Una villa en La Toscana (2020), de James D'Arcy

Jack está en proceso de separación, lo que puede tener como consecuencia la pérdida de su trabajo en una galería de arte londinense, propiedad de su ex. Para evitarlo, le propone comprarla, lo que a su vez supone vender en menos de un mes la villa que tiene en La Toscana, de la que también es dueño su padre. Podría ser la ocasión de que Jack estreche lazos con su padre Robert, pintor que ya no pinta, nunca se recuperó de la muerte de su esposa en accidente de automóvil, cuando el hijo era un niño. Pero supone todo un desafío, sobre todo porque la casa ha estado desocupada durante años y se encuentra en mal estado, lo que exige una restauración en tiempo récord.

Sencilla y grata película, atravesada de sentimientos muy humanos, escrita y dirigida por el actor James D'Arcy, que debuta detrás de la cámara en el largometraje. Se entiende que Liam Neeson aceptara protagonizarla, y pidiera la presencia de su propio hijo Michéal Richardson para el otro papel principal, ya que hay ciertas reminiscencias con la tragedia que les tocó vivir en sus propias carnes en 2009, con la fatal muerte de la esposa y madre Natasha Richardson en accidente de esquí. Aunque sus sentimientos personales solo ellos los conocen, resulta indudable que este hecho ha sido un estímulo para hacer el film y plasmar allí sus sentimientos.

En efecto, el film aborda el tema de la comunicación y las emociones que a veces no se expresan –el dolor, el fracaso matrimonial, el sentido de culpa, el considerarse no querido y abandonado...–, de modo que la relación paternofilial se compone de un modo bastante efectivo. Además, se apuntan las nuevas oportunidades, el amor que sale al encuentro, aquí en forma de lugareña, Natalia, madre de una niña separada, punta de lanza de los sentimientos de pertenencia y de belleza que despiertan en un lugar tan bello como puede ser La Toscana italiana. La noche del restaurante tiene sin duda algo de mágico. Además el film sabe combinar los aspectos trágicos, muy plásticamente representados en un atormentado y oscuro fresco abstracto en una pared, obra de Robert, con algún suave contrapunto humorístico, en el tira y afloja de padre e hijo por la diferencia generacional, en el arte culinario de Natalia correspondido con una cena, en los esfuerzos por adecentar y tratar de vender la casa –una metáfora, por cierto, de cómo en la vida hay que saber reinventarse–, con la eficaz agente inmobiliaria –Lindsay Duncan, quien, cosas de la vida, hizo otra película titulada Bajo el sol de La Toscana– y los posibles compradores.