El CINE con mayúsculas | El Adelantado de Segovia

El CINE con mayúsculas

En cuanto le hago la propuesta a mi amigo José Cantos del encuentro con el con mayúsculas, él me habla de la palabra “fantasía”. Yo le corrijo y escribo Fantasía con mayúscula. Él es experto en este género y tiene razón… Pienso en ello… ¡qué poder extraordinario del cine fantástico! Es natural que sea el cine favorito de niños y jóvenes.

En Internet Movie Data Base (www.imdb.com) se puede acceder a un listado con doscientas cincuenta películas y ahí hay cine fantástico y de todo pelaje. ¡”El padrino”!, donde todo funciona. ¡”Blade runner”! ¡”Qué bello es vivir”! ¡”Los siete samuráis”! ¡”El viaje de Chihiro”! ¡”Cadena perpetua”!

Maldito olvido. Sólo se cura refrescando las películas. ¡Y hay tan poco tiempo! ¡Tan poco tiempo para unirnos en la Fantasía! Sigo hojeando por un momento… ¡”El pianista”! ¡”La tumba de las luciérnagas”!… ¡qué obra maestra y que hondura en la animación!… también está “Casablanca” y sus salvoconductos escondidos. Siempre quiero volver a verla con una mirada ingenua, inocente.

“La ventana indiscreta” con Stewart y Kelly atentos. ¡”Apocalypse now”! ¡”Senderos de gloria”! ¡”Cantando bajo la lluvia”! ¡”M, el vampiro de Dusseldorf”! ¡”Papillon”! ¡”Midnight cowboy”!

Otro experto cinematógrafo, Rubén Sánchez, utiliza la expresión “megaclásicos” y nombra “Sin perdón”. Estamos ante mundos infinitos, galaxias de cines.

Un respiro y el guía Manolo Marinero nos lleva al rancho “Gorrión azul”. Junto al rancho, unas palabras del cineasta Fernando Trueba para que cuando los agoreros dicen que el cine está muerto “… más pienso que todo está por hacer y de las posibilidades del cine sólo hemos utilizado un ínfimo porcentaje”.

No sé si escuché por ahí o leí la expresión “Cine con mayúscula”. Consulté rápidamente el diccionario de la Real Academia: “algo mayor de lo que es normal en su especie”. Coloquialmente, “grandísimo, enorme”.

Como el regador regado o el tren llegando a la estación de los Lumiere. Siguen ahí, nos llaman.

Para Vivas Plá: “Debe ser una mezcla de audacia con las posibilidades del cine como medio, lenguaje y por otro una historia de las que dejan poso”. Él da cuatro títulos como ejemplo. Nos vienen muy bien. Quizá un lector pueda interesarse por ellos: “Roma, ciudad abierta”, “El hombre del brazo de oro”, “El buscavidas”, “Sed de mal”.

Para Carlos Gracia, nuestro guía del “cine también se hace viéndolo”: “Cine con mayúsculas puede ser un gran evento, esa película esperada (“instant classic”, lo llaman ahora)”. Carlos especifica; “(…) Hay otro cine mayúsculo, que sí que tiene que ver con las grandes películas aunque la magia que lucieron en su estreno haya perdido lustre. Y es un acto en “petit comité”, o incluso solitario: ver “El padrino” o “Tiburón” en VHS, sin respetar formatos, en copias machacadas incluso, pero a esa edad en la que estás aprendiendo a ser cinéfilo y vas a disfrutar de algo que te marcará. Saldas cuentas con tus vacíos y marcas la estrella de visto. Ahora el UHD no tiene tanto encanto”.

El jardín secreto.
El jardín secreto.

El cine de nunca acabar. Escribo tenso. Cometo muchos errores al escribir y tengo que corregir. Y entonces me detengo en “Los siete samuráis”. Nunca había visto un trabajo como el del líder samurai, Kanbei (Takashi Shimura). Seguramente sólo ese actor podía ser ese personaje. Tenía antepasados samuráis.

Estaba yo en el sofá aplastado por una fuerte gripe, pero miraba con asombro la pantalla del televisor. Lo tenía todo. Una historia convincente, un reparto formidable en el que también destaca un loco Toshiro Mifune. Pero sobre todo destaca la dignidad frente a la adversidad. Pensé que eso era el gran cine, el acoso a los humildes, la mirada de los samuráis, un modo de vivir, un camino para indagar como vivir. La dignidad, me repito.

El CINE con mayúsculas también puede ser unas líneas de una crítica o un poema de Manolo Marinero, el que inspira el cine gigante: “El hombre que mató a Liberty Valance”: “Ver a Wayne/ asistiendo en primera, o última fila/ a la evidencia/ de cómo se desmorona/ su proyecto de vida/ es ver un ejemplo doloroso/ de como los individuos de cada generación/ deben presenciar/ el derrumbamiento/ de todas sus certezas/ y la desaparición de modos y personas,/ en los que tenían depositados,/ además de sus apegos/ y sentimientos,/ la orientación/ y el sentido de sus vidas”.

Para nosotros es mayúscula la sala en la que vemos una película. Nuestra sala será nuestro recuerdo, tan intenso o más que la película en sí. Además a veces sucede que lo mayúsculo no era tal. Volvemos a ver la película y pensamos que no es para tanto e incluso que no nos gusta. Y de igual modo a la inversa.

Pero me había quedado en la dignidad, nuestra única respuesta al absurdo (de nuevo Marinero). La dignidad se hace mayúscula en “Siete mujeres” de John Ford, protagonistas ante el monstruo, ante el infierno. ¡Qué grande John Ford! Qué sabiduría.

“Los santos inocentes”… qué temblor al verla, qué inquietud, que grandeza. ¡Qué tristeza y desánimo! Me gustaría verla muchas veces. ¿Cómo pudo suceder esa película?

Ahora pienso que ese cine que admiro como mayúsculo es el cine que yo soy. O el que me gustaría ser.

Los siete samurais.
Los siete samurais.

Qué pena. Olvidé “Tiempos modernos” o “Luces de la ciudad”. Fueron fugaces y no han vuelto. En fin, a seguir adelante. Sigo. Kurosawa no es sólo “Los siete samuráis”. Es también la vibrante “El infierno del odio”. Y “Ran”. Y “Los sueños”.

De nuevo se apelotona lo mayúsculo: “Cafarnaún” es la angustia. Elena saca a relucir “Los pájaros”. “El hombre elefante” de David Lynch y “Ben-Hur” porque es la pelicula favorita de mi padre, lo que me llevó a verla muchas veces. Es ver un fragmento, con la película empezada, y te quedas a verla entera.

“En el nombre del padre” del gran Jim Sheridan y “Los inútiles” de Fellini, que he olvidado, así que ya no sé si es tan mayúscula. Así la recuerdo. Apenas nada. Desánimo. Quizá sólo son tan mayúsculas si volvemos a verlas. Como la sencillez de “Las tortugas también vuelan”, “La mujer del chatarrero” o “Los olvidados”. Con esta última Buñuel ríe, maestro del cine mayúsculo y barato. Él toma sus aperitivos y expresa, define su indignación ante lo que ve con su cine. Se disfraza (literalmente, incluso) y se mete en el cine por cada agujero.

¡Cómo me gustaría recordar “El arpa de hierba” con aquel Capote! Como “L´Atalante” de Jean Vigo, vista en una noche en Televisión Española con los ojos muy abiertos, hipnotizado. Cine mayúsculo es la última escena de “Atraco perfecto” de Kubrick. Inolvidable como Robert De Niro en “El cazador”. ¡Bingo! “Moonriver” de Henry Mancini, siempre compositor tesoro, siempre romántico. Y “We have all the time in the world” es 007 con el gran tándem Louis Armstrong – John Barry. Quizá la mejor canción de la historia del cine. No sabría decir.

Billy Wilder y Ray Milland son “Días sin huella” mientras Spielberg estrella un tren de juguete antes de que un camión asfixiante, violento, acose a un conductor desconcertado. Es “El diablo sobre ruedas”.

Qué emocionante es “Tres padrinos” de John Ford, con John Wayne tambaleante en el desierto. No sabemos si encontrará agua intentando superar al absurdo. Ojalá vuelva a verla antes de desaparecer, ojalá vuelva a ver “El ejército de las sombras” de Jean Pierre Melville. Si tuviera que escoger sólo cinco o diez películas, la de Melville estaría dentro. Ojalá ver a Marcello Mastroianni en “Ocho y medio”. ¿Qué conclusión sacamos? Hay que ver cine en todo momento, leerlo, escribirlo. ¿O no? Quizá es mejor alejarnos de él y atenernos a la realidad. Es mi dilema, mi ancla. ¿Cómo actuar?

Mientras resolvemos el jeroglífico Paul Newman juega con los naipes ante Robert Shaw en un vagón de tren. Bebe agua en vez de ginebra y sonríe. Se divierte y nos divierte. Y mientras el juez se dirige a la modelo para que no se mueva: “Hay una luz muy bella”. Esa luz (“Tres colores: Rojo”) es cine mayúsculo. Como una pintura de “Laura” de Preminger, como Stewart en “Horizontes lejanos”, haciendo frente al vil metal, a su influjo que nos destruye.

Este escrito es sólo una invitación. Que cada uno encuentre su título, su cine. Y Clark Gable arranca el pañuelo a Grace Kelly en “Mogambo”. Sólo el búho John Ford puede rodar algo así. Todos esos instantes son nuestra meta, un propósito. Un hombre pensativo a la orilla de un río (José Sacristán) en “Roma”. Y Woody Allen y Goldie Hawn vuelan en “Todos dicen I love you”.

Escribo esto con convencimiento, con convencimiento de que lo que escribo es verdadero. Mezclo mis dos cines actuales: el Cine Imaginación, frágil y con luz tenue, y el Cine del Clavo Ardiendo, aquel en el que estoy atrincherado con mis libros (de cine o no de cine), con la compañía de Zweig o Baroja o Marinero en la Frontera.

Escribo en el Cine del Clavo, de sólo dos butacas, en el que hay una esperanza, un sentido. Elena y yo contemplamos algún momento mayúsculo, lo compartimos. ¿Qué puede haber mejor en el mundo del cine?

Las tortugas también vuelan.
Las tortugas también vuelan.

Nada mejor que Redford en su viaje “Cuando todo está perdido”, cuando la tempestad se acerca. Sí, sí, la vemos, ya está aquí. Redford se da cuenta y se prepara decidido y en silencio para su llegada. No se queja.

Quiero recordar a la valiente protagonista de “El jardín secreto” (dos versiones igualmente estupendas). En el jardín está lo mayúsculo, la palabra tótem que aquí repito tantas veces.

Lo mayúsculo es ir con los amigos, apenas adolescentes, a un cine palacio en el que proyectan “El más allá” de Lucio Fulci. Un puro disparate que me da miedo, que no entiendo pueda existir. No sé si me gustó. Pero todo eso daba igual. Sólo importaban las risas con los amigos.

Cien años de “El acorazado Potemkin”. La escalera de Odessa y la de la estación de “Los intocables”. Esos cines que se tocan, que se saludan. ¿Y ese final de “La gran ilusión” de Renoir?

Este escrito es inverosímil. Me doy cuenta tal cual lo voy terminando. Y Bogie se atrinchera en el monte Whitney en “El último refugio”. ¡Resistencia!

Bogart taciturno, retraído y tenso. Coge en sus manos “El halcón maltés” y queda aislado con variopintos personajes en la magnífica “Cayo Largo” de John Huston.

Recuerdo sonriente ver “Ser o no ser” de Lubitsch y “Te querré siempre” de Rossellini. “Narciso negro” de Powell y Pressburger, cine precipicio mayúsculo, infinito.

“Carta de una desconocida” es delicadeza Stefan Zweig y Max Ophuls.

Agnés Varda es angustia de “Cleo de cinco a siete”.

La melancolía de “Los paraguas de Cherburgo” de Jacques Demy. La canción es incesante y me dejo llevar por ella. Y también al lado la hipnosis de “2001”. El monolito. Y el halcón “Kes” de Ken Loach.

Los espejos de “Operación Dragón” y “Rocky” es Adrian, Adrian, siempre Adrian. Él la llama con todo su boxeo dentro, palpitante.

“La rosa púrpura de El Cairo” es la mejor película de Woody Allen, su legado, el cine con mayúsculas puede salir literalmente de la pantalla y hacernos compañía. Podemos enamorarnos de ese cine.

El cine es pasión en “El festín de Babette” de Gabriel Axel, toda la entrega de la protagonista para un banquete en el que decide darlo todo, crear una rebeldía. Y en “Dublineses” (“The dead”) la nieve lo cubre todo. Y en “La doble vida de Verónica” está la incertidumbre de quién somos y del azar. Y hay un despertador maldito en “Atrapado en el tiempo”. Seamos solidarios con los terribles despertares de Bill Murray. Seamos tan valientes como el héroe de “La escafandra y la mariposa”.

Tanto cine olvidado. Es la conclusión de este pensamiento volátil.

Me despido de los lectores de nuevo desde este Cine del Clavo Ardiendo. Perdonarán que escriba y recuerde tantas veces al Clavo pero es que he de recordármelo a mí mismo para seguir escribiendo. Me despido de ese CINE con mayúsculas y subrayado, el de dos butacas. Me agarro fuerte a él si hace mal tiempo, si llueve. La proyeccionista se para, se vuelve y me mira. Me salva.

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