Lucrecia de León, visionaria y subsersiva

Lucrecia de León, visionaria y subsersiva

Podría ser una leyenda. No lo es. Lucrecia de León, que llegó a ser reconocida como «profeta divina» por gentes de postín, aunque, cosa lógica en el siglo XVI, también fue juzgada por la Inquisición, ha sido mujer poco conocida en España. Ha habido excepciones, entre ellas la protagonizada por José María Merino que le dedicó su novela «Las visiones de Lucrecia». Ahora, a través de editorial Nerea, nos llega, con perfiles históricos, el libro «Los sueños de Lucrecia (Política y profecía en la España del siglo XVI)», de Richard L. Kagan, a cuyo paso salió la muchacha cuando investigaba en Madrid en el Archivo Histórico Nacional papeles relativos a la Inquisición en Toledo. El caso de la joven lo cautivó.

No todo el mundo vive siendo ángel o demonio como ella. En cualquier caso, dice Kagan, «la complejidad y la temática de sus sueños, la hacían aparecer casi como una rareza, incluso como algo prodigioso, una mujer sin instrucción dotada de la inteligencia de un sabio». Hubo casos en que jueces que la consideraban con el mayor de los escepticismos quedaron impresionados por la poderosa imaginación de la muchacha para salir airosa de sus preguntas, actitud que se hizo extensiva al mundo de la Universidad. Teólogos hubo que tomaron nota precisa de sus sueños. El caso es que, según ella, la destrucción de España -imagen constante- es debida al inmovilismo de Felipe II, a quien responsabiliza sin ambages de casi todos los males, asunto que se combina con la crítica a la Iglesia y profecías, aunque no siempre daba en la diana. Entre lo que vio estuvo la destrucción de la Armada Invencible, aunque no acertó en las fechas. En lo que respecta a la Monarquía, los sueños se alimentaban de los chismes de la Corte y del conocimiento personal que Lucrecia tenía del Alcázar. Pero la hija de Alonso Franco de León, cristiano viejo natural de Valdepeñas, y de Ana Ordoñez, no empleaba un lenguaje alégorico, sino que daba los nombres reales de las personas que aparecían en sus sueños. Entre sus fuentes de inspiración se encontraban, además de las citadas, iglesias, imágenes, procesiones, y, de modo especial, los sermones. Crítica del Rey, no le asustó después de picar tan alto, hacer lo mismo con el marqués de Santa Cruz, Alejandro Farnesio, e incluso con, nada más y nada menos, Gaspar de Quiroga, Inquisidor General y arzobispo de Toledo, aunque parece que también contó con su ayuda en tiempos duros.

Queda claro, pues, que Lucrecia de León, además de no tener miedo, rompió los esquemas que delineaban, según sacerdotes y moralistas, a la mujer de la época. Elegir una parcela diferente ayuda a entender que fuera detenida por la Inquisición e inquilina de sus cárceles secretas.

Como el dominico Savonarola utilizó sus profecías en el ámbito de lo social y lo político. Lucrecia atrajó a gentes de la Iglesia católica y también a cortesanos que no estaban conformes con Felipe II. Como recuerda Kagan, la Iglesia, a través del tiempo,reconoció a videntes que estaban en su seno, como Deborah y Judith en el Antiguo Testamento o, ya en el medioevo, Hildegarda de Bingen, Brígida de Suecia y Catalina de Siena, que llegaron a ser canonizadas. Ya en el siglo XV, la Iglesia se mostró cansada de lo que Jean Gerson, teólogo de la Sorbona, llamó «el entusiasmo de las mujeres». El mensaje divino se transformó en mensaje diabólico, un cambio que hacía crepitar las hogueras. Una excepción fue Santa Teresa de Jesús, a pesar de que no faltaron teólogos que mostraron dudas sobre su ortodoxia. Claro que andando el tiempo las cosas se pusieron mejor para algunas videntes que se convirtieron en consejeras espirituales de príncipes y reyes, como sor María de Agreda que lo fue de Felipe IV. Claro que todas eran ya lo suficientemente listas como para no meterse en política. Lucrecia fue más profeta laica que espiritual.

Algunos de sus sueños

No se comprometió con hombre alguno hasta 1590, y lo hizo en secreto, pocos meses antes de su detención, con Diego de Vitores Texeda. De hecho, la hija que tuvieron en común nació en las cárceles de la Inquisición. Entre sus sueños podrían citarse infinidad, pero he aquí uno de ellos: corría el otoño de 1580, la joven tenía sólo 12 años. Eran los días en que Felipe II viajaba a Lisboa para reclamar el trono de Portugal. El Rey enfermó de gravedad en Badajoz. En sueños vio Lucrecia una procesión fúnebre real en la ciudad extremeña. Intrigado, su padre le preguntó si la persona que llevaban a enterrar era el Monarca, idea que fue negada por Lucrecia. Sin embargo, semanas más tarde se supo que la reina Ana de Austria había fallecido en el lugar del sueño. Ya queda dicho que Lucrecia repetía sueños con el Rey. En uno correspondiente al 10 de marzo de 1580 hay un letrero en el que lee, entre otras cosas: «¡Pobre de ti, que tuviste la oportunidad pero no llegaste a comprender ni a hacer lo que es digno de un Rey». En relación con la Iglesia, sueña con una viuda sin manos, porque la Iglesia no ayuda a los pobres, sino a los ricos.

En círculos reales se llegó a acusar a Lucrecia de servir de apoyo a Antonio Pérez, pero se sospecha que en 1589, por influencia del inquisidor general,Felipe II no mostró interés por las «falsíssimas revelaciones» de la mujer diciendo así: «No os de espantar de lo que dice sino de lo que no dice». Pero la fuga de Pérez fue determinante para atrapar a Lucrecia, acción a la que se dedicó con ahinco Chávez, el confesor del Monarca. Fue detenida y torturadasu proceso terminó en 1595. En el auto de fe que marcó el final, la prisionera lucía un sambenito, una cuerda alrededor del cuello, y portaba una vela encendida. Culpable de blasfemia, sedición, falsedad, sacrilegio y de pacto con el diablo, fue condenada a cien azotes, destierro de Madrid y dos años de reclusión en una casa religiosa. Pero aquí no terminaron sus males.

Por ausencia del verdugo, los azotes se pospusieron una semana. La casa religiosa no resultó fácil de encontrar, sólo hubo una dispuesta a acoger tanto a ella como a su hija, aunque debía pagar la manutención y alojamiento de ambas. Su padre no la ayudó y tuvo que ingresar en el hospital San Lázaro de Toledo, habitado por mendigos y personas con afecciones contagiosas. Pasó después al de San Juan Bautista donde el contagio no era una amenaza constante. La huella de esta mujer, de la que se dijo que era bella, se pierde al ganar la libertad. ¿Mendiga? ¿Prostituta? ¿Criada? Se ignora que camino tomó.

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