China, el aborto y los propagandistas de la propaganda
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China, el aborto y los propagandistas de la propaganda

El estreno de la película ‘La batalla del lago Changjin’ anticipa el debate sobre el cine comprometido que ‘El grito silencioso (Roe v. Wade)’ promete abrir en septiembre

China, el aborto y los propagandistas de la propaganda

Fotograma de la película La batalla del lago Changjin.

¿Quién decide cuándo cruza la ficción la línea que separa el punto de vista de la propaganda? ¿Yo? ¿Usted? ¿Quién? ¿Hay que sacarse un carnet o algo así? En algunos casos, podría valernos con la RAE y un poco de sentido común. Primera acepción del término: «Acción y efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores». Y ahora enchufamos el sentido común y vemos La batalla del lago Changjin, una versión china de la guerra de Corea, allá por los años 50 del pasado siglo. En China se estrenó en septiembre pasado; en España, hace 10 días, casi un año después. A pesar de permanecer inédita en muchos países hasta hace poco, los espectadores nacionales la auparon al segundo puesto de la taquilla mundial de 2021: 913 millones de dólares frente a los 1.901 millones de Spiderman: No Way Home.

Ha atraído muchos compradores, pues. Los chinos van cada vez más al cine, y suponen una inmensa taquilla potencial. ¿Adeptos? En China, al parecer, el público vibra de ardor patriótico con ella: para eso la encargó el Departamento de Publicidad del Partido Comunista, con un presupuesto de 200 millones de dólares: es la película china más cara de la historia. Fuera de la República Popular, la cosa cambia. La crítica occidental ha sido unánime: magníficos medios técnicos, algunas imágenes de gran belleza… y una historia ridículamente maniquea. Phil Hoad lo resume en The Guardian tirando de ironía británica: «Una crónica esporádicamente estimulante e históricamente dudosa, con la sutileza de un lanzacohetes». Resumiendo: los estadounidenses son unos estúpidos presuntuosos, abusones y cobardicas, y los chinos, todos unos santos. El general Mac Arthur deja un tufillo como a pedófilo de manual, con música siniestra y primeros planos de las pústulas que mancillan la piel de su rostro (algo habrá hecho); Mao, en cambio, destila un aroma a Gandhi pasado por el Abraham del sacrificio a Isaac versión marxista. Y así todo. Efectivamente, hay escenas de belleza deslumbrante, pero el abuso de la ideología sobre la historia resulta demasiado evidente, rayano en la estridencia. El Partido (el único, el comunista) cuida de todos los chinos, todo es camaradería y sacrificio por el bien común. En fin, ¿qué esperábamos? ¿Se nos había olvidado que China es una dictadura? Con cada vez más dinero, cierto, pero una dictadura. Ah, y el final feliz (perdón por el spoiler): la invasión americana es repelida y la mitad de Corea acaba gobernada por una dinastía de locos estalinistas que mata de hambre a su población. Incluso China se avergüenza hoy de Kim Jong-un.

En las democracias liberales y/o socialdemócratas no nos la dan. A estas alturas… Las webs especializadas en la recopilación de críticas muestran resultados mediocres: dos estrellas sobre cinco en Rotten Tomatoes, dos y media en IMDB, otras tantas en Filmaffinity… Y eso, repito, teniendo en cuenta la calidad técnica de la película, aparte del añadido del exotismo y algún voto incondicional de la vertiente ideológica (muy) progresista. En China lo ven de otra manera. El medio oficialista China Daily no clasifica la película en el género propagandístico, sino en el de «épica histórica». «Situada en la Guerra de Resistencia la Agresión de EEUU y Ayuda a Corea», resume, con todas esas mayúsculas, «cuenta la historia de los soldados voluntarios chinos que lucharon valerosamente bajo temperaturas heladoras en una campaña clave».

Hasta aquí todo claro. Exploremos un poco más allá en el concepto de propaganda. No soy muy original. Ya lo hizo, por ejemplo, Gregorio Belinchón en El País, aprovechando también el estreno en España de La batalla del lago Changjin. Bajo el título «El cine de propaganda nunca ha desaparecido», mete en el mismo saco la película china, la rusa The World Champion, las telenovelas turcas y… ya bien avanzado el texto, lo que denomina «el cine ultraconservador estadounidense actual, con ejemplos como El grito silencioso (Roe v. Wade), que en España se estrenará en septiembre y que, con Jon Voight -un habitual de estos productos- en su reparto, ilustra de manera torticera el caso por el que el Tribunal Supremo de EEUU protegió el aborto en 1973, jurisprudencia que ha sido derogada hace pocos días». 

«¿Por qué las películas de Ken Loach son realismo social y no propaganda socialista? ¿Qué hace que ‘El buen patrón’ no sea maniquea, sino una sana parodia para denunciar los abusos de los empresarios?»

¿Son equiparables Rusia, China, Turquía y el Estados Unidos que no les gusta a Gregorio Belinchón y los lectores de El País? ¿Un punto de vista contrario al aborto es propaganda, pero Las normas de la casa de la sidra es una obra de arte comprometida que abre los ojos sobre el drama humano del aborto ilegal? ¿Por qué las películas de Ken Loach son realismo social y no propaganda socialista? ¿Qué hace que El buen patrón no sea maniquea, sino una sana parodia para denunciar los abusos de los empresarios?  ¿No deberíamos esperar, al menos, a ver El grito silencioso (Roe v. Wade)? No sé si Belinchón la ha visto. Yo no. Ni la inmensa mayoría de sus lectores, presumo que españoles: falta bastante para que se estrene en España. 

Al final de su artículo, Belinchón reconoce que, a veces, la propaganda no es mala. Recuerda el caso de la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno estadounidense supervisaba los guiones de ciertas películas de Hollywood. «Un ejemplo: La señora Miniver, de William Wyler, fue el título que convenció al estadounidense de a pie de que había que apoyar a Reino Unido y batallar en Europa». Afortunadamente, ahí coincido. La cuestión de fondo, entonces… ¿Tiene que ver con el resultado? Entramos en terreno peligroso. Podríamos dejarlo en que la propaganda solo resulta aceptable en casos extremos. Ahí el nazismo sobrepasa el ejemplo para convertirse ya en un tópico. Aunque como paradigma de guerra justa puede valer. ¿De qué guerras estaríamos hablando en las películas pro y antiaborto? ¿Y en las de Ken Loach? ¿O la cuestión solo consiste en sumar? Sumar causas. Sumar votos.

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