único que le quedaba era maldecir a sus enemigos y lanzar amenazas vacías. Por su parte, Isabel sabía que la existencia de María seguía siendo una amenaza para ella misma, pero no tenía pruebas que le permitiesen ir más allá de tenerla cautiva. Lord Burghley sería el encargado de encontrarlas.
Los espías de Burghley consiguieron interceptar mensajes en clave escritos por los seguidores católicos de María. Estos mensajes demostraban que había en marcha una conspiración para derrocar a Isabel y coronar a María. Ella negó estar implicada en este complot, pero la realidad era incuestionable: con su colaboración o si ella, había personas dispuestas a hacer caer a Isabel en favor de María. El cerco se iba estrechando a su alrededor.
Las tensiones entre católicos y protestantes eran cada día más preocupantes. Burghley estaba seguro de que los católicos nunca dejarían de conspirar contra Isabel mientras María viviese. Pero Isabel se negaba a que la empujasen a ordenar la muerte de María: consideraba que no había pruebas suficientes para hacerlo, y aborrecía la idea de ejecutar a una reina.
Isabel se limitó a esquivar la insistencia de Burghley, y trasladar a María de castillo en castillo. Los meses se convirtieron en años, y María nunca dejó de escribir a su prima, pidiéndole que le devolviese su libertad y accediese a verla en persona.
Pero fue en vano. Encerrada, y con poco más que hacer que rezar y coser en compañía de sus perros, su salud se resintió, y comenzó a ser prisionera de sus pensamientos más claustrofóbicos. Isabel no cedió a sus ruegos, pero tuvo una idea para ayudarla: propuso que María volviese a Escocia y reinase conjuntamente con su hijo Jacobo, que entonces era adolescente. Pero Jacobo tenía otros planes.
El joven rey quería gobernar a su manera, y lo último que necesitaba era a una madre desorientada desbaratando su trabajo. Cuando María supo que su propio hijo la había abandonado y despojado de su título, entendió que estaba completamente sola, y que si quería salvarse, tendría que hacerlo ella misma.
Esto revitalizó su determinación, pero también la hizo más vulnerable: ahora que había perdido la corona de Escocia, se obsesionó con destronar a Isabel y convertirse en reina de Inglaterra. Burghley sospechaba que María estaba conspirando contra su prima, así que puso a sus espías a trabajar.
A lo largo de su cautiverio, María se convirtió en un símbolo de la esperanza de gran parte de la población de hacer que Inglaterra volviese a ser católica. Los católicos la veían como la heredera legítima del trono de Inglaterra, y algunos la romantizaron hasta el punto de estar dispuestos a luchar y morir por ella y por la restauración de su fe. Uno de ellos era Anthony Babington .
Babington era un joven católico de buena familia y pocas luces. Empujado por su entusiasmo, escribió una carta a María proponiéndole un plan para acabar con su sufrimiento y coronarla reina de Inglaterra. En su carta, Babington se comprometía a rescatar a María, mientras seis compinches suyos se encargaban de asesinar a la reina Isabel.
Después, un ejército de católicos devotos la acompañaría a su coronación. Doce días después de recibir la propuesta de Babington, María respondió positivamente con una carta que se convertiría en su condena . Burghley ya tenía las pruebas que necesitaba para acabar con ella.
Toda la simpatía que la reina Isabel había sentido hacia su prima se disipó cuando leyó la copia de la carta en la que acordaba su asesinato. Pero, a pesar de la evidencia, no era capaz de condenar a María: le frustraba el hecho de verse en una situación que había esquivado durante casi veinte años, y le aterrorizaba la idea de que Dios la juzgase por ejecutar a una mujer que era reina por derecho divino.
En vez de descargar su ira sobre María, lo hizo sobre los jóvenes conspiradores: Babington y sus compinches fueron ahorcados y mutilados mientras aún estaban vivos, vieron cómo les arrancaban las entrañas y las quemaban ante sus ojos, y después fueron ejecutados y descuartizados. Un castigo ejemplarizante que desanimaría a cualquiera que intentase atentar contra la reina de Inglaterra.
El 25 de octubre de 1586, María Estuardo fue declarada culpable de conspirar para asesinar a Isabel I. La reina tenía que autorizar la orden de ejecución, pero se resistía a firmarla. Isabel sabía que María tenía que morir, pero no quería ser ella quien la condujese al cadalso. Para empujarla a hacerlo, Burghley le dijo que España estaba a punto de invadir Gran Bretaña, y que si María vivía, este ataque sería imparable y su vida correría un serio peligro. Era mentira, pero lo consiguió: Isabel firmó .
Tras diecinueve años prisionera, el 7 de febrero de 1587 María recibió la noticia de que sería ejecutada al día siguiente. Entonces, la reina de Escocia decidió que su muerte sería recordada por el catolicismo como la de una reina mártir , y que las batallas que no había ganado en vida las ganaría desde la tumba.
En la mañana de su ejecución, María Estuardo iba vestida de negro. Sostenía un crucifijo en una mano y un libro de oraciones en latín en la otra, y llevaba un rosario alrededor de la muñeca. Mostró compasión hacia el verdugo y hasta bromeó con él, y consoló a sus damas, que lloraban por ella.
Bajo el mantón negro, que le retiraron, llevaba un vestido rojo , el color de los mártires. Entonces, le vendaron los ojos, se inclinó hacia delante, y empezó a rezar. El primer golpe de hacha no fue lo bastante profundo, y María continuó rezando tras recibirlo. El verdugo dio un segundo golpe, y remató el trabajo usando el hacha como un cuchillo de carnicero. El hombre cogió la cabeza de María por el pelo, la levantó y pronunció las palabras:
“Dios salve a la reina”.
Pero María, que era presumida, solía llevar peluca, y se la había puesto también aquel día. La peluca se desprendió de su cabeza, y esta rodó por el suelo como una pelota.
Isabel y María encarnaron los conflictos más importantes de su época: representaron la rivalidad entre protestantismo y catolicismo, entre las dinastías Tudor y Estuardo, y entre Inglaterra y Escocia. Unidas por su sangre y por sus trayectorias, una no se entiende sin la otra. En su última carta a su prima Isabel, horas antes de morir, María escribió:
“No me acuses de ser arrogante si, en la víspera del día en que dejaré este mundo y me preparo para irme a uno mejor, te recuerdo que un día tendrás que responder por tu acción”.
Estas palabras debieron perseguir a Isabel por el resto de sus días. Isabel nunca superó la muerte de María. Tras su decapitación, la reina de Inglaterra siempre negó ser responsable de ella. Se excusó diciendo que, cuando le dieron la orden de ejecución de María, no sabía lo que estaba firmando, y su secretario no la había avisado del contenido de aquel documento.
Isabel intentó culpar a todo el mundo menos a ella misma por la ejecución de la reina de Escocia, y durante toda su vida intentó lavar de sus manos la sangre de María. Pero nunca lo consiguió. Aunque consiguió prevalecer sobre su gran rival, lo cierto es que en sus últimos años Isabel no tuvo más remedio que elegir a un heredero, que fue Jacobo, el hijo de María. Y se dice que en su lecho de muerte, el último nombre que salió de la boca de Isabel fue el de María.
“En mi final está mi principio”.
Esta frase que María Estuardo escribió antes de su muerte resume a la perfección su historia; la historia de una heroína trágica , arrollada por la pasión, y traicionada una y otra vez. Icono del nacionalismo escocés y mártir del catolicismo, su figura moldeó la historia de Escocia e Inglaterra; y su vida, cargada del dramatismo y la emoción propias de una obra de Shakespeare, será recordada mientras la humanidad tenga memoria.