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25 años sin Van Basten
Van Basten con el Milán.

ADIÓS DEL CISNE DE UTRECHT

25 años sin Van Basten

Marco van Basten es uno de los mejores goleadores de la historia. Su carrera quedó destrozada por los problemas en el tobillo derecho. Se retiró a los 28 años y no lo supo hasta los 31, en un 18 de agosto de 1995.

Messi, Cristiano Ronaldo, Platini y Cruyff. Comparar jugadores de distintas épocas es una de las discusiones más inútiles pero preferidas de todos los aficionados al fútbol. Ahora, hay algunos puestos que se usan como punto de partida y que no pueden encontrar respuesta. Uno de estos podría ser que los jugadores de la primera frase son top-3 de sus respectivas posiciones. Por algo son los únicos cuatro que tienen tres Balones de Oro o más, y hay un quinto que nadie espera si enumeras esta pequeña lista: Marco van Basten.

Van Basten fue el delantero de la selección holandesa y del Milán de finales de los 80 y principios de los 90. Y quizá su Holanda no es la más recordada (hola, Cruyff), pero es la única que ha ganado un título. Ni su Milan el más exitoso (un saludo, Ancelotti), pero sí el más recordado. La estrella era él, pero según miraba líneas atrás veía siempre a Gullit y Rijkaard.

Con 25 años ya era una absoluta leyenda. Y a los 28 jugó su último partido. No por decisión propia, evidentemente, sino porque así lo quiso su tobillo derecho. Le llamaban el Cisne de Utrecht por su elegancia, pero bien podría haber sido por la fragilidad y la delicadeza de sus tobillos. “Llegas a un punto en el que cualquier cosa es mejor que el dolor, mejor que sentirse inválido… Al menos, ahora está en paz consigo mismo. Que no es poco”, dijo su mujer, Liesbeth, el día de su despedida. También un 18 de agosto, pero el de 1995.

Primera lesión: Ajax

Como a tantos otros jóvenes futbolistas del Ajax, a Marco van Basten le ficharon ya maduro. No se le puede considerar canterano del club de Ámsterdam teniendo en cuenta que sólo jugó un año en el filial (a razón de 500 florines al mes, una cifra a la que no llegaban sus compañeros). Si fuese así, Odegaard o Casemiro podrían ser considerados canteranos del Madrid. Ya hablamos de las políticas de fichajes del Ajax en otro especial.

Como todos, Van Basten llegaba con su propia historia. Su padre Joop fue defensa en su juventud y entrenador tras su retirada. Era quien le llevaba la carrera y no quiso hacer caso a las recomendaciones de Rein Strikwerda, médico del FC Utrecht. A los Van Basten les informaron de que su hijo tenía problemas en los tobillos y que podría acabar en una silla de ruedas si no dejaba el deporte de élite. Demasiado potencial para desperdiciarlo por la profecía de un médico.

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Era el año 1981 y mientras esperaba una nueva estrella, volvía el mismísimo sol. Tras sus años en Estados Unidos (y su paseo por el Levante), un Johan Cruyff de 34 años retornaba a la Eredivisie para ganar la liga que les acababa de arrebatar el AZ. Precisamente Marco debutó sustituyendo al Flaco, un tres de abril de 1982. Una goleada al NEC de 5-0 en la que el joven delantero pudo marcar su primer gol, convirtiéndose en el debutante y en el goleador más joven de la historia del club por detrás de su compañero Gerarld Vanenburg, quien ya había hecho lo suyo un año antes.

Aquel partido fue una simple anécdota, porque cuando empezó a contar para el primer equipo fue en la siguiente temporada. No era indiscutible ni mucho menos, pero a ver cuántos jugadores de 18 años marcan diez goles alternando jornadas con el primer equipo, el filial y hasta el Juvenil. Y en el 84 llegó la explosión: 28 goles en 26 partidos (se perdió noviembre, diciembre y volvió a jugar un amistoso el 28 de enero por una mononucleosis), Bota de Plata siendo un adolescente y solamente por detrás de Ian Rush (32). En octubre también había debutado con la selección.

A nivel colectivo el Ajax pinchó. Cruyff, quien había salido a malas con la directiva, había firmado por el eterno rival y el Feyenoord les eliminó de la KNVB Beker y les ganó la Eredivisie. Habiéndose tomado su venganza, Johan se retiró y solo tardó un año en ser el entrenador del Ajax. Entre medias, una temporada 1984/85 en la que Van Basten y Van ’t Schip, con una estrecha relación con Cruyff (a esta pareja se les apodó "F. C. Vinkeveen", localidad donde vivía Johan y a donde iban a verle todas las semanas para charlar de fútbol), terminaron por conseguir que terminaran destituyendo a Aad de Mos tras una derrota en la que ambos fueron suplentes por la lucha de egos que tenían con el técnico. Los jugadores, reunidos por el propio De Mos, decidieron que el entrenador debía irse. Vía libre para el Cruyff entrenador.

“Era demasiado joven, demasiado ansioso. Quería exhibirme. Tenía muchas ganas de jugar al fútbol. Ahora lo pienso y digo: Dios, en ese momento, sabiendo lo que sé ahora y todo lo que sufrí, no debería haber jugado al fútbol”.

Tenía solo 21 años, pero ya era una absoluta estrella de la liga que en los dos años siguientes dominó el campeonato (sin lograr el título, hay que decir) marcando 37 (Bota de Oro) y 44 goles a las órdenes de Cruyff, una absoluta barbaridad. Pero cabe detenerse en la temporada 1986/87, la de los más de cuarenta goles, pero también la de su primera lesión en el fútbol profesional.

En diciembre del 86 la casa de los Van Basten se acordó de Strikwerda, aquel pesimista médico de Utrecht. Un mes después de anotar su gol más famoso con el Ajax, una chilena espectacular contra el Den Bosch, no pudo más y pasó por el quirófano. Él pensaba que el problema era el tobillo izquierdo, pero esa misma semana había realizado una entrada totalmente innecesaria jugando contra el Groningen que le llevó a pedir el cambio por los dolores en el tobillo derecho. Llámalo imprudencia o energía lo que mueve a la juventud, pero Van Basten se operó del tobillo izquierdo y no del derecho. Tampoco querría poner en riesgo su fichaje por el Milan, cuyo contrato había firmado en verano (prácticamente lo anunció Silvio Berlusconi en una rueda de prensa previa al Trofeo Joan Gamper) y que se hacía efectivo doce meses después.

Marco acabó la temporada con esta tara. Jugaba siempre con un fuerte vendaje en el tobillo y después de cada encuentro tenía que meterlo en un cubo con hielo. A finales de febrero, con una situación en la liga muy complicada, y viéndose con posibilidades en la Recopa, llegó a un pacto con Cruyff para descansar en las jornadas de liga previas a los dos partidos de semifinales ante el Zaragoza y en la final. No marcó ante los españoles, a quienes barrieron por un global de 6-2, pero sí hizo el 1-0 que les dio la final y el primer título europeo desde las Copas de Europa de los setenta.

Van Basten, tras ganar la Recopa.
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Van Basten, tras ganar la Recopa.

Tras conseguir el objetivo de la temporada, se despidió como mejor sabía: marcó diez goles en seis partidos, incluidos los dos de la prórroga que le dieron la KNVB Beker, su último título ajacied. Su balance terminó con dos ligas (tres contando la que ganó disputando un solo partido), tres copas, una Recopa y 148 goles en 163 partidos.

Segunda lesión: Holanda 88

De los tiempos de Van Basten en Milán habrá tiempo de hablar más adelante, porque lo que fue su primera temporada se puede tachar de un auténtico fracaso. No por su rendimiento, porque marcó un importante 1-3 ante el Nápoles de Maradona a tres jornadas del final que le permitió al Milan su primera Serie A desde antes del Totonero, sino por una lesión en el maltrecho tobillo derecho.

René Marti fue el cirujano que le operó en el Ajax y fue el mismo que le intervino esta segunda vez. Ahora sí, su tobillo derecho. "Lo que he encontrado en esa articulación solo puede calificarse de carnicería", recuerda el propio Van Basten en su autobiografía Frágil. En las exploraciones vio que, tras un año jugando con los ligamentos externos rotos, se habían desprendido fragmentos óseos que podían caer entre los dos huesos de la articulación. Esos fragmentos dañaban los cartílagos y ya no volverían a recuperarse del todo. La rehabilitación fue larga y dura. No fueron dos meses y medio como la temporada anterior, sino que estuvo cinco meses sin vestirse de corto. A esto mismo tenía miedo en el Ajax.

No obstante, llegó a tiempo de jugar la Eurocopa de 1988. Sorprendentemente, era el primer torneo de selecciones que jugaba. El seleccionador era Rinus Michels, una absoluta leyenda de los banquillos (‘Mr. Mármol’, autor de la Holanda del 74), pero el bloque era el del PSV de Guus Hiddink. Era su primera experiencia en los banquillos, pero el PSV empezaba a notar el dinero de Philips y le traían todo lo que encargaba. En el 84 ficharon a Van Breukelen (portero titular en la Eurocopa); en el 85 a Gullit (delantero, si se le puede encasillar como tal); en el 86 a Koeman (defensa) y Vanenburg (extremo derecho); y en el 87 a Van Aerle (lateral derecho) y a Wim Kieft (delantero suplente). A las órdenes de Hiddink y antes de aquella Eurocopa ganaron tres ligas, una copa y, sobre todo, la Copa de Europa. El once inicial lo completaban uno del Malinas (Erwin Koeman), uno del Anderlecht (Van Tiggelen), tres del Ajax (Mühren, Wouters y Rijkaard) y Van Basten.

En el primer partido, Michels apostó por Van’t Schip en banda y Bosman como delantero. No volvería a repetir el error que le costó la derrota ante la URSS y dio entrada a Erwin Koeman y Van Basten para lo que restaba de torneo. El propio 9, en aquel torneo con el 12, despejó todas las dudas de la selección con tres goles ante Inglaterra, el de la victoria ante Alemania en semifinales y uno de los mejores goles de la historia en la final.

Afición holandesa en Hamburgo.
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Afición holandesa en Hamburgo.

Se vengaron en el último partido de quienes les habían ganado en el primero, pero en las semifinales de algo más importante. Les esperaba Alemania, con el recuerdo de la invasión nazi ya lejano, pero no tanto el de la final del 74. En Hamburgo, una ciudad a poco más de doscientos kilómetros de la frontera holandesa, había más de diez mil aficionados visitantes. “Hubiera sido mejor haber jugado el partido en Alemania”, ironizó Frank Mill tras el partido. Fue un partido muy duro, parejo, pero muy duro. En el minuto dos ya había un alemán volando por los aires y en el diez fue Van Breukelen quien, aprovechando de la inmunidad de los porteros en el área, le colocó la rodilla a la altura del estómago a Frank Mill. Aunque Klinsmann, que dio un recital en el centro del campo, forzó un penalti a Rijkaard, Marco van Basten se echó el equipo a la espalda y consiguió darle la vuelta al marcador. Primero forzando un penalti y luego enseñando al mundo cómo cruzar un disparo. Incluso cayéndose, en una jugada perfecta. Cuatro pases y un disparo en 18 segundos. Así, los hermanos pequeños de Cruyff, Neeskens o Ruud Krol pudieron recoger los frutos de la generación de los setenta. Fueron ellos quienes ganaron en la final, pero no sin antes haber aprendido frente al televisor cómo debían hacerlo.

Van Basten en la Eurocopa de 1988

Ronda Partido Resultado Goles Minutos
Fase de grupos URSS-Holanda 1-0 31'
Fase de grupos Inglaterra-Holanda 1-3 3 87'
Fase de grupos Irlanda-Holanda 0-1 90'
Semifinal Alemania-Holanda 1-2 1 90'
Final URSS-Holanda 0-2 1 90'

Tenía una Serie A ya en su palmarés, pero muy amarga. Sin embargo, la Eurocopa, de la que fue máximo goleador con cinco goles, le fue suficiente para ganar el Balón de Oro. El primero de ellos. Se acercaban los mejores tiempos de rossonero.

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Tercera lesión: éxito y dolor en Milán

Para entender la etapa de Van Basten en el Milan hay que hablar de Arrigo Sacchi. De él se encaprichó Berlusconi en la temporada 1986-87, cuando se tuvo que enfrentar a su Parma (de Serie B) en la fase de grupos de la Coppa Italia. Berlusconi le advirtió tras dejarles segundos del grupo: “Voy a seguirte durante todo el campeonato”. No tuvo que esperar mucho, ya que volvieron a cruzarse en segunda ronda y, como en el cuento, cayó Goliat. Aquel verano del 87 llegó el joven entrenador (42 años), el joven Van Basten (23) y el ya no tan joven Gullit (25). También Claudio Borghi (“Será, sin duda, mejor que Maradona”, diría Silvio). En el último año del límite de dos extranjeros, había dos holandeses y un argentino en la plantilla, al que jamás le hicieron hueco. Tras la Eurocopa se aumentó el cupo a tres, pero para entonces ya le habían echado el ojo a Rijkaard.

Rijkaard, Van Basten y Gullit.
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Rijkaard, Van Basten y Gullit.

Ya con Van Basten totalmente recuperado, el Milan afrontaba la 1988-89 como grandes favoritos para revalidar el Scudetto. Sin embargo, una mala racha entre noviembre y enero (ganaron un partido de siete) les dejó prácticamente opciones al título. Van Basten recibía el Balón de Oro y el equipo quedaba apeado de dos de las tres competiciones. Les quedaba la Copa de Europa y llegaron a semifinales no sin sufrir, pasando en penaltis contra el Estrella Roja y con un gol (el único que vio la eliminatoria) de Van Basten ante el Werder Bremen. En frente el Real Madrid, el rey de Europa. Un verdadero rival, un punto de inflexión.

Para muchos aficionados madridistas, el nombre de Marco van Basten está asociado a una de las épocas más oscuras del Real Madrid: la época de la Quinta del Buitre y su imposibilidad de alzar la Séptima Copa de Europa. Los goles de El Cisne de Utrecht (tres en cuatro partidos) fueron clave para superar (y eliminar de paso) a los blancos en su lucha por reverdecer los laureles de la máxima competición continental de clubes. Pero es que Marco era mucho Marco. Era la punta de lanza de un equipo solidísimo, como una roca. Un muro granítico que terminaba en la figura de un espigado diamante holandés, descubierto por Leo Beenhakker y pulido por Johan Cruyff, que remataba todo lo que se le acercaba estando cerca de la portería rival. En eso se asemejaba bastante a otros grandes rematadores de la época (segunda mitad de los 80), como el mexicano Hugo Sánchez, el inglés Lineker o el galés Ian Rush.

Alineación del Milán aquella temporada. De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Maldini, Van Basten, Gullit, Ancelotti, Rijkaard, Galli, Baresi, Donadoni, Costacurta, Colombo y Tassoti.
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Alineación del Milán aquella temporada. De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Maldini, Van Basten, Gullit, Ancelotti, Rijkaard, Galli, Baresi, Donadoni, Costacurta, Colombo y Tassotti.

Sí, fue el propio Beenhakker, siendo entrenador del Feyenoord, quien le descubrió cuando apenas contaba con 12 años de edad. Pero chocó con la figura paterna. Papá Joop, exjugador del DOS Utrecht, siempre quiso tener un hijo futbolista. Stanley, el segundo vástago de la dinastía Van Basten (llamado así al reconocimiento que Joop tenía sobre Stanley Matthews), probó con todos los deportes menos con el fútbol. Así que tenía que ser Marco. Y lo fue. No sería en Rotterdam, sino en Ámsterdam, en las filas del Ajax, donde brilló su gran ídolo Johan Cruyff. Él mismo se iba fijando en los movimientos de Johan, su gran ídolo: aprovechaba el espacio y calculaba el tiempo para situarse en el lugar y en el momento oportunos para sacar su máximo provecho. Fue el propio Cruyff quien le dio la alternativa en abril de 1982. El Flaco ya se había dado cuenta de lo que el Ajax tenía en sus filas. Y fue el propio Johan quien se encargaría de forjar tal diamante. Sus condiciones físicas y atléticas le hicieron ser un perfecto dominador de todas las facetas del remate: manejaba con maestría la anticipación, se mostraba inteligente a la hora de tomar decisiones (bien podía situarse como delantero centro, bien se incrustaba entre los centrales para estirar a su equipo, e incluso se retrasaba en ocasiones para tener mejor composición de la jugada que se desarrollaba), tenía un buen golpeo con ambas piernas y poseía un notable juego de cabeza (bien para descargar, bien para rematar).

"El 5-0 al Madrid fue un extraordinario partido. Nos consagró. Los dos partidos ante el Real Madrid nos hicieron entender que estábamos haciendo algo importante y que podíamos entrar en la historia"

Franco Baresi, en el libro 'El Milán de Berlusconi'

Y todo eso lo sufrió el Madrid en Europa… y en su propio Trofeo Bernabéu. Si en 1988 fue el PSV quien le birló la posibilidad de disputar la final, un año más tarde fue el Milán quien le apartaría de la lucha por la Orejona con un bofetón histórico: tras empatar en el Bernabéu (con un espléndido remate de cabeza de Van Basten), los rossoneri infligieron una derrota ad aeternum por un contundente 5-0 que pasó a la historia de la máxima competición europea. Una derrota que ya tuvo su punto de partida en el partido que celebraba la Décima edición del Trofeo Santiago Bernabéu. Aquella noche (verano de 1988), los de Sacchi goleaban a los blancos (0-3, goles de Donadoni, Mannari y Maldini) dejando bien a las claras quienes iban a gobernar en Europa los siguientes años partiendo de dos premisas claras: orden y presión. El catenaccio iba a pasar a mejor vida. Un sistema que acabaría dinamitando un espectacular equipo: mientras Sacchi trataba de explicar las bondades de un sistema organizado y presionante (en términos de acotar, controlar y manejar el espacio) en el que todos los jugadores trabajaban sin desmayo, y que buscaba en parte el error del rival, Van Basten entendía el fútbol de equipo como una apisonadora que buscaba la portería rival una y otra vez y donde Marco aparecía para culminar la jugada (quizá fuese la mentalidad y vocación ofensivas que imprimía Cruyff a sus equipos). Orquestas frente a solistas. El duelo de conceptos lo resolvió Berlusconi despidiendo al técnico y quedándose con el jugador.

La temporada siguiente (1989-90) volvería a pasar lo mismo: un 2-0 en Milán iba a ser un muro cuesta arriba para los blancos (sólo pudieron ganar por la mínima en el encuentro de vuelta), y que volverían a ser pasto de los milanistas en otra edición del Trofeo Bernabéu (perdió ante los de Sacchi 1-3, con un garrafal autogol de Jaro). La bestia negra de los madridistas vestía de rojo y negro en ese final de la década ochentera.

Más allá de las tazas de Mr. Wonderful, créerselo es el primer paso. Antes de vapulear al Madrid había fe, no confianza. Una vez habiéndose exhibido de tal forma, el Steaua, que había ganado la Copa de Europa tres años antes y que ahora contaba con un joven Hagi, no asustaba. No fue rival. Dos dobletes de Van Basten y Gullit fueron suficientes para lograr el título y para que Marco se mereciese su segundo Balón de Oro (otra vez con un podio rossonero: si en el 88 le acompañaron Gullit y Rijkaard, en el 89 fueron Rijkaard y Baresi). Diez goles en una Copa de Europa que, a lo máximo, constaba de nueve partidos y no de trece como actualmente, bien lo valía. En aquella edición también se le entregó el Super Balón de Oro a Di Stéfano.

Van Basten y Di Stéfano.
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Van Basten y Di Stéfano.

La Serie A también fue un logro importante, pero la Champions es lo máximo. Por fin Silvio Berlusconi podía sentir que la inversión que había hecho era la correcta. Se le podía ver sobre el césped del Camp Nou levantando la Copa de Europa como un jugador más, aunque no vestía de pantalón corto. Volvió a saborear la cima doce meses después, esta vez en Viena. “Después de estas dos Copas de Europa él, como se dice en Italia, estaba en el séptimo cielo. Era un gran motivador. Sentía el club mucho más allá de las inversiones que hizo, se sentía parte de aquel grupo y sentía las victorias como suyas. No diría que era otro jugador sobre el campo, pero siempre lo sentíamos sobre el campo”, comenta el exjugador Filippo Galli en El Milan de Berlusconi.

Silvio Berlusconi recibe la Copa de Europa de 1989.
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Silvio Berlusconi recibe la Copa de Europa de 1989.

Fueron siete goles menos los que marcó Van Basten en esta segunda Copa de Europa consecutiva, pero los tres fueron clave. Se volvieron a ver las caras con el Madrid, esta vez el de Toshack, y el 9 marcó un gol y asistió a Rijkaard para cerrar un 2-0 en la ida que defendieron en el Bernabéu. En la siguiente ronda se enfrentaron al Malinas. Con un empate después de 180 minutos, Ancelotti lesionado y Donadoni expulsado, Van Basten marcó el 1-0 en el 106’. Y en semifinales con el Bayern no le tembló el pulso para anotar un penalti que, sin él, el 1-0 de Múnich hubiese supuesto la eliminación. En la final marcó Rijkaard, pero fue Marco quien, con un pase al primer toque, le dejó vía libre hasta la portería de Silvino Louro

Pero desde la final con el Benfica empezó la cuesta abajo. Primero, el Mundial fue un desastre tras no pasar de octavos (y no ganar ni un solo partido en fase de grupos, cabe decir). Se marchó a cero. Y en noviembre, ante el Brujas, se quiso tomar la justicia por su mano tras una entrada por detrás muy fea a Ancelotti y aprovechó un balón dividido para ponerle el codo en la cara a Pascal Plovie. Aquello le costó varios partidos de sanción y, entre ellos, el del apagón de luces en Marsella (un resumen rápido es que los aficionados invadieron el campo antes de tiempo, hubo un apagón y, cuando el árbitro quiso reanudar el partido, el Milán se negó a salir al campo) que supuso la eliminación por 3-0 aquella temporada y la expulsión para la temporada siguiente. A final de temporada, se marchó Sacchi.

Sacchi y Van Basten no congeniaban. El delantero holandés venía de ser dirigido por Johan Cruyff, su ídolo desde niño, y no consideraba al técnico de Fusignano como un entrenador de alto nivel. Casi siempre, Marco se emparejaba con su compatriota Ruud Gullit en las sesiones de entrenamiento, donde solían actuar a su ritmo. Un día de charla técnica, Van Basten explotó. Él, como buen ajacied, tenía instalada una mentalidad basada en una apuesta ofensiva, y no entendía que Sacchi le obligase a realizar tareas defensivas siendo él la punta de lanza del equipo.

El técnico, viendo que podía ir a más, le propuso un ejercicio para el siguiente entrenamiento: diez jugadores ofensivos se medirían a Galli (el portero) y a cuatro defensas (Tassotti, Baresi, Costacurta y Maldini). Empezando desde el centro del campo, los atacantes tenían 15 minutos para intentar marcar un gol a la zaga. Pero con una condición: si los atacantes perdían el balón o perdían la posesión empezarían la siguiente jugada 15 metros más adentro de su terreno de juego (entre su área y el punto del centro del campo. El equipo de los atacantes estuvo cerca de dos horas sin poder marcar un solo gol… Para Sacchi fue la demostración de que un equipo ordenado tenía muchas más oportunidades de ganar que uno desordenado, lo que él denominaba ‘equipo corto’: poca distancia entre líneas para ahogar el juego del rival. Feo pero convincente. Útil pero resolutivo. Sencillo pero dominador.

Van Basten reconocía en Tuttosport en otoño del 93 que fue a hablar con Berlusconi para decirle que Sacchi o él. "No fue sólo fiesta para mí, todo el equipo estaba contento de que Sacchi se fuese. Sólo yo me enfrentaba al técnico, pero muchos otros estaban de acuerdo conmigo. Baresi, Tassotti, Gullit y Rijkaard. El ochenta o noventa por ciento eran de mi misma idea. Solo Carlo Ancelotti estaba siempre de parte de Sacchi". Unas declaraciones que sorprendieron entre sus, todavía, compañeros.

Con Capello vivió una segunda juventud (realmente aún no había cumplido los 26 años). Liberados de Sacchi, Capello parecía el entrenador más moderno del mundo. Se volvió a hinchar a goles (29 en 38 partidos), consiguiendo ser el Capocannoniere y volviendo a ganar la Serie A (invictos) cuatro años después. Realmente la primera, única y última que disfrutó al completo.

Portada de France Football otorgando al Balón de Oro de 1992 a Van Basten.

Portada de France Football otorgando al Balón de Oro de 1992 a Van Basten.

En verano llegaron Savicevic y Papin, además de un carísimo Lentini, y se sumó Boban, que andaba la temporada anterior cedido en el Bari. Una superplantilla que debía esforzarse para no superar el límite de extranjeros en las alineaciones. Marco empezó como un tiro: doce goles en trece partidos de liga. En noviembre le marcó cuatro al Göteborg (primer jugador de la historia en hacer un póker en Copa de Europa) y otros tantos al Nápoles para celebrar su renovación por tres años. No fue campeón de Europa ni a nivel de clubes ni de selecciones (absolutamente lamentable: ni un gol en los cuatro partidos y, además, fue el único que falló un penalti en las semifinales ante Dinamarca), pero en diciembre se llevó el Balón de Oro. A la gala celebrada en Lisboa llegó tocado, se tuvo que retirar del campo en el descanso frente al Ancona por dolores en el tobillo.

Se le pudieron sacar hasta diez piezas de hueso del tobillo. En palabras de su doctor, René Martí: “El tobillo estaba obstruido mecánicamente”. Lo arrastraba desde la cirugía de 1987. Entrar a quirófano sólo aliviaría los síntomas, pero no acabaría con el problema. No tenía solución.

Cuarta lesión: el adiós

Otra vez a quirófano y otros cinco meses sin jugar. Todos los jugadores están ansiosos por acortar plazos de cualquier lesión, pero Van Basten tenía en mente la Eurocopa y la posibilidad de llegar a la final de la primera Champions League de la historia. Forzó al máximo, tuvo que jugar infiltrado, y salió mal. Desde que volvió jugó cuatro partidos y marcó un solo gol. No era él.

Van Basten en la final de 1993

Van Basten en la final de 1993.

Capello, que respetaba la grandeza, le alineó de titular en la final con el Marsella (otra vez las pesadillas con el Marsella). Le aguantó 86 minutos incluso. Pero no era capaz de hacerse a ese ritmo de juego, demasiado nivel físico para su maltrecho tobillo. Su último partido profesional. Era su retirada y no se había dado cuenta.

Tuvo que pasar otra vez por el quirófano. El fútbol casi era el menor de los problemas, lo importante era salvar ese tobillo. Volver al deporte de élite era una utopía, tanto como intentar ir al Mundial de Estados Unidos, para el que la selección holandesa le ofreció un aplaza que le negó el club que todavía le pagaba la nómina. El Dr. Martens, nuevo cirujano en su carrera, le extrajo trozos de cartílago. Aquello fue el 9 de junio de 1993 y el 14 de junio de 1994 pasó otra vez por sus manos para que le aplicase unos soportes metálicos que asegurasen la creación de nuevo cartílago, un experimento que no funcionó como se esperaba.

El 18 de agosto de 1995, en la quinta edición el Trofeo Luigi Berlusconi, Marco van Basten se despedía de lo que había sido su afición desde hace ocho años. Era la primera vez que saltaba al césped de San Siro en vaqueros. Una imagen que hizo llorar a Fabio Capello.

“Después de tres años de dolor, quería llevar una vida normal. ¡Imagina sentir dolor cada minuto del día en alguna parte de tu cuerpo, y eso durante tres años! El dolor dominaba mi vida; pasaba de mi tobillo a todo mi cuerpo. Mientras existe la esperanza de poder recuperarse, uno acepta todo tipo de torturas. Pero después de tantos tratamientos y experimentos médicos me di cuenta de que me hallaba en un callejón sin salida”, dijo un año después de su retirada.

“La persona que más dañó mi tobillo no fue un jugador, sino un cirujano”

En marzo de 1996 decidió hacerse una operación para bloquear su tobillo. Le dejaría cojo, pero también sin dolor. “Me alegro de haber tomado la decisión, ya que finalmente estoy libre de dolor y acepto cada vez mejor mi minusvalía. El pasado verano incluso llegué a jugar mi primer partidito de fútbol de playa con amigos”.

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