Maria Montessori (2023), de Léa Todorov

A principios del siglo XX Maria Montessori es codirectora en Romacon Giuseppe Montesano de un instituto pedagógico que trabaja con nuevos métodos en la educación y el aprendizaje de niños discapacitados psíquicos. Allí se dirige la cortesana parisina Lili d'Alency con su pequeña Tina, de la que se avergüenza, y que procura ocultar de los potentados que la colman de lujo y dinero, con idea de que se hagan cargo de ella. Y es que a los ojos de la sociedad de la época, no hay nada que hacer con estos “pequeños deficientes”. Pero Montessori demostrará la eficacia de su pedagogía, trasladable a niños sin problemas, un método que acabará siendo adoptado e imitado en todo el mundo. Ello no sin dificultades, pues ella misma es madre de un niño con Montesano, que está creciendo en una granja sin ella, situación que no deja de pesarle anímicamente.

En 2017 Léa Todorov se ocupó del guión del documental Révolution Ecole: 1918-1939, que se ocupaba de las novedades introducidas en esa época en el mundo educativo, con ideas pedagógicas rompedoras como las de María Montessori, de que el alumno podía aprender por sí mismo, había que formar a su alrededor un ambiente de libertad, y abandonar modos de enseñanza semejantes a aquellos con los que un esclavo aprendía a realizar sus tareas. Ahora aborda su primer film de ficción, basado precisamente en ese personaje, aunque no entrega un biopic propiamente, sino que se circunscribe a la época en que trabaja con niños discapacitados, y que coincide con su trabajo codo con codo con el padre de su hijo, Giuseppe Montesano. Todorov se sentía especialmente llamada a centrarse en ese período, pues ella misma había dado a luz a una niña con problemas de aprendizaje comparables a los que muestra la película.

Resulta una excelente decisión la de poner el foco argumental en dos mujeres, la real Montessori y la imaginada para la ocasión D'Alency, bien interpretadas por Jasmine Trinca y Leïla Bekhti, y que sirven para apuntalar algunas de las ideas del film, porque al final ambas comparten la dificultad de verse relegadas en un mundo dominado por el varón, y en que una se abre camino con su inteligencia –Montessori fue de las primeras médicos de Italia, además de ser pionera en el mundo de la educación– y la otra por sus modos mundanos y capacidad de moverse en los círculos sociales pudientes; ambas son madres con problemas para ocuparse de sus hijos, y acaban de algún modo complementándose. Por otro lado la narración está muy bien atravesada por las lecciones que reciben los niños, auténticos discapacitados que resultan muy naturales, especialmente Rafaëlle Sonneville-Caby, que interpreta a Tina, la hija de D'Alency. Y ello ilustra un modo de enseñanza y aprendizaje que exige atención, paciencia y cariño, también maternal.

Es curioso sin embargo que, renunciando la película a cubrir toda la vida de la protagonista, que se movió por todo el mundo creando escuelas, y no pudo dejar de ser víctima de las turbulencias políticas de su tiempo, una decisión más que razonable, se empeñe en querer abarcar algunas cuestiones, que habrían necesitado una mejor exposición, y que llevan al empantanamiento, como la relación de María con Giuseppe, el modo en que sus padres encajan que sea madre soltera, las lazos con la teosofía, dejando a un lado en cambio los de su fe católica, o la anhelada independencia que la asocia al movimiento feminista, con esa clase de anatomía en la universidad que causa escándalo en parte de la opinión pública. Aquí falta algo de cohesión, lo que no impide que el conjunto ofrezca un retrato apasionante de una mujer que revolucionó el mundo de la enseñanza.