The Buccaneers of America

English

Los Bucaneros de América, 1678

Los bucaneros eran una combinación de piratas hechos y derechos, y de corsarios, que actuaban con patente del gobierno de su nación para defender las colonias y el comercio de ésta.

Eran típicamente aventureros ingleses, franceses y holandeses que, hace ya más de 300 años, surcaban las aguas del Mar Caribe haciendo escala en sus islas y en las costas de Centroamérica, Venezuela y Colombia.

Publicado por primera vez en 1678, Los Bucaneros de América es el excepcional relato de un testigo presencial, Alexander Exquemelin.

Se cree que Exquemelin era un cirujano francés que, habiéndose incorporado a los bucaneros durante cierto tiempo, relató las audaces hazañas de estos aventureros que se dedicaban a asaltar buques en alta mar, así como a saquear aldeas en la región del Caribe.

Son fascinantes los detalles que da Exquemelin acerca de la presencia francesa en la isla La Española (hoy compartida por Haití y la República Dominicana), pues destaca las características de esa tierra y de sus habitantes, y comenta prolijamente el origen de los bucaneros, explicando gráficamente su modo de vida y normas de conducta.

En su relato cobran vida la osadía y astucia de estos saqueadores. Eran ingeniosos estrategas, atacantes de buena puntería, excelentes navegantes, depravados libertinos y, en fin, hombres de ambición desenfrenada cuya atrocidad y crueldad eran cosa común y corriente.

Tomado de Americaensche Zee-rovers. Autor: Alexander O. Exquemelin, 1645-1707. Publicado por primera vez en Ámsterdam: Jan ten Hoorn, 1678.

Traducción al español a base de la versión en lengua inglesa The Buccaneers of America, Mineola, Nueva York: Dover Publications, Inc., año 2000.

Traducido del holandés al inglés en 1969 por Alexis Brown.

Frontispicio

Pertinente y veraz relato de los principales hechos de inhumana crueldad y depredación cometidos por bucaneros ingleses y franceses contra los españoles en América.

Publicado por Jan ten Hoorn, Amsterdam, 1678

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Página titular

EN TRES PARTES:

PRIMERA PARTE

Cómo llegaron los franceses a La Española;
naturaleza del país y vida de sus habitantes

SEGUNDA PARTE

Origen de los bucaneros;
sus normas de conducta y modo de vida;
diversos ataques contra los españoles.

TERCERA PARTE

Bucaneros ingleses y franceses queman la Ciudad de Panamá; el autor hace otro relato de viaje.

OBRA ESCRITA POR

A. O. Exquemelin
Que necesariamente presenció todos estos hechos de rapiña.

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LOS BUCANEROS DE AMÉRICA, Primera Parte

CAPÍTULO PRIMERO

El autor se dirige a las islas de las Indias Occidentales, al servicio de la Compañía Francesa de las Indias Occidentales. Encuentro en alta mar con un buque de guerra inglés. Llegan a la isla de Tortuga.

Partimos de Havre de Grace (Francia) en el buque St. John el día 2 de mayo del año 1666, bajo la dirección del delegado de la Compañía de las Indias Occidentales. Era este un buque armado con veintiocho cañones y tripulado por veinte marinos, que llevaba doscientos veinte pasajeros, contando sirvientes bajo contrato a plazo fijo y particulares libres acompañados de sus propios sirvientes.

Anclamos al sur del Cabo Barfleur a fin de reunirnos con siete buques también pertenecientes a dicha compañía que venían procedentes de Dieppe, junto con un buque de guerra de treinta y siete cañones y doscientos cincuenta tripulantes.

Dos de los buques iban rumbo a Senegal, cinco a las islas del Caribe y el nuestro a la isla de Tortuga.

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Bartolomeo el Portugués

He aquí otro ejemplo, que comenzó con no menos osadía y concluyó con igual mala suerte. Un hombre a quien llamaban Bartolomeo el Portugués zarpó de Jamaica en una barca de cuatro cañones y treinta hombres y, al darle vuelta al Cabo de Corrientes en la isla de Cuba vio que se le aproximaba un buque. Venía éste de Maracaibo y Cartagena rumbo a La Habana, de donde seguiría a La Española. Armado de veinte cañones y otros armamentos, traía a bordo setenta individuos entre marinos y pasajeros. Resolvieron los bucaneros abordarlo, cosa que intentaron con gran arrojo, si bien fueron rechazados con gran valor por los españoles. Sin embargo, en el segundo intento se apoderaron del buque, con bajas de diez muertos y cuatro heridos, aun cuando entre los españoles aún había cuarenta hombres con vida, contando los que estaban sanos así como los heridos.

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Rock el Brasileño

En Jamaica vive aún un bucanero cuyas hazañas no han sido menos audaces. Nacido en Groningen, vivió largo tiempo en el Brasil, pero cuando los portugueses les volvieron a quitar esa tierra a los holandeses, muchos de los colonizadores tuvieron que abandonarla. Algunos se fueron a Holanda y otros a islas francesas o inglesas, y aun otros a las Islas Vírgenes. Este hombre se fue a Jamaica, y por no ocurrírsele otra cosa se sumó a los bucaneros, que le apodaron Rock el Brasileño. Aunque comenzó apenas de marinero se hizo muy popular entre la tripulación. Con el apoyo de una caterva de revoltosos amotinóse y, apoderándose de una barca, se hizo capitán de ella.
Muy pronto capturaron un buque de Nueva España con mucha riqueza a bordo y se lo llevaron a Jamaica. Esta hazaña le dio mucha fama, al punto de que su audacia hizo temblar a toda esa isla.

Andaba totalmente descontrolado y se comportaba como si estuviera poseso de hosca furia. Borracho, deambulaba la población cual loco y le cercenaba el brazo o pierna al primero que se encontraba, sin que nadie se atreviera a intervenir, ya que se comportaba como demente. Contra los españoles cometía las peores atrocidades imaginables, llegando en algunos casos a amarrarlos o atravesarlos con un asador para luego cocinarlos vivos a fuego lento. Todo ello sólo por haberse negado la víctima a indicarle el camino a la pocilga donde quería rapiñar cerdos.

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Francisco el Olonés

…se llevaron su botín de vuelta a Jamaica, donde pronto lo despilfarraron, de modo que una vez más tuvieron que salir en busca de víctimas. El grupo de facinerosos escogió a John Davis, por sus cualidades de dirigente, para encabezar a los siete u ocho buques que tenían. Así, resolvieron rondar la costa norte de Cuba en acecho de la flota de Nueva España para asaltar y desvalijar algunos de sus buques. Pero a falta de éxito y no queriendo regresar sin botín alguno, decidieron dirigirse a la costa de la Florida, donde desembarcaron y se apoderaron del asentamiento de San Agustín. Aunque contaba éste con un fuerte guarnecido con dos compañías de soldados, los facinerosos saquearon lo que quisieron sin que los españoles pudieran ocasionarles baja alguna.

Aquí termina la primera parte, que relata las características de la tierra, sus frutos y habitantes. Ahora pasaré a lo de los bucaneros en general, con lo que iniciaremos la segunda parte.

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La crueldad de El Olonés

A la postre, tras discutirlo con sus subjefes, El Olonés decidió avanzar hasta el Lago de Nicaragua y saquear todos los pueblos y aldeas circunvecinos.

Una vez tomada su firme determinación de realizar tal empeño, El Olonés reunió unos 700 hombres. De estos puso 300 a bordo del buque grande tomado en Maracaibo; distribuyó el resto de sus fuerzas en cinco embarcaciones más pequeñas, por lo que su flota contaba en total con seis barcos. Reuniéronse todos en un lugar llamado Bayaha, en La Española, donde se abastecieron de carne salada para alimentarse.

Habiendo acordado su plan de acción y aprovisionado sus buques, zarparon rumbo a Matamano, en la costa sur de Cuba. Tenían la intención de robarse todas las canoas que hallaran, siendo el caso que en ese sitio vivían muchos pescadores de tortugas que las capturaban para salar su carne y enviarla a La Habana. Hacíanles falta las canoas para el transporte de sus hombres río arriba al llegar a Nicaragua, donde las aguas no daban calado para sus buques.

Una vez que les habían robado a estos pobres pobladores sus medios de sustento, aparte de haberse llevado algunos de sus hombres, los bucaneros se hicieron a la mar con rumbo al Cabo Gracias a Dios, situado sobre la costa centroamericana a 15º de latitud y a unas 100 leguas de la Isla de Pinos. Pero cayeron en una zona de calma y fueron a la deriva de las corrientes hasta llegar al Golfo de Honduras. Pusieron su mejor empeño en recuperar su rumbo, pero el viento y las corrientes se lo impidieron y, además, la nao capitana de El Olonés se iba quedando atrás. Peor aún, empezaron a quedarse sin alimentos, por lo que necesitaban reabastecerse. Al fin, al obligarlos el hambre a anclar en la primera desembocadura de río a que llegaron, enviaron algunas canoas aguas arriba por el río Xagua, cuyas márgenes estaban habitadas por indígenas. Saquearon cuanto pudieron a todos los asentamientos indígenas que encontraron y regresaron a sus embarcaciones con buena cantidad de trigo español –que ellos llaman maíz– junto con cerdos, pavos y todo lo demás que pudieron rapiñar.

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Henry Morgan

Nacido en el país de Gales, conocido como «el Gales inglés», Henry Morgan era hijo de un próspero agricultor. Pero como no le gustaba el trabajo de campo, optó por hacerse marinero. Fue así como llegó a un puerto de donde zarpaban buques hacia Barbados y se alistó, pero al llegar a esa isla lo vendieron como sirviente contratado por cierto plazo, al estilo inglés. Vencido su contrato se fue a Jamaica, donde se unió a uno de los barcos de bucaneros que estaban listos a zarpar. Pronto aprendió sus costumbres y, tras hacer tres o cuatro viajes con los bucaneros, él y sus camaradas habían acumulado lo suficiente en botín y ganancias en juegos de azar como para adquirir un buque propio, del que hicieron a Morgan capitán. Así, se dedicaron a merodear el litoral de Campeche, donde capturaron varios barcos.

Por aquel tiempo había en Jamaica un bucanero veterano nombrado Mansveldt que planeaba reunir una flota a fin de hacer saqueos en la tierra firme centroamericana. Fijándose en el gran arrojo del joven Morgan, el veterano lo invitó a unirse a la expedición y lo nombró vicealmirante de su flota. Cuando ésta se hizo a la mar constaba de quince buques con 500 hombres a bordo, contando a valones y franceses.

Tocaron tierra por primera vez en la isla de Santa Catalina, cerca de la tierra firme de Costa Rica.

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Morgan ataca a Puerto del Príncipe, Cuba

Otro hombre propuso asaltar a Puerto del Príncipe, afirmando que conocía al pueblo y que había allí mucho dinero, ya que era donde los mercaderes de La Habana iban a comprar cuero. Como la ciudad estaba a cierta distancia de la costa, nunca la habían saqueado y no tenían temor a los ingleses.

Considerada y aceptada la propuesta, Morgan ordenó en seguida levar ancla y poner rumbo al puerto de Santa María, el más cercano a Puerto del Príncipe. Poco antes de llegar a su destino, un español que había sido largo tiempo prisionero de los ingleses y había aprendido algo de su idioma, escuchó a los bucaneros murmurar algo de Puerto del Príncipe. Cuando se lanzó al agua una noche y comenzó a nadar hacia la isla más cercana, los ingleses trataron sin éxito de darle alcance en canoas, pero llegó a tierra y se escondió entre la vegetación, perdiéndoseles.

Al día siguiente el español nadó de islote en islote hasta llegar a Cuba. Como conocía los caminos no tardó en llegar a Puerto del Príncipe, donde alertó a los habitantes de las fuerzas corsarias y de su plan. Los pobladores españoles de inmediato comenzaron a esconder sus bienes, en tanto que el gobernador reunió a todos los hombres que pudo, entre ellos varios esclavos. Cortando numerosos árboles, los atravesó en el camino y preparó diversas emboscadas con cañones.

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Morgan ataca las fortalezas en Chagre, Panamá

Comenzaron entonces a sacar las escaleras los monjes, sacerdotes y mujeres, animados por los propios bucaneros que nunca pensaron que el gobernador dispararía contra su propia gente. Pero no fue así, ya que les dio el mismo trato que a los asaltantes. Los monjes le imploraban al gobernador en nombre de todos los santos que entregara la fortaleza para así salvarles la vida, pero éste no les hizo el menor caso. Tan pronto como hubiéronse colocado las escaleras contra las murallas, allá fueron los bucaneros subiéndose en tropel y atacando furiosamente a los españoles con granadas de mano y bombas fétidas, si bien fueron rechazados por la feroz resistencia de los defensores.

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El capitán Morgan tortura prisioneros tras la batalla de Maracaibo

A la llegada de cada prisionero, los bucaneros lo interrogaban para determinar si tenía dinero escondido o si sabía dónde ocultaban riqueza los demás. Los que no soltaban la lengua eran sometidos a las torturas más crueles imaginables. Entre los que más sufrieron figuró un portugués sesentón que, según lo denunció un negro, poseía mucha riqueza. Cuando le exigieron que revelara dónde ocultaba sus valores, juró por lo más sagrado que el único dinero que poseía constaba de cien doblones de a ocho y que un joven que vivía por las cercanías se lo había arrebatado y huido con todo.

Los facinerosos no le creyeron, sino que tiraron de sus extremidades tan violentamente que le sacaron los brazos de sus coyunturas. Como aún no hablaba le amarraron cuerdas a los dedos gordos de cada mano y cada pie y lo estiraron entre cuatro estacas clavadas en la tierra. Entonces cuatro de ellos comenzaron a apalear las cuerdas, haciendo que su cuerpo saltara y se estremeciera, y dañándole los tendones. No contentos con todo esto, le pusieron un pedrusco de unas doscientas libras en las espaldas y, prendiendo una fogata de hojas de palma, le quemaron el rostro y le pusieron el pelo a arder. No obstante todos estos tormentos el hombre seguía afirmando que no tenía dinero.

Entonces se lo llevaron y lo amarraron a una de las columnas de la iglesia, que usaban de cuartel, dándole un poquito de carne diariamente, apenas lo suficiente para que no muriera. Tras cuatro o cinco días de ese suplicio, rogó que le enviaran algunos amigos que tenía entre los demás prisioneros a fin de conseguir dinero para entregárselo a sus torturadores. Luego de discutirlo con sus amigos les ofreció 500 doblones de a ocho, pero los facinerosos no le hicieron caso. Le dieron una paliza y amenazáronle que si en lugar de centenares no les hablaba de millares, le iba a costar la vida.

Al final, luego de haberles aportado todas las pruebas posibles de que en realidad no era tan rico y que se ganaba la vida con el producto de su taberna, se transaron por 1,000 doblones de a ocho.

Pero ni siquiera fue este el peor caso de tormentos infligidos por los bucaneros a los españoles que no querían entregarles su riqueza.

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Carta del general español

Los bucaneros levaron ancla y zaparon hacia Maracaibo, adonde llegaron cuatro días más tarde y lo encontraron todo tal cual lo habían dejado. Pero recibieron una noticia inesperada. Un hombre pobre que vivía en el hospital le dijo a Morgan que había tres buques de guerra españoles acechándole a la entrada del lago y que la fortaleza había sido bien guarnecida de nuevo con soldados y artillería.

Sin perder un instante, Morgan despachó una balandra de reconocimiento, la que volvió al atardecer siguiente y confirmó lo que le había dicho aquel viejo. Habían avistado los buques, que les habían disparado cañonazos, y habían observado que estaban llenos de soldados. El bajel mayor era de al menos cuarenta cañones, el siguiente de treinta y el más pequeño de veinticuatro. Además, la fortaleza contaba con buenas defensas.

Carta del general español don Alonzo del Campo y Espinosa a Morgan, almirante de los bucaneros

Habiendo recibido noticia de nuestros amigos y vecinos de que Vd. se ha atrevido a cometer hechos hostiles en los territorios y ciudades que le rinden pleitesía a Su Católica Majestad el rey de España y dueño mío, he llegado a este lugar en cumplimiento de mi sagrado deber y he reparado la fortaleza que tomó usted de un grupo de blandengues y de la que lanzó cuesta abajo los cañones, siendo mi propósito impedirle escapar de este lago y hacerle todo el daño que mi deber exige.

No obstante, si con humildad entregara Vd. cuanta cosa haya caído en su poder, contando todos los esclavos y demás prisioneros, tendré la clemencia de abrirle paso para que pueda Vd. regresar a su país. Ahora bien, si tozudamente se negara Vd. a aceptar estas las honorables condiciones que le ofrezco, pediré a Caracas que envíen barcos para trasladar mis tropas a Maracaibo con órdenes de darle absoluta destrucción y pasar por las armas a todos sus hombres. He aquí mi resolución definitiva: atiéndamela y no sea Vd. ingrato con mi bondad. Me acompañan valerosos soldados deseosos de que les permita vengar los perversos hechos cometidos por Vd. contra la corona española en América.

Firmado de mi puño y letra a bordo de la Magdalena, nao de Su Majestad anclada a la entrada del lago de Maracaibo, el día 24 de abril del año 1669.

Don Alonzo del Campo y Espinosa

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Morgan destruye la flota española en el Lago de Maracaibo, Venezuela

Reunió Morgan a todos los bucaneros en la plaza del mercado y leyó la carta, primero en inglés y luego en francés. Entonces preguntó a sus hombres que cómo se sentían: ¿estaban dispuestos a entregar su botín para salir libremente de allí, o lucharían por conservarlo? Los bucaneros respondieron al unísono que preferirían morir en combate que entregar su botín. Habían arriesgado su vida una vez por conseguirlo y estaban dispuestos a hacerlo por segunda vez.

Uno de los hombres se adelantó hacia Morgan y le dijo que encargaríase de destruir al gran buque español con solamente doce hombres, de la siguiente manera. Convertirían en barco incendiario al buque capturado en el lago, disfrazándolo de cañonero con todo y bandera al viento. Sobre cubierta colocaríanse troncos dotados de sombreros para aparentar tripulantes, en tanto que por la borda asomarían troncos huecos (los llamados tambores de negros) para aparentar cañones.

Aprobada esta sugerencia considerando la difícil situación, Morgan sin embargo quiso ver si podía obtener alguna otra concesión de parte del general español. Fue así como envió un mensajero de vuelta con las siguientes propuestas: que los bucaneros abandonarían a Maracaibo sin hacerle daño a la ciudad, ni incendiándola ni de ninguna otra manera y sin pedir rescate, y que se abstendrían de reclamar el aporte por concepto de Gibraltar, que aún estaba impago, y que dejaría en libertad a los rehenes.

El general español respondió negándose a considerar tales propuestas y agregando que si en dos días no se rendían conforme a las condiciones por él impuestas, los destruiría a fuego y espada. Al recibir esta respuesta Morgan y sus hombres resolvieron al instante hacer cuanto de su parte estuviera para escaparse del lago sin perder su botín.

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Mapa de la Ciudad y del país de Panamá

Al amanecer del décimo día los bucaneros se aprestaban para el asalto. Habiéndolos organizado Morgan en su orden de combate, iniciaron su marcha al redoble de tambores y con banderas al viento. Los guías le habían advertido a Morgan que evitara el camino principal, donde los españoles seguramente preparaban una fuerte emboscada. Así que, tras disparar mosquetes hacia su lado derecho, los bucaneros se apartaron del camino grande y cruzaron el bosque en fila india. Se abrieron paso con dificultad, pero estaban aquellos hombres tan acostumbrados a pasar trabajo que poco les importaba. Tal como lo habían dicho los guías, los españoles se habían atrincherado al borde del camino principal, así que cuando observaron que los bucaneros tomaban otro rumbo se vieron obligados a salirse al paso.

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La batalla por la Ciudad de Panamá entre piratas y españoles

Tras la batalla, los piratas formaron filas al ritmo de los tambores y tomaron nota de sus bajas. Resultó que los bucaneros sostuvieron leves bajas, siendo pocos los heridos. Aparte de muertos y prisioneros, los españoles habían desaparecido. Al menos 600 españoles yacían muertos sobre la planicie, aparte de los heridos que habían logrado retirarse del lugar. Los bucaneros se animaron enormemente al ver que sus propias bajas habían sido pocas. Luego de un descanso se prepararon para atacar la ciudad e hicieron un juramento de apoyarse los unos a los otros, hombro con hombro, y luchar hasta el último hombre.

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Fin de la historia de los bucaneros

Al poco tiempo los bucaneros habían sido enviados a España, donde se las arreglaron para unirse y dirigirse a Francia. Allá empezaron a buscar la primera oportunidad de regresar a la isla de Tortuga. Se apoyaron los unos a los otros todo lo que pudieron, y los que tenían dinero lo compartieron con quienes no tenían. Algunos que no podían olvidar sus sufrimientos hicieron cuchillos y pinzas especiales, jurando aplicarlos a todo español que atraparan vivo para azotarlo y arrancarle sus carnes.

Volvieron a Tortuga en el primer buque que pudieron. Muchos se aprestaron a merodear, navegando en una flota que se preparó en Tortuga bajo el mando de M. de Maintenon. Tomaron entonces la isla de Trinidad, situada entre la de Tobago y la costa de Paria, y pidieron rescate por ella. Tenían intenciones de luego atacar y saquear la ciudad de Caracas, situada casi frente a la isla de Curazao.

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